XLII. FROZEN.

No podía seguir posponiendo por más tiempo un asunto vital para mí.

El motivo por el cual mi padre había decidido sacarme de mi retiro involuntario en la Academia Militar. Sin embargo, no sabía si estaba preparado para enfrentarme a lo que me esperaba en el hospital.

La tensa conversación-despedida con Genevieve me había afectado más de lo que querría reconocer y aún más ver cómo se marchaba de la mano de Patrick Weiss, como si de una feliz pareja se tratase. Las obscenidades y peticiones demasiado sucias de cómo me quería ver Lilja tampoco me habían ayudado mucho a que la noche pasara de manera rápida.

Me dirigí hacia el panel de corcho donde estaban todos los juegos de llaves y cogí el par que correspondían al Maserati que había pertenecido a Ken; mi padre me había pedido, casi suplicado, que cuando decidiera hacerle una visita al hospital procurara hacerlo de manera discreta.

Al parecer, nadie en la ciudad estaba al tanto del internamiento de mi madre en un hospital privado. Y así tendría que seguir siendo hasta que saliera de allí.

Escuché rugir el motor del Maserati bajo mis manos y metí primera para salir del garaje cuanto antes. Le había informado a mi padre que, mientras estuviera en la ciudad, me quedaría en el apartamento que tenía asignado en el Centro; los motivos eran más que obvios: la mansión Beckendorf me abrumaba debido a la cantidad de buenos y malos momentos que había vivido en ella.

Quería poner distancia entre mi pasado y mi presente.

Cuando conseguí dejar el coche en un sitio decente dentro del aparcamiento del hospital, me dirigí hacia la recepción, donde una mujer de unos cuarenta años con pinta de necesitar un buen revolcón me indicó con un gruñido la planta donde se encontraba mi madre.

Mientras subía por el ascensor noté el comienzo de un nudo en mi pecho que me impedía respirar correctamente. No era ningún secreto que el estado de salud de mi madre siempre había sido frágil, pero todo ese autocontrol que había mantenido estos años se había visto trucado un par de semanas después de que ingresara en la Academia Militar; mi padre me lo había ocultado hasta que la situación se había vuelto insostenible.

Y allí estaba.

Tragué saliva conforme avanzaba por el pasillo y contemplaba la decadencia y el olor a enfermedad que parecía cubrir cada centímetro de pared; las habitaciones eran idénticas, con igual color blanco y con aspecto aséptico. La que ocupaba mi madre estaba al final del pasillo.

Tal y como me había comentado mi padre, tratando de ponerme en situación, el aspecto de mi madre había dado un giro. Tenía el rostro demacrado, con los pómulos prominentes y demasiado huesudo; su cabello, antaño brillante y largo, ahora estaba lacio y cortado por la clavícula.

Aquella mujer que estaba ante mí parecía el espectro de la que había sido mi madre.

Y, en el fondo, supe que aquello era culpa mía. Al igual que la muerte de Kendrick y la dura separación de Genevieve.

Me pregunté cómo podía seguir vivo con todo el daño que había causado.

-Romeo –musitó mi madre, con lágrimas en los ojos.

Me acerqué hasta la cama en la que estaba recostada y acerqué una silla para poder sentarme sobre ella; mi madre me cogió por las muñecas y me estrechó las manos apenas sin fuerza.

-Estás aquí –prosiguió mi madre, controlando las lágrimas-. Creí... creí que seguías en la Academia Militar...

Me encogí de hombros.

-Papá me permitió una pequeña salida para ver cómo estabas –respondí, azorado.

Una ligera risa sacudió sus hombros.

-¿Y cómo me ves? –preguntó, tratando de aligerar el ambiente.

«Alicaída. Demacrada. Con aspecto de alguien que se ha rendido finalmente»

Me obligué a sonreír.

-Estás preciosa, mamá –mentí-. Como siempre.

Mi madre me dio una palmadita en el dorso de la mano.

-Zalamero –me regañó en tono suave-. ¿Cómo estás, Romeo? Me refiero... a cómo estás llevando todo esto.

Me estaba pidiendo que me abriera con ella de nuevo, que le contara cómo me estaba yendo en la Academia Militar y cómo había sido mi reinserción en la sociedad elitista del Bronx.

«No puedo perderla –pensé-. No puedo perderla a ella también».

-He hecho un par de amigos en la Academia –eso también era mentira. La Academia Militar era como una cárcel para los hijos de los multimillonarios que no sabían qué hacer con ellos; allí había tenido que recurrir a la parte que le había prometido abandonar a Genevieve para poder sobrevivir. Era una pesadilla el estar allí, pero lo sobrellevaba como podía-. En el fondo no está tan mal.

No quería hacer sufrir a mi madre con un exhaustivo y descriptivo relato sobre cómo era mi día a día allí; ella no había estado de acuerdo con la idea de mi padre y se había opuesto a que me enviara allí. Sin embargo, poco había podido hacer después del accidente, cuando mi padre ya lo había montado todo para mi huida.

Me compensaba más que mi madre creyera que era feliz.

-¿Y... de lo otro? –dudó unos segundos antes de preguntar.

Solté un suspiro.

-Ayer... ayer la vi –le confesé, bajando automáticamente la voz-. Coincidimos en uno de los muchos eventos a los que asiste papá y tuvimos una conversación –en mi mente se repitió el tono dolido que había usado Genevieve y las últimas palabras que me dirigió. ¿Realmente había sufrido un aborto?-. Fue muy duro, mamá. ¿Cómo puedo olvidarla? ¿Cómo alguien puede olvidar a una persona que se ha metido tan dentro...?

Había hecho lo correcto para mi familia al dejarle claro a Genevieve que no iba a volver a pasar por lo mismo. Había hecho lo correcto con Genevieve al apartarme de su lado y de su vida para que ambos pudiéramos seguir caminos distintos, sin exponernos a riesgos innecesarios.

Sin embargo... eso no significaba que no lo estuviera pasando mal. Y aún más cuando tenía escondido en uno de los cajones de mi cómoda la alianza plateada que había escogido y que, gracias a Dios, había pasado por alto todo el mundo.

Aquello era lo único que me mantenía anclado en la tierra, recordándome el bien que había hecho a todo el mundo con aquella decisión. Pero también me hería en lo más profundo al ser consciente todo lo que ya no podría ser.

-Te sobrepondrás –me aseguró mi madre y empezó a toser estruendosamente. Intenté acercarme a ella, pero me detuvo con un gesto de mano hasta que se le pasó-. Un pequeño refriado, nada grave.

»Y, volviendo al tema anterior, estoy segura que lograrás superarlo. No te niego en absoluto que hayas compartido con ella momentos únicos e inolvidables... pero os habíais arriesgado mucho.

«Y hemos perdido». Esas palabras me las había dedicado mi padre cuando me había informado de que me marcharía a la Academia Militar, el mismo día que me habían dado el alta en el hospital.

Solté un suspiro de nuevo.

-Ella me cambió, en el buen sentido. Con ella pude descubrir que podía haber otro tipo de final para mí... que no siempre sería un monstruo –encogí las manos sobre mi regazo-. Genevieve es la única a la que he conseguido querer... Y la pérdida me ha dejado molido.

-Quizá encuentres a otra persona que llene ese hueco que ha dejado –elucubró mi madre, tratando desesperadamente de levantarme el ánimo-. Será entonces cuando recuerdes a Genevieve con cariño y sin dolor, como un buen período en tu vida.

Eso lo dudaba, pero no se lo dije a mi madre. Decidí que había llegado el momento de hacer un rápido cambio de tema y me centré en preguntarle cómo estaba yendo el tratamiento que estaba recibiendo y si había alguna posibilidad de que volviera a casa; el ambiente de la habitación cayó en picado cuando tratamos el tema de su enfermedad y no pude evitar pedirle disculpas.

Aquello sorprendió a mi madre, pero yo insistí. Con Kendrick no había tenido oportunidad de pedirle perdón por todas aquellas veces en que le había fallado o no me había comportado conforme a las circunstancias.

Dos días después de la primera visita al hospital, decidí salir de mi cueva para reunirme con Marko. Mi amigo me había suplicado que saliéramos a tomar algo como en los viejos tiempos y, tras mucho insistir, al fin había claudicado.

Habíamos acordado reunirnos en una cafetería del Centro que había sido nuestro punto de encuentro cuando salíamos los tres y no estaba muy seguro de cómo iba a reaccionar cuando pusiera un pie en el local, sin Ken a mi lado.

Me llevé una no tan grata sorpresa cuando vi en nuestra mesa a Marko y a Bonnie. El nombre de la chica me había esforzado en memorizarlo, ya que no quería meter la pata delante de la feliz pareja.

Marko me recibió con una fuerte palmada en la espalda mientras que su novia me dedicó una mirada desdeñosa.

-Me gusta tu nuevo corte de pelo, amigo –se burló Marko.

Me pasé una mano por mi cabello corto, requisito obligatorio dentro de la Academia Militar, y sonreí ampliamente.

-Necesitaba un nuevo look –respondí mientras la camarera servía nuestras bebidas.

Observé mi café fijamente, consciente de las miradas silenciosas que se lanzaban Marko y su novia, a quien parecía caerle realmente mal.

-Y... ¿Y dónde te ha llevado el viento en estos cuatro meses? –me preguntó Marko, dudando ligeramente.

Nadie, a excepción de mi familia, sabía realmente dónde había estado. Pensé en mentirle a mi mejor amigo, en inventarme cualquier calenturrienta e impresionante historia sobre mi destino... pero no me pareció justo.

Él se había arriesgado por mí aquel día en el cementerio.

-En la Academia Militar –contesté y escuché el atragantamiento de alguno de los dos.

-¿La Academia Militar? –repitió Marko, estupefacto.

Asentí, incapaz de levantar la mirada. La nuca me picaba debido a la mirada furibunda cortesía de Bonnie.

-¿Y qué hay de Genevieve? ¿Sabe ella dónde estabas todo este tiempo? –inquirió la voz de Bonnie, completamente cabreada.

-¡Bonnie, por Dios! –exclamó Marko.

Decidí que había llegado el momento de acusar todo aquello con una mirada de completa indiferencia, aunque en lo más hondo de mí me estaba deshaciendo como si estuviera hecho de agua.

Los ojos de Bonnie echaban chispas mientras Marko negaba varias veces con la cabeza.

-Ella no tiene por qué saberlo –respondí, con calma-. No es asunto suyo.

Bonnie se cruzó de brazos y soltó un bufido.

-Genevieve se arriesgó muchísimo para estar contigo –me espetó y creí que iba a bañarme en saliva-. Lo hizo todo por ti. ¡Incluso darle la espalda a Patrick!

Mis manos se crisparon en torno de la taza que tenía entre ellas.

-Yo... yo... Ella no fue la única que se arriesgó –repliqué entre dientes-. ¿Qué tiene de malo que me haya dado cuenta de que lo nuestro fue... un error? –un dolor punzante me atravesó el pecho al pronunciar esas palabras.

El rostro de Bonnie se puso colorado.

-Eres un gilipollas, R –me increpó y su novio soltó un quejido-. Un completo gilipollas.

-Basta, Bonnie, por favor –le suplicó Marko, abochornado por la discusión.

Alcé una mano y fruncí el ceño.

-No, Marko, déjale que siga soltando todo lo que guarda dentro –le pedí, sin despegar la mirada del rostro colorado de Bonnie-. ¿Por qué crees que soy un gilipollas? ¿Por anteponer mi seguridad y la de ella, junto a la de mi familia? ¿Por querer protegerla?

Bonnie estampó ambas manos en la mesa, provocando que todo temblara, y se inclinó hacia mí.

-Entonces me estás demostrando que eres más tonto de lo que pareces –me escupió, con resentimiento-. ¿Por qué, si tanto afán tienes en protegerla, no lo haces de Patrick?

Aquello me golpeó con fuerza. ¿Protegerla de Patrick? ¿Por qué tendría que hacerlo? El tipo era un gilipollas integral, pero no parecía una persona que supusiera mucho riesgo; ¿a qué se refería Bonnie con ello?

«Tú no sabes el infierno que estoy pasando. No tienes ni idea». Las palabras de Genevieve se repitieron en mis oídos.

Bonnie retrocedió ante la mirada intimidante que le dirigí.

-¿Qué coño has querido decir con eso? –le recriminé, procurando no elevar mucho el tono de voz para que toda la cafetería se enterara de todo-. Explícate.

Ella se dejó caer sobre su silla y su aspecto cambió de golpe.

Casi parecía a punto de echarse a llorar.

-Ha cambiado mucho –nos confesó y su voz sonaba ronca, además de rota-. Llevo tres días sin saber nada de ella y estoy muy preocupada –quizá no la hubiera llamado porque estaba ocupada en su nueva y fabulosa vida de prometida del hijo del presidente. Su sollozo me alarmó-. Cuando tuvimos una videollamada... tenía... tenía el labio partido –su voz se convirtió en un susurro-. Le pregunté al respecto y ella me dijo que se había dado un golpe en la ducha, pero no me la creí en absoluto.

Fruncí el ceño ante la confesión de Bonnie.

-¿Estás segura de ello, Bonnie? –se adelantó Marko, visiblemente alarmado.

Su novia asintió varias veces, conmocionada y preocupada a partes iguales por su amiga.

Yo no quise creerla, me negué a creérmela; era incapaz de ver a Patrick golpeando a Genevieve, no parecía un tipo... como Teobaldo. Sin embargo, la duda había decidido hacer acto de presencia, trayéndome a la memoria de nuevo las palabras de Genevieve. ¿Aquello era a lo que se refería?

Pero no me iba a precipitar.

Esta vez no.

-¿No has pensado –empecé, bajando la voz y fulminándola con la mirada- que Genevieve haya decidido encontrar unas compañías más adecuadas a su nueva situación y te haya dejado a un lado? Quizá es por ello por lo que no se ha puesto en contacto contigo. Y respecto a lo de la herida, quizá haya sido la tensión ante la posibilidad de que te haya sustituido y remplazado. El estrés a veces te puede jugar malas pasadas.

Bonnie estaba flipando ante mi argumentación. Sus mejillas se habían teñido de nuevo y sus ojos estaban húmedos de lágrimas de impotencia; Marko, que seguía a su lado, estaba callado, mirándonos a ambos como si estuviera viendo un partido de tenis.

En el fondo no sentía todo aquello y había comenzado a preocuparme seriamente por Genevieve, pero no quería echar por la borda todo lo que le había prometido a mi familia por simples suposiciones.

La reacción de Bonnie me pilló de improvisto: echó hacia atrás la silla, haciendo un ruido de mil demonios, y me señaló con el dedo índice.

-Eres un puto cobarde, Beckendorf –me acusó, gritando y provocando que toda la cafetería se girara hacia nosotros-. Sabes perfectamente que Genevieve corre peligro en las manos de ese maldito cabrón y prefieres mirar hacia otro lado, con tus patéticas excusas de "protegerla" –soltó un bufido-. ¿Realmente la querías tanto, R? ¿Tus sentimientos hacia ella eran tan fuertes como nos has querido hacer creer? Porque yo creo que no.

Dicho esto dio media vuelta y salió como una furia de la cafetería, dejándonos a Marko y a mí con cara de idiotas. Apoyé la espalda sobre el respaldo de mi silla y resoplé mientras Marko le daba un rápido sorbo a su bebida.

-¿La crees? –le pregunté.

Marko se tomó su tiempo en responder.

-Genevieve es su mejor amiga y ha estado preocupada –respondió, con tacto-. Ellas siempre han estado muy unidas y es muy difícil para Bonnie el no saber nada de ella; además, Bonnie me comentó su teoría el mismo día que habló por última vez con Genevieve. No creo que se lo esté inventando.

Junté las manos sobre la mesa.

-Patrick no es el prototipo de tío –insistí-. Él no es como... no era como Teobaldo.

-En ocasiones las apariencias engañan –hizo notar mi amigo-. Quizá aún no hemos descubierto al auténtico Patrick Weiss.

Marko dejó escapar un hondo suspiro.

-Mira, R, sé que Bonnie no pensaba en absoluto lo que ha dicho sobre tú y Genevieve; esa chica ha conseguido cambiarte, y el cambio es más que visible. Pero creo que tendrías que empezar a pensar más con el corazón que con la cabeza.

»Es posible que Genevieve esté metida en problemas.


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