V. PAPARAZZI.

GENEVIEVE.

Bonnie se quedó a dormir en mi casa y, cuando Davinia vino a despertarnos para informarnos que ya habían servido el desayuno, gimió y se hundió más en la cama. Habíamos llegado a casa alrededor de las cuatro de la mañana y nadie había estado despierto a excepción de Davinia, que nos abrió la puerta y nos dirigió una sonrisa cómplice.

Aquella mujer había sido testigo de todas las noches que habíamos llegado en tal estado y no le había ido con el cuento a mis padres. Además, para mí era como una segunda madre; aún recordaba cómo se había encargado de mí cuando mamá había caído en una grave depresión y apenas nos había hecho caso a mi hermana y a mí. Mi padre, qué decir, siempre estaba volcado en su trabajo y únicamente nos hacía caso durante los momentos en los que coincidíamos con él: comidas y cenas. El resto del tiempo, parecía como si no supiera que tenía una familia que esperaba que mostrara un poco de interés por nosotras.

Me levanté y dejé que Bonnie ganduleara un poquito más en mi espaciosa cama mientras me dirigía al baño a evaluar los daños después de la divertida y apasionada noche de ayer. Encendí la luz de mi baño personal y me planté frente al espejo; me recogí el pelo en un improvisado moño y comencé a mirarme en el espejo. Tenía el cuello lleno de marcas rosadas y los labios tampoco estaban muy bien. Sin embargo, no era algo de lo que no pudiera hacerme cargo. Empecé a rebuscar entre mis cajones y saqué mi kit que tenía para situaciones como ésa. Me apliqué un poco de mis polvos sobre las marcas y recé para que Michelle no se pusiera quisquillosa y me sometiera al tercer grado.

Cuando terminé, me eché un exhaustivo vistazo en el espejo de nuevo, comprobando que hubiera hecho bien mi trabajo. Había conseguido disimular las marcas, aunque tendría que andar con cuidado. Ningún chico me había hecho algo así; aunque estaba acostumbrada, normalmente no tenía que tapar tantas y tan… tan sonrosadas. Me froté el cuello y procuré pensar lo menos posible en lo que sucedió ayer. Me sentí frustrada de no saber siquiera el nombre del chico, pero ¿para qué? Seguramente no iba a verlo más. Quizá había venido de fuera de la ciudad porque el presidente Weiss había obligado a su hijo a hacerlo. Eran tantas las posibilidades…

Y, sin embargo, no había muchas de que volviera a encontrarme con él.

«No, Vi, no tienes que pensar en ello más.»

Volví a mi habitación y sacudí con firmeza a Bonnie. Ella empezó a quejarse con voz pastosa que la dejara un poquito más y que le iba a estallar la cabeza de un momento a otro; también murmuró el nombre de Johnny y un par de cosas que podría hacer con su vida. Además de un par de cosas obscenas que provocaron que me echara a reír y tuviera que taparme a toda prisa la boca para que no retumbaran en toda la habitación.

Al final conseguí que Bonnie dejara la cama y se dirigiera al baño para adecentarse un poco. Tenía el pelo completamente enmarañado y sus marcas eran mucho más visibles que las mías. Ayer tuve que sujetarle el pelo mientras vomitaba estruendosamente en el baño y se quejaba de que no entendía por qué mi chico misterioso no se había fijado también en ella.

Yo había terminado por intentar consolarla, pero me había molestado un poco que hubiera mencionado a mi chico misterioso y que hubiera dicho las cosas que había dicho, aunque ahora no las recordara.

Bajamos a desayunar, procurando montar una historia en común por si decidieran hacernos un interrogatorio. Lo que iba a ser más que probable.

Nada más poner un pie en el comedor, mi hermana levantó su vista del libro que tenía encima de la mesa y esbozó una sonrisita. Le hice una mueca y ella puso los ojos en blanco. A pesar de ser una chica bastante tímida y centrada en cosas que no tenían importancia, ella me quería. Era la única que había estado conmigo cuando mamá había pasado por ello, aparte de Davinia.

-Niñas, por favor –dijo la voz tan sutil de mi madre, que aguardaba pacientemente en su sitio de la mesa.

Michelle soltó una risita y Bonnie y yo nos sentamos en nuestros respectos asientos. Como siempre, el sitio de mi padre estaba vacío. O bien se le había olvidado bajar a desayunar o, como siempre, había decidido anteponer su trabajo antes que su familia. Aquello era bastante normal en él.

Davinia iba y venía junto a Alice, sirviéndonos el desayuno y dirigiéndome miradas cargadas de mensajes que me avisaban de que no metiera la pata y que procurara omitir los detalles escabrosos de la noche anterior. También me suplicaba que no me olvidara de ella y que, en cuanto termináramos de desayunar, corriera a la cocina para ponerla al día. Asentí y vi que Davinia me sonreía.

-Anoche no oí cuándo llegasteis –comentó mi madre, mientras se colocaba la servilleta sobre las rodillas.

-Llegamos un poco… tarde –respondí, untando una rebanada de pan con la mantequilla que me tendía Michelle-. Pero, por suerte, todo salió bien.

Mi madre enarcó una ceja y me observó con interés. Ahora estaba esperando a que le hiciera un relato detallado de lo que había sucedido la noche anterior; estaba deseando conocer si había cumplido con sus exigencias y si había conseguido lo que se me había pedido: un acercamiento a Patrick Weiss. Y, por tanto, un acercamiento entre mi padre y el presidente. O sea, más posibilidades para conseguir el puesto de presidente cuando Weiss decidiera retirarse.

Cogí un yogurt y me lo empecé a comer con lentitud, preparándome mentalmente para contarle que lo había conseguido, en parte.

-¿Qué tal fue, Genevieve? –me preguntó mi madre, con educación, aunque estaba ávida de saber-. ¿Te presentaste a Patrick?

Esbocé una sonrisa y dejé el yogurt sobre la mesa, con cuidado.

-Lo cierto es que se mostró… interesado –respondí y mi madre sonrió, complacida-. Fue muy amable con nosotras y también hablamos sobre diversas cosas…

Mi madre parecía estar encantada con todo aquello. Seguramente estaba esperando con impaciencia que mi padre apareciera para poder comunicárselo personalmente; desde hacía unos meses, habían insistido mucho en que intentara relacionarme con Patrick y yo lo había hecho por obediencia. Sin embargo, sabía que todo aquello no iba a terminar ahí: cada vez irían exigiéndome más y más. Sobre todo mi padre. No iba a dejar pasar la oportunidad.

En aquel momento mi padre irrumpió en el comedor, terminándose de anudar la corbata y sonriendo abiertamente, lo cual no era muy común en él. Hacía tiempo que nadie lo veía tan… alegre. Parecía que le hubieran ofrecido el puesto de presidencia antes de que el presidente decidiera retirarse.

Michelle me dirigió una mirada inquisitiva, como si supiera que yo tenía la respuesta a la alegría repentina de mi padre. Me encogí de hombros y ambas miramos de nuevo a nuestro padre.

-¡Ah, qué buen día hace! –exclamó, mientras se sentaba en su asiento que presidía la mesa-. Es fabuloso. Fabuloso.

Mi madre sonreía, contagiada por la felicidad de mi padre. Parecía que habíamos retrocedido en el tiempo, cuando Hannah aún estaba con nosotros y aún éramos una familia normal. Sin embargo, la realidad era muy distinta: Hannah seguía muerta y la felicidad de mi padre se debía a algo que comenzaba a sospechar.

-¿Sucede algo, querido? –preguntó educadamente mi madre.

-Adrianna, querida, ¡hoy es un día maravilloso! He estado con el presidente Weiss y me ha comentado que su hijo se ha mostrado muy interesado por ti, Genevieve –podía ver que mi padre paladeaba cada palabra. Estaba orgulloso de mí.

La sonrisa de mi madre se hizo más amplia y parecía estar igual de alegre que mi padre. Aquello había superado las expectativas e iban a seguir haciendo uso de esa pequeña ventaja. Me removí en mi asiento, procurando que no se me notara mi incomodidad. Pensaba que aquello iba a parar ahí, pero me había equivocado. El hecho de que Patrick Weiss estuviera interesado en mí quería decir que mis padres iban a explotarlo todo lo que pudieran.

-¿Sabes lo que eso significa, querido? –preguntó mi madre, incapaz de aguantar toda esa alegría desbordante.

Ambos parecieron reparar en nuestra presencia en aquel momento, ya que cruzaron una mirada que conocía muy bien y nos despacharon. En el último segundo, mi madre me pidió que esperara fuera porque tenían una cosa muy importante que decirme.

Mientras Michelle y Bonnie subían a la habitación que teníamos acondicionada para ser nuestra sala de estar y el estudio, yo me quedé aguardando pacientemente en el salón que pegaba al comedor. Las puertas estaban cerradas, pero podía oír retazos de la conversación que estaban manteniendo mis padres. Sabía que era de mala educación hacerlo, pero no podía evitar hacerlo; tenía la sensación de que, en esa conversación, estaba en juego mi futuro.

La voz de mi madre sonaba bastante ilusionada y no paraba de moverse de un lado a otro.

-… Estoy segura que congeniarán, Marcus –estaba diciendo mi madre-. Ésta es la oportunidad que necesitábamos, querido: si al chico le gusta, su padre no tendrá ningún reparo en complacerlo. Es su único hijo, ¿no? Ya sabes lo que sucede con los hijos únicos: sus padres tienden a consentirles todo.

-Pero antes tendrá que salir con Genevieve para que ella lo conozca, proponérselo de manera tan abrupta, sin tan siquiera una salida… Francamente no creo que funcionaría, cielo.

-Entonces sugiérele al presidente que su hijo le proponga una cita a nuestra hija, Marcus –propuso mi madre y me sorprendí de la picardía que tenía. Siempre la había visto como una mujer dulce y amable; ese comentario no le pegaba nada con su forma de ser.

-¿Y qué hay de Genevieve, cariño? –ahora me había quedado completamente bloqueada al ver que mi padre había decidido pensar en mí. En mí.

-Ella lo comprenderá. Además, está en esa edad en la que busca el amor verdadero y una bonita boda. Estará encantada de hacerlo.

No oí lo que respondió mi padre porque tuve que apartarme a toda prisa para que mi madre no me pillara espiándolos. Mi madre me observó con una sonrisita y me hizo un ademán para que entrara.

Mi padre nos esperaba sentado, sonriéndome amablemente. Mi madre me condujo, con las manos sobre mis hombros, hacia un asiento y me ayudó a sentarme. Podía sentir que quería chillar de emoción y el brillo en sus ojos la delataba; mi padre, por el contrario, parecía más sereno. Incluso parecía pensativo.

-Ah, Genevieve –suspiró mi padre, nada más tomar asiento-. Tu madre y yo tenemos que comentarte… cierto asuntillo.

Me agarré el dobladillo del camisón que llevaba y procuré que no vieran que estaba nerviosa. No me esperaba que me pusiera en ese estado pero el mero hecho de imaginarme en una cita con Patrick Weiss me provocaba escalofríos. Me parecía que mis padres querían acelerar las cosas con él, a pesar de que había cruzado un par de palabras en el academia y en la fiesta de ayer.

Antes había estado radiante y contenta por poder serle de ayuda a mi familia. Incluso había fantaseado un poco con la posible vida que podría vivir si decidía empezar a salir con Patrick Weiss y la cosa iba más en serio. Pero, ahora, estaba aterrada.

Todo lo que había pensado ayer antes de la fiesta y en la fiesta habían desaparecido y me habían dejado la sensación de que todo aquello no estaba bien. Si saliera con Patrick Weiss, me vería perseguida con la prensa y seríamos el tema central de todos los periódicos. Y no creía estar segura de querer tanta atención.

Además, aún tenía que terminar el academia y empezar la universidad; mis padres me habían prometido que podría cursar la carrera que quisiera. Si empezaba a salir con Patrick… bueno, conocía casos en los que la chica había tenido que abandonar sus estudios para encargarse de la casa y de los niños. Y todo demasiado deprisa.

Yo no quería terminar así. No me imaginaba haciendo las cosas que hacía mi madre; ella también había tenido que renunciar a sus sueños por amor y, aunque fuese feliz, era obvio que a ella le hubiera gustado continuar en la época.

Miré a mi madre, a la que había escuchado hablar sobre mi futuro como si hablara de alguna de sus prendas de ropa, y ella me sonrió para animarme. Mi padre parecía haberse vuelto de piedra, me miraba, pero parecía que no me viera realmente. ¿Estaba preocupado por lo que iban a pedirme? ¿Se lo habría pensado?

-Cariño, como bien sabes –comenzó mi padre, procurando escoger bien sus palabras e intentando sonar alegre-, he estado recientemente con el presidente Weiss, el padre de Patrick –me dieron ganas de poner los ojos en blanco ante tal obviedad-. Y me ha comentado que su hijo siente un gran… y profundo interés por ti… -vi que dudaba y que no sabía cómo continuar.

Mi madre puso su mano sobre el antebrazo de mi padre y le sonrió. Después, me miró y tomó el relevo, ya que mi padre no parecía ser capaz de proseguir con todo aquello. Mis manos comenzaron a sudarme y me las sequé discretamente en los muslos. No quería seguir con ello, no podía. Ahora era consciente de todos los contras que había en todo aquel asunto y no estaba preparada para ello.

«Prueba una vez, Genevieve. Prueba una vez y ya está. Seguro que no es tan malo; a lo mejor al final te gusta…»

Pero, aunque se diera el caso, tendría que abandonar el academia, sería la comidilla de toda la ciudad, tendríamos que casarnos a toda prisa y tendría que irme a vivir a otro apartamento. Tendría que dejar la mansión, a Michelle, a Davinia y a mis padres… Y yo no quería hacerlo. Yo quería seguir disfrutando de mi libertad y de mis salidas con Bonnie, no quería cambiarlas por estar todo el día encerrada en mi nueva casa haciendo cuentas y despidiendo a mi marido, deseándole un buen día en el trabajo.

-Lo que tu padre quiere decir, cielo, es que estaría bien que tú y Patrick salierais alguna vez. Ya sabes, alguna noche… Y ¿quién sabe? A lo mejor te acaba gustando y podríais ir un poco más en serio.

Sus palabras sonaban amables pero, en el fondo, aquello era una orden. Algo que debía acatar porque, de lo contrario, tendría problemas con mi familia. Y yo no quería eso. Quería que ellos estuvieran orgullosos de mí. Que se olvidaran por una vez de Hannah y de la tragedia que le sucedió. Pero no quería que me pidieran eso.

Al parecer, no tenía elección.

Mi padre me miraba con un deje de súplica en la mirada. Mi madre, por el contrario, me sonreía, como diciéndome que lo hiciera, que no era tan grave la situación. Siempre podía dejar de gustarle a Patrick, que descubriera que no le atraía. De todas formas, tenía que ser él quien diera por finalizada aquella extraña y artificial relación ideada por mis padres.

Solté un suspiro. Si quería que hicieran, lo haría. Aunque no me hacía mucha gracia todo aquello.

Cuando se lo conté a Michelle, ella me dirigió una mirada cargada de entendimiento. No lo entendía, ella jamás se había visto en una situación así. Sin embargo, dejé que me consolara mientras pensaba en qué podía hacer.

A la mañana siguiente me dieron la noticia: Patrick había aceptado tener una cita conmigo.

Eran dentro de dos días.

La noticia de que Patrick Weiss y Genevieve Clermont habían comenzado a salir fue corriendo de boca en boca y antes, incluso, de que tuviéramos la primera cita. Bonnie me llamó a la mañana siguiente de enterarse y comenzó a chillarme sobre lo feliz que era, sobre lo feliz que estaba por mí y que el chico de la fiesta la había llamado para quedar aquella misma noche. Me pregunto si quería que fuéramos Patrick y yo con ellos, de cita doble, pero me negué. Estaba nerviosa por aquella noche y no tenía ni idea de lo que iba a ponerme. Bonnie se despidió diciéndome que tenía que contarle todos los detalles de la cita si no quería que tuviéramos un problema.

Bajé al comedor a desayunar, mentalizándome sobre cómo podía ir el día y cómo debía comportarme. Era sábado y no había academia, nada que pudiera servirme de excusa para no asistir a la dichosa cita.

Davinia me puso un desayuno sustancioso delante de mí y me guiñó un ojo. Sonreí débilmente y aguardé a que mi padre se uniera a nosotras, mientras mi madre y Michelle charlaban animadamente sobre sus expectativas sobre la cita. Mi madre parecía encantada de que toda la ciudad se hubiera enterado, pero yo lo único que sentía eran náuseas. No quería ni imaginarme el revuelo que se montaría al salir de casa, con todos esos flashes y paparazzi esperando unas palabras de nuestra parte.

Michelle me dirigía rápidas miradas, preocupada por mis evidentes ojeras. No había podido dormir desde que supiera que iba a tener mi cita con Patrick tan rápido. Me encogí de hombros y bajé la mirada, incapaz de seguir oyendo todo eso. La voz de mi madre se me clavaba en mi cabeza, como un castigo.

Mi padre tardó veinte minutos en bajar a desayunar, a pesar de ser fin de semana y no tener que trabajar. Iba vestido con un atuendo bastante informal, diferente del pulcro traje de diario, y nos sonrió a modo de saludo al entrar en el comedor y sentarse en su asiento.

Ahora que estábamos reunidos, las preguntas y comentarios sobre mi cita con Patrick Weiss iban a acumularse hasta hacer la hora del desayuno un auténtico infierno. Mi hermana fingía interés, aunque sabía que estaba preocupada por mí. Lo que me halagaba.

Pinché un trozo de salchicha de mi plato y me la llevé a la boca. Prefería tener la boca llena para evitar tener que responder con frases largas, me limitaría a asentir o a encogerme de hombros a modo de respuesta.

El horrible momento no tardó en presentarse. Mi madre, que ojeaba distraídamente una revista de moda, se giró hacia mí, apoyando su barbilla sobre la mano, y me sonrió.

-Bueno, supongo que estarás nerviosa, ¿eh? –empezó, en un tono divertido. Aunque yo no lo encontraba para nada divertido-. Hoy es el gran día.

Lo cierto es que estaba completamente mareada, asqueada y con náuseas. No quería que llegara esta noche, no estaba preparada para ello. No tenía ni idea de lo que podía hablar con él, de lo que me podía esperar de esta cita.

Compuse mi mejor sonrisa y fingí estar completamente encantada con la idea de tener una idea con el inalcanzable Patrick Weiss. Vi que mi hermana me dirigía una de sus habituales miradas de pena e hice que no la había visto.

-¡Estoy deseando que llegue esta noche! –exclamé-. Me gustaría tanto saber dónde me va a llevar Patrick… -suspiré.

Mi padre me lanzó una mirada de aprobación y supe que había cumplido. Él veía cumplido su sueño, dejando fuera de juego a Beckendorf. Quizá eso suponía que se acabaran los problemas en los que corrían riesgo nuestras vidas. O quizá aumentaran. Aunque no creía que los Beckendorf fueran tan estúpidos de hacerlo sabiendo que Patrick Weiss estaba conmigo, sería demasiado arriesgado.

Incluso podía ver la imagen que se le estaba formando en su cabeza: él sentado en el despacho de Weiss, completamente trajeado y con un enorme retrato detrás de él.

-Vendrá a buscarte a las siete, cielo –me informó mi padre, sonriéndome.

Ah, es cierto. Todo había ido tan rápido que ni siquiera habíamos intercambiado los números de teléfono Patrick y yo. Lo único que sabíamos el uno del otro era lo que nuestros padres nos decían. Hasta esa noche.

Estuve todo el día yendo de un lado a otro en la mansión, consiguiendo desquiciar a mi hermana y que mi madre dijera que, si seguía así, me obligaría a tomarme una de sus infusiones. Me tentó su oferta y estuve a punto de pedirle que, si no le importaba, me diera dos buenas infusiones que me tranquilizaran. Al final bajé a la cocina, donde Davinia y el resto del servicio estaban haciendo sus tareas; en cuanto me vio aparecer por la puerta, Davinia corrió hacia mí y me abrazó con fuerza hasta dejarme sin respiración.

Me acompañó hasta la zona más despejada, donde había dos sillas y que me atraían a la mente buenos recuerdos de cuando era niña. Allí era donde adoraba ir cuando regresaba del colegio o cuando necesitaba que Davinia me curara las heridas que me hacía al caerme cuando jugaba con Bonnie o Michelle en el jardín. Me sentó en una de ella y me cogió las manos, mientras ella ocupaba la otra. Miré nuestras manos y vi que las suyas estaban arrugadas y completamente rojas, seguramente de tanto fregar sin guantes. Ella había sido como una segunda madre cuando mi verdadera madre no había podido hacerse cargo de nosotras. Ella, junto a Michelle, eran las únicas personas que no intentaban mangonearme.

Los ojillos de Davinia brillaban de emoción. Ella también parecía haberse enterado de mi cita con Patrick Weiss.

-Ay, niña, ¡qué contenta estoy! –exclamó-. Por fin vas a tener una auténtica cita…

-Davinia –suspiré.

-¿Tienes pensado qué vas a ponerte? –me interrogó, sin hacer caso a mi tono de exasperación-. Debes estar radiante para ese chico, Vivi –hacía tiempo que no utilizaba ese diminutivo y, al hacerlo, me llevó hacia unos años atrás, cuando era más pequeña-. Tengo la sensación de que es especial…

Especial para mis padres, quise decirle. Ellos eran los únicos que parecían estar realmente ilusionados con todo aquello, y no yo. Yo debería ser la chica ilusionada por haber conseguido una cita con un chico como Patrick pero lo cierto es que únicamente sentía pánico.

Quería contarle a Davinia lo de mi chico misterioso y del miedo que había sentido al ver que la cosa podría haber llegado a más. Si se lo contaba, ¿qué pensaría de mí? Tendría que estar hablando de Patrick, no de ese chico del que no tenía ni siquiera un nombre. Se había esfumado. No lo iba a ver jamás. Punto.

Había mirado The Star con la esperanza de reconocerlo en alguna foto y saber su nombre, pero no había habido suerte. Esperaba que él, al menos, supiera quién era y, si alguna vez nos llegáramos a cruzar, tuviera la decencia de acercarse para presentarse. Es lo mínimo que podía hacer después de lo que había pasado entre nosotros.

«Solo fue una noche, idiota. Y ni siquiera llegó a más», me recordé, regañándome a mí misma por ser tan fantasiosa.

-Tengo miedo –reconocí y vi que Davinia me dirigía una mirada de comprensión.

Ella me dio unas palmaditas y sonrió.

-Ah, pero eso es muy normal en la primera cita, cariño –me explicó-. Eso sucede porque no quieres que nada salga mal… Seguro que todo irá bien, Vivi. Ya lo verás.

Ojalá tuviera razón y todo saliera bien.

Ojalá pudiera enamorarme de Patrick y olvidarme de esa sensación de tener plomo en el estómago.

A las seis y media estaba completamente preparada para Patrick. Con la ayuda de mi hermana y los consejos de mi madre había conseguido elegir mi traje. Había escogido un vestido de gasa rosa pálido que era ajustado hasta la cintura y que caía en cascada hasta encima de la rodilla. Decidí maquillarme muy poco para parecer más natural y no dar la sensación de llevar kilos para parecer más joven.

Michelle se había quedado todo el rato que estuve preparándome conmigo, en silencio, observando cómo me arreglaba. Sus ojos estaban cargados de algo parecido a pena y comprensión, como si entendiera y supiera todo lo que se me pasaba por la cabeza. Sonrió para infundirme ánimos cuando terminé y se acercó para darme un abrazo.

-Estás preciosa –me susurró-. Y, tranquilízate, tampoco vas a la guerra, Vi: solamente es una cita.

Pero no era una cita cualquiera, era mi prueba de fuego. Era la prueba que me imponían nuestros padres para comprobar si realmente era una Clermont. Si aquella cita salía bien, como si no, habría muchísimas más. Luego vendría la formalización de la relación. Más tarde la boda.

Me asustaba todo aquello. Una cosa había sido coquetear descaradamente con Patrick, pero jamás hubiera pensado que mis padres pudieran llegar tan lejos para conseguir más poder. Estaba claro que me había equivocado.

Mi preciada libertad había terminado en ese preciso momento.

Estaba segura que mis salidas con Bonnie se habían acabado y que mi madre vigilaría cada uno de mis movimientos para que todo aquello saliera como mis padres querían.

Patrick llegó puntual y se quedó esperándome en la puerta. Había que reconocer que estaba muy guapo vestido con aquel traje con camisa azul claro y con su cabello castaño cuidadosamente despeinado. Sus ojos de color avellana hicieron el mismo recorrido que el día de la fiesta. Cuando terminó de hacerme su revisión, me sonrió y me tendió la mano.

Mis padres y mi hermana me habían acompañado hasta la puerta y mi padre había saludado efusivamente a Patrick; mi madre le había sonreído como si estuviera delante de una de sus bonitas joyas y Michelle lo saludó con un seco «Hola».

Nos despedimos de mi familia y me llevó hasta su reluciente Lexus. Me abrió la puerta del acompañante de forma muy caballerosa y arrancamos hacia un sitio que únicamente Patrick conocía.

Me apretujé contra el asiento y sentí que las manos comenzaban a sudarme. Tenía que tranquilizarme, no podía dejar que aquella cita saliera mal. Mis padres contaban conmigo y yo tenía que hacer un esfuerzo. Uno grande.

Patrick decidió llevarme al restaurante que había en el centro. Había oído a mis padres que, para conseguir una mesa allí, tenías que reservar con muchos meses con antelación. Estaba claro que para el hijo del presidente no hacía falta reservar con tanto tiempo de antelación.

Cuando entramos, un maître corrió a atendernos con una rapidez inusual. Patrick dio su nombre y él nos acompañó personalmente a nuestra mesa; Patrick había elegido un reservado con las vistas a las montañas y, en cuanto el maître se fue, se desató un poco la corbata. Se había ruborizado y parecía estar bastante nervioso. Era obvio que sus razones eran muy distintas a las mías.

Cogí el menú y empecé a ojearlo distraídamente mientras intentaba tranquilizarme. Él decidió imitarme y, durante unos segundos, nos rodeó un incómodo silencio.

-Cuando mi padre dijo que estabas interesada en tener una cita conmigo, no me lo creía –empezó Patrick, escondido aún detrás de su menú-. Siempre te he estado observando en el academia y… bueno, jamás creí…

Bajé mi menú y le sonreí.

-A mí me pasó exactamente lo mismo –le dije, con dulzura-. Siempre te veía rodeado de chicas y… y pensé… -mi tartamudeó pareció convencerlo porque también me sonrió.

Alargó su mano sobre la mesa y yo se la cogí, sin perder la sonrisa. Las náuseas aparecieron de nuevo y temí que tuviera que irme corriendo al baño; ver a Patrick sonriéndome de aquella forma… En fin, no era lo que yo me esperaba. Me obligué a buscar algo que me atrajera de él. Necesitaba encontrarlo. Patrick me dio un apretón en la mano y su sonrisa se volvió tímida.

Contuve la respiración.

-¿Has visto… has visto algo que te guste? –me preguntó.

Fingí leer de nuevo el menú y sonreí.

-Estoy dudando entre el salmón y la ensalada –respondí-. ¿Y tú?

-Lo tengo delante de mí –dijo y sentí que se me hacía un nudo en el estómago.

Patrick no quería perder el tiempo. Estaba realmente enamorado de mí y, si mis padres se enterasen de eso, tendría muchos problemas. Me obligué a parecer halagada y desvié la mirada, esperando que eso contentara a Patrick.

Cuando vino la camarera a preguntarnos si nos habíamos decidido ya, solté con suavidad su mano y agradecí interiormente la interrupción. Patrick se encargó de pedir por los dos y me brindó unos minutos para poder controlarme.

No tardamos mucho en cenar y, en cuanto terminamos, salimos del restaurante apresuradamente. Por suerte no había ni rastro de fotógrafos o paparazzi, así que nos dirigimos sin prisa a su coche. Me cogió de la mano y yo le dejé hacer.

Ya en el coche, se entretuvo unos instantes, quedándose mirando como si fuera un diamante y él estuviera embelesado ante mi belleza. El corazón comenzó a latirme con fuerza y no exactamente por deseo, sino por inquietud. Sabía que no se iba a contentar con cogerme de la mano y que paseáramos como si fuésemos pareja.

En cuanto se inclinó hacia mí, estuve tentada de retroceder. Pero no podía moverme, estaba paralizada. Aquello pareció animar a Patrick, ya que redujo el espacio que nos separaba y cerró los ojos. Estaba esperando a que yo hiciera lo mismo pero no podía. No quería besarlo.

Me obligué a juntar mis labios con los suyos y, en cuanto entraron en contacto, las manos de Patrick se enredaron en mi nuca y sus labios me presionaron con más fuerza, instándome a que los separara. Me aferré a las solapas de su chaqueta y me imaginé que aquel chico no era Patrick Weiss; de manera inconsciente, me imaginé besándome con el chico misterioso de la fiesta de máscaras que había dado. Aún recordaba su forma de besarme, de tocarme… y no tenía nada que ver con la forma en la que lo hacía Patrick.

Él gimió contra mi boca y yo abrí los ojos, rompiendo el hechizo. Me separé apresuradamente de Patrick y me sentí un tanto avergonzada. No había estado bien pensar en otro chico que no fuera Patrick, pero había tenido que hacerlo. Además, no había sentido nada al besarlo. No había habido chispa.

Era obvio que para Patrick sí había significado algo. Arrancó el coche con una sonrisa cubriéndole el rostro y no me soltó la mano en todo el trayecto de vuelta.

Cuando paró enfrente de mi casa, se bajó a toda prisa del coche y me abrió la puerta, tendiéndome la mano al salir. Me acompañó hasta la puerta y, al pararnos frente a ella, se inclinó hacia mí para besarme de nuevo. Sabía que a mis padres iba a encantarles todo aquello.

Al entrar en casa oí un estrépito, como si alguien se moviera apresuradamente, y mis padres aparecieron en el umbral de la puerta del salón. Entrecerré los ojos y supe que habían estado atentos de todo lo que había sucedido; además, sus sonrisas los delataban. Parecía que fueran a salir flotando de la felicidad de un momento a otro.

Murmuré una rápida excusa y subí a toda prisa a mi habitación. Me encerré en mi baño y me miré al espejo: las marcas sonrosadas habían ido cambiando de color conforme pasaba el tiempo y ahora tenían un tono verdoso.

Cuando desaparecieran, sería como si también se esfumara mi chico misterioso. Y yo no quería eso.

¿Era posible que me hubiera enamorado de un completo desconocido con el que casi había llegado a acostarme? ¿De verdad era tan estúpida?

Las siguientes citas con Patrick fueron más o menos de lo mismo: salíamos a cualquier sitio, charlábamos lo justo, me reía en los momentos justos, dejaba que me cogiera de la mano y me obligaba a mí misma a besarlo. Durante las primeras citas no tuvimos ningún encontronazo con los fotógrafos y nuestros encuentros se mantuvieron en secreto; en el academia nos dirigíamos miradas, pero nada más. Incluso no le había contado a Bonnie que había salido más veces con Patrick; ella, por el contrario, me contó con todo lujo de detalles las citas que había tenido con Thomas. Me alegraba por ella, pero no podía evitar entristecerme porque mi relación con Patrick no era tan idílica como él pensaba.

Sin embargo, las cosas se torcieron, como siempre. Los fotógrafos comenzaron a perseguirnos para sacarnos las esperadas fotos que harían que nuestra “supuesta” relación fuera pública. Era incapaz de salir sin que tuviera que huir de ellos.

Aquella mañana, mientras realizaba unas compras, no fue diferente. Los vi cuando buscaba un bonito conjunto para mi próxima salida con Patrick y sentí que enrojecía de rabia. ¿Ni siquiera podían dejarme un maldito día para poder hacer mis cosas tranquila? Era obvio que no. Busqué en vano una salida, una vía de escape, pero no encontré ninguna. Pagué lo que había elegido y me aferré con fuerza a la bolsa.

Las cámaras ya me esperaban a la salida de la tienda y varios reporteros tenían preparados sus micrófonos para bombardearme a preguntas que sabía que no iba a responder.

Cogí aire y me preparé mentalmente para todo aquel circo.

Mi mayor miedo se estaba haciendo realidad: las cámaras, los fotógrafos, los reporteros… Todo.

Me coloqué las gafas de sol y salí a la calle, donde todos parecieron enloquecer y donde sentí que me iban a tragar.

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