LII. PER ASPERA AD ASTRA.

El mundo parecía haberse congelado a mi alrededor. Escuchaba de manera parcial lo que trataba de decirme Genevieve, como si estuviera metido en agua; mis ojos estaban fijos en mi móvil, que se había abollado por el golpe contra la pared y ahora estaba tirado en el suelo.

Aún era incapaz de creerme lo que había sucedido. Simplemente, no podía estar pasándome todo esto.

«Romeo, hijo... he recibido una llamada del hospital... no me han podido dar mucha información al respecto, solamente me han dicho... me han dicho que no han podido hacer nada por ella. Por favor... por favor, te necesito aquí.»

Me sentí terriblemente culpable por lo que había hecho. Mientras yo había estado disfrutando con Genevieve... mi madre había muerto. Había muerto y yo ni siquiera me había podido despedir de ella.

Era como si estuviera viviendo de nuevo la muerte de Kendrick: tampoco había tenido la oportunidad de decirle cuánto me importaba, lo mucho que sentía haberme comportado como lo había hecho y lo mucho que la quería.

De nuevo me habían arrebatado la oportunidad de pasar unos últimos momentos con algún ser querido; ni siquiera había podido escuchar sus últimas palabras. ¿Qué me habría dicho mi madre si nos hubieran brindado la oportunidad? ¿Qué podríamos haber sacado en claro de un último encuentro entre ambos?

Los oídos me pitaban y me resultaba imposible escuchar lo que Genevieve trataba de decirme. Mi vista seguía clavada en mi móvil, que había lanzado contra la pared, tratando de sacar fuera de mi cuerpo toda la rabia y dolor que habían estallado en mi interior tras escuchar a mi padre.

Apreté los dientes y traté de esconder la cabeza entre mis rodillas; las manos de Genevieve se deslizaban por mis brazos, pecho y vientre mientras su voz, poco a poco, iba colándose en mi cerebro.

-R, me estás asustando –no la estaba viendo pero tenía todo el aspecto de estar a punto de echarse a llorar.

¿Cómo era posible que el universo me odiara tanto que diera un giro tan drástico en mi vida en aquel período de tiempo tan corto? ¿Por qué se habían empecinado en hundirme cuando estaba consiguiendo salir a la superficie? En el fondo, quizá todo aquello me era merecido. Cruel, pero merecido.

-¿Romeo? –preguntó tímidamente la voz de Genevieve junto a mi oído.

Ladeé la cabeza, apoyando la mejilla en mis rodillas; el rostro de Genevieve estaba pálido y sus ojos azules destacaban sobre la piel. Sus labios estaban apretados en una línea y tenía una mano alzada, como si no supiera qué hacer con ella.

¿Aquel era mi castigo por haberme permitido bajar la guardia, por haber fingido unos instantes que las cosas iban bien entre nosotros dos? ¿Sería siempre así?

-R, por favor –me suplicó, parecía estar sufriendo por no saber la causa de mi alterada reacción.

«Por favor, no me dejes otra vez fuera.»

Así era como funcionaba mi cerebro: algo me sucedía y yo me encerraba en mí mismo, protegiéndome en mi coraza cuyos únicos mecanismos de defensa eran beber hasta casi perder el conocimiento y lanzar comentarios hirientes; solamente habían existido dos personas en mi vida que me habían conocido tal y como eran, que sabían cómo era realmente. Entre nosotros no había habido secretos.

Y ahora los dos estaban muertos.

Ese había sido mi error siempre: el apartar a Genevieve siempre que algo malo me sucedía. Lo había hecho en multitud de ocasiones, dejándola a un lado mientras ella se preocupaba por mí, por lo que me sucedía.

¿Podría hacerlo?

Quizá era un buen momento para comprobarlo.

Inspiré y me incorporé, uniendo mis manos y apretándolas con fuerza, tratando de infundirme ánimos a mí mismo por lo que iba a hacer.

Las palabras me quemaron e hirieron como si fuera carbón cuando las pronuncié, como si me estuviera abofeteando a mí mismo:

-Mi madre ha muerto.

Genevieve ahogó una exclamación de horror y algo en mi interior se removió cuando os bracitos de ella me rodearon, instándome a que apoyara la cabeza sobre su hombro desnudo; contuve un sollozo y fue como si hubiera regresado al día en que murió Kendrick y la única que estuvo allí fue ella...

Echando la vista atrás me daba cuenta de las muchas veces en las que Genevieve me había acompañado en los peores momentos.

-No lo entiendo –dije, con un quejido-. Mi padre me aseguró que el tratamiento que estaba recibiendo estaba surtiendo efecto.

Me sentía fatal. La última vez que la había visitado en el hospital había sido consciente de hasta dónde alcanzaba la enfermedad que después de tantos años la había golpeado con una brutalidad inusitada; recordé el color ceniciento de su piel y el poco lustre que tenía su cabello.

Sin embargo, me había sonreído y se había mostrado optimista respecto a su enfermedad. Me había asegurado que estaba funcionando realmente.

-Ya he perdido a las dos personas que más me importaban –proseguí, notando cómo mi coraza iba rompiéndose a cada palabra que pronunciaba-. Ellas eran las dos únicas del mundo que realmente me conocían.

La mejilla de Genevieve se deslizó por mi cabello y luego por mi mejilla. En aquel momento no quise estar en ningún otro lado; no quería moverme de aquella cama ni marcharme de aquella habitación.

-Me gustaría poder llenar el hueco que han dejado, aunque nunca lo lograré del todo –me dijo, conteniendo sus propias lágrimas-. Sin embargo, me gustaría que me dieras la oportunidad. No me apartes más, R. No me dejes fuera de todo esto.

Oculté mi rostro más sobre la piel de su cuello, con una lucha interna: siempre había lidiado con mis problemas en solitario o con el apoyo de un tenaz Ken; a su modo, mi madre también me había acompañado: era consciente de todos los problemas que había tenido en el trascurso de mi vida y se había preocupado por mí, protegiéndome de la furia de mi padre.

Ahora no me quedaba nadie y no quería que Genevieve tuviera que soportar el peso de todos mis errores.

Pero ella me había pedido que le diera una oportunidad lo que, quise suponer, quería decir que pudiéramos tener la vida que habíamos deseado tener desde el principio, el que nos merecíamos.

-Tengo que irme –suspiré, pero no quería hacerlo.

-Quiero ir contigo.

Nos separamos para poder mirarnos fijamente. El rostro de Genevieve resplandecía de resolución y determinación; era peligroso que viniera con nosotros, que la llevara en presencia de mi padre después de todas las advertencias que me había dado desde que había vuelto de la Academia Militar.

-A mi padre no le gustaría verte allí –musité.

Las manos de Genevieve buscaron las mías y las estrecharon con fuerza.

-Por favor.

En el fondo sabía que no iba a ser capaz de hacerlo yo solo. Hacía tiempo que no me enfrentaba a mis temores con el apoyo de alguien a mi lado y Genevieve parecía estar más que dispuesta a ayudarme a lidiar con todo lo que se avecinaba.

Me levanté de la cama y empecé a lanzarle algunas prendas que encontré en la bolsa de viaje; ella las cogió al vuelo y observó la sudadera que le había lanzado. Nos miramos de nuevo y ella esbozó una media sonrisa que parecía ser, en parte, de agradecimiento por haberle dado esa oportunidad.

Sin embargo, ambos estábamos pensando en cómo consiguió colarse en la mansión junto a Kendrick cuando ambos me habían llevado allí porque me había pasado con la bebida y la droga. En ese momento Genevieve había llevado una sudadera con capucha para taparse el rostro.

Una vez estuvimos listos, bajamos hacia la planta de abajo, donde Brutus se había instalado en uno de los sofás y había destrozado varios de los cojines que lo decoraban; cogí las llaves que Marko me había prestado y nos dirigimos a la puerta que conducía al garaje.

Allí dentro estaba el Maserati y otro coche que debían haber dejado la familia de Marko; era un modelo de BMW lo suficientemente corriente como para no llamar la atención. Estábamos en Larssen, el territorio que desde siempre había controlado mi familia, pero desde que habíamos huido del apartamento del Centro estaba esperando cualquier movimiento contra mi familia.

Nos montamos en el coche en silencio y observé a Genevieve mientras ella se mantenía en un silencio que pretendía hacerme sentir cómodo. Me estaba dando la oportunidad de que estuviera en mi mano entablar o no conversación.

En aquellos momentos no me hallaba con fuerzas suficientes para pronunciar una palabra más; la muerte de mi madre me había arrancado una parte fundamental y aún no me había hecho del todo a la idea.

Conduje en silencio hasta la que había sido la casa donde había pasado la mayoría de mi vida; cuando la miré a través de la luna del coche me pareció fría... casi vacía. Kendrick y mi madre le habían dado la chispa que había tenido en el pasado y que ahora se había extinguido para siempre.

Coloqué el pulgar sobre el lector de huellas dactilares del que contaba la verja metálica que conducía al interior de la mansión; observé las puertas moverse con un chirrido y dirigí el coche hacia la puerta principal. Me sorprendió no toparme con ningún coche aparcado y sospeché que la noticia de la muerte de mi madre aún no se había hecho pública.

Ayudé a Genevieve a bajar del coche y no le solté la mano en todo el camino que hicimos desde el jardín hasta el interior de la mansión, en la entrada; no había nadie y me preocupé. ¿Qué iba a ser de los más pequeños? Mi padre apenas pasaba tiempo en casa y las únicas personas que habían estado cuidando de ambos habían sido mi madre y Petra.

-¡Romeo! –exclamó una voz masculina desde el fondo de la entrada.

Genevieve se tensó a mi lado y yo mantuve la mirada clavada en la silueta de mi padre, que parecía hundida. Conforme iba reduciendo la distancia que nos separaba pude ver que su mirada no estaba clavada en mí, sino en Genevieve y que los ojos de mi padre estaban abiertos por el horror y la traición.

-Te advertí que...

-Sé perfectamente lo que me advertiste –lo corté, haciendo un gran esfuerzo para no coger cualquier objeto que estuviera cerca de mí para estamparlo contra la pared; tal y como había hecho con mi móvil-. Estoy cansado de seguir obedeciendo órdenes y de fingir; quiero a Genevieve y tú deberías estar apoyándome en vez de intentando convertirme en una réplica de ti.

Mi padre tragó saliva y sospeché que estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener la compostura delante de nuestra invitada. También supe que necesitaba alguna forma de sacar toda la rabia que lo consumía por la muerte de mamá.

-Esto no es un asunto que pueda discutirse en estos momentos –dijo mi padre, sin perder de vista a Genevieve-. Pasemos al salón, donde toda la familia está ya reunida, y hablemos de esto después. No creas que no he oído lo que ha sucedido, Romeo.

Su amenaza velada no me impresionó en absoluto. Tiré de la mano de Genevieve para que se colocara a mi lado mientras caminábamos; la chimenea del salón estaba encendida y mis tíos, con sus respectivas mujeres, hablaban en susurros.

Todos se giraron hacia nosotros en cuanto pusimos un pie en el interior de la habitación. Mi padre se dirigió con toda la entereza que pudo al sofá que tenía más cerca, el que había ocupado mamá cuando estaba viva; Ben y Antonio acudieron rápidamente a su lado, pegados a sus costados y con la cara llena de lágrimas.

Notaba el pulso en mis oídos cuando avancé hacia donde se encontraban los hermanos de mi padre, ya que mis abuelos maternos vivían en Italia y mi tía había muerto junto a su marido en un accidente... en un asesinato que tramó Marcus Clermont.

Jesper y Roald me dieron palmaditas en la espalda, tratando de demostrarme cuánto lamentaban mi pérdida; Amálie, esposa de Jesper, me cogió el rostro entre sus manos y me besó en ambas mejillas. Había sido buena amiga de mi madre y podía entender mi pérdida.

Olivie, por el contrario, me frotó el brazo que tenía libre y me dedicó una sonrisa algo tímida.

Sin embargo, sabía que todo el mundo estaba pendiente de mi acompañante. Aunque mi padre fingiera no saber quién era, a quién había dejado pasar a su casa, mis tíos y tías parecían estar esperando una confirmación por mi parte.

No me gustaba en absoluto la atención que había suscitado la presencia de Genevieve en aquella casa y lo que supondría de salir la noticia de estas cuatro paredes; ella se pegó un poco más a mí, temerosa de estar rodeada de tantos desconocidos que la miraban como si fuera un espécimen sacado de cualquier laboratorio de pruebas.

Le estreché la mano, tratando de infundirle ánimos.

-Ella es Genevieve Clermont –la presenté y Olivie ahogó una exclamación de sorpresa-. Pero eso es algo que todos debéis saber.

-Leemos los periódicos, hijo –comentó Jesper, sin quitarle la vista de encima a Genevieve-. Es obvio que todos aquí reconocemos su cara. Y teníamos la sensación, por las últimas noticias que nos habían llegado, que iba a casarse con Patrick Weiss.

Me cuadré y miré a mi familia con toda la frialdad que me fue posible; no quería exponerles el verdadero carácter de Weiss, pero la curiosidad que había despertado en ellos la presencia de Genevieve en la casa iba a convertirse en un auténtico problema si no cortaba el tema de raíz.

-Fue idea de mis padres –dijo la voz de Genevieve antes de que pudiera contestar-. Ellos me utilizaron para montar todo este espectáculo y yo, al principio, pensé que pronto terminaría; fui una estúpida al creer que mis padres me permitirían elegir y todos ellos, no solamente mis propios padres, me han estado utilizando para conseguir sus propios objetivos.

Todo el mundo se calló al oírla hablar con tanta sinceridad y rabia contenida. Amálie se llevó una mano a la boca, tapándosela con un gesto mudo de horror al imaginar lo que debía haber sufrido Genevieve a manos de su propia familia; mi padre alzó la mirada en nuestra dirección, mirándonos a ambos con una mueca.

-Ella fue la persona que me dio los documentos –le desvelé a mi padre y sus ojos se mostraron asustados y cautelosos-. ¿Cuántas más pruebas necesitas, papá?

-Te recuerdo que es una Clermont, hijo mío –apuntó, con frialdad-. Su familia nos ha causado mucho, demasiado, dolor.

-¿Y, sin embargo, no ha hecho más bien que toda su familia al entregarnos esos documentos? –lo contradije, procurando que no notara lo mucho que me estaba afectando su negativa a ver a Genevieve como a una aliada.

-Fue por culpa de esta chica, o por lo que crees sentir hacia ella, por lo que terminaste en la Academia Militar –recordó mi padre-. Te has arriesgado mucho y nos has hecho perder a todos. ¿Qué sucederá cuando toda su familia se nos eche encima?

De nuevo me quedé paralizado, recordando la conversación que había mantenido con Marko; la familia Clermont y sus aliados aún no se habían puesto en movimiento, lo que nos brindaba un pequeño período de tiempo para poder llorar la pérdida de mi madre. ¿Qué sucedería cuando el pequeño Weiss empezara a hablar? Se pondría en contacto con Marcus Clermont y éste tendría en su mano la baza necesaria para conseguir lo que siempre había deseado: destruir a mi padre.

Sin embargo, mi padre había dicho que había estado escuchando lo que se decía de mí. ¿Se estaría refiriendo a eso precisamente?

-No quiero causar problemas –intervino de nuevo Genevieve y noté que flaqueaba, quizá abrumada por encontrarse hablando con Charles Beckendorf-. Me iré de aquí si es eso lo que quiere, señor Beckendorf.

Miré con rabia a mi padre.

-Ella no se va a ir a ninguna parte –siseé-. Y, de hacerlo, iré con ella.

-¡Romeo! –exclamó mi padre con consternación.

Amálie decidió intervenir entre los dos, interponiéndose en medio y mirándonos a ambos con un gesto de creciente enfado; su marido nos observaba a todos con el ceño fruncido, como si estuviera atando cabos respecto a algo. Roald y su esposa se mantenían cerca de la chimenea, hablando entre ellos entre susurros.

-Ya basta –ordenó, sin que la voz le temblara un ápice-. Estamos pasando un duro momento tras la pérdida de Pomona –el nombre de mi madre se clavó en mi corazón como dagas de hielo- y no creo que sea el momento idóneo para ponernos a discutir por estas... nimiedades.

La cara de mi padre se puso colorada debido a la humillación y al enfado.

-Esta chica –empezó, haciendo aspavientos en dirección a Genevieve- es otra de las amiguitas de Romeo. Tú, mejor que nadie, sabes perfectamente a lo que se dedica tu sobrino cuando no tiene otra diversión que tratar de hundir a la familia; Pomona sufría por él y este desagradecido nos lo paga así.

Me fijé en mis hermanos pequeños, en lo asustados que parecían al ser testigos de aquella discusión; no era la primera vez que vivían un episodio así, pero el agotamiento que tenían después de la muerte de nuestra madre les estaba pasando factura.

No quería que sufrieran más.

-Quiero a Genevieve –declaré y, al intentar avanzar hacia mi padre, Genevieve me detuvo del brazo y Amálie colocó su mano sobre mi pecho, frenándome-. La amo. ¿Acaso eres tan jodidamente ciego que no eres capaz de verlo? ¿Hasta dónde llega tu odio hacia los Clermont que no eres capaz de ver más allá de él?

-Es tarde –intervino de nuevo Amálie-. Hoy ha sido un día muy duro y hay muchas que hacer; será mejor que todos subamos a descansar un poco. Charles, si quieres podemos ir Jesper y yo al hospital para todos los trámites.

-Iré yo –decidió mi padre-. Era mi esposa.

-Te acompañaremos, entonces –asintió Amálie.

Los ojos de mi padre se clavaron de nuevo en nosotros. Estaba seguro de que la relación con mi padre se había roto definitivamente; él creía que lo había traicionado de la peor forma posible y cuyo arreglo ya no era posible.

Había demasiadas discrepancias y diferencias para poder intentar salvar una relación que estaba resquebrajándose desde hacía mucho tiempo y cuyo golpe mortal había sido aquel día.

-Romeo, querido –me llamó con suavidad Amálie-, ¿por qué no os subís Genevieve, los pequeños y tú a descansar un poco? Mañana habrá tiempo suficiente para que podamos hablar todos.

Para subrayar sus palabras me lanzó una intensa mirada que me pedía que no rebatiera lo que había dicho y me fuera de allí; el ambiente estaba demasiado cargado por las circunstancias y yo estaba a punto de explotar. Llamé a Antonio y a Ben, que acudieron raudos a mi lado, rodeándome ambos con sus bracitos mi cintura y lanzando miradas a Genevieve, que seguía pegada a mi lado; le sostuve la mirada a mi padre, retándole a que dijera algo sobre la presencia de Genevieve en esa casa.

No dijo nada, así que los conduje a todos fuera del salón mientras mis tíos empezaban a hablar sobre lo que sucedería mañana, cuando la noticia se hiciera pública y las preguntas se cernieran sobre nuestra familia.

Subimos los escalones hacia la segunda planta y los dirigí directos a mi dormitorio; la última vez que había estado allí había sido hacía cuatro meses, cuando había preparado mi equipaje, bajo la atenta mirada de mi padre, para irme directo a la Academia Militar.

Los pequeños corrieron hacia la cama, que estaba pulcramente hecha, y saltaron sobre ella. Genevieve se quedó a mi lado, con la mirada clavada en los dos pequeños, que nos devolvían la mirada desde la cama.

-Papá ha dicho que mamá no va a volver del hospital –dijo entonces Antonio.

-Se ha ido –continuó Ben, con su vocecilla-. Pero no nos ha querido decir dónde.

Un nudo en la garganta fue tensándose hasta hacerme casi imposible respirar correctamente; miré a Genevieve, quien me frotó el brazo y me sostuvo la mirada hasta que yo decidí enfrentarme al problema que suponía tratar de explicarles a mis hermanos pequeños qué sucedería en el futuro.

Nos acercamos hacia la cama y los niños se hicieron a un lado para que pudiéramos sentarnos todos. Eran tan pequeños que no podían entender lo que suponía todo aquello; Ben ya había perdido a toda su familia y, aunque no recordaba nada de sus padres, sí lo hacía de Kendrick.

-Mamá se ha tenido que ir –comencé a explicarles, procurando que la voz no se me rompiera.

-Eso ya nos lo ha dicho papá –dijo Antonio.

-Pero ella no puede volver –continué y los dos niños se encogieron-. Al lugar a donde ha ido está muy lejos y no le va a ser posible volver.

Los ojos de Ben comenzaron a brillar.

-¿Se ha ido al mismo lugar donde están mis padres y Ken? –su pregunta me cogió desprevenido y un dolor atroz me traspaso el pecho.

-Sí, Ben.

Los dos niños corrieron a refugiarse entre mis brazos mientras Genevieve se limpiaba las comisuras de sus ojos, eliminando las lágrimas que se le escapaban; ambos nos sostuvimos la mirada mientras mis dos hermanos gemían contra mi camiseta.

Lentamente, Antonio apartó la cara y miró a Genevieve.

-Entonces, ¿a ti te ha enviado mamá para que cuides de nosotros con R?


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