XLIII. ALL I NEED.
El humor de Patrick cambió visiblemente en aquellos días. Se mostraba como el chico que yo había creído conocer, lo que facilitaba enormemente las cosas entre nosotros; sé que Patrick estuvo fardando de lo que había sucedido entre nosotros junto a sus amigos de universidad, pero yo decidí ignorarlo.
Había conseguido dejar apartado a Patrick con el momento, permitiéndome centrarme en mi venganza hacia mi familia. El deseo de querer verlos hundidos era tan acuciante que parecía quemarme las entrañas.
Patrick había puesto a mi disposición un coche que pudiera llevarme donde yo quisiera y así, de paso, poder tenerme en todo momento controlada. Aquella mañana, mientras Patrick seguía en sus cursos preparatorios para la universidad, decidí hacerle una rápida visita a mi familia. Necesitaba cualquier prueba que relacionara a mi padre directamente con mi accidente.
Necesitaba un motivo más para odiarlo más de lo que ya lo odiaba.
El trayecto hacia la que había sido mi casa, mi hogar, se me hizo eterno. El conductor era insulso y parecía haber salido de cualquier película de terror: era completamente calvo y tenía un tatuaje tribal en uno de los lados de la cabeza.
Tenía aspecto de matón a sueldo y, quizá, quizá ese fuera realmente su papel, en vez de conductor.
Me dediqué a mirar por la ventanilla del coche y a consultar mi teléfono móvil, por si había recibido un mensaje o una llamada; Patrick, en uno de sus continuos arrebatos de querer controlar toda mi vida, me había concertado algunas salidas con una vieja amiga de su infancia... Zsofía Petrova.
Al principio creí que era una broma pesada, pero Patrick me aseguró que aquello iba demasiado en serio. Zsofía, según me contó con demasiado gusto mi prometido, estaba bastante apenada por la repentina ruptura de su compromiso con R y necesitaba aires nuevos. Lo que realmente buscaba Patrick era ahondar en la herida.
Pero Zsofía había resultado ser una chica divertida y, en el fondo, me sentía culpable por todo lo que había sucedido.
Me acordé de toda la familia del conductor cuando frenó bruscamente frente a la verja de hierro que conducía a mi casa. Le ordené que se marchara de allí y que, probablemente, decidiera quedarme todo el día allí; esa decisión no iba a gustarle lo más mínimo a Patrick, pero ya tendría tiempo de hacerle frente si no decidía abofetearme antes.
Davinia fue la encargada de abrirme la puerta. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al verme allí, con una tímida sonrisa y notando que ese nexo que me unía a aquella casa se había desvanecido hasta casi desaparecer por completo. ¿Cómo había estado tan ciega respecto a mi padre? Era un ser sediento de poder que, asegurándome que todo aquello era un simple juego, me había tratado como simple mercancía.
Había estado a punto de matarme.
Y le había asegurado a mi madre que, de haber sabido antes que estaba embarazada, se habría deshecho de nosotros dos. Como si fuésemos simples muebles viejos que hubieran perdido ya su utilidad.
Me centré en el rostro de la mujer que estaba frente a mí, la mujer que se había convertido en una segunda madre para mí y que había sido la única que se había preocupado verdaderamente por mí. Sin ningún tipo de interés oculto.
Ella era la única que me quería realmente, que se preocupaba por mí.
-Hola, Davinia –la saludé con calidez, inclinándome hacia ella para poder abrazarla.
Ella correspondió el gesto con cierta torpeza.
-Ay, Vi, ¡cuánto te hemos echado de menos por aquí!
«¿En serio?», quise decir. Pero me mordí la lengua.
Ajustándome a lo que mis padres esperaban de mí, debía parecer una orgullosa chica que había conseguido prometerse con alguien importante y había logrado emanciparse incluso antes de alcanzar la mayoría de edad. Me mordí el interior de la mejilla al darme cuenta de que mis padres ni siquiera habían respetado que pudiera cumplir los dieciocho años antes de casarme.
Dentro de poco iba a convertirme en una de esas esposas floreros que tanto odiaba.
-¿Está alguien de mi familia en casa? –pregunté mientras pasaba al interior.
Davinia cerró la puerta tras nosotras y me siguió como si se hubiera convertido en un perrito faldero.
-Tu hermana y tu padre están en el Ayuntamiento, trabajando. Tu madre ha salido hace poco con algunas de sus amigas –me explicó con tono eficiente.
Aquello fue como una señal divina. Sin nadie de mi familia en casa podría comenzar mi búsqueda por cualquier parte de aquella casa sin que nadie me molestara; ya tenía en mi cabeza la excusa que utilizaría si alguien del servicio me pillase y era lo suficientemente buena como para que no hicieran preguntas o sospecharan.
-¿Te importa que vaya al despacho de papá? Ahí me concentro mejor y creo que mamá me dijo que había allí algo sobre la boda que debía repasar.
El despacho de mi padre era una zona que nos estaba terminantemente prohibida cuando recibía alguna visita en casa; el resto del tiempo nos dejaba pasar algún rato allí, siempre que estuviera él presente. Ahora comenzaba a entender ese recelo por dejarnos solas en esa habitación.
Eché a andar hacia la puerta que conducía al despacho de mi padre sin escuchar siquiera la respuesta de Davinia, quien decidió que tenía cosas más importantes que seguirme como si volviera a tener cinco años; procuré controlar el temblor de mis manos mientras giraba el picaporte y me colaba en su interior.
Solté un bufido de exasperación cuando vi la cantidad de carpetas que formaban interminables pilas encima de su escritorio y decidí empezar por las estanterías que había detrás del escritorio. Tras pasar a la decimoquinta carpeta llegué a la conclusión de que aquello nada tenía que ver con lo que buscaba.
Pasé al escritorio con la esperanza de encontrar algo productivo allí. Sin embargo, tampoco tuve mucha suerte con lo que había encima del escritorio; me llamó la atención el ordenador de mi padre que, casualmente, estaba encendido. Moví el ratón por encima de la mesa y la pantalla se iluminó, mostrándome la foto que tenía de su usuario y abajo un casillero donde debía meter la contraseña.
Me pasé la lengua por el labio inferior buscando algo de inspiración. Probé con el cumpleaños de mi padre; después con el cumpleaños de mi madre... incluso llegué a probar con el cumpleaños de mi hermana Michelle, con el de Hannah y con el mío.
En todas las ocasiones me dio error.
Empecé a sudar ante la posibilidad de que lo echara todo a perder. Solamente me quedaba un intento antes de que el ordenador se bloqueara y echara por la borda todo mi plan; mi mirada vagó, frenética, por encima de la mesa del escritorio, buscando algo de inspiración.
Me quedé paralizada ante la fotografía que mi padre tenía allí puesta. Era una bonita imagen que se habían tomado cuando se habían casado y ciertamente parecían felices; mi madre lo miraba con los ojos brillantes mientras mi padre lo hacía con auténtica adoración. Sin embargo, me temí que todo aquello fuera fingido; mi madre me advirtió que los matrimonios, en algunos casos, no se hacen por amor.
Que se hacen por objetivos mucho más grandes como, por ejemplo, el poder.
Decidí arriesgarme y moví los dedos por el teclado.
2109.
Se me escapó un suspiro de alivio cuando vi que la pantalla cambiaba a la imagen predeterminada que tenía mi padre puesta como fondo de escritorio; tenía la pantalla bastante limpia de iconos y carpetas, pero lo que me llamó la atención fue una de ellas cuyo nombre era «Proyecto Zeta». Cliqué con el ratón encima del icono y se desplegó una ventana con varias subcarpetas con números que debían corresponder a distintas fechas; abrí la primera de ellas y comprobé que había archivos de distinto tipo.
Tragué saliva para tratar de eliminar el nudo que había comenzado a formarse en mi garganta.
No entendía qué tenía que ver mi padre en todo aquel proyecto y mucho menos sabía en qué constaba dicho proyecto. Pero tenía aspecto de ser algo muy... turbio.
Eché un rápido vistazo a la puerta cerrada antes de empezar a abrir archivos. Sabía que mi familia no conseguía sus objetivos usando métodos correctos; desde niña, aunque no era consciente de ello, había visto a mi padre sacando lo peor de sí para conseguir lo que quería. Se me escapó un gemido cuando abrí otra carpeta que contenía todo tipo de información sobre el atentado que había acabado con la vida de los padres de Kendrick, primo de R.
Parpadeé para espantar las lágrimas de rabia que se habían acumulado al ser consciente que mi padre tenía las manos manchadas por sangre de inocentes. Él había sido el responsable directo de esas muertes, aunque su objetivo inicial había sido muy distinto.
Cerré completamente asqueada esa carpeta en concreto y navegué por otras. Encontré carpetas que contenían información sobre distintos personajes importantes dentro de Bronx como podían ser senadores o empresarios de prestigio.
Mi padre utilizaba esa información para chantajearlos, para haber conseguido el puesto de Cónsul.
Tenía el estómago completamente revuelto cuando llegué a la última que me iba a permitir ver. Nada más abrirla, quise morirme: mi padre tenía tratos con un par de mafiosos de Italia para la compra de armas. Armas.
La cabeza comenzó a darme vueltas ante todo aquel torrente de información. Decidí imprimir algunas carpetas como, por ejemplo, la relacionada con los padres de Kendrick y la última que había visto.
Conseguí esconder todo lo que había imprimido en la carpeta que mi madre había dejado en la esquina del escritorio antes de que mi padre irrumpiera en su despacho con una mirada de desconfianza.
Me pegué la carpeta al pecho con un gesto de sorpresa.
-¿Qué demonios estás haciendo aquí? –me preguntó.
Compuse a toda prisa una sonrisa ilusionada.
-He venido por esto –le dije, enseñándole la carpeta-. Mamá me explicó que aquí estaban las pruebas de los manteles que vamos a usar en el banquete, después de la boda. Quiero que Patrick me dé su opinión antes de tomar cualquier decisión.
Recé para que nada en mí pudiera delatarme y hacerle dudar a mi padre sobre si estaba diciendo la verdad. Me obligué a acercarme hasta donde él estaba y me puse de puntillas para darle un beso en la mejilla, como siempre hacía desde que era niña; los ojos de mi padre me estudiaron con una frialdad que no me gustó en absoluto.
-¿Todo bien con Patrick? –me preguntó.
Hice que mi sonrisa fuera más amplia.
-Perfecto –le aseguré.
El ceño de mi padre se frunció.
-Respecto al tema de tu accidente y de la causa del accidente...
Sabía por dónde iba. Mi padre, incluso mi madre, aún desconfiaban de mí; había tenido una relación a sus espaldas con el hijo de su mayor enemigo. Noté que la sonrisa me flaqueaba cuando recordé que, entre todos aquellos folios estúpidos sobre tonalidades, tenía las pruebas que inculpaban directamente a mi padre de la muerte de los padres de Kendrick.
Me erguí.
-Te pido disculpas de nuevo por... eso –dije por milésima vez-. Fui una inconsciente y no tuve en cuenta nuestros propios intereses; me comporté como una desagradecida y tuve suerte de que Patrick no se enterara de nada –esto, técnicamente, había resultado ser mentira, pero no dije nada-. R forma parte de mi pasado. Mi futuro es Patrick –recité de memoria.
Mis padres me habían hecho grabarme todo eso en la cabeza. Debía mostrarme agradecida con ellos por haberme protegido del escándalo que podría haberse desatado de haberse filtrado cualquier tipo de información a la prensa; sin embargo, en el fondo me sentía muy decepcionada por los nuevos descubrimientos que había conseguido sobre mi familia.
Mis palabras surtieron efecto y mi padre asintió, conforme con lo que había dicho; pasó un brazo por mis hombros y salimos del despacho. Respiré de alivio cuando comprobé que Michelle venía hacia nosotros con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Vi, estás aquí! –chilló, entusiasmada con mi visita sorpresa.
Nos fundimos en un fuerte abrazo y procuré que nadie me quitara de las manos la carpeta. Si mi padre y mi hermana estaban allí, poco faltaba para que mi madre se nos uniera a la reunión.
Nos quedamos en la terraza acristalada mientras el servicio disponía la mesa para que pudiéramos tomar algo ligero antes de comer; mi hermana comenzó un apasionante relato sobre su trabajo y no pude evitar admirarla. Me parecía imposible creer que Michelle tuviera algo que ver con lo que nuestro padre hacía... ¿me apoyaría si le demostraba que nuestro padre tenía un fondo turbio? ¿Me creería siquiera? Apreté con más fuerza la carpeta contra mis piernas mientras sonreía.
Mi madre hizo su entrada triunfal del brazo de Patrick; lo miré con sorpresa y temor. No entendía qué hacía allí...
-¡Me lo he encontrado en el Centro y, cuando le he dicho que querías pasar el día con nosotros, me ha suplicado si podía unirse a nosotros! –nos explicó mientras se quitaba su pesado abrigo y se lo pasaba a una de nuestras doncellas-. Pasaremos un divertido día en familia.
Quise poner los ojos en blanco. Patrick sonrió con amabilidad a mi padre y a mi hermana para después acercarse a mí, inclinándose lo suficiente para besarme antes de sentarse a mi lado. Me tensé de inmediato. Me parecía bastante sospechoso que Patrick se hubiera encontrado "casualmente" con mi madre en el Centro y tuve la sensación que únicamente había acompañado a mi madre para comprobar que, efectivamente, me encontraba allí.
El estómago me dio un vuelco nada prometedor cuando la mano de Patrick se posó sobre mi muslo y me dio un fuerte apretón mientras me dirigía una extraña mirada que no supe cómo interpretar.
Mi madre, en su papel de perfecta anfitriona, ladeó la cabeza hacia Patrick y le dedicó una encantadora sonrisa.
-¿Cómo os va vuestra vida juntos? –preguntó, con evidente ansia por saber.
La mano que había mantenido en mi muslo se movió hacia mi mano, atrapándola entre la suya y subiéndola encima de la mesa. Parecía estar disfrutando de la situación como un niño pequeño.
Todo al contrario que yo.
-Lo cierto es que tengo la sensación de que llevamos viviendo juntos mucho más tiempo aunque solamente llevemos unos pocos días –respondió con su tono habitual acaramelado, acariciando mis nudillos con su pulgar-. Su presencia en el apartamento ilumina todo, incluso lo anima. Es todo un gusto volver a casa y ver que me está esperando...
Su falsa sonrisa me provocó ganas de vomitar, pero mantuve mi sonrisa en el rostro.
-¿Algún plan de futuro? –siguió mi madre.
Un escalofrío me recorrió la espalda ante dicha pregunta.
-Oh, lo cierto es que hemos llegado a la conclusión de que nos gustaría tener un hijo –soltó Patrick a bocajarro, dejándome completamente helada-. Genevieve me comentaba lo ilusionada que estaba con la idea –su sonrisa se tornó malvada, aunque mi familia no pareció darse cuenta de ello-. Incluso podríamos decir que ya nos hemos puesto en ello –terminó con un guiño pícaro en mi dirección.
Las mejillas se me colorearon ante su insinuación. Había conseguido mantenerlo a raya un par de días con aquella noche pero, al parecer, Patrick se había aburrido ante la distancia que había puesto entre ambos y había decidido moverse por su cuenta para tenerme otra vez bajo su control.
Apreté con fuerza la mano de Patrick, deseando machacarle los dedos.
Mi familia compartió risitas de complicidad y pude ver un brillo de orgullo en los ojos de mi madre.
-Espero que os esperéis, al menos, hasta que pase la boda –comentó mi madre entre risas-. No queremos que piensen que te has casado tan precipitadamente porque estabas embarazada, Genevieve.
-Tendremos cuidado con eso, mamá –le aseguré.
Esperaba que Patrick hubiese captado la indirecta.
Fulminé a Patrick con la mirada. Estaba sentada en el tocador que Patrick había instalado en el vestidor que compartíamos mientras me quitaba el maquillaje; antes me había encargado concienzudamente de esconder la carpeta en el fondo de una pila de ropa vieja que sabía que nadie iba a tocar.
Al final mi idea inicial de quedarme en mi casa todo el día había variado ligeramente: después de cenar todos juntos, tras estar encerrados desde la hora de la comida como una familia feliz, Patrick decidió que había llegado el momento de volver al apartamento.
Y en aquellos momentos tenía ganas de tirarle a la cabeza el frasco de perfume que tenía más cerca. Patrick sustituyó su impoluto atuendo de universitario por un pantalón de pijama y una vieja camiseta con el logo de un grupo que sabía de primera mano que nunca había escuchado.
Nuestros ojos se encontraron en el reflejo del espejo y aparté la mirada apresuradamente, no sin antes ver su sonrisa de satisfacción. Seguramente seguía degustando su pequeña victoria dentro de la mansión Clermont; aún se me revolvía el estómago cuando repetía las palabras de Patrick en mi cabeza.
Engendrar un hijo suyo. No, gracias.
Antes prefería extirparme cualquier parte que estuviera relacionada directamente con la reproducción.
-Oh, no me digas que vas a ponerte ese aburrido pijama –se quejó Patrick a mis espaldas.
Miré la camiseta de media manga blanca y el pantalón azul a juego con el ceño fruncido. ¿Qué tenía de malo mi pijama? No entendía qué podía tener Patrick en contra de este tipo de prendas cuando me había paseado con multitud de pijamas de ese estilo por el apartamento desde que me mudé allí.
Decidí ignorarlo para coger otro trozo de algodón que pudiera ayudarme a eliminar el maquillaje que había quedado en mis ojos.
-Creo recordar que tienes otro tipo de ropa de noche –insistió Patrick.
Miré furtivamente el armario que estaba a rebosar de todo tipo de prendas nocturnas, regalo todo ello de mi madre. Arrugué la nariz al pasar la vista por encima de las prendas a las que hacía referencia Patrick: camisones con todo tipo de transparencias y detalles cuya única función eran la de llamar la atención de cualquier persona del género masculino.
-Estoy mucho más cómoda con esto –repuse-. Pero gracias por preocuparte, Patrick.
Refunfuñó algo que fui incapaz de entender desde el tocador y salió del vestidor, cerrando la puerta tras él. Quizá le había molestado mi osadía a replicarle o quizá estuviera maquinando algo.
Terminé de prepararme para irme a dormir y me preparé mentalmente para pasar otra noche durmiendo al lado de Patrick. Los nervios que se me formaban en el estómago ante la posibilidad de que Patrick hiciera algo mientras yo estaba dormida me impedían dormir de un tirón, por lo que me quedaba acurrucada en el trozo de cama que me pertenecía, vigilando a Patrick mientras dormía profundamente.
En el único momento donde me permitía bajar la guardia era cuando Patrick se marchaba a la universidad.
Cuando salí del vestidor me encontré a Patrick en la cama, con el mando entre las manos y con la vista clavada en la televisión; únicamente desvió la mirada, y ni siquiera me miró a la cara sino al pijama que llevaba, cuando me acerqué a la cama para poder meterme entre las sábanas.
-He pensado que quizá podríamos ver una película –me comentó-. ¿O estás demasiado cansada para eso?
Seguía sin acostumbrarme a sus cambios de humor, a ver esas dos facetas de Patrick. Contuve un suspiro de resignación y me deslicé bajo las mantas, conteniendo el aliento cuando el brazo de Patrick rodeó mi cintura hasta que me arrastró por la cama hacia su pecho. Odiaba estar en ese plan, como si estuviéramos completamente enamorados el uno del otro.
Qué lejos de la realidad se encontraba todo aquello.
Sin embargo, estaba cansada. Llevaba todas aquellas noches sin dormir bien y no estaba de humor y con energías suficientes para empezar otra discusión con Patrick en aquellos momentos.
-¿Has elegido ya alguna película? –pregunté.
-Oh, por supuesto que ya la he elegido.
Tuve ganas de soltarle una patada en la espinilla cuando empezamos a ver los primeros minutos de la película. Haciendo uso de su ácido sentido del humor, Patrick había escogido una donde, a todas luces, los protagonistas iban a sufrir de lo lindo por culpa de su relación.
Qué gracioso.
La película me estaba aburriendo soberanamente y, cuando llegamos al punto donde los dos protagonistas decidían acostarse juntos, noté la mano de Patrick moviéndose por mi costado, colándose por debajo de mi camiseta y dirigiéndose pausadamente hacia el broche de mi sujetador. Y todo eso sin despegar la vista de la pantalla.
Me puse rígida y lo sujeté por la muñeca, impidiendo que pudiera continuar y llegar más lejos.
-La película no está tan bien como para que empieces a meterme mano –mascullé, apartando la mano de mi sujetador.
Patrick me miró y enarcó una ceja. La pantalla de la televisión mostró a los dos protagonistas retozando de lo lindo, provocando que tuviera ganas de apagar la televisión, dando por finalizada la velada.
-A mí me parece que es un momento idóneo para imitar a los protagonistas, ¿no te parece? –me preguntó, con una sonrisa ladina.
Me quedé pálida de golpe. Había creído que aquella proposición tardaría en hacérmela, quizá un par de días más; por lo poco que me había comentado sobre la universidad, algunos asuntos relacionados con ella lo tenían bastante ocupado. Y con ocupado también me refería a con la cabeza en otra parte.
Debido a la sorpresa bajé la guardia, permitiéndole a Patrick volver a meter la mano bajo mi camiseta para tantear por encima de mi sujetador.
Se me escapó un jadeo ahogado.
-Recuerda la promesa que le hemos hecho a mi madre –dije con esfuerzo-. No querrás que la gente piense que te casas conmigo porque me has dejado embarazada...
De golpe Patrick se puso encima de mí, apretando sus piernas contra las mías. Había perdido por completo el interés hacia la película y ahora parecía tener un objetivo claro... que no me gustaba en absoluto.
-Estaba hablando en serio, Genevieve –me confesó Patrick-. Cuando dije eso delante de tu familia, lo estaba pensando realmente.
Algo se retorció en mi estómago de manera dolorosa. ¿Por qué, de repente, le habían entrado tanto las prisas por ser padre? ¿Qué estaría planeando Patrick para hacerme semejante proposición?
Tragué saliva con esfuerzo.
-Es demasiado pronto –intenté razonar-. Yo aún tengo que terminar la Academia y tú estarás muy liado con la universidad... No tendremos tiempo para ocuparnos correctamente del bebé.
Además, ni de coña iba a quedarme embarazada. Y mucho menos de Patrick Weiss.
-Quizá podríamos empezar a intentarlo el año que viene –me propuso Patrick, bajando la cabeza para empezar a besar mi mandíbula-. Tú habrás acabado la Academia y la llevaremos un tiempo casados... A nadie le sorprenderá, cariño.
El vello se me puso de punta al comprender sus intenciones. Habría acabado la Academia, sí; también habría cumplido los dieciocho y la gente no me miraría con malos ojos por haberme apresurado a quedarme embarazada. Además, una vez terminara la Academia podría quedarme allí, cuidando del bebé.
Me horroricé de los planes que tenía Patrick para mí. De todo lo que me estaría quitando.
No, ni hablar. Me negaba en rotundo.
-Es precipitado –insistí-. ¿Por qué no dejamos ese tema apartado durante un tiempo?
Patrick arrugó la frente.
-Quiero que tengamos un bebé, Genevieve –repitió con vehemencia-. Lo quiero y no podrás hacerme cambiar de idea. Quiero todo lo que le diste a R... Lo quiero todo.
Me recorrió un escalofrío ante la expectativa. Patrick seguía obsesionado con mi pasada historia con R y no parecía querer olvidarse demasiado pronto de ella; estaba comportándose de manera incoherente. Pero Patrick no parecía querer verlo de ese modo.
-Patrick, no tienes por qué preocuparte por R –le aseguré, notando un nudo en la garganta-. Él pertenece al pasado, ahora solamente estamos tú y yo. Siempre estaremos tú y yo –concluí, bajando la voz.
Había comenzado a mentalizarme para todo lo que se me venía encima. A finales del mes que viene estaría casada con Patrick Weiss y la vida que había conocido se convertiría en otra cosa; el primer paso para habituarme a ella había sido mudarme a aquel apartamento.
Patrick resopló con disgusto.
-No puedo dejar de pensar en él cuando te miro –dijo, sonando bastante cabreado-. En mi cabeza imagino todo lo que has hecho con él y me pongo frenético. ¿Qué viste en R, Genevieve? ¿Qué tiene él que no tenga yo?
El nudo de la garganta bajo hasta mi pecho, aplastándome los pulmones e impidiéndome respirar con facilidad. Sabía que Patrick estaba celoso y dolido por todo lo que había hecho a sus espaldas; su obsesión por todo lo que había sucedido entre R y yo le estaban llenando de rencor y odio, estaban enturbiándole y sacando lo peor de sí mismo.
Quizá había sido mi comportamiento lo que había sacado a la superficie el monstruo que llevaba escondiendo Patrick todo este tiempo.
Pero no iba a hablar con Patrick del asunto. No tenía sentido explicárselo todo porque aquello supondría que el humor de Patrick empeorara y que esa oscuridad que parecía cubrir su corazón se extendiese un poquito más.
Al final decidí resignarme y ceder.
Alcé la mirada y la clavé en los ojos castaños de Patrick.
-Hazlo, Patrick –le pedí con suavidad-. Hazme el amor y olvidémonos del resto del mundo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top