XVI. DAYMARE.

R

Cuando puse un pie sobre el suelo de la entrada de nuestra casa, pude relajarme. Por fin. Mi padre había ignorado deliberadamente la pregunta de Antonio, que había insistido una y otra vez hasta que nuestra madre lo había mandado callar, y yo me había reído entre dientes mientras Ken miraba distraídamente por la ventana, como si estuviera ido… o muy bebido. Había notado la rigidez con la que se había comportado con Michelle, a quien conocía de ir juntos a clase cuando estudiaba en la academia, pero no se lo había tomado en cuenta; sin embargo, parecía haberse comportado como un auténtico cerdo con Genevieve. Se lo había notado en el gesto de contrariedad que había puesto cuando mi primo había estado bailando y hablando con ella.

Y, ahora que estábamos en casa, tenía la oportunidad de preguntarle qué demonios le había pasado. Vi cómo llegaba corriendo Petra, que se había quedado levantada para poder acostar a los pequeños, y se llevaba a Antonio y Ben al piso de arriba para prepararlos y meterlos en la cama; mis padres se dirigieron al estudio, para hablar de todo lo que había sucedido en la fiesta y Ken se quedó un instante en la puerta, como si estuviera meditando, y salió disparado hacia su habitación sin tan siquiera despedirse. Me quedé solo en medio de la entrada, preguntándome qué estaría haciendo Genevieve en aquellos precisos momentos.

Subí hacia mi habitación, deteniéndome justo enfrente de la puerta de la habitación de Ken. Esperaba que no hubiera decidido irse a dormir todavía, pues había que resolver un par de asuntos con él. Llamé y aguardé pacientemente hasta que Ken abrió la puerta, llevando únicamente unos viejos pantalones de pijama. Su cara demostraba que no parecía querer tener visita en aquellos momentos.

-¿Qué quieres ahora? –gruñó.

-He pensando que podríamos hablar un poco –respondí, empujando la puerta y entrando en la habitación de mi primo.

Él se apartó y me fulminó, mientras se cruzaba de brazos. Vaya, sí que estaba enfadado y no sabía siquiera si yo era el culpable de ese enfado.

-No tengo todo el día, primo –comentó Ken-. ¿Qué quieres?

-Saber qué coño te ha hecho Genevieve para que la hayas tratado de esa forma –le espeté.

-Hipnotizarte, R –me replicó, poniéndose a la defensiva-. Te tiene embobado y no te das cuenta de todo el daño que podéis causar a todo el mundo. Tú estás prometido, ella no tardará en estarlo… ¿por qué no podéis daros cuenta del riesgo que estáis corriendo y de lo que podéis provocar por un encaprichamiento?

-No es ningún encaprichamiento –gruñí.

Sabía que íbamos a tener esa discusión, pues siempre la habíamos mantenido las últimas veces que habíamos hablado de Genevieve y no lograba entender por qué él, precisamente él, estaba tan obcecado con la idea de que nuestra relación podría causar estragos. Había sido Ken quien le había insistido por activa y por pasiva para que tuviera una pareja y asentara la cabeza.

Mi primo soltó una carcajada de forma burlona.

-No, por supuesto que no –dijo, con ironía-. Por Dios, R, es una cría. Ella busca diversión y no una relación seria; tiene dieciséis años, no busca lo que tú estás buscando. No tenéis un mismo objetivo.

-¿Y tú qué sabrás? –siseé-. No conoces en absoluto a Genevieve para hablar así de ella.

-¡Pero eso mismo es lo que me molesta de ella, R! –me gritó-. Que ella parece conocernos a todos… Me molesta que sepa todo lo que le sucede a todo el mundo con tal de hablar con ella unos minutos.

No entendí qué quería decir con ello, pero Ken parecía demasiado afectado. El hastío que había sentido hacia Genevieve no tenía fundamento alguno, igual que sus palabras, a las que no encontraba ningún sentido. Me acerqué hacia él, pero mi primo se apartó, mientras se pasaba nerviosamente los dedos entre sus cabellos.

Parecía volver a tener la edad de cuando vino por primera vez a esta casa para quedarse con nosotros. En aquella época era un crío nervioso y asustadizo. Y se comportaba como tal.

-Vete, R –me pidió Ken, con la voz ronca-. Déjame tranquilo, necesito descansar.

Su simple presencia parecía empujarme hacia la salida. Fui hacia la puerta mientras Ken me acompañaba; me quedé parado, agarrando con fuerza el marco de la puerta, y Ken se apoyó en el otro lado, cerrándome el paso. Estaba dolido con mi primo y no entendía esa postura que había decidido adoptar respecto a Genevieve. Y, por ende, contra mí.

-¿Sabes lo que más me molesta de todo esto? –me preguntó Ken, pero no me dio tiempo a responder-. Que esa chica haya averiguado más de mí en ese poco tiempo que tú en todos estos años. Y que tú estés tan ciego.

Me cerró la puerta en mis propias narices, sin darme siquiera tiempo a poder replicarle. Ken, al que conocía tanto como a mí, se había convertido en un auténtico extraño para mí estas últimas semanas. Nos estábamos distanciando poco a poco y sus palabras me escocían.

Me dirigí a mi cuarto como un niño pequeño, dando zapatazos y con ganas de darle un puñetazo a algo. Me desvestí, tirando las prendas sin preocuparme dónde caían, porque, en aquellos momentos, lo único que me preocupaba eran las palabras y recriminaciones que Ken había soltado.

«…Y que tú estés tan ciego». Las últimas palabras de mi primo se reproducían una y otra vez en mi cabeza y no era capaz de entender a qué venía todo aquello. ¿Ciego por qué? Desde que nos habíamos vuelto tan cercanos, hacía ya años, nos conocíamos, sabíamos cuándo nos pasaba algo. Estábamos conectados.

Me metí en la cama con aquel cambio tan drástico que había sufrido Ken y que no hacía más que empeorar.

El sonido que producía mi móvil al vibrar sobre mi mesita de noche me despertó de golpe. Me froté los ojos mientras miraba la hora… ¡Dios! No entendía a qué venía llamar a las tres de la mañana y pensaba decir un par de lindezas sobre lo que podía hacer la próxima vez que decidiera llamar a alguien a semejantes horas. Sin embargo, al ver el nombre en la pantalla, me quedé helado.

Genevieve. Llamándome a estas horas. Algo malo tenía que haber pasado para que hubiera decidido llamarme. Y no estaba muy seguro de querer escuchar lo que me iba a contar.

Me senté sobre la cama y sujeté el teléfono con fuerza durante unos instantes antes de descolgar deslizando el dedo sobre la pantalla.

-¿R? –su voz, tímida y un poco asustada, hizo que me enervara y me entraran unas ganas terribles de coger el coche y recogerla.

Aquella llamada debía significar que había sucedido y que Patrick tendría una sonrisa de victoria durante un par de semanas. Y mi paciencia no iba a aguantar lo suficiente, eso lo tenía claro. Me dolía.

-Genevieve –su nombre me salió como una especie de suspiro patético, como si fuera un niño que había esperado al lado del teléfono pacientemente esperando aquella llamada.

¿Qué tenía que preguntarle ahora? ¿Iba al grano directamente y le preguntaba qué tal había ido? Me parecía un poco descortés, pero la impaciencia me roía por dentro y que había comenzado a asfixiarme poco a poco. Necesitaba saberlo y hacerme a la idea de que ese cerdo se había acostado con ella sin que Genevieve hubiera podido negarse a ello.

-¿Te he… te he despertado? –Genevieve hablaba en voz baja, como si no quisiera despertar a alguien. Para no despertar a Patrick, me corregí a mí mismo-. Ay, Dios, ¡no quería despertarte, R! Pero…. Necesitaba hablar con alguien… contigo.

Me pasé una mano por la cara, intentando contener las ganas de ponerme a gritar y despertar a toda la casa. Respiré hondo. Mataría a Patrick Weiss. Y lo haría con mis propias manos.

-¿Ha ido todo bien? –aquella era una forma bastante sutil de plantearlo. Era mucho mejor que soltarle a bocajarro: «¿Es cierto que folla también como dicen por ahí?». Además, Genevieve no tenía la culpa de ello. Todo aquello, como en mi propio caso, era resultado de las maquinaciones de su familia.

Estaba enfadado, pero no quería estarlo con Genevieve. No se merecía que, después de lo que había tenido que hacer, tuviera que sentirse más culpable aún porque yo me sentía molesto por el mero hecho de que se hubiera acostado con un tío que no era yo y que, seguramente, no tuviera ni idea de cómo usar correctamente su polla.

-No ha pasado nada –respondió con hilo de voz y el nudo de mi garganta comenzó a deshacerse poco a poco. ¿Cómo que «no había pasado nada»? Había coincidido con Patrick en algunas discotecas del Centro y, normalmente, siempre pasaba algo con él; las chicas hacían colas kilométricas, aunque no podían compararse con las mías, por intentar estar con él. La diferencia estaba en que Patrick sabía cómo hacer que se quedaran en silencio, quizá por ser hijo de quien era, y mis chicas no tardaban ni dos segundos en decírselo a sus amigas. Cosa que nunca me había llegado a importar mucho, la verdad.

No podía creerme que Patrick Weiss hubiera parado cuando una chica se lo había pedido. Realmente estaba haciendo bien su papel. El tío tenía madera de actor.

-¿No ha pasado nada? –repetí, incapaz de podérmelo creer.

Por el modo por el que me habló, supe que estaba sonriendo:

-No.

Si era cierto que no había pasado nada, tenía ganas de coger en aquellos precisos instantes las llaves del coche e ir a por ella; aunque tuviera que echar abajo la puerta para sacarla de allí. No entendía qué había podido decirle, pero estaba eternamente agradecido de que no hubiera sucedido nada.

De no haber existido la maldita gravedad, estaría flotando por toda la habitación. El enfado que tenía con mi primo había desaparecido por completo y en lo único que podía pensar era en que, aunque sonara un poco extraño, Patrick Weiss no se había acostado con ella. Quizá, muy en el fondo, era una persona que sabía escuchar o que, al menos, tenía la decencia de respetar algunas decisiones. O, simplemente, le interesaba la relación que mantenía con Genevieve y no quería estropearlo todo por un calentón.

Eran demasiadas las posibilidades que me venían a la cabeza.

-¿Sigues ahí o te has quedado dormido? –la voz de Genevieve me sacó de golpe de mis pensamientos. Su tono jocoso me hizo sonreír como un auténtico idiota.

-Lo cierto es que no voy a poder dormir en toda la noche –reconocí-. Has conseguido desvelarme.

-¿Está… está contigo Zsofía? –me preguntó con timidez Genevieve.

Me enderecé de golpe al oír el nombre de mi recién prometida. La había dejado en la fiesta, con sus padres y una buena cantidad de alcohol en el cuerpo, pero eso no había podido verlo Genevieve porque se había marchado ya de la fiesta junto a Patrick. Aunque ella, descubrí, había dado por supuesto que, quizá, hubiera decidido pasar a un terreno mucho más peligroso para cerrarle la boca a mi padre y demostrarle que era capaz de volver contra él sus propios planes.

-En mi cama no cabríamos los dos –intenté bromear-. Y mi madre no permitiría que durmiera aquí hasta que, por lo menos, estemos casados. Cosa que espero que no suceda.

Sin embargo, mi broma no tuvo ninguna gracia. Ambos éramos conscientes de los riesgos a los que nos exponíamos con aquella relación y, por muchas bromas que hiciéramos sobre el tema, no iba a cambiar el hecho de que, si no actuábamos rápido, dentro de poco tendríamos que hacer bromas de otro tipo. El hecho de que mi padre hubiera decidido prometerme, sin pasar tan siquiera por la fase del obligado noviazgo, me hacía darme cuenta de lo desesperado que estaba por intentarme hacerme entrar en razón. Yo era una vergüenza para él, una paria. Si hubiera estado en su mano, mi padre me hubiera mandado muy lejos hacía ya tiempo.

Además, estaban las atenciones que centraba en Ken. A pesar de ser su sobrino y de haber tenido sus dudas al principio, mi padre no había tardado en aceptarlo como si fuera hijo suyo cuando había descubierto que mi primo tenía las aptitudes que él tanto había deseado que mostrara yo.

-Romeo… -murmuró Genevieve, en tono pensativo-. Jamás hubiera adivinado que tu verdadero nombre era Romeo. Es bastante… curioso.

-Mi madre tiene raíces italianas –le expliqué, agradecido por el repentino cambio de tema que había hecho-. Y cuando nací, debió verme cara de Donjuán para ponerme ese nombre. Somos tal para cual.

-Me gusta tu nombre –reconoció y fue la primera chica que conocía mi nombre que decía algo como eso-. Y bien, Romeo, ¿dónde has dejado a tu Julieta esta noche? –añadió en tono de broma.

-En casa de un gilipollas –respondí de improviso-. Quiero decir: descansando en las indignas manos de otro hombre distinto a mí –me corregí.

Oí una especie de risa al otro lado del teléfono que se convirtió en un áspero carraspeo.

-Muy gracioso.

-Vivo para complaceros, mi señora –respondí, con una sonrisa.

-Hoy Patrick me ha demostrado que… que es buena gente –confesó Genevieve y yo sentí que el corazón se me encogía. ¿Patrick Weiss buena persona? ¿Qué coño le habría contado para que creyera que ese tío podía entrar en la categoría de «buena persona»?-. Quizá me he equivocado con él…

No me gustaba la dirección que estaba tomando aquella conversación. Me sentía aliviado de que Patrick hubiera decidido concederle tiempo a Genevieve y se hubiera frenado, pero el hecho de que Genevieve opinara eso sobre Patrick significaba que era muy posible que lo nuestro se esfumara. Que era muy entendible, ya que Patrick era su novio y yo algo efímero que, seguramente, no pasara del mes. Me sentía como un capricho en manos de una niñita consentida.

Tenía ganas de colgar el teléfono en aquel preciso instante.

-Pero eso no quiere decir que lo nuestro haya cambiado, R –se apresuró a proseguir Genevieve. Sin embargo, el daño ya estaba hecho.

-Será mejor que te vayas a dormir, Genevieve –le dije-. Mañana tendrás que hacer multitud de actividades con Patrick y no querrás preocuparlo con una cara cansada, ¿verdad?

Ella pareció notar que algo había cambiado en mí porque oí un sonidito al otro lado de la línea. Aunque bien podría ser Patrick cambiando de posición o tanteando para comprobar si Genevieve seguía allí, a su lado.

-Creo… creo que tienes razón –tartamudeó ella-. Buenas noches y lamento mucho haberte despertado por esta tontería, R. He sido una estúpida…

-Buenas noches, Genevieve –la corté y dirigí mi dedo para colgar. Necesitaba hacerlo ya, antes de perder el control.

-Te quiero –fue lo último que dijo antes de que le colgara.

«Te quiero», repetí una y otra vez, mientras dejaba el teléfono de nuevo sobre la mesita y me tumbaba en la cama. Sin embargo, cada vez que me lo repetía, me sonaba más vacío, como si lo hubiera dicho únicamente porque era el momento adecuado. Sin sentirlo realmente.

No entendía qué podía haber hecho Patrick, pero sentía que estaba perdiéndola poco a poco. Aunque, quizá, nunca la hubiera tenido y aquella sensación de pérdida que sentía era únicamente por mi parte.

No lo sabía.

No tenía muy seguro si quería saberlo.

No quería acabar con el corazón roto.

Aunque, aquella sería la primera vez que sucediera. Quizá me ayudaría a volver a mi antigua vida y me mostraría que lo que había estado haciendo era una forma de satisfacerme sin salir herido.

No pude dormir, tal y como le había dicho a Genevieve. Pero por razones muy distintas.

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