LI. ECOS DE AMOR. (2ª PARTE)

Era consciente de cómo me estaba rompiendo poco a poco. Había tratado de retrasar ese momento todo lo que me había sido posible... hasta que no había podido contenerme más; desde que le había pedido a R de una forma discreta que se quedara conmigo había tenido la angustiante sensación de que me estaba equivocando.

Sin embargo, mi corazón se había desbocado ante la cercanía de R y me recordaban cómo le había rechazado en su coche, cuando habíamos logrado alcanzar el Centro sin que ninguna patrulla de policía pudiera dar con nosotros. Era capaz de sentir en mis pulgares el agitado pulso en las muñecas de R, como si nuestros corazones estuvieran latiendo a la misma velocidad.

Y, sin embargo, tenía miedo. Miedo a lo que seguía despertando en mí a pesar de todo el daño que nos habíamos hecho mutuamente; entreabrí la boca para poder coger más aire y esperando impacientemente su respuesta.

¿Estaría en lo cierto? ¿Nos habríamos obligado, quizá por inercia, a sacar algo en claro de aquella relación que tanto daño nos había causado a nosotros dos y al resto de personas que nos rodeaban?

Los párpados de R bajaron, tapándome la visión de sus iris grises. Seguía estando fascinada por sus largas pestañas y la forma en la que rozaban la piel que había bajo sus ojos.

-No lo sé –reconoció. Su tono era desolador y me tragué las lágrimas como bien pude-. No lo sé, Genevieve. ¿Y qué si ha sido así? Sé que la he cagado en multitud de ocasiones, pero no me arrepiento en absoluto de haberte conocido, de haber estado contigo...

Su voz se apagó lentamente. Apreté mis manos sobre sus muñecas, intentando de mantenerme entera; yo tampoco me arrepentía de lo que había sucedido entre nosotros, de los buenos momentos que habíamos pasado juntos. Bien era cierto que, en algunos momentos, si pudiera retroceder en el tiempo hubiera actuado de otra forma, solventando el daño que había causado con mis actos o imprudencias.

Recordé cuando me llevó fuera de los círculos donde nos habíamos movido para invitarme a una hamburguesa; el sitio que eligió era acogedor y nos brindaba intimidad. Había estado acobardada de alejarme de todo lo que conocía, yendo a rincones de la ciudad en los que jamás había puesto un pie.

Después pasé a la noche en la que apareció completamente borracho en mi balcón; contuve un suspiro cuando rememoré su cuerpo durmiendo al lado del mío, estrechándome entre sus brazos.

-Me hiciste tan feliz –suspiré-. Pero también me has hecho tanto daño...

Tragué saliva al recordar todas las ocasiones en las que R se había encerrado en sí mismo. Tampoco podía apartar de mi cabeza las veces en las que había estado con Elsa, quizá más de las que yo tenía constancia, solamente con un único motivo: hacerme daño. Así era como R lidiaba con sus problemas: respondiendo con todas las bazas con las que contaba para hacer un daño aún mayor.

¿Por qué no me rendía? Lo había intentado, incluso había creído hacerlo cuando nos habíamos vuelto a reencontrar tras esos cuatro meses en los que ambos estuvimos separados; sin embargo, me era imposible. R era como un fuerte imán que me atraía con una fuerza devastadora; conseguía hacerme feliz y también sacaba lo peor de mí.

Pero yo seguía yendo tras él una y otra vez, haciendo caso omiso a todo lo que había tenido que sufrir en el pasado. Quizá era porque no soportaba verle tan hundido, intentando destruirse a sí mismo y, a su vez, a todo aquel que estuviera cerca de él.

-Siempre lo jodo todo, ¿verdad? –musitó y su tono me resquebrajó un poquito mi corazón.

Solté una de sus muñecas para acariciar con cariño su mejilla; bajé la mano lentamente hacia su pecho, donde la dejé.

-Conmigo intentaste arreglarlo –admití-. No puedo negar que has cambiado, R. Un poquito.

R sonrió con tristeza.

-En el fondo, no he cambiado mucho –me contradijo-. Sigo haciéndote daño una y otra vez, ya sea de manera intencionada o no.

El aire se me quedó atascado en la garganta al echar la vista atrás en lo que había sucedido aquella noche; reviví la cara de victoria que había puesto Elsa al verme aparecer en el baño y lo mucho que había disfrutado hurgando en una herida que no había terminado de cicatrizar.

Me tensé sin poderlo evitar.

-Quiero que seas sincero conmigo, R –le pedí, bajando la voz-. ¿Cuántas veces tú y Elsa... hicisteis cosas a mi espalda mientras estuvimos juntos?

Necesitaba saberlo. Quería oírlo de sus propios labios para poder intentar pasar página; bien era cierto que el único encuentro del que tenía constancia había sido en ese período de tiempo en el que, por un cúmulo de circunstancias y malos entendidos, había dejado la relación... pero necesitaba saber si había habido más.

La ignorancia me hacía sentir estúpida y humillada.

-Técnicamente no estábamos juntos –respondió R en el mismo tono-. Pero solamente fue una vez, en The Night...

«La noche en que Kendrick me llamó para pedirme ayuda porque R se había pasado con el alcohol y las drogas», completé en mi cabeza. Parpadeé para contener las lágrimas; por un lado no podía evitar sentirme aliviada de que había sido sincero conmigo respecto a eso, pero eso no quitaba el nudo en el pecho que tenía debido a que siempre acudía a Elsa.

Cerré los ojos con fuerza, rezando para que no me pusiera a llorar allí mismo de la desgarradora sensación que tenía en el pecho.

-Lo siento tanto –se disculpó R y tenía la voz rota-. Soy una persona horrible. Quizá sea por eso por lo que Elsa y yo... en fin...

Sacudí la cabeza, liberándome de las manos de R. Me abracé a mí misma mientras trataba de contener el llanto; Elsa me lo había insinuado aquella misma noche, deleitándose del daño que me estaba causando con ellas.

«Es evidente que no tenías ni idea de cómo le gustaban las cosas a R, ¿verdad? Quizá por eso decidió dejarte...»

De nuevo la semilla de la duda germinó un poquito más en mi interior. Era evidente, por lo que había logrado entender en todo aquel tiempo que había estado al lado de R, que la historia que mantenía con Elsa se remontaba a varios años antes; tanto Elsa como R habían mantenido encuentros esporádicos en todos aquellos años. Quizá, me atrevería a decir, se había creado entre ellos dos una extraña confianza.

Elsa conocía cosas de R que yo desconocía por completo.

-¿Alguna vez llegarás a perdonarme por todo el daño que te he causado? –preguntó entonces R.

Apreté más los ojos, tratando de mantenerme serena. Me aferré desesperadamente al albornoz que llevaba, como si aquella prenda pudiera darme la fuerza que tanto me hacía falta; R seguía quieto a mi espalda.

-¿Y tú? –respondí con otra pregunta-. Ambos nos hemos hecho daño, R. No niego que yo también me haya hecho cosas que están mal y que hayan podido herirte...

-No tengo nada que perdonarte, Genevieve –respondió, sonando muy seguro de sí mismo-. Quizá antes podría haberme sentido molesto, pero ahora sé todo lo que necesitaba saber.

-Te exigí demasiado –dije-. Ese, quizá, fue mi mayor error. De no haber estado tan... tan centrada en mí misma hubiéramos encontrado otra solución.

A mi espalda escuché un suspiro.

-No me arrepiento en absoluto de la decisión que tomé al pedirte que te casaras conmigo –me contradijo-. Si es eso a lo que te refieres.

Principalmente ese era el tema. R había creído que lo que yo le exigía para que volviéramos a estar juntos era un compromiso aún mayor y había intentado dármelo de la única forma que se le ocurría: dándome un anillo y diciéndome que solamente necesitaba una fecha.

Me escocieron los ojos cuando recordé cómo había decidido, de golpe, que quería casarme con él: después del funeral de Kendrick y mi primo, cansada de que R me hubiera estado evitando porque había creído que iba a confesarles a todos lo que realmente había sucedido.

En el fondo, no me arrepentía de aquella decisión desesperada. Solamente quería estar con R lo más lejos de aquí.

Noté un dolor en las sienes.

-No me has respondido a mi pregunta –hice un hábil cambio de tema-. ¿Crees que debería rendirme?

Hice acopio de fuerzas para girarme hacia R y que pudiera estudiar su reacción cuando respondiera a mi pregunta.

-¿Qué crees que debes hacer tú?

-No lo tengo claro –respondí con sinceridad-. Durante todo el tiempo que estuviste fuera le pregunté a Bonnie y Marko si tenían alguna noticia sobre ti; por la ciudad corrían todo tipo de rumores sobre lo que estarías haciendo: en cualquier playa disfrutando de compañía femenina, en Europa viajando antes de empezar la universidad... No sabía qué creerme, habías desaparecido de la noche a la mañana y, cuando salí del hospital, apenas tuve tiempo de enterarme de la forma que hubiera querido.

»No quería creerme que te hubieras ido después del accidente, me parecía imposible que hubieras decidido marcharte en un momento... así; al ver que nadie podía darme una respuesta que me fuera satisfactoria, terminé por dejar de preguntar e indagar. Mis padres me tenían controlada y, poco después de salir del hospital, decidieron que tendría que mudarme a casa de Patrick –no me tembló la voz al pronunciar su nombre, lo cual agradecí-. Luego llegué a la conclusión de que fue lo mejor que te hubieras marchado, porque tendrías la oportunidad de... no sé, quizá encontrar a otra persona y ordenar tus ideas. De darte un poco de perspectiva.

No le hablé de cómo me había afectado su marcha, de cómo había tenido que fingir delante de todos que estaba bien, que únicamente me quedaban algunas secuelas del accidente; mis padres se empecinaron en hacer correr una absurda historia sobre mi accidente para que nadie pudiera sospechar la verdad. R no había pasado mucho tiempo ingresado, por lo que su marcha de la ciudad no fue relacionada en absoluto con mi accidente.

Sin embargo, cuando hablaba con Bonnie, no podía evitar sacar a la luz todo lo que me pasaba y que ocultaba a ojos del resto de mi familia. Me encerraba en mi habitación en ese período que me brindaban mis padres mientras estuve en casa y me abandonaba al llanto mientras Bonnie trataba de darme alguna explicación de por qué R no me había mandado siquiera un maldito mensaje; después, la noche en que vino Patrick a casa y recibí la noticia por su parte del regreso de R a la ciudad fue un duro golpe para mí.

Igual que el que recibí cuando traté de hablar con él y R me trató de aquella forma tan horrible, acusándome incluso de haberme inventado mi aborto para que volviéramos a estar juntos.

Se me revolvió el estómago al pensar en la conversación que escuché a escondidas entre mis padres en el hospital.

Entonces fue cuando me rompí por completo al recordar que ni siquiera podía contar con mi propia familia en estos duros momentos que estaba viviendo.

Me dejé caer sobre el suelo y no me molesté en levantarme. Mi vida había cambiado, yo había cambiado y no sabía quién era en estos momentos; iba a hundir a mi familia, pensaba abandonar el país y dejarlo todo atrás. ¿En qué clase de persona me había convertido? ¿En qué clase de persona me habían convertido mi propia familia? Para ellos yo solamente había sido un cabeza de turco para que mi padre pudiera conseguir lo que tanto había querido: el puesto de presidente.

Aún no estaba del todo confirmado pero, después de nuestra boda, estaba segura que el presidente iba a declarar que ya había escogido a su futuro sucesor y que éste sería mi padre.

Me sentía como una simple mercancía.

R corrió hacia mí y se arrodilló frente a mí, cogiéndome por los brazos para sostenerme mientras yo me rendía finalmente al llanto. Todo el mundo me había estado exprimiendo hasta que yo no había podido más; estaba agotada, quería dejar de luchar... pero antes quería cobrarme mi propia venganza.

-Genevieve –me llamó R, asustado-. Genevieve, por favor, deja de llorar.

Aquello únicamente sirvió para acrecentar aún más mi llanto.

R se inclinó hacia mí e hizo que me apoyara sobre su pecho mientras sus brazos me rodeaban con indecisión; aunque me doliera mucho reconocerlo, había esperado ese gesto por su parte desde hacía mucho tiempo. Aunque hubiera querido que hubiera llegado antes.

Sin embargo, había intentado alejarme con sus malos modales y con actos que me habían herido en lo más profundo. Después, cuando no habíamos podido más, se había roto y me había confesado toda la verdad sobre por qué había actuado así y dónde había estado en aquellos cuatro meses en los que me habían pasado factura.

«Una última vez», me dije. «Solamente una vez más...»

En aquellos momentos estaba tan hundida que ni siquiera me paré a pensar en las consecuencias que podría tener lo que iba a hacer después, cuando lo evaluara con la cabeza fría y mucho más despejada.

Le acaricié el pecho, ascendiendo hacia su cuello y entrelazando mis brazos en torno a él; alcé la cabeza tímidamente y pillé a R observándome fijamente. Sus ojos querían decirme algo, estaba segura de ello, aunque no era capaz de descubrir qué. En esos momentos lo único que quería hacer era dejar de pensar durante un buen rato.

R exhaló lentamente cuando empujé su cabeza hacia la mía. Su cálido aliento chocaba contra mis labios, que estaban solamente a unos centímetros de los suyos.

Él debió adivinar mis intenciones porque trató de separarse de mí. Mis brazos se tensaron automáticamente contra su cuello, impidiéndoselo.

-No creo que sea el momento oportuno para esto... –se excusó, pero sus ojos me estaban diciendo lo contrario.

-Por favor –supliqué.

Había tratado de evadirme usando a Patrick pero, en esta ocasión, aquella necesidad provenía de otra parte distinta: mi corazón. En el fondo estaba deseando que lo hiciera, que me ayudara a olvidar lo que había pasado aquella noche y fingiéramos que nada había cambiado entre nosotros, que seguíamos en su apartamento en aquel fin de semana y que lo que había sucedido en aquellos cuatro meses nunca habían tenido lugar.

Intuí la lucha interior que estaba teniendo R en su interior. Se había puesto tenso y evitaba mirarme a los ojos; me aferré a él con más fuerza y me pegué a su pecho, tratando de disuadirlo.

R cerró los ojos y apretó la mandíbula.

-R –volví a suplicar.

Apartó la cara, resistiéndose a algo que, en el fondo, también estaba deseando.

Decidí actuar de otro modo: acerqué mis labios a su cuello y rocé la piel levemente, ascendiendo hasta llegar a la línea de la mandíbula; la seguí hasta alcanzar la comisura de su labio y ahí me detuve. La respiración de R se había agitado y su pecho no paraba de subir y bajar, demostrándome lo difícil que se le estaba haciendo mantener el control.

-Por favor –repetí en un susurro, pegada casi a sus labios.

-No me hagas esto –me suplicó entonces R.

Sus palabras no me hicieron que quisiera echarme atrás. Sabía que estaba deseándolo, ya que había intentado besarme en el coche y yo no se lo había permitido; ahora que estaba dispuesta a entregarme a él... no entendía por qué R seguía resistiéndose.

Esa chispa que siempre había existido entre nosotros había surgido de nuevo y nos rodeaba, incitándonos a que dejáramos a un lado los pensamientos racionales y nos abandonáramos a nuestros deseos más profundos.

«Hazlo, hazlo, hazlo», me animaba a mí misma en mi fuero interno.

Besé con cuidado la comisura de su labio y lo escuché suspirar junto a mi oído, no hizo amago de quitarse, por lo que proseguí. Sus manos bajaron a mis caderas, acariciándome por encima del albornoz con ternura.

Cuando al fin dejó de luchar en su interior y se rindió, cogió mi rostro entre sus manos y me observó con un brillo cargado de amor y miedo que me dejó momentáneamente perdida; miré sus labios y recordé lo mal que había elegido en el coche al haberlo apartado de mí.

R rozó mis labios, provocándome, pero sin llegar a besarme. Alcé la mirada y vi que sus ojos grises desprendían un leve toque juguetón; acorté la distancia que nos separaba y R me imitó, provocando que nuestros finalmente se encontraran.

Ese beso me hizo olvidar todo lo que había sucedido mientras estuvimos separados; me hizo creer que mi corazón estaba recompuesto y que nada había cambiado entre ambos, los dos seguíamos en la pequeña burbuja de felicidad que había creado R en su apartamento y acababa de pedirme que nos casáramos.

Agarré la camiseta de R y la estrujé en mis puños mientras dejaba que R profundizara aún más el beso; era como si hubiéramos retrocedido en el tiempo y no me corregí a mí misma. Fui cayendo lentamente hacia el suelo del dormitorio mientras R seguía besándome y recorriendo mi cuerpo por encima de la tela del albornoz.

-Hay... ahí... una maravillosa... cama –dijo R mientras me seguía besando.

La miré de reojo mientras R me ayudaba a incorporarme y me conducía hacia ella de la mano, con los ojos brillantes; aquella engañosa sensación de felicidad nos rodeaba a ambos, pero el peso que tenía en el pecho se había negado a desaparecer. R apartó de golpe nuestras bolsas, haciendo que cayeran al suelo y tiró de mí hasta que caí de espaldas sobre el colchón.

Agarré el borde de su camiseta y la fui subiendo lentamente por su pecho, dejando al descubierto los tatuajes que llevaba sobre los brazos y pectorales; R se encargó de deshacerse de su pantalón y, en un movimiento que hizo, le detuve el brazo, sujetándolo con mis dos manos. Había visto algo extraño entre la multitud de tatuajes que llevaba, pero no sabía exactamente qué.

Mis ojos se detuvieron en una diminuta y bien camuflada «G» que llevaba tatuada en el antebrazo entre los tallos espinosos de lo que parecía un rosal con una única flor abierta; R siguió la dirección de mi mirada.

La reescribí con mi pulgar sobre su piel, fascinada y conmovida a partes iguales.

-¿Y esto? –pregunté con un hilo de voz.

R se rascó la nuca con cierto nerviosismo.

-Me lo hice al poco de entrar a la Academia Militar –respondió, azorado-. Cuando lo miraba... me hacía sentir un poquito más cerca de ti. Por muy cursi que suene –añadió a regañadientes.

Mi pecho se hinchó de orgullo, pero una punzada de tristeza me traspasó al recordarme lo que debía haber sufrido en aquellos cuatro meses en los que yo había creído firmemente que se había marchado para siempre.

R bajó su cara hasta dejarla a una pequeña distancia de la mía y el brazo que tenía libre se enroscó en el cordón del albornoz.

-Nunca ha habido una chica como tú en mi vida –dijo con seguridad.

Le dejé desabrocharme el albornoz y me incorporé lo suficiente para que R pudiera quitármelo y tirarlo por encima de su hombro; ambos estábamos completamente desnudos y fue entonces cuando el rostro de R cambió durante unos segundos: miedo, recelos y dudas... era todo lo que mostraba su cara antes de cerrar los ojos, como si quisiera deshacerse de un mal pensamiento.

Me aferré a sus hombros, instándole a que no se detuviera. R abrió lentamente los ojos, sacudió la cabeza y me dedicó una media sonrisa.

-Creo que no hace falta indicaciones en esta ocasión, ¿verdad? –bromeó.

Sonreí y R posó sus labios sobre mi cuello, empezando a lamerlo con suavidad y provocando que todo mi vello se erizara; se me escapó un gemido involuntario cuando R acarició mi vientre hasta llegar abajo. Mi respiración se agitó y decidí imitarlo, arrancándole una sonrisa pícara.

Nos besamos de nuevo, jadeando ante esa electricidad que parecía rodearnos; los expertos dedos de R habían encontrado un ritmo que me hacía jadear y gemir mientras que él trataba de contener los suyos propios.

-Te quiero... tanto –jadeó en mi oído.

Nos miramos fijamente mientras él alineaba su cuerpo al mío y empezaba a moverse lentamente a mi interior. Cerré los ojos cuando consiguió introducirse finalmente y su respiración se agitó; me pegué más a su cuerpo, tratando de que se hundiera más en mí. Arqueé la espalda al sentirlo moverse dentro de mí y mascullando cosas entre dientes junto a mi oído.

-Quédate conmigo para siempre –me pidió R-. No me abandones nunca.

En ese momento me sentí como si me hallara en casa, como si hubiera encontrado mi lugar en un mundo en el que había perdido por completo mi sitio, si es que alguna vez había tenido uno.

Escuché el estridente sonido de un móvil y me arrebujé más entre las mantas, tratando de amortiguarlo; a mi lado R se removió en la cama, tratando de no despertarme con movimientos bruscos. Lo escuché moverse por el dormitorio buscando el teléfono y el colchón se hundió bajo su peso cuando se sentó en el borde; me giré en su dirección, aún medio dormida.

-¿Qué sucede ahora? –gruñó R.

Aguardé en silencio, intentando descubrir quién era la persona que se hallaba al otro lado de la línea; quizá fuera Marko, que habría descubierto algo sobre cómo se encontraban las cosas después de haberle dado una paliza a Patrick.

Supe que algo iba mal cuando sus hombros se tensaron y escuché algo parecido a un sonido estrangulado... roto.

-No... no puede ser –respondió R al teléfono, en voz baja e incrédula.

Me incorporé en la cama, atenta a lo que sucedía. Algo iba mal.

-Voy hacia allí –musitó R.

Observé cómo apretaba el teléfono entre sus manos; agachó la cabeza y vi que había comenzado a temblar. Como si estuviera llorando.

No me lo creí hasta que oí el primer sollozo. De inmediato me puse en movimiento, completamente despejada: crucé el colchón y me incliné para mirarlo a la cara, para tratar de adivinar qué había sucedido.

Qué le habían dicho en esa llamada que lo había alterado.

-¿R? –dije, asustada.

Se tensó bajo mis brazos y dejó escapar un grito que estaba cargado de dolor, frustración y rabia.

No pude detenerle cuando lanzó el teléfono contra la pared.


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