XIII. TIME BOMB.

GENEVIEVE

Al ver el vestido tendido sobre mi cama me entraron ganas de coger unas tijeras y destrozarlo. Mi madre parecía haberse estudiado de memoria los gustos de Patrick y había decidido que mi vestido iba a ser uno de sus preferidos. Aunque el color, supuse, era para hacer honor al que llevaba la noche de la fiesta de máscaras. Era del mismo tono rosa pálido que el vestido que llevé aquella noche, de palabra de honor y con un bonito cinturón de pedrería por debajo del pecho; además, era de chiffon y la tela que caía por debajo del cinturón iba plisada. Y, para mi horror, era largo.

Tenía que reconocer que era bonito, pero aquella prenda significaba que, ni siquiera en eso, había tenido ni voz ni voto a la hora de elegirlo. Era como si el vestido significase que aún seguiría acatando las órdenes de mis padres.

Mi madre vino a mi habitación, acompañada de Davinia, y se quedó observando y halagando mi nuevo traje. También comenzó a alardear sobre sus respectivos trajes, diciendo que, no eran tan elegantes y cuidados como el mío, pero que, en aquella fiesta, íbamos a ser el centro de atención. Justamente lo que yo no quería.

Davinia me ayudó a ponérmelo mientras mi madre aguardaba pacientemente para ver qué tal me quedaba.

Al mirarme frente al espejo, me quedé sin habla. Mi madre había hecho una gran elección, sin duda alguna, y estaba segura de que a R iba a gustarle, quizá incluso le recordara al que había llevado la noche en que nos conocimos.

La irritante voz de mi madre me sacó de golpe de mis pensamientos.

-A Patrick le va a encantar –comentaba, dirigiéndose a Davinia-. Su padre le comentó a Marcus que se había quedado fascinado con el traje que llevaba aquella noche Genevieve y pensé que le haría ilusión verle con uno similar. Como símbolo de unión, ya me entendéis.

Lo cierto es que no lo entendía. A mi madre le gustaba decir cosas de ese estilo, como si estuviéramos en alguna de sus novelas románticas, y era incapaz de ver que su hija no estaba enamorada del hombre que habían elegido para ella. Sabía que aquello era el principio y que, tarde o temprano, me iban a exigir que diéramos un paso más. Que nos comprometiéramos. Si conseguía casarme con Patrick, mi padre tendría más que garantizado el puesto en la presidencia. A costa de mi propia felicidad.

Pero, tenía la esperanza, que antes de que llegara ese momento, R y yo pudiéramos irnos de allí. Lejos de mi familia. Lejos de Patrick.

Mi madre se acercó, tambaleándose a causa de los altos tacones que llevaba, y comenzó a hacerme dar vueltas mientras sonreía con suficiencia y no paraba de lanzar halagos al vestido. Ni siquiera dijo algo bonito para mí.

Desde que había decidido salir con Patrick, mi madre parecía haberse olvidado por completo de mi persona y parecía haberse centrado en la familia Weiss. Y eso me dolía y asustaba porque mi madre no era así. Se estaba convirtiendo en alguien como mi padre.

Cuando se marchó, alegando que tenía que ver a Michelle para comprobar que le quedaba bien el vestido, me desplomé sobre la cama y Davinia soltó un chillido de horror pensando que podría arrugar el vestido.

-¡Niña, más cuidado! –me advirtió, mientras me lo colocaba de forma que siguiera intacto.

-Me da igual el vestido, Davinia, ¡por mí como si se queda tan arrugado como una pasa! –protesté ante la mirada reprobatoria de la que había sido como una segunda madre para mí.

Mi ama se acercó a toda prisa a la puerta y la cerró con suavidad, mientras se giraba hacia mí con un brillo enfadado en su mirada. ¿Se habría molestado por mi comentario? ¿O por la poca ilusión que mostraba hacia mi propia fiesta?

-¡No me puedo creer que decidieras dejar que un jovencito se colara en tu balcón! –me recriminó, blandiendo su dedo índice ante mi desconcertado rostro-. ¡Creía que serías más cuerda!

-Davinia… no entiendo… no entiendo a qué te refieres –tartamudeé, asustada al saber que ella sabía lo que había sucedido la noche anterior. Y mi tartamudeo tampoco ayudaba mucho.

-Genevieve Olivia Clermont –cuando ella pronunciaba tu nombre completo, significaba que estaba en problemas. Y de los gordos-, te he visto con un chico. Anoche, mientras dormías. Oí ruidos y me acerqué a ver qué sucedía. Al verte abrazada a ese chico… no sé lo que pensé. Te creía como una persona con más cuidado, cielo. Pero –ahora su rostro se iluminó con una sonrisa-, que quede esto entre tú yo: haces mejor pareja con ese muchacho. Se te notaba más… más feliz que cuando estás con Patrick Weiss.

Sus palabras, lejos del reproche inicial, hicieron que se me llenaran los ojos de lágrimas de pura felicidad. Salté de la cama y la abracé con fuerza, mientras se me escapaba una risita de alivio. ¡Estaba tan contenta de que alguien a quien quería se diera cuenta de que no era feliz con Patrick!

La estreché más contra mí mientras Davinia sonreía abiertamente. Parecía estar tan alegre como yo.

-¡Me haces tan feliz, ama! –chillé, mientras empezaba a dar vueltas por la habitación como hacía cuando era niña y ella me decía que me traía dulces a escondidas-. Soy tan, tan feliz.

-Ya lo sé, cielo, pero debes tener mucho cuidado –me avisó Davinia-. Entiendo que estés enamorada de otra persona pero… pero no creo que debas seguir con ello; ahora estás con Patrick. He oído a tus padres y te puedo asegurar que esto no acabará aquí. Tienes que tener presente que las cosas no van a ser como antes. ¿Entiendes esto?

La aferré por las muñecas. Ella, que me conocía desde que había nacido, tenía que entenderme. Tenía que apoyarme. Davinia me había criado y sabía que, de seguir adelante con todo esto de Patrick, no sería capaz. No me veía con las fuerzas necesarias para hacerlo.

Davinia podría ayudarme a reunirme con R. Ella podría ser la clave para que pudiéramos seguir viéndonos R y yo sin que nadie lo supiera. Quizá podría venir a casa sin que nadie se enterara.

-¡Por favor, ama! –sabía que a Davinia le gustaba que la llamara así porque, debido a que mi madre se había volcado por completo en su vida social, había consentido que ella fuera nuestra ama. Ella nos había criado y amamantado a mis hermanas y a mí mientras mi madre disfrutaba de multitud de fiestas sin tener que preocuparse por nosotras-. Tú sabes que no lo quiero y que no sería feliz a su lado. En cambio, con R…

Los ojos de Davinia se abrieron como platos al oír su nombre. ¿Sabría quién era? ¿Incluso las mujeres de la edad de Davinia conocían al famoso R? ¿Hasta tan lejos llegaba su fama?

-¿El chico es R Beckendorf? –inquirió, tragando saliva-. ¿El chico que durmió contigo es… es…? ¡Cielos, no puede ser…! Cariño, no puedes ser cierto.

-¿Por qué? ¡Él me quiere! –le dije, alzando la voz demasiado-. ¡Él me quiere!

Davinia me acarició con cuidado las mejillas, que estaban bañadas en lágrimas, y vi que sonreía con tristeza. Le partía el corazón verme así porque siempre había sido su preferida entre mis hermanas.

Vi que estaba cediendo.

Se apartó de mí un poco, negando con la cabeza.

-Sé que es una locura –murmuró-. Pero no puedo negar lo evidente.

-Entonces… entonces ¿me ayudarás? –pregunté, juntando las manos como si estuviera rezando en actitud suplicante.

Sus cejas se curvaron hacia abajo, igual que la comisura de sus labios.

-Lo intentaré, Vivi –me respondió-. Pero hemos de ser bastante precavidas y, sobre todo, tienes que tener mucho cuidado con lo que haces o no haces con el chico. Los muchachos de su edad siempre van buscando más de lo que puedes dar, Vivi, y no quiero que acabes con el corazón partido –me lanzó una mirada elocuente.

Aquello fue más que suficiente para mí. La volví a abrazar mientras ella me estrechaba más sobre su pecho y me daba palmaditas en la espalda. Se me escaparon un par de lágrimas más y Davinia se encargó de limpiármelas con los pulgares. También tenía los ojos húmedos.

-¡Basta de llorar, pequeña! –exclamó, mientras se apartaba y me observaba con el ceño fruncido-. Tenemos que ponernos en marcha si quieres llegar a tu fiesta y dejarlos a todos deslumbrados.

Me hizo sentarme sobre mi silla, enfrente del tocador, y cogió uno de mis cepillos. Adoraba que me peinara de pequeña, antes de irme a dormir. Siempre lo hacía con suavidad y cariño, al contrario que mi madre, que lo hacía de manera descuidada y sin prestar siquiera atención a si nos hacía daño o no.

Me retorcí las manos sobre el regazo, nerviosa.

-Él va a estar allí esta noche –le confesé, bajando la mirada-. Y no quiero que me vea con Patrick porque sé que le duele. Y yo querría que ésta fuera nuestra fiesta, la de R y mía…

Davinia negó con la cabeza varias veces, con pesar.

-Es una relación muy peligrosa, Vivi. Sabes perfectamente que nos odiamos y esto… esto es inconcebible para ambas familias. Sería como una traición. Pero, para mí, es el futuro, querida: vuestra relación es la prueba de que hay un futuro sin violencia entre los Clermont y los Beckendorf. Sois una chispa de esperanza en toda esta oscuridad.

Cuando mi madre vino de nuevo a mi habitación, se quedó boquiabierta al verme esperándola pacientemente y con las manos cruzadas sobre mi estómago. Davinia me había recogido el pelo en un elegante moño bajo y me había puesto una redecilla de perlas que hacían juego con mis pendientes. Obedeciendo a mi madre, me había dejado puesta la pulsera que me había regalado Patrick y que me pesaba en la muñeca como si estuviera hecha de hierro.

Me quedé muy rígida cuando mi madre se llevó ambas manos a la boca, ahogando un grito de sorpresa, y se le saltaban las lágrimas. Parecía sentirse orgullosa por primera vez en mucho tiempo… de mí. Se acercó finalmente y me cogió por los brazos, echándose hacia atrás para observarme de nuevo.

Me sonrojé sin poderlo evitar.

-¡Cielos, estás preciosa, cariño! –me felicitó, dándome un par de palmaditas en la cara-. A Patrick le encantará –se sacó otro estuche de detrás y me lo tendió, mirándome con los ojos brillantes-. Te ha mandado esto.

Gemí interiormente al contemplar el estuche negro, que tanto parecido tenía con el que había contenido la pulsera que llevaba en aquellos precisos momentos. Intentando que no se me notara el temblor de las manos, las alcé y sostuve durante unos momentos el estuche, preguntándome que sería en aquella ocasión.

Mi madre contemplaba el estuche con adoración, con las manos juntas y esperando a que lo abriera. Davinia, por el contrario, miraba el estuche con el ceño fruncido, como si creyera que con todo aquello no podía ganarse mi amor. Y estaba en lo correcto.

Abrí con miedo el estuche y miré con los ojos entornados la gargantilla que había dentro. Otra cantidad desorbitante de dinero mal empleado.

La gargantilla estaba formada de cristales ovalados que parecían imitar las hojas de laureles. Al estilo navette, me explicó mi madre, mientras me ayudaba a colocarme aquella pieza sobre el cuello temblando de emoción.

Fruncí el ceño al mirarme de nuevo en el espejo, con la gargantilla puesta. Patrick pensaba que con todo aquello me contentaba pero la realidad era muy distinta.

Michelle apareció con un modelito parecido al mío pero con un solo tirante y se me quedó mirando con los ojos abiertos como platos. Mi reacción fue la misma: no recordaba a mi hermana vistiendo de aquel modo tan elegante y lo cierto es que estaba realmente guapa, más que cuando iba con sus modestos modelitos.

Nos abrazamos con fuerza mientras mi madre anunciaba que ya estábamos listas.

Cuando nos apeamos del coche, me sentí como si hubiera retrocedido varias semanas, a la noche en que Patrick Weiss dio su exclusiva fiesta de máscaras. En esta ocasión, no había alfombra ni fotógrafos a ambos lados, lo que me hizo que me sintiera un poco más tranquila. Mi hermana se había situado a mi lado, mientras que mis padres iban en cabeza. Jamás los había visto tan felices como en aquel momento y me pregunté si era por mi supuesta felicidad o si, por el contrario, era por estar tan cerca de la presidencia. Mi padre no paraba de sonreírle a mi madre mientras ella no paraba de parlotear sobre qué había sido idea suya y cuán contenta se encontraba de poder conocer más íntimamente al presidente y su esposa.

Michelle se mantenía a mi lado, mirándome de soslayo y con los labios fruncidos. No parecía muy contenta de estar allí y, mucho menos, de ir vestida de aquel modo tan diferente al suyo. La cogí de la mano y se la estreché, intentando animarla.

-Piensa en la comida –le aconsejé, en broma-. Seguramente rellenaremos el vestido, ¿eh?

Mi hermana esbozó una sonrisa demasiado forzada.

-¿Te sucede algo? –pregunté, preocupada.

Michelle miró a su alrededor mientras avanzábamos por detrás de nuestros padres, con cierta añoranza. Como si hubiera echado de menos todo aquello y volviera a ser aquella chica tan parecida a mí que adoraba acudir a todas las fiestas con sus amigas. Como era antes.

-Se me hace raro hacer de nuevo estas cosas… aunque sea en tu propia fiesta, Vi –me respondió, apretándome con fuerza de la mano.

Reduje el paso, intentando que quedáramos un poco rezagadas de nuestros padres para que no pudieran oírnos hablar de lo que yo quería hablar. Quizá no fuera el momento adecuado, pero estaba preocupada por ella y necesitaba saber a qué se debía exactamente el cambio que había sufrido hace un par de años, cuando iba a la academia.

-Michelle… ¿por qué dejaste de acudir a las fiestas y te convertiste en una persona tan… tan tímida y cerrada? Antes no eras así, recuerdo que tú y tus amigas adorabais hacer las cosas que hacemos ahora Bonnie y yo…

Mi hermana negó con la cabeza.

-No creo que sea el momento más idóneo para hablar de esto, Vi –respondió-. De verdad.

No hice mención alguna más del tema mientras nos dirigíamos al interior de la mansión. Michelle parecía más relajada cuando vio que no insistía en el tema y que parecía haberme olvidado de él. Ya le preguntaría cuando volviéramos a casa.

Además, tenía que centrarme. Habían llegado ya algunos invitados y el enorme hall donde había celebrado Patrick su fiesta estaba repleto de gente que dejaba sus enormes y pesados abrigos a los criados que se acercaban a cogerlos.

El presidente, al que reconocí porque mis padres esbozaron su mejor sonrisa, se nos acercó junto a una mujer con el pelo entrecano y unos bonitos ojos azules, que me miraron con cariño. El presidente le estrechó la mano a papá y le dio dos besos en la mejilla a mamá, que parecía estar encantada.

-¡Marcus, menos mal que ya habéis llegado, Patrick no dejaba de preguntar –sus ojos se clavaron en mí y sentí que me sonrojaba- cuándo iba a llegar esta jovencita que, tal y como dijo mi hijo, es más preciosa aún en persona!

Se acercó y me plantó dos besos en cada mejilla. Sin duda alguna, Patrick era idéntico al presidente: alto, desgarbado y, aunque el color de cabello de Patrick era más claro, el del presidente resaltaba sus angulosas facciones. Su esposa, por el contrario, parecía más frágil que su esposo e hijo, siendo más pequeña y delicada.

-Ella es mi esposa, Philomena –la presentó el presidente, mientras ella se me acercaba y me besaba ambas mejillas con suavidad.

-Es un placer conocerte al fin, Genevieve –dijo Philomena, con una vocecilla que jamás me había esperado-. Patrick no ha parado de hablar de ti ni un instante.

Bajé la mirada, un tanto azorada por las buenas palabras que me habían dedicado y que no me merecía. Los padres de Patrick parecían estar encantados conmigo y no cesaron de lanzar comentarios de lo más buenos hacia mi persona mientras Michelle se relegaba a un segundo plano, a mi lado, y observaba todo aquel hall con un brillo de curiosidad. Sin embargo, yo buscaba otra cosa, otro rostro.

Buscaba a R.

Mi hermana notó mi nerviosismo y me rozó con cuidado el brazo. Me giré hacia ella y parpadeé varias veces, como si hubiera acabado de despertarme.

-Patrick está allí, Vi –me dijo en voz baja Michelle, señalando a mi novio, que estaba charlando animadamente con el senador Morgana y su esposa.

Como si hubiera sentido que lo miraba fijamente, Patrick se giró hacia donde estaba y su rostro se iluminó como si yo fuera su regalo de cumpleaños. Se despidió con un apretón de manos del senador y acudió hacia donde estábamos. Vi que sus ojos se abrían y se estrechaban, complacidos, al ver que llevaba su bonito regalo.

Su padre le dio un par de palmadas en la espalda a su hijo mientras su madre lo agarraba suavemente por el brazo sin dejar de sonreírle.

Mi madre me hizo una discreta seña para que me colocara entre mis padres y yo la obedecí en silencio. Patrick se inclinó hacia mí, cogiéndome por la muñeca mientras frotaba con el pulgar la pulsera que me había regalado. Estaba radiante con su smoking y su sonrisa de felicidad. Los remordimientos aparecieron de nuevo, atenazándome el estómago.

Cuando Patrick se inclinó para besarme, delante de nuestros padres, mi padre soltó una risotada que provocó que él se sonrojara y se apartara apresuradamente de mí. Vi que el presidente y su esposa cruzaron una sonrisa.

-Ya tendrás tiempo, muchacho –le avisó su padre, sin perder la sonrisa-. Tendrás todo el tiempo del mundo para pasarlo con ella.

-Sí, padre.

Tanto el presidente, como su esposa, como mis padres, se echaron a reír entre dientes mientras Michelle simplemente ponía los ojos en blanco. La conversación y las risas no habían pasado desadvertidas al resto de invitados, que nos observaban de reojo y que no nos quitaban la vista de encima a Patrick y a mí. Me sentí casi desnuda.

Toda la atención estaba sobre nosotros. Al menos, pensé con cierto consuelo, R aún no había llegado. Y esperaba que no viniera, por el bien de ambos; si lo veía, me asustaba la idea de dejarlo todo y gritar que estaba enamorada de un Beckendorf.

Bajé la mirada con timidez.

-Ah, ahí está Charles con toda su familia –anunció el presidente, con deleite.

Pude notar cómo la tensión se instalaba en mis padres, incluso en mi hermana, que tenía la vista clavada en… alcé la mirada y vi que R bajaba las sinuosas escaleras con una chica bastante guapa y atractiva, detrás iba el chico que había acompañado a R a la fiesta de máscaras. Sin embargo, no podía apartar la mirada de R y de la chica. Era rubia, un poco más oscura que yo, con unos vivarachos ojos color miel y unos infantiles hoyuelos en las mejillas. Sentí que se me atascaba el aire en la garganta. ¿Quién era ella? Que yo tuviera constancia, R no tenía ninguna hermana… quizá fuera su prima o… o… No sabía qué pensar.

Patrick se acercó a mí y me cogió por la cintura, estrechándome contra él. Le dediqué una sonrisa de agradecimiento.

-Qué sorpresa –comentó Patrick, con la vista clavada en R que temí, por un momento, que supiera lo que había entre nosotros dos-. R deleitándonos con su presencia y… vaya, por primera vez viene acompañado.

El presidente, que parecía haber escuchado lo último que había dicho su hijo, esbozó una amplia sonrisa. Mis padres, por el contrario, se habían puesto rígidos y habían fruncido los labios con desagrado. Aquello parecía una bomba a punto de estallar de un momento a otro.

-Veo que sabe cómo elegir sus compañías –repuso el presidente-. La chica, si no me equivoco, es hija de Ferenc Petrov, un importante comerciante de aquí. Un hombre muy respetable, sí señor. Una buena elección.

-Patrick y ella jugaban de niños cuando su niñera lo llevaba al parque –nos explicó la madre de Patrick, en tono confidencial-. Zsofía siempre ha sido una chica bastante atractiva y risueña. De niños, pensaba que Patrick y ella podrían a ser algo más cuando crecieran. Aunque, ahora que te ha encontrado, Genevieve, no me imagino una mujer mejor para mi hijo –se apresuró a añadir.

Cuando los Beckendorf llegaron hacia donde nos encontrábamos, temí que mis piernas no pudieran sostenerme por más tiempo. Ver a esa chica, Zsofía, aferrada al brazo de R como si fuera de su propiedad me hizo sentir náuseas. Sin embargo, me mantuve firme y esbocé mi mejor sonrisa mientras dejaba que Patrick me sujetara.

«Debemos fingir. Tenemos que fingir. Nadie puede saberlo. Compórtate, Genevieve, seguramente todo esto tendrá una explicación», me decía una y otra vez, intentando calmar los nervios y mantenerme indiferente. Cordial a lo sumo.

Contuve la respiración cuando los ojos de R se encontraron con los míos. Sus bonitos ojos grises parecían mirarme con frialdad, con una pizca de curiosidad; nadie diría que estábamos juntos o que tan siquiera nos amábamos. En aquellos momentos, éramos dos completos desconocidos y cualquiera diría que se respiraba cierto odio en el ambiente. Pero, en el fondo, me dolió: R podría haberme hecho algún gesto, por minúsculo que fuera, que me demostrara que se alegraba de verme.

No había nada.

El padre de R le estrechó la mano a mi padre con una frialdad inusitada mientras la madre, que parecía más cálida, se nos acercaba y nos saludaba con suavidad y cariño, como si no fuera consciente de la enemistad que existía entre nuestras dos familias. Cuando llegó mi turno, esbozó una tímida sonrisa y me apretó con fuerza las manos.

-Es un placerte conocerte, Genevieve –me dijo en voz baja y, de nuevo en aquella noche, me temí que ella pudiera saberlo. Fijó su mirada en Patrick y su sonrisa se ensanchó-. Muchísimas felicidades, espero que pronto tengamos noticias sobre vuestro compromiso…

-Ya basta, querida –la interrumpió su marido y ella se calló de golpe, volviendo a su lado y sujetando a sus hijos pequeños por los hombros. El chico que había acompañado a R en la fiesta de máscaras, miraba fijamente a mi hermana con un extraño brillo en la mirada. De reojo vi que Michelle lo miraba con desagrado-. Y, ahora, permítanme presentarles a mi familia –hizo avanzar a sus dos hijos pequeños-: ellos son Ben y Antonio –después el chico que no paraba de mirar a mi hermana-; él es Kendrick y, por último, mi hijo, Romeo y su prometida, Zsofía. Acaban de comprometerse. Y mi esposa, Pomona.

Vi que R se ponía rígido al ver que su padre había pronunciado su nombre y que Zsofía le dedicaba una sonrisa de lo más seductora, intentando que le prestara atención. Kendrick, le dirigió una mirada de aviso y él asintió imperceptiblemente. Entonces, me miró fijamente con un brillo de disculpa en la mirada. ¿Se estaba disculpando por no haberme dicho su verdadero nombre o por no haberme comentado el pequeño detalle de que ya estaba prometido? En ningún momento que había compartido con él me había dicho su verdadero nombre y me sorprendía gratamente que se llamara Romeo… Era un nombre extraño allí, pero a mí me gustaba. ¿Qué tenía en contra de él?

Esbocé la sonrisa reglamentaria mientras mi padre hacía las presentaciones y procuré no darle más vueltas al asunto de su compromiso con Zsofía.

-Ellas son mis hijas: Michelle –mi hermana hizo una breve reverencia con la cabeza- y Genevieve, quien es una de las estrellas de la fiesta –cuando mi padre pronunció mi nombre, vi que el padre de R me fulminaba con la mirada. Como si fuera un insecto o algo peor.

-Cónsul Clermont, son preciosas –comentó la madre de R.

Mi padre esbozó una sonrisa forzada.

-Llámame Marcus, por favor –le pidió.

Después de las tensas presentaciones, los Beckendorf y mis padres, junto al presidente y su esposa, se marcharon para indicar a los invitados que fueran pasando al gran salón, donde iba a transcurrir la velada. Patrick me dedicó una breve sonrisa mientras se disculpaba y se marchaba para coger algo de bebida.

Los hermanos pequeños de R se habían marchado con sus padres, así que quedábamos mi hermana, Kendrick, R, su prometida y yo. Estábamos en una situación demasiado tensa que ninguno sabía cómo aliviar.

El primero en romper el hielo fue R, cómo no. Cogió la mano de su prometida y le sonrió encantadoramente.

-¿Por qué no buscas a tu padre, Zsofía? –le preguntó y me sorprendí de que aún no tuviera algún mote como «corazoncito», «pichoncito», «mi pequeña zorra arpía» o algo por el estilo.

Su prometida asintió y  se marchó en silencio, girando la cabeza de vez en cuando para dedicarle alguna que otra sonrisa a su prometida.

Quedábamos cuatro y el ambiente se había vuelto más pesado aún. Michelle estaba cruzada de brazos y fulminaba con la mirada a Kendrick, que fingía observar con curiosidad al resto de invitados; R, por el contrario, me miraba fijamente, con descaro. Me entraron ganas de abofetearlo de nuevo, como había hecho en mi baño la noche anterior.

-Creo que necesitamos bebida –comentó R, con un tono desenfadado-. Y mucha, a decir verdad.

Kendrick se tomó aquello como una invitación para ir a buscarlas personalmente. Había visto por el rabillo del ojo que, en un par de ocasiones, me había dedicado un par de miradas fulminantes y estaba deseando que se marchara de allí; Michelle también parecía incómoda con la situación, así que le pedí que fuera a buscarme algo de beber. Ella me dirigió una mirada de «¿estás segura de que quieres que te deje con este individuo?» y yo asentí.

Cuando ambos se marcharon, Kendrick y Michelle, me permití suspirar y dejar que mi ceño se frunciera. Aún no tenía muy claro por qué R no me había dicho que tenía una prometida y se había presentado en mi casa, empapado y completamente borracho. Él permanecía de brazos cruzados, con la cabeza girada para evitar mirarme directamente a los ojos. Aquella era una mala señal.

A pesar de mis intentos de no sonar acusadora o dolida, no pude evitarlo. Yo le había contado los motivos por los que estaba con Patrick, pero él no me había dicho nada. Y eso me había molestado.

-Tienes una prometida preciosa –empecé, procurando no alzar la voz demasiado-, ¿le has comentado que tienes la molesta manía de emborracharte y presentarte en los balcones de chicas a horas inhumanas?

Por fin, R se dignó a mirarme a la cara y sus cejas se juntaron. Parecía haberse molestado con mi comentario.

-Fue asunto de mi padre, ¿vale? No me dio elección. Parece ser que ya no soporta mis salidas y ha decidido castigarme de ese modo –se defendió.

«Vaya forma más curiosa tiene el cónsul Beckendorf de castigar a sus hijos», pensé con ironía. Si aquello era un castigo para R, y con ello me refería a servirle en bandeja de plata a esa rubia para que él pudiera tirársela cuando quisiera, no quería ni imaginarme qué podría denominar como castigo. ¿Quién sabía? A lo mejor el hecho de haberle dado una chica sumisa y dispuesta a todo no le parecía a R, o Romeo, algo divertido.

-Me pregunto qué sería lo peor de ese «castigo» -entrecomillé las palabras con los dedos y me crucé de brazos-. ¿Quizá que prefiera otra postura cuando te la estés tirando y tú te niegues? –añadí, haciendo un frunciendo los labios, en un tono pensativo.

-Cuando te he visto con Patrick te he notado de lo más cómoda –contraatacó él, intentado hacerme sentir culpable. Porque lo intentó, aunque no lo consiguió. Sus ojos se clavaron primero en mi cuello y después en mi muñeca; en su cara se reflejó una sonrisa irónica-. Ah, veo que no ha tardado nada en bajarte las bragas con sus regalitos.

Ah, no. No iba a consentir que llegara tan lejos y, menos aún, que hiciera ese tipo de insinuaciones sobre mí. Lo abofeteé y con ganas, demasiadas. Agradecí que nadie se diera cuenta de aquel vergonzoso momento, pero no iba a permitir que él, precisamente él, intentara colocarme la etiqueta de «puta».

Sabía que estaba enfadado. Ambos lo estábamos, pero no creí que fuera a llegar tan lejos aun suponiendo que me quería. Aunque fuera un poco. No pensaba que tuviera tan mala imagen de mí.

R se llevó una mano a la mejilla y me miró con los ojos acerados. Si hubiera sido hombre, y de eso no tenía ninguna duda, me habría respondido al golpe; pero se puso firme y miró por encima de mi hombro.

Un segundo después Kendrick me tendía una bonita copa llena de champán y a R otra. Se llevó la suya a los labios y nos dedicó una mirada burlona.

-¿Por qué no intentamos relajar un poco el ambiente? –preguntó a nadie en particular-. Una riña de enamorados no puede eclipsar esta bonita fiesta, ¿verdad? Además, cada uno tiene deberes que cumplir con sus respectivas parejas, ¿eh? –añadió, guiñándonos un ojo de forma pícara.

Miré de forma acusadora a R que, a su vez, fulminó a su hermano con la mirada. Kendrick, por el contrario, se limitó a encogerse de hombros con aire inocente, como si no hubiera hecho nada malo. Y lo cierto es que, técnicamente, no lo había hecho: había sido R el que lo había hecho al contarle lo nuestro.

Quería que el suelo me tragara hasta sus profundidades. Quería morirme de vergüenza allí mismo. ¿Qué le habría contado a su hermano sobre nosotros? ¿Habría entrado en demasiados detalles? Yo había tenido que confesárselo a Davinia por pura necesidad, porque ella ya lo había averiguado por sus propios medios; Kendrick, era obvio, que lo había descubierto gracias a la labia de R.

Aferré con fuerza mi copa y procuré mostrarme sorprendida. No iba a servir de mucho, pero tenía que intentarlo. Aquello era lo que menos esperaba, aparte de encontrarme con un R con prometida.

-No sé a qué te refieres –repuse.

Kendrick esbozó una sonrisita de suficiencia. Me había cazado. Por culpa del bocazas de R.

-Oh, por supuesto, aquí tenemos que mantener la compostura. Fingir que nos odiamos a muerte cuando, en realidad, vosotros dos tenéis otro tipo de discusiones en otros lugares más cómodos, como una cama.

-Kendrick, ya basta –le advirtió R, en un tono peligroso.

Lo que menos quería era que empezaran a discutir, pero los comentarios de Kendrick insinuaban demasiado y cualquiera podría escucharnos allí, rodeados de tanta gente. Miré a mi alrededor con discreción, comprobando que nadie estaba pendiente de nosotros.

Mi hermana Michelle no tardó en aparecer con una copa en su mano y con las mejillas ruborizadas. Se situó a mi lado y observó con los ojos entornados a Kendrick. ¿Qué tenía en contra del chico?

Kendrick le dedicó una sonrisa que intentó ser amable.

-Guárdate tus falsas sonrisas para otros –le espetó de malas maneras mi hermana, ante mi sorpresa. Ella jamás hubiera perdido la compostura de aquella forma.

La sujeté por el antebrazo y la miré, suplicante. Aquello iba a convertirse en una fiesta inolvidable, y no por buenos momentos, precisamente.

-Michelle, por favor –le dije en voz baja.

Mi hermana se liberó se mi mano y se irguió, mientras R nos seguía mirando a todos como si no entendiera a qué venía todo aquello. El problema era en que yo tampoco sabía nada.

Gracias a Dios que Patrick acudió a nuestro rescate, avisándonos que iban a hacer un baile dentro del salón y quería bailar conmigo. El resto nos siguieron y no pude evitar sentirme un tanto inquieta sobre Kendrick y mi hermana. R acudió a reunirse con su prometida, que parecía haberse bebido ya varias copas de champán y yo dejé que Patrick me arrastrara hasta la improvisada pista de baile donde las primeras parejas ya se balanceaban al compás de una música demasiado lenta para mi gusto.

La mano de Patrick me rodeó la cintura y yo puse mi mano sobre su hombro. Empezamos a movernos de un lado a otro, lentamente. Sinceramente, aquel tipo de música debía estar reservado únicamente a gente de la edad de mis padres, no a personas de mi edad que lo único que queríamos era mover todo el cuerpo. Temía, incluso, que se me durmieran las extremidades debido a la lentitud. Aunque era muy romántico, aquella música no me agradaba demasiado. Era demasiado… formal.

Por el rabillo del ojo vi que R había decidido unirse con su prometida al baile y se movían trazando círculos mientras su prometida no paraba de lanzar risitas ahogadas. Fruncí los labios cuando Zsofía se aferró con demasiada fuerza a R y se pegó tanto a él que pensaba que lo iba a devorar en público.

Decidí ignorarlos por completo y mantener el ritmo de Patrick. Se notaba que él era veterano en todo aquello porque me ayudaba con el paso mientras me sonreía. Cuando pasé por el lado de mis padres, que conversaban animadamente con otro matrimonio, vi que mi  madre esbozaba una sonrisa de triunfo.

-No he podido evitar mirarte mientras estabas con R Beckendorf –no se me pasó por alto que no lo había llamado «Romeo», quizá el respeto que sentía hacia su apodo era más fuerte. O, simplemente, era la costumbre. No había muchos que supieran cuál era su verdadero nombre. Por ejemplo: yo hasta aquella misma noche. Y lo había descubierto gracias a su padre. Qué bonito-. Estabas… tensa. ¿Te ha dicho algo grosero?

Me conmovía que Patrick se preocupara por mí de aquella forma, vigilándome constantemente, pero tenía que reconocer que me hubiera gustado que aquella actitud tan sobreprotectora fuera la de R. Que no me hubiera dicho de aquella forma tan sutil que era una puta y que me había acostado con Patrick por haberme regalado aquellas joyas. Sus palabras me habían dolido.

-No –respondí, sonriendo-. Lo cierto es que ha sido bastante… correcto conmigo -«por no decir que ha tenido el detalle de decirme puta de forma bastante sutil»-. Creo que es un buen chico –añadí, aunque no supe por qué había dicho a favor de R.

Patrick me devolvió la sonrisa y me apretó más contra él. Me dieron ganas de soltar un suspiro. Si me hubiera enamorado de él, y no de R, todo aquello sería mucho más sencillo y ahora mismo no tendría unas ganas irresistibles de llorar por el mero hecho de que R tenía un concepto totalmente erróneo de mí por aquel comentario malicioso por mi parte.

Quizá había sido culpa mía, por haberle insinuado aquello sobre su prometida, el que R hubiera decidido responderme aquello.

-Eres la primera chica que no se ha acostado con él que ha dicho algo bueno, a parte de su prometida –comentó Patrick-. Normalmente, le dicen cosas menos agradables…

-¿Y qué dicen de ti, Patrick? –le pregunté, en tono juguetón. No quería seguir hablando de R, no ahora.

Él se inclinó hacia mí y me susurró al oído:

-No lo sé, pero me gustaría que, esta noche, vinieras a nuestro apartamento para ver qué opinión te suscito a ti.

¿«Nuestro apartamento»? Cielos, no podía creerme que ya tuviéramos nuestro nidito de amor ya preparado. No quería ni imaginarme qué podría decir mi madre («perfecto, hagan sus maletas. Creo que es momento de que te mudes con tu novio y hagáis una buena vida en pareja delante de las cámaras» o algo por el estilo) si se enterara de ese pequeño detalle. Recé en silencio para que los padres de Patrick obviaran comentarlo.

Sin embargo, la invitación de Patrick era… demasiado clara. Y lo último que quería, en aquellos precisos instantes, era en convertirme en lo que había vaticinado R sobre si era o no una «puta» por haberme acostado con Patrick.

Abrí la boca para responder, pero se me escapó un gemido ahogado cuando vi que R le daba un par de golpecitos en el hombro a Patrick con una sonrisa demasiado cruel. Él se giró y le dedicó una mirada especulativa.

-¿Por qué no hacemos un cambio de pareja? –preguntó. Su sonrisa se había transformado en una demasiado educada-. Zsofía me ha comentado que sois viejos amigos y que lleváis mucho tiempo sin hablar. He pensado que así podríais poneros al día y yo podría conocer a tu encantadora… prometida –añadió, con una media sonrisa dirigida hacia mí.

¡Cabrón! Quería vengarse de mí por haberlo abofeteado, estaba segura. Aunque aún no había averiguado cómo y porque la sonrisa plastificada de su prometida me impedían que pensara con claridad. Patrick parpadeó varias veces, sorprendido por la petición o por el calificativo. «Prometida», qué gracioso.

Patrick me dirigió una sonrisa radiante, como si le entusiasmara la idea de verme convertida en su prometida (lo que iba a suceder dentro de un par de meses, a lo sumo), y volvió a mirar a R, que aguardaba pacientemente su respuesta.

Mi novio me cogió la mano y me la besó tiernamente. Vi en el rostro de R que se le estaba pasando por la cabeza vomitar. Sin embargo, Patrick pareció no darse cuenta de ello.

-Aún no estamos prometidos –lo corrigió, con educación-. Aunque espero que pronto demos ese gran paso –añadió.

-Entonces permíteme robártela durante un baile para poder conocerla mejor –pidió R-. Estoy seguro de que vamos a llevarnos muy bien.

Antes de que Patrick pudiera responder, me agarró de la mano que tenía libre y tiró de mí mientras empujaba levemente a Zsofía, provocando que Patrick me liberara. Me arrastró hacia la otra punta de la habitación y me plantó su manaza sobre la cintura con una sonrisa demasiado siniestra.

-Recuerdo haberte tenido sujeta por la cintura en otra ocasión –comentó, como de pasada-. ¿Le has comentado a tu inocente y virtuoso novio que te enrollaste conmigo en su fiesta de máscaras? ¿Estabais juntos ya por entonces?

Le pellizqué el hombro y él se rió entre dientes, divertido. Parecía más relajado que antes y parecía haberse olvidado por completo haber insinuado que yo era una puta.

Cuando R volvió a mirarme a los ojos, pareció leerme el pensamiento, porque su rostro se oscureció, volviéndose serio.

-No quería decir lo de antes –dijo, a modo de disculpa-. Pero, en fin… me ha molestado lo que has dicho y he actuado sin pensar. Lo siento.

-Entonces, ¿no piensas que soy una puta? –pregunté, usando a propósito ese término que él había dejado en el aire con sus palabras-. ¿Que me he acostado con él por haberme regalado cosas?

R soltó una risa que sonó demasiado amarga, agridulce.

-Sé perfectamente que no te has acostado aún con él, Genevieve –me respondió-. Y no, no eres ninguna puta.

Enarqué una ceja. Me alegraba que se hubiera disculpado, que me hubiera asegurado que todas aquellas palabras hirientes habían sido producto de su enfado; que no lo pensaba realmente. Que lo nuestro aún tenía una pequeña oportunidad.

-¿Y cómo sabes eso, Señor Adivino? No… no me habrás estado espiando, ¿verdad?

Ahora su risa, que procuró que sonara bajita, era de verdad. De diversión.

-Si te hubieras acostado con él, probablemente me hubieras respondido con alguna evasiva. Pero me abofeteaste, algo a lo que estoy acostumbrado normalmente –me desveló-. Además, te resististe a mis encantos aquella noche… Eso también es una pequeña prueba para saber que aún no lo has hecho. Nadie se me había resistido a echar un polvo.

Bajé la mirada repentinamente. Patrick me había invitado a pasar la noche, y todo lo que ello conllevaba, en el que iba a ser nuestro apartamento. La simple idea de imaginarme ahí con Patrick me puso la piel de gallina.

-Patrick me ha invitado a que fuéramos a su apartamento –le confesé, con un hilo de voz-. Y… tengo miedo. De lo que pueda pasar.

Me mordí el labio con fuerza. Ahí estaba el problema: Patrick buscaba algo que yo no podía darle porque no estaba preparada para ello. Porque no quería entregárselo a él. Porque estaba atemorizada. Bonnie siempre me había hecho partícipe de todos los detalles de su vida sexual y se quejaba constantemente de que yo aún no me había acostado con nadie. Y yo siempre le había dado la misma contestación, una y otra vez.

R me apretó con más fuerza contra él y yo lo agradecí en silencio. Sabía que todos los ojos estaban puestos en nosotros, especialmente el de nuestros padres, pero me hubiera gustado esconder la cabeza en su pecho y dejar que él siguiera el ritmo, llevándome con él.

-Siento interrumpir de nuevo, esta vez la reconciliación –dijo una voz que había empezado a diferenciarla por aquella forma que tenía de arrastrar las palabras con arrogancia y un punto burlón-, pero estás acaparando a la chica demasiado tiempo, primo.

Nos giramos ambos a la vez hacia Kendrick, que sonreía maliciosamente y tenía una mano tendida hacia mí. Miré hacia R, preguntándole con la mirada si debía hacerlo o no; él asintió imperceptiblemente y se soltó de mí con suavidad. Kendrick ocupó el sitio en el que antes había estado R y su sonrisa se hizo mucho más amplia.

Antes de marcharse, vi que R le lanzaba una mirada de aviso a ¿su primo? mientras Zsofía se le acercaba lentamente, con una copa de champán y una sonrisa zalamera.

-Duele ver cómo la persona que quieres está con la persona equivocada, ¿verdad? –preguntó Kendrick y, cuando me giré para mirarlo, vi que tenía la vista clavada en Zsofía y R, que se estaban riendo de algo.

Comenzamos a dar vueltas, como el resto de parejas, y me pregunté por qué habría decidido Kendrick bailar conmigo cuando, era más que obvio, que yo no era de su agrado a pesar de habernos conocido aquella misma noche.

-Lo cierto es que no me han presentado de la forma que hubiera querido –interrumpió mis pensamientos-. Soy Kendrick Duken, sobrino e hijo adoptivo de los Beckendorf. Y primo de tu encantador novio –añadió, con un guiño.

-¿Eres primo de R? –pregunté aquella obviedad más por sorpresa que por otra cosa. Se me hacía raro y, aún más, viendo lo unidos que estaban todos. Realmente había parecido un hijo más.

Kendrick asintió.

-Mis padres murieron en un accidente –comenzó y su mirada se ensombreció, sujetándome con más fuerza-. Aunque todo el mundo sabe que no era su muerte lo que buscaban. El accidente en el que murieron mis padres estaba reservado a otro.

Fruncí los labios con fuerza. Por supuesto. Ahora recordaba con claridad lo que había sucedido aquel día, cuando en todas las noticias apareció aquel desastre: mi padre no paraba de hablar por teléfono y gesticular, enfadado. El culpable de la muerte de sus padres había sido el mío y, para colmo, todo aquello había sido por error.

Mi padre estaba buscando la muerte de su tío.

Ahora era capaz de entender por qué me odiaba tanto aunque no me hubiera conocido personalmente: mi padre había sido el causante de la muerte de los suyos.

-Lo siento –fue lo único que pude decir, porque no había nada más que yo pudiera hacer.

-Cuando supe que R estaba enamorado de ti, pensé que aquello era una broma pesada. ¿Romeo Beckendorf enamorado de una Clermont? ¡Por favor, era como si se acercara el apocalipsis! Debo reconocer que intenté por todos los medios posibles que se alejara de ti, por su propia seguridad, pero tengo un primo bastante tozudo –esbozó una sonrisa triste-. Sé que esta relación os va a traer mucho dolor, a ambos. Tú tienes un novio bastante importante y pegajoso y R tiene ahora a Zsofía.

»Quizá es momento de que os deis cuenta de todo lo que está en juego y recapacitéis. De que penséis en lo mejor para todos. ¿Qué sucedería si alguien se enterara de que estáis juntos? Sería una catástrofe. Mi tío no es una persona de muchas palabras y R… él no se merece eso. Piénsalo, Genevieve: ¿realmente vale esto la pena? Saldrá gente herida y puede que, con vuestra tontería adolescente, arméis algo realmente gordo. Y tú no quieres que R salga herido de todo esto, ¿verdad?

»Además, ¿qué sabes de él, Genevieve? Hasta hoy, ni siquiera sabías su nombre. Y, si de verdad le importaras algo, te lo habría dicho, ¿no? R no se esconde nada a la gente en la que verdaderamente confía y, es obvio, que tú no eres una de esas personas.

Aquella abrasadora sensación de que Kendrick haría lo imposible por salvar a su primo, que lo protegería a toda costa… Podía reconocer ese sentimiento a distancia porque era lo mismo que sentía yo hacia R.

Me sorprendió lo que había descubierto de Kendrick, pero me sentí unida en cierto modo a él: a ambos nos importaba la seguridad de una persona en concreto. Y, aunque me estaba pidiendo un imposible, en el fondo sabía que llevaba razón. Nuestras familias se odiaban y Kendrick era una prueba viviente del odio que se profesaban, de hasta dónde eran capaces de llegar por esa enemistad. Sin embargo, ¿no era algo bueno que de ese odio hubiera nacido un poco de amor? Como había dicho Davinia, nosotros éramos una pequeña chispa de esperanza en aquella oscuridad de odio y muertes.

-Estás enamorado de tu primo –dije, procurando no mostrarme alarmada ni boquiabierta-. Por eso me estás pidiendo que lo deje…

-Desde hace tiempo aprendí que lo mío con Romeo no era posible –me cortó con furia Kendrick-. Y me sorprende que lo hayas averiguado antes que nadie, incluso que él; pero, y esto puedes tomarlo como una amenaza, como se entere, te juro que haré lo imposible para hundirte. Aunque luego me odie.

-No… no pensaba decirle… nada –tartamudeé, sorprendida por la fiereza con la que me había respondido.

En aquel momento nos interrumpió Patrick, que sonreía ampliamente. Agradecí enormemente su interrupción y que me apartara de Kendrick, que se despidió de nosotros con una burlona reverencia y desapareció entre el gentío. Patrick me llevó hacia un rincón apartado y me tendió otra copa.

-Dentro de poco mi padre dará la noticia –me avisó-. Y quería tener un poco de tiempo contigo, ya que has estado más con los Beckendorf que conmigo –añadió, con un pequeño mohín.

Solté una risita y me abracé a él. «Tenemos que fingir, tenemos que fingir», me decía una y otra vez. Era como mi mantra. Hacía todo aquello para contentar a mis padres, porque ellos querrían que lo hiciera así. No tenía otra opción. Solo esperaba que R no viera nada.

-¿Vas a venir esta noche a nuestro apartamento o voy a tener que suplicarte un poco más? Haremos lo que tú más prefieras.

Si con «hacer lo que yo quisiera» significaba irnos a dormir en habitaciones separadas, aceptaría. Justo cuando iba a responder, mi madre apareció salida de la nada y me abrazó con fuerza. Demasiada. Patrick se separó un poco de mí, intentando que hubiera un poco más de espacio.

-Ah, Genevieve, ¡por fin doy contigo! –exclamó-. Tu padre ha estado buscándote... Pero ya veo que has estado ocupada –añadió, mirando de forma aprobatoria a Patrick.

-Lo cierto es que le estaba proponiendo si querría pasar la noche en nuestro apartamento –comentó Patrick, sonando un poco avergonzado.

«Bocazas». No podía creerme que tuviera la poca delicadeza de hacer ese comentario tan desafortunado a mi madre. Sus ojos se abrieron enormemente y vi la satisfacción relucir mientras esbozaba su mejor sonrisa.

Vaya, aquello no pintaba bien. Nada bien. Conocía las irresistibles ganas que tenían mis padres de que mi relación pasara a un nivel más alto…

Quise encogerme sobre mí misma, hacerme más diminuta hasta desaparecer. Sabía que mi madre aceptaría cualquier cosa que Patrick dijera con tal de contentarlo; no le importaba lo más mínimo lo que yo pudiera pensar. O lo que quisiera.

 -Oh, Patrick, eso sería una idea estupenda –accedió mi madre, con una sonrisa tan amplia que me dio miedo.

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