XI. ROMEO DRINK TO THEE

N/T: No he podido encontrar el audio de la canción en Youtube, lamentablemente... Si alguien está interesado en escucharlo es "Romeo I Drink To Thee" del OST de "Private Romeo".

GENEVIEVE.

Subí directa a mi habitación. Ni siquiera me importó que mis padres o mi hermana pudieran haberme escuchado. Estaba agotada y… terriblemente feliz. Sabía que estaba jugando con fuego, que lo que estaba haciendo era peligroso. Pero no me importaba. Rememoraba cada minuto que había pasado al lado de R y me sonrojé al pensar en los besos que habíamos compartido.

No se parecían a los de la fiesta. Éstos habían sido mucho mejor.

Cerré la puerta con cuidado y me dirigí al cuarto de baño. El repiqueteo de la pulsera al golpear la encimera de mármol me hizo darme cuenta de que aún la llevaba puesta. Había tenido intención de quitármela y ponerle alguna excusa a Patrick, pero se me había olvidado por completo.

Pensar en Patrick me provocó una desazón absoluta. No podía seguir con él, no después de haberme dado cuenta de mis sentimientos hacia R.  Temía decírselo a mis padres, temía su reacción, pero no podía seguir aguantando más…

Pero ¿cómo podría decírselo? Si les contaba que dejaba a Patrick por R Beckendorf, seguramente me lo impedirían. Me lo prohibirían. Para ellos sería una ofensa. O peor.

Abrí el grifo y me eché agua fría en la cara.

Necesitaba pensar. ¿Cómo conseguiríamos seguir R y yo juntos si había tantos obstáculos por delante?

Lo único que se me ocurrió fue algo desesperado: huir con él. Adonde quiera que fuera. No me importaba.

Lo único que quería era estar con él.

Me quité la ropa, me puse uno de mis viejos camisones y me metí en la cama.

Me desperté creyendo haber oído un golpe. Parpadeé varias veces y miré hacia el reloj que descansaba sobre la mesita de noche.

04:00

Gruñí y, cuando quise darme la vuelta para seguir durmiendo, oí de nuevo aquellos golpecitos que habían sido los causantes de haberme despertado. Aparté las mantas de una patada y salí de la cama, dispuesta a dejarle a quien quiera que fuera un par de cosas claras sobre las horas de dormir de la gente. Me quedé paralizada al comprobar que el sonido no provenía de las puertas de mi habitación, sino de las puertas que conducían al balcón.

Me giré en redondo y tragué saliva. Si fuera un ladrón, no habría tenido el detalle de llamar antes de entrar a robar. Comencé a andar hacia las puertas y una silueta, masculina sin duda alguna, se dibujó detrás de las cortinas.

Volví a tragar saliva y abrí las cortinas de un solo movimiento.

Me tapé la boca para evitar que se oyera el grito ahogado que acababa de soltar. R me observaba con los ojos entrecerrados y con un aspecto lamentable.

Me apresuré a abrir las puertas y él se me acercó, tambaleándose y con una botella de licor vacía en la mano. Sus ojos estaban vidriosos y tenía una sonrisa torcida típica de cualquier persona que estuviera borracha. Tuve que sujetarlo por debajo del brazo para evitar que se cayera estrepitosamente en mitad de mi habitación.

Él soltó una risotada y se llevó la botella a los labios. Al inclinar la cabeza hacia atrás y ver que no caía líquido, observó la botella con los ojos entornados y la tiró a su espalda, sin importar dónde cayera. La botella cayó, por suerte, al césped del jardín y no hizo ningún ruido.

Miré de nuevo a R, que seguía sonriendo con esa sonrisa de borracho feliz, y me pregunté cómo habría conseguido llegar hasta mi balcón sin haber hecho saltar las alarmas y cómo habría conducido en su estado su coche.

Y eso sin contar con que estaba empapado y que fuera llovía a cántaros.

-Ah, Geni, Geni, Geni –canturreó él, mientras movía de un lado a otro su dedo índice-. Has sido una personita muy, muy mala…

Lo arrastré al interior de mi habitación y R se echó a reír entre dientes mientras arrastraba los pies y jugueteaba con el tirante de mi camisón. Sin duda alguna había estado bebiendo más de la cuenta, pero no veía la lucidez con la que me había hablado en la fiesta de máscara donde nos conocimos. Debía haberse puesto ciego a alcohol, porque todo él apestaba a eso. Pero ¿por qué? ¿Por qué había estado bebiendo y se había presentado allí?

Cogí una bocanada de aire mientras notaba que se me erizaba el vello de todo el cuerpo; la ropa húmeda de R hizo que se me mojara la mía propia y tuve ganas de estornudar. Dejé a R apoyado sobre la cama y me apresuré a cerrar las ventanas, mientras seguía lloviznando fuera. Volví hacia donde había dejado a R y vi que me observaba con un brillo lascivo en sus bonitos ojos grises.

-¿Por dónde habrá pasado ese cerdo sus dedos? –murmuró él y conseguí a duras penas entender lo que decía.

Me agaché a su lado y le cogí la cara entre las manos. R esbozó otra sonrisita y me rozó el hombro con sus dedos.

-¿Qué haces aquí? –le pregunté, con cierta urgencia-. ¿Y por qué… por qué estás tan… borracho?

-Porque un pajarito me lo ha contado todo –respondió él e hizo una pedorreta con la boca.

Estaba completamente empapado y no dudaba que, de seguir con esas ropas, iba a pillar una pulmonía o algo peor. No entendí a qué se refería, así que lo obligué a que se pusiera de pie y me lo llevé hacia el cuarto de baño.

Jamás había tenido que cargar con un hombre y me juré que aquélla sería la última vez que lo hiciera. Comenzó a dolerme el hombro donde R había puesto todo su peso y él empezó a moverse de un lado a otro. Lo aferré con más fuerza y abrí de una suave patada la puerta que conducía al baño.

-Tienes un baño muy bonito, ¿sabes? –comentó R, deslizando su mano por la superficie de mi mueble-. ¡Y tienes una gran bañera! –añadió, soltándose de golpe porque extendió sus brazos y cayó al suelo.

Solté un gemido ahogado y R se echó a reír histéricamente mientras se revolcaba por el suelo como un crío pequeño. En aquellos momentos parecía ser uno; además, uno de los difíciles. Se tumbó en el suelo y extendió todas sus extremidades, como si quisiera ponerse hacer allí mismo, en medio del baño, un ángel de nieve imaginario.

-Nunca me había dolido tanto… -musitó-. Y no puedo olvidarlo. Aunque siga bebiendo, el dolor no se va…

Me senté a horcajadas sobre él, dispuesta a desnudarlo y a meterlo de cabeza en la bañera si hiciera falta. R sonrió y me agarró por los muslos con fuerza; sentí que enrojecía cuando sus manos comenzaron a ascender y, de manera automática, le crucé la cara de un bofetón. Había sido instintivo.

Su sonido aún se repetía en mis oídos cuando R bajó los brazos y los dejó lacios sobre sus costados. Cerró los ojos y creí que iba a quedarse dormido de un momento a otro.

Empecé por quitarle la chaqueta, la tiré a una de las esquinas del baño y cayó con un suave «¡plof!»; puse las manos sobre su camiseta y me detuve. Un terror irracional se apoderó de mí. Estaba desnudando a un chico; no, por ahí no debía empezar: había aparecido un chico en mi balcón, estaba completamente borracho y estaba desnudándolo para darle un buen baño que ayudara a que se despejara. Quizá entonces podría responderme con más claridad.

Si mis padres decidían presentarse allí, iban a morir a causa de un infarto. Y no solamente por el hecho de pillarme sentada a horcajadas desnudando a un chico, sino porque el chico era R Beckendorf.

Ya podía darme por prometida, de cumplirse mis temores en aquellos momentos.

-¿Por qué me estás desnudando? –preguntó R, entreabriendo sus ojos, que relucieron-. ¿Acaso…?

-¿… pretendo darte una ducha para que te despejes? Sí, has dado de lleno –le espeté con mordacidad, soltando un bufido al conseguir quitarle la camiseta.

-Entonces tendrás que meterte conmigo ahí dentro –dijo, señalando con su dedo índice mi bañera.

Entrecerré los ojos y estuve a punto de soltarle otro bofetón. Ese R completamente borracho no me gustaba ni un pelo. Y que estuviera allí en ese estado tampoco mejoraba las cosas.

-No, R, no voy a meterme contigo –le respondí, rotunda-. Y, en vez de estar ahí gimoteando, podrías poner un poco de tu parte, ¿eh?

-Me ahogaré –repuso él-. Estando tan borracho me ahogaré… y entonces tú…

Le quité la camiseta de un tirón, provocando que se diera un golpe contra el suelo del baño. Él soltó un gemido y se llevó las manos a la cabeza.

-Entonces yo nada, R –le espeté-. Y, ahora, levántate… de una vez…

Me hice a un lado mientras R se ponía, de una forma tambaleante y bastante peligrosa (se inclinó hacia la bañera y temí que se cayera de cabeza), en pie y se erguía obedientemente. La respiración se me aceleró; desnudar a un chico la parte de arriba era sencillo, nada vergonzoso, pero aquella parte que me quedaba… iba a ser la más dura. R también pareció darse cuenta de mis dudas porque esbozó otra sonrisita pícara (que era lo único que había hecho toda la noche, aparte de hacer ruido).

-Puedo quitármelos yo, si quieres –me propuso y, al intentar desabrocharse uno de los botones, se tambaleó y chocó contra la pared, arrastrándome con él.

Reboté contra su pecho, que estaba duro, y solté una imprecación mientras R seguía intentando desabrocharse el maldito botón como si no hubiera caído contra la pared. Me estaba poniendo nerviosa.

Le di un manotazo en las manos y le fulminé con la mirada. Había pasado por situaciones como ésta muchísimas veces cuando Bonnie y yo salíamos para «olvidar las penas», como a Bonnie le gustaba denominar aquellas noches, y ella terminaba completamente borracha. Sin embargo, había unas grandes diferencias apreciativas entre ambos casos: primero, Bonnie era chica y no tenía nada que no hubiera visto ya y, segundo, era la primera vez que desnudaba a un chico. Aquello era de lo más vergonzoso y notaba el calor en las mejillas. Mi cara debía ser todo un poema.

Intentando controlar el temblor de mis manos, conseguí desabrocharle a la primera los botones y le bajé la cremallera con cuidado. Oí que R cogía aire y me ayudó a bajarse los pantalones.

Bien, ahora quedaba un gran problema: los calzoncillos. El corazón se me iba a salir del pecho y respiraba entrecortadamente, como si, en vez de estar desnudando a un chico borracho, hubiera estado corriendo una maratón. R se agarró el elástico de los calzoncillos y desvié la mirada automáticamente hacia su cara. Aún tenía esa sonrisilla de borracho y la mirada vidriosa pero, por encima de todo aquello, podía ver que estaba disfrutando de lo lindo con la situación.

Tragué saliva y me crucé de brazos.

-Quizá deberías dejártelos puestos –le sugerí.

R se inclinó hacia mí y me susurró:

-¿Crees que no vas a ser capaz de resistirte a mis encantos?

El aliento le apestaba a alcohol y su pelo chorreaba agua aún. Además, mi camisón estaba igual de mojado que sus ropas y había comenzado a tener frío; sin embargo, primero iba a darle un buen baño (si es que no decidía ahogarlo antes) y después me cambiaría a toda prisa. El qué hacer con él aún no lo tenía planificado, pero no podía permitir que se fuera en semejante estado. Que hubiera conseguido llegar hasta aquí había sido todo un milagro.

Me aparté de él como un autómata.

-Métete en la bañera –le ordené, procurando sonar indiferente.

Tuve que sujetarle para que consiguiera meterse sin resbalar y partirse la crisma. Cuando me quise dar cuenta, se había quitado los calzoncillos y me miraba burlonamente. Me dirigí hacia la bañera y abrí el grifo. R soltó un chillido ronco al sentir el agua fría y ahora fui yo quien le sonrió burlonamente.

-Mírate, completamente empapada y, para colmo, completamente colorada –observó él, con una sonrisa bobalicona-. Del calor que desprendes seguramente seques tu… -entrecerró los ojos y me dio un buen repaso- lo que sea que uses.

Cogí mi mojado camisón con las puntas de los dedos y lo despegué de mi cuerpo. Aquello debía ser todo un espectáculo. Y un bochorno para mí.

Recordé una ocasión en la que metí casi a la fuerza a Bonnie en la bañera y, en un momento de despiste por mi parte, consiguió llenarla de espuma y rodar, llenándose de ella, mientras gritaba «¡HAZME UN MUÑECO DE NIEVE!». Gracias a Dios que no recordó aquella noche, pero yo me reí a sus espaldas durante un buen tiempo.

R empezó a revolver entre la multitud de envases que tenía colocados, como si esperara encontrar algo de su interés. Me senté sobre el borde de la bañera y le di un golpe en el hombro para que se estuviera quieto de una vez por todas. La espuma (R debía haber echado un bote entero de alguno de mis geles) le cubría hasta el torso y lo agradecí. No hubiera podido aguantar seguir viéndolo completamente desnudo.

Cuando quise retirarme, él me sujetó por la muñeca y resbalé hacia el interior de la bañera. Caí sobre R de una manera nada cómica y apreté los dientes para no tener que soltar un grito de horror. Me aparté de él como un rayo cuando rocé sin querer (por no decir que caí de pleno) su miembro. Ahora mismo debía estar del color granate de mis cortinas. R se echó a reír entre dientes.

-Mmmh, ahora me gustas más –ronroneó, pasándome su mano por el brazo-. Estás aún más… mojada.

Reprimí un gruñido y me abracé a mí misma. El agua estaba caliente, pero eso no impidió que un escalofrío me recorriera la espalda. Estaba completamente empapada, el camisón se me transparentaba por completo y yo quería morirme allí mismo. R parecía estar en su salsa, sin estar ni una pizca menos borracho, y me sonreía abiertamente.

-Ese trozo de tela te sobra, preciosa –cacareó, mientras se le trababa la lengua-. ¿Por qué no te lo quitas?

-Por tu culpa estoy completamente empapada –le recriminé, encogiéndome más sobre mí misma. Aunque en algo llevaba razón: debía quitarme el camisón porque era incómodo que se me pegara por completo a la piel.

-Así estás más sexy –me guiñó un ojo de forma pícara y se me acercó un poco más, aferrándose con fuerza al borde de la bañera-. Puedo ayudarte, si así lo prefieres.

El sonido de su voz hizo que se me erizara la piel y que me cosquilleara el vientre. Hacía demasiado calor dentro del baño y los espejos se habían empañado. Miré de nuevo a R, que iba acercándose poco a poco hasta quedar a unos pocos centímetros de mí. Mi pecho subía y bajaba a toda prisa y temí quedarme sin oxígeno. Estaba paralizada, como en la fiesta de máscaras. Sin embargo, en esa ocasión iba hasta arriba de alcohol y, ahora, era muy distinto. Dejé que me quitara el camisón por la cabeza y que lo tirara. Quedarme en ropa interior no me importó porque aún había espuma suficiente para cubrirme. El problema era qué sucedería después. Quería a R pero… pero no sabía si estaba preparada para dar el siguiente paso y dudaba mucho que R quisiera parar cuando yo se lo pidiera.

-Mucho mejor.

Comenzó a besarme con fuerza y estuve a punto de soltar un gemido de sorpresa. Me sujetó contra la pared de la bañera y se instaló entre mis piernas. Sus manos me aferraron como tenazas y me obligó a inclinar la cabeza para poder pasear sus labios sobre mis hombros y clavícula. Si antes el corazón me iba deprisa, ahora iba completamente desbocado. Apreté mis piernas sobre sus caderas y él ronroneó de puro gusto, como un gato.

Colocó las manos a ambos lados de mi cabeza y me observó con los ojos entornados. Después, se relamió los labios y apartó un poco de espuma para poder ver mejor mi sujetador. Le puse las manos sobre su pecho mojado y cogí aire.

Teníamos que parar.

-Para, por favor –le pedí.

Para mi sorpresa, R me oyó. Con un gruñido, se apartó de mí y se apoyó contra la pared contraria, enfrente de mí. El baño parecía haber cumplido su función, ya que la mirada vidriosa parecía haber desaparecido, y lo único que hacía era mirarme fijamente y respirar entrecortadamente.

-¡Joder! –soltó y se tapó los ojos con el brazo-. Dios, qué dolor de pelotas. Y qué dolor de cabeza…

Aquella fue mi oportunidad para salir a toda prisa de la bañera y coger una de las toallas que tenía más cerca. Me enrollé en ella a la velocidad de la luz y me giré hacia R, que seguía en la misma posición. Fingí que no había oído su primer comentario y me acerqué hasta donde él estaba. Quizá había llegado el momento de que respondiera a algunas de mis preguntas. Como, por ejemplo, qué demonios hacía en mi casa completamente borracho y empapado a semejantes horas.

Me crucé de brazos y tomé aire. La respiración había vuelto a la normalidad y el corazón parecía haber regresado a su ritmo normal.

-¿Se puede saber en qué estabas pensando para presentarte en mi casa a estas horas y en esas condiciones? –le pregunté y mi tono sonó demasiado acusatorio-. ¿Estás loco o qué?

-Me pasé… con la bebida –gimió él-. Dios, creo que me va a explotar la cabeza…

-Eso es obvio. ¿Por qué decidiste beber hasta agotar las existencias de todos los pubs?

R retiró lentamente el brazo y me miró con los ojos entornados.

-Porque me enteré de algo que no me gustó nada. E hice lo siempre he hecho en estos casos: beber…

-¿Y no hiciste nada más? –inquirí, incapaz de contener mi curiosidad… y celos. Necesitaba saber si recordaba más sobre su noche; sobre si se había enrollado con alguna otra chica.

-No –respondió, con rotundidad-. Aunque recuerdo haber llegado hasta… -parpadeó varias veces- ¿he llegado hasta aquí?

-Sí, R. A pesar de estar borracho como una cuba has conseguido llegar hasta mi balcón ¿para qué? ¡Me has dado un susto de muerte!

Se incorporó sobre la bañera y se aferró con fuerza al borde hasta que sus nudillos se le pusieron blancos. Sus ojos brillaban con dureza y la espuma seguía bajando peligrosamente.

-Necesito que me respondas a una pregunta –me cortó abruptamente-. Y necesito que seas sincera conmigo. Por favor.

Me acomodé más y esperé pacientemente a que R me hiciera la pregunta que le había obligado a beber hasta estar completamente borracho. Su mirada turbada me hizo pensar que no era fácil para él.

-¿Tienes algún tipo de relación con Patrick Weiss?

Se me desencajó la boca al oírlo. Era obvio que se había enterado por su padre, ya que el presidente se lo hubiera comunicado personalmente. Pero no había esperado que se hubiera enterado tan deprisa.

¿Qué podía decirle? ¿Que estaba con Patrick por mis padres pero que no sentía nada por él? ¿Que, aunque sonara demasiado cursi, no sentía nada porque me había enamorado de un chico que pensaba que nunca más iba a ver en mi vida?

A pesar del calor que hacía dentro del baño y que había conseguido bañar mi piel en sudor, tenía frío. Y miedo. Mucho miedo.

R esperaba pacientemente una contestación, aunque sospechaba que ya sabía la respuesta y que quería oírla de mis propios labios. Aquello no iba a terminar bien.

Bajé la mirada, incapaz de seguir mirándolo fijamente a los ojos.

-Es algo… complicado –respondí, evasiva.

Recordé que había dicho lo mismo cuando él me preguntó en aquella cafetería qué era lo que había motivado que me persiguiera una horda de paparazzi. Era posible que ahora lo comprendiera.

R puso los ojos en blanco.

-Creo que, a pesar de tener este dolor de cabeza, seré capaz de seguirte –su tono era serio. Realmente estaba enfadado. Y dolido. Por mi culpa.

Los ojos comenzaron a escocerme. No quería perderlo, pero iba a ser muy difícil que quisiera seguir conmigo después de contarle el retorcido plan de mis padres para conseguir la presidencia. Tenían claro que, con esta unión, el camino estaba libre para él.

-Fue… fue idea de mis padres –respondí, temblándome la voz-. Ellos creyeron que, si salía con Patrick podrían tener la vía libre, ¿entiendes? Si estoy con él… mi padre podría llegar a ser presidente algún día. Por eso mismo me pidieron que, al principio, coqueteara con él; pensé que era para que tuvieran mejor relación con el presidente pero, después, supe que iban a llegar más lejos.

»Entre ellos concertaron una cita sin consultarme y… y créeme que intenté hacer lo que todos esperaban de mí: que me enamorara de él. Pero no pude –se me escapó un sollozo y me tapé la boca-. No pude. Mi relación con Patrick es una farsa pero ¿qué puedo hacer? No puedo enfrentarme a mis padres, ellos me lo dieron todo… Pero no puedo estar con Patrick, no lo quiero. Hago un gran esfuerzo y… y no sé qué va a pasar…

-¿Por qué no pudiste enamorarte de él? –me preguntó R-. Patrick es… es todo lo que una mujer pudiera desear… Estás con él –añadió, en un tono acusatorio.

-Sí, estoy con él. Pero no le quiero –repetí, con demasiada fiereza-. No amo a Patrick Weiss e intento por todos los medios que él se dé cuenta de que no estamos hechos el uno para el otro. Y sí, estoy enamorada de otra persona… que está, en estos precisos momentos, metido en mi bañera.

R soltó una risa forzada. No se había creído lo que le había dicho y su cabecita estaba buscando, a toda prisa, una historia completamente distinta a la que le había contado para poder rebatírmela.

Me dolía que no me creyera cuando yo sí que lo había hecho al conocer su verdadero nombre. Le había dado un voto de confianza… Al parecer, él era más reacio que yo o no me quería tanto como me había jurado. No sabía qué dolía más: que no confiara en mí o que no me quisiera.

-Me cuesta… me cuesta muchísimo imaginarte con él haciendo cosas normales –confesó en voz baja R-. Mientras tú y yo… ¿en qué punto estamos? Seguramente conozcas más de Patrick que de mí. Además, él… él no es tan peligroso como yo.

Sentí que algo rodeaba mi tráquea y la estrujaba hasta que me quedé sin aire. No podía creerme que me estuviera diciendo esas cosas. ¿Por qué las decía ahora? En el restaurante parecía estar más entusiasmado que yo con esta relación. Y ahora me estaba diciendo que lo nuestro no podría salir bien; que era mejor que siguiera con Patrick y que me olvidara de él.

Parecía que hubiéramos retrocedido y estuviéramos en la fiesta de máscaras de nuevo y él me estuviera pidiendo que no le hiciera preguntas personales. Quizá estaba asustado por el mero hecho de «comprometerse» en alguna relación o porque, simplemente, no quería ningún tipo de relación con nadie. Quería ser libre.

Me apretujé más en la toalla y reprimí las ganas de llorar que me estaban amenazando y ganando cada vez más fuerza.

Él parecía igual de desolado que yo y no supe si creérmelo. Era él el que había llegado a esa solución. Era él el que no quería estar conmigo. Me sentía una estúpida.

-Supongo que no te importo lo suficiente como para arriesgarte tanto –comenté, procurando mantener a raya las lágrimas-. Ni siquiera sé por qué has venido aquí a montarme todo este numerito cuando podrías haberte limitado a llamarme. Habría sido más fácil y menos doloroso.

R desvió la mirada y giró un poco la cabeza para evitar mirarme directamente a la cara. Parecía que mis palabras le habían dolido o, simplemente, molestado. Estaba segura de que ya tenía demasiada experiencia para salir airoso en estas situaciones.

Tenía ganas de abofetearlo de nuevo por mentirme y por hacer que sintiera, por un breve período de tiempo, que aquello podría funcionar.

-Te estoy haciendo un favor –me respondió, con la voz enronquecida.

-A mí no, a ti –le corregí-. Me importa muy poco lo que puedan pensar mis padres porque te quiero –se me hizo raro decir esas palabras.

Pero, en el fondo, supe que era verdad. Lo quería, desde el mismo momento en el que lo vi en la fiesta de máscaras, y no lo había sabido hasta que descubrí quién era en realidad.

-¿Y qué pasará si lo descubren? –me preguntó, mirándome ahora fijamente. Había una sombra de miedo que oscurecía sus ojos, dándoles un aspecto del color de las nubes que auguraban tormentas-. Te harían daño y todo por mi culpa, por no haber sabido parar todo esto a tiempo…

-¡Entonces nos marcharemos antes de que tan siquiera se den cuenta de lo que está pasando! Me iré contigo a donde quiera que haga falta para que podamos estar juntos, R.

Los ojos de R se abrieron a causa de la sorpresa.

-¿Estás pensando en fugarte… conmigo? –farfulló y esbozó una sonrisa traviesa-. ¡A la mierda! Estoy harto de que todo el mundo intente decirme lo que tengo o no tengo que hacer y me importa muy poco si se entera mi padre, pero me gustaría verle la cara en tal caso –salió de la bañera y me abrazó con fuerza, aplastándome contra su pecho. No pude evitar sonreír-. Espero que Weiss no se haya pasado contigo porque si no le partiré esa bonita nariz que tiene.

Alcé la mirada y vi que R me sonreía con amor. Parecía haberse enterado, por fin, que lo mío con Patrick era una farsa y que solamente lo quería a él. Le pasé los brazos alrededor de su cintura y lo apreté contra mí. Mi corazón parecía haberse puesto otra vez a latir a toda prisa, cosa que jamás me había sucedido con Patrick y que sabía que jamás podría suceder.

Le pertenecía a R. Solamente a él.

Además, la simple idea de irnos de aquí, lejos y poder vivir nuestras vidas conforme nosotros quisiéramos me tenía entusiasmada. Lo único que echaría de menos sería a Bonnie y a mi hermana. Y siempre podría llamarlas. O mandarles un e-mail.

-¿Qué haremos mientras tanto? –le pregunté. Había tantos detalles por ultimar y tenerlo todo preparado… Aquello nos iba a llevar tiempo. No nos podríamos fugar mañana mismo, pero esperaba que no tardáramos mucho tiempo en tenerlo todo preparado para irnos.

-Fingir, Genevieve –que pronunciara mi nombre de aquella forma hizo que sintiera que todo mi cuerpo estaba en llamas-. Buscaré un lugar seguro donde reunirnos pero tendremos que fingir. Nadie puede saber esto.

Asentí pero sabía que iba a ser muy duro para ambos el hecho de tener que guardar las distancias. Sobre todo si coincidíamos en algún evento. Como el que tenían preparado para darme a conocer en sociedad como la novia de Patrick. No quería ni imaginarme cómo lo pasaría R al verme con Patrick, incapaz de hacer nada.

No nos merecíamos todo aquello. Era injusto.

-Va a ser muy difícil… -suspiré.

-Lo sé, pero es la única forma de que esto salga bien –me aseguró.

Cuando nos separamos, fui consciente de que estaba completamente desnudo. Él debió percatarse de mi sorpresa e incomodidad y me dirigió una media sonrisa mientras se ponía sus calzoncillos que, milagrosamente, parecían haberse secado por completo. Miré mi empapado camisón y salí del cuarto de baño a toda prisa; cerré la puerta y me dirigí a una de mis cómodas. Rebusqué algo con que sustituir el camisón y que me tapara lo suficiente.

Cogí unos pantalones cortos y una camiseta vieja y me los puse a toda prisa. Era obvio que R tendría que quedarse allí aquella noche. Me sonrojé involuntariamente y de forma bastante evidente al caer en la cuenta de que tendría que dormir conmigo en mi cama.

Oí la puerta del baño cerrarse y me giré como un resorte. R estaba apoyado contra la puerta y había tenido la buena idea de ponerse también sus pantalones. Parecía igual de incómodo que yo con la idea de compartir cama. Era extraño, ya que él había estado en las camas de la mayoría de chicas de Bronx.

-Tendrás… tendrás que quedarte aquí –dije-. No puedes salir con lo que está lloviendo fuera.

R miró hacia mi cama con un gesto bastante dubitativo.

-Eh… pero tú… te sentirás incómoda –titubeó como si fuera un niño pequeño-. Puedo dormir en el suelo.

Dejé la vergüenza y los nervios a un lado y me acerqué hasta donde estaba R, que se mordisqueaba el pulgar con aspecto ausente. Le di un golpe juguetón en el pecho y sonreí pícaramente.

-¿Acaso voy a ser la única chica en toda esta ciudad que no va a poder dormir contigo, R? –le pregunté en broma.

La reacción de R fue contraria a lo que yo me esperaba. Frunció los labios con fuerza y se cruzó de brazos. Lo miré sin entender qué había dicho que hubiera podido molestarle de ese modo.

-Es la primera vez que hago algo así –respondió y supe que estaba haciendo un esfuerzo terrible por no sonar avergonzado o enfadado-. Normalmente… bueno, ellas y yo únicamente… ya sabes. Procuro pasar con ellas el tiempo necesario. No… no me quedo con ellas.

Sabía que le resultaba incómodo hablar sobre sus conquistas y lo que hacía o no hacía con ellas y yo, bueno, yo tampoco es que estuviera deseando que me contara sus anécdotas más divertidas o morbosas.

Lo cogí de la mano y volví a sonreírle. Aquella era la primera relación seria que tenía R y parecía completamente perdido en aquel terreno. Como yo.

-Entonces permíteme sentirme halagada de ser la primera que lo consigue –bromeé y tiré de él hasta llevarlo a la cama. Lo empujé y él parecía un tanto reacio a sentarse siquiera. Hice un mohín-. Si lo prefieres, puedes dormir en el balcón, bajo la lluvia.

La amenaza lo hizo sonreír, por fin, y se tumbó en uno de los lados de la cama. Salté por encima de él y aterricé cómodamente a su lado. R parecía estar tumbado sobre una losa de piedra, ya que estaba demasiado rígido. Me acerqué tímidamente y le pasé los brazos por la cintura, mientras le pasaba las piernas por encima. Era posible que me hubiera excedido o que hubiera ido demasiado deprisa, pero R no se quejó ni se apartó. Se quedó quieto y, poco a poco, noté cómo iba relajándose.

Me pasó un brazo por los hombros y se inclinó hacia mí, besándome con suavidad en la frente. Nos tapé a ambos con el nórdico y me apretujé más contra R.

Se estaba calentito y escuchar los rítmicos latidos del corazón de R me sonaban como una nana. Toda la tensión que había tenido fue desapareciendo, dejando paso a un cansancio que hacía que me pesaran los párpados. No tenía ni idea de la hora que era pero esperaba que me quedaran un par de horas más junto a él.

Cerré los ojos y se me escapó un bostezo. Para ser la primera vez que hacía algo así, tenía que reconocer que no estaba nada mal.

-¿Estás dormida? –me susurró R, pasando los labios por mi frente.

-No, aún no –gruñí, con la voz adormecida.

Oí que R se reía entre dientes y que me abrazaba con más fuerza.

-¿Sabes qué? Quiero una cama enorme. Para los dos.

Me acurruqué más contra él y sonreí.

-¿Y para qué? –pregunté.

-Una cama grande tiene muchos usos –respondió, con un tono cargado de promesas-. Quizá pueda enseñarte en alguna ocasión alguno de esos usos…

Le di un golpe en el pecho, reprimiendo una risita. Sabía a lo que se refería pero yo aún no le había dicho que… que era virgen. Me pregunté qué pensaría R de ese pequeño detalle. Escondí la cabeza en el hueco de su cuello, sintiendo que se me subían los colores a las mejillas. Qué vergüenza.

-Tengo tantas ideas en mente para hacer contigo… -suspiró R y noté que bostezaba.

Ninguno de los dos dijo nada más y, por fin, los ojos se me cerraron y caí en un profundo sueño, entrelazada con R y notando su respiración sobre mi coronilla y escuchando sus latidos.

Cuando volví a abrir los ojos, la luz procedente de mi ventana incidió directamente a mis ojos, haciéndome parpadear. Palmeé con cuidado el otro lado de la cama y noté que estaba caliente, sí, pero vacía. Miré hacia el despertador y comprobé que era más tarde de lo que creía.

R había intentado quedarse todo el tiempo posible conmigo y se debía haberse marchado hacía poco tiempo. No pude evitar sonreír.

Sin tan siquiera cambiarme, bajé trotando alegremente hacia el salón, donde únicamente mi hermana estaba, leyendo un libro sobre su sillón favorito. Michelle levantó la vista y enarcó una ceja al verme aparecer con mi viejo pijama improvisado. Me senté sobre su regazo y ella dejó el libro sobre una vieja mesita de café, sin dejar de enarcar la ceja.

-¿A qué se debe toda esta felicidad mañanera? –me preguntó, en tono divertido, y supe que estaba conteniendo una sonrisa.

-Digamos que hoy es un día precioso –respondí, haciendo una mueca y ladeando los pies, como si fuera una niña pequeña.

-¿Por la fiesta de esta noche? –me interrogó de nuevo.

Mis piernas se quedaron congelados cuando oí sus palabras. Fiesta. Aquella misma noche. ¿Por qué nadie me lo había dicho? Yo era parte de todo aquel plan, el centro de aquel plan; pero, aun así, nadie parecía contar conmigo a no ser que fuera para que me diera el lote con Patrick o fingiera que estaba encantada con aquella relación. El resto únicamente pertenecía a mis padres.

Recompuse mi rostro a toda prisa. Quizá Michelle pudiera darme algunos detalles, ya que parecía que sabía más que yo, incluso. Y eso me molestaba.

-¿Fiesta? –repetí, procurando esbozar la sonrisa más inocente que pude-. ¿Qué fiesta?

Mi hermana comenzó a hacer aspavientos con las manos, como si no pudiera con la emoción. Sin embargo, sabía perfectamente que era debido a los nervios que le producía todo lo que conllevaba esa maldita fiesta; mamá querría que la ayudara en todo lo posible, evitándome a propósito. Y a Michelle no le agradaba mucho la idea de someterse a tal presión.

-Ya sabes. La «fiesta» -entrecomilló la palabra y tuve que reprimir una sonrisa al ver su gesto contrariado-. Tu fiesta, Vi: llevan preparándola desde que empezaste a salir esporádicamente con Patrick. Solo han necesitado que él diera el gran paso para que nuestros padres empezaran a prepararlo todo.

Vale. Cogí aire y procuré que mi rostro no mostrara ninguna emoción. Todo aquello, todo el espectáculo que se avecinaba, ya estaba preparándose. A mis espaldas. ¿Qué hubiera pasado si, al final, no hubiera quedado nada entre nosotros?

La respuesta estaba clara: nunca había habido una negativa. Esta relación estaba ya fijada, sospechaba, desde hacía mucho tiempo. Nunca había habido otra opción; mis padres me habían permitido estar esporádicamente con otros chicos por algún motivo que se me escapaba, pero siempre habían tenido muy claro quién iba a ser mi prometido. Ya estuviera de acuerdo yo o no.

-Qué raro que nadie me haya avisado… -comenté, en tono desenfadado y mirando de soslayo a Michelle-. Ahora no tendré tiempo suficiente para escoger mi vestido.

Los labios de mi hermana se torcieron, como si tuviera en la boca algo muy amargo.

-Mamá ya lo tiene preparado todo –me informó-. Tu vestido, mi vestido… me atrevería a decir que tiene preparado todo el vestuario de todos los invitados.

Nos echamos a reír a mandíbula batiente.

Las risas cesaron cuando vimos aparecer a nuestra madre, completamente arreglada, en el salón. Nos dedicó una mirada sorprendida y, al verme aún con el pijama puesto, frunció los labios con fuerza.

-Genevieve, cielo, ¿qué haces aún en pijama? –me preguntó, perpleja.

Me alisé la camiseta, incómoda de repente. ¿Cuándo iba a decirme que habían decidido hacer una fiesta a mis espaldas? ¿Lo sabría Patrick?

-No he… he tenido tiempo, mamá –respondí.

Mi madre se masajeó la frente y suspiró.

-Por esta vez lo pasaré por alto –me avisó-. Y, ahora, será mejor que vayamos a desayunar; tengo algunas cosas que comentar.

«Como mi fiesta, ¿no?», pensé. Acompañamos a mi madre hacia el comedor, donde Davinia había preparado todo y nos esperaba pacientemente con el resto del servicio. Me dedicó una discreta sonrisa y aquello me confirmó que, al parecer, toda la casa sabía de la fiesta menos yo. Me sentí estúpida.

Ocupamos cada una nuestros respectivos asientos y me senté erguida, a la espera de que mi madre soltara la bomba.

-Davinia, ¿han comprobado que todo esté en su sitio? –preguntó mi madre, mientras se colocaba la servilleta en el regazo.

Mi hermana frunció el ceño y yo tuve que esconder las manos bajo la mesa para que no vieran que me habían comenzado a temblar. Davinia se acercó un poco a la mesa, como si tuviera información confidencial.

-Harris ha hecho un registro de toda la casa y no ha encontrado nada fuera de lugar, señora –contestó-. Aún necesitamos comprobar las grabaciones de seguridad, pero no sonó la alarma, señora. No sonó.

Michelle se inclinó hacia mi madre, expectante.

-¿Qué ha sucedido?

Mi madre hizo un gesto con la mano, restándole importancia.

-Alguien entró en casa anoche, cielo –respondió mi madre, en tono aburrido-. Harris encontró esta mañana en el jardín pisadas y una botella vacía de bebida. Anoche debió llover y el intruso lo dejó todo perdido… -soltó un gemido, como si aquello fuera el peor de los actos que alguien pudiera cometer, y después me miró fijamente-. Las pisadas conducían directamente a tu balcón, Genevieve. ¿Tienes idea de lo que ha podido suceder, cielo?

Seguramente me quedé pálida, aunque intenté hacer todo lo posible para que no sucediera. ¡No había tenido el suficiente cuidado! R había estado repleto de barro y había dejado su rastro por todo mi balcón. Y su botella descansando amablemente en el jardín como si fuera una señal luminosa. Apreté con fuerza la servilleta y puse mi mejor cara de desconcierto. Estaba perfeccionando el arte de mentir.

-No lo sé, mamá –respondí y sentí que me temblaba la voz. No me vendría mal-. Pero… pero es horrible… ¿¡Y si hubiera intentado entrar en mi habitación!? Estaba completamente dormida y…

Mi madre, ante la sorpresa de mi hermana y la mía propia, se levantó de un salto y se me acercó para abrazarme con fuerza. Estaba temblando como una hoja, asustada porque descubrieran a R, y mi madre lo malinterpretó para mi suerte.

-Cielos, cariño… -suspiró, mientras me estrechaba más contra ella. Era la primera vez en mucho tiempo que hacía algo así… que se mostraba tan cálida; como antes de que muriera Hannah-. No te preocupes, cielo, mandaré a que Horace revise todas las cintas de seguridad para descubrir quién ha sido.

Horace. No. No podía dejar que la mano derecha de mi padre viera aquellas cintas y que pudiera reconocerlo. Ese hombre era perverso y macabro, había coincidido con él en multitud de ocasiones y siempre me había dado escalofríos. Además, su mirada ocultaba demasiados secretos y ninguno era bueno. Él era el hombre que se encargaba de hacer realidad los planes de mi padre, incluso de mandar liquidar a las personas que mi padre consideraba como una amenaza.

-No… no creo que haga falta –balbuceé-. Mientras que haya quedado en un susto…

Vi que Michelle me dirigía una mirada pensativa.

-Mamá, ¿por qué no le dices a Genevieve su sorpresa? –preguntó, con un tono inocente-. Estoy segura de que estará encantada y nos olvidaremos de ese horrible asunto. Genevieve tiene que estar tranquila para ello –añadió, significativamente.

Mi madre se separó de mí y me frotó las mejillas como había hecho como cuando era niña. Toda la preocupación que había antes en su rostro había desaparecido, dejando paso a una amplia e ilusionada sonrisa. Parecía que todo aquello estuviera destinado para ella, no para mí.

Tenía la sensación de que mi madre estaba reviviendo tiempos pasados a través de mí. Pensando que aquello era todo lo que quería.

Incluso tenía los ojos húmedos.

-Ah, sí –coincidió mi madre, que me apretó los hombros con fuerza-. Genevieve, cariño, ¡esta noche tendrás tu fiesta y Patrick te presentará formalmente como su novia a toda la sociedad! ¿No estás emocionada, cariño?

La verdad es que no estaba emocionada. Todo aquello se estaba convirtiendo en una gran pesadilla, provocando que todo lo que había temido se estuviera convirtiendo en realidad poco a poco.

Yo jamás hubiera pedido ser el centro de atención, siempre había preferido permanecer en un segundo lugar, lo suficientemente alejada de la atención y viviendo como una persona más o menos normal. Sin embargo, con Patrick todo aquello iba a ser imposible. Y no quería ni imaginarme el infierno al que iba a estar sometida en la academia y en cualquier lugar al que fuera desde ahora en adelante.

Mostré mi mejor sonrisa, algo que parecía haberse vuelto habitual en mí, y procuré mostrarme lo más ilusionada posible. Aunque, en el fondo, estuviera deseando correr hacia mi habitación y encerrarme.

«Piensa que todo esto acabará pronto; que R conseguirá un buen destino y ambos nos iremos antes de que todo esto llegue más lejos», me repetí una y otra vez mientras mi madre comenzaba a parlotear sobre los preparativos y los vestidos que había decidido escoger para la ocasión. Incluso me avisó en que los había escogido para que conjuntaran con mi pulsera y la hicieran relucir.

Su emoción me provocaba náuseas.

-Incluso el presidente nos ha permitido celebrarla en su casa uió mi madre, haciendo caso omiso de las muecas de horror que Michelle me hacía por encima del hombro de mamá-. Tu padre lo tenía bastante claro, puesto que es el novio, pero el presidente y su esposa se han mostrado de lo más emocionados en celebrarla en su bonita mansión.

»Estoy tan contenta de que esto haya llegado tan lejos, cielo. El presidente está encantado contigo, y eso que todavía no te conoce personalmente, y su esposa parece ser una mujer bastante amable. Y, según me ha contado tu padre, Patrick está de lo más ilusionado con todo esto.

Bueno, al menos alguien parecía estar contento con la relación y parecía haberse tragado toda la farsa. Me sentí un poco mal al hacerle todo aquello a Patrick, pero era necesario por mis padres. No podía decirles que estaba enamorado del hijo del enemigo más acérrimo de mi padre. Aquello me costaría todo.

Y no estaba en situación de perderlo todo y, de ninguna manera, a R.

Pasamos el resto de la mañana charlando, mi madre animadamente, sobre lo que iba a suceder aquella noche y cómo debíamos comportarnos. Mi hermana puso los ojos en blanco mientras mi madre hacía hincapié en que debíamos tener mucho cuidado con nuestros comentarios.

Cuando nos confirmó que los Beckendorf iban a asistir por petición expresa del presidente Weiss, sentí que el corazón comenzó a latirme con más fuerza. Iba a ser muy duro estar cerca de R sin poderlo tocar como yo quisiera; comportarnos como si fuéramos dos completos extraños.

Como todo el mundo esperaba que nos comportáramos: como enemigos.

Michelle, cuando la miré de soslayo, vi que estaba bastante seria y que tenía los labios fruncidos. 

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