III. ANIMALS
GENEVIEVE.
En cuanto cerramos la puerta de la limusina a nuestra espalda, nos quedamos completamente maravilladas con la forma en la que habían decidido festejar aquel prestigioso baile de máscaras. Había una enorme alfombra roja que cubría la gran escalera que ascendía hacia el enorme portón por el que se podían entrever distintos tipos de luces. A ambos lados de la escalinata, había un torrente de periodistas y fotógrafos que lanzaban sus flashes hacia la multitud que iba a ascendiendo por las escaleras y se paraba lo justo para que hicieran las fotos pertinentes.
Bonnie se aferró a mi brazo y me guiñó un ojo tras su bonita máscara en tonos blancos y negros. Yo le devolví una sonrisa.
-¿Lista? –le pregunté. A veces, cuando acompañaba a papá a una de sus innumerables recepciones, había muchos fotógrafos ansiosos por captar la mejor instantánea. Aun así, no podía evitar sentirme un poco nerviosa.
La sonrisa de Bonnie se hizo mucho más amplia. Estaba pletórica de alegría de estar allí, con tanto fotógrafo, y deseosa de lucirse para, según ella, «encontrar un buen partido allí para un futuro lleno de niños».
-¡Nací preparada para hacer esto! –exclamó y echamos a andar hacia el tumulto de fotógrafos, que pareció volverse loco de vernos aparecer.
Las máscaras nos proporcionaban la anonimidad que tanto me gustaba tener y Bonnie parecía estar dando saltitos. Algunos de los invitados se levantaban un poco sus máscaras, mostrando quién se escondía tras ellas. Yo preferí mantenerla en su sitio mientras sonreía y saludaba a los fotógrafos, que parecían volverse locos con tanto lujo e hijos de personas tan importantes en Bronx.
Cuando traspasamos la puerta, lejos ya de los flashes y gritos de los fotógrafos, la escena cambió por completo: donde antes había sido todo luz, ahora la iluminación había bajado hasta sumir la sala en una penumbra roto por haces de luces procedentes de unos focos que habían situado en el techo y que, en ocasiones, robaba de las arañas algún reflejo.
Bonnie abrió mucho los ojos debido a la sorpresa. Yo, por el contrario, me quedé observando a la turba de personas que bailaban en el centro del espacio del hall que habían acondicionado como pista del baile. Los cuerpos se movían al son de la música, que tronaba desde los altavoces que habían colocado en las esquinas. Al fondo, había una enorme mesa de mezclas donde estaba un DJ que movía la cabeza y no paraba de mover y toquitear botones.
-Dios, esto va a ser épico –me dijo Bonnie, gritando para hacerse oír por encima de la música.
-¡Entonces no perdamos más el tiempo! –grité y tiré de ella hacia una de las escaleras, que tenían forma de U.
En uno de los lados de la sala habían metido una enorme barra donde la gente se reía y pedía sus bebidas mientras un atractivo barman se encargaba de servir a todos sus respectivos pedidos. Bonnie esbozó una sonrisa que conocía muy bien: era la que siempre ponía cuando su vista se encontraba con una buena presa y su cabecita empezaba a trazar un buen plan con el que conseguir, al menos, su número o, en su defecto, enrollarse con él.
-¿Por qué no nos acercamos y pedimos algo, Vi? –me sugirió sin perder la sonrisa y yo asentí.
Nos encaminamos hacia la barra, apartando a la gente que nos cerraba el paso mediante empujones. Todos llevaban máscaras con distintos tipos de brillos o purpurina, lo que hacía que me sintiera en un mundo completamente distinto. Me recordaba a una película que había visto con Michelle y Bonnie un par de días atrás mientras mis padres habían salido para acudir a una fiesta que habían dado unos amigos de ellos.
La película era una de las viejas versiones de Romeo y Julieta, que habíamos conseguido en internet y que habíamos decidido verla por curiosidad. La escena que más me había gustado era la del baile de máscaras, con todos aquellos vestidos tan largos y pomposos que ya no se llevaban, únicamente para fiestas temáticas.
En cierto modo me sentía como si me hubiera metido en la película, solamente que con más modernidad… y desenfreno.
En cuanto llegamos a la barra, Bonnie cogió dos asientos y me acercó uno mientras ella se sentaba elegantemente y sonreía alentadoramente, aunque no sabía si a mí o si a algún chico que había detrás de mí. La imité y me dediqué a observar los cuerpos que se movían al son de la música y las parejas que parecían haber decidido dejar llevarse por la pasión sin importarle quién pudiera estar mirando.
Bonnie se inclinó hacia mí, con los ojos brillantes.
-¿Qué quieres de beber, Vi? –Me preguntó y, al verme tan distraída, me sonrió, como si comprendiera qué era lo que se me pasaba por la cabeza-. Tranquila, después iremos a buscar a Patrick para felicitarlo por semejante fiesta y darle las gracias por incluirnos en su lista.
-Un Martini dry, por favor –le pedí y Bonnie se inclinó sobre la barra para gritarle al camarero:
-¡Un Martini dry y un vodka con lima!
El barman nos sonrió y se dirigió a toda prisa hacia el otro lado de la barra, donde comenzó a sacar botellas y a preparar nuestro pedido. Bonnie se lo comía con los ojos y no perdía de vista ni uno de sus movimientos. Nuestras salidas, que siempre eran los jueves y sábados de manera sagrada, siempre terminaban en lo mismo: ambas completamente borrachas y enrollándonos con tíos dispares. Michelle no lo miraba con buenos ojos y yo siempre le decía que quería disfrutar de mi vida al máximo y que aún era muy joven para poder pensar en lo que mis padres sabían que estaba tramando. Y aquella fiesta era su primer paso para su laborioso e intrínseco plan.
A mí me divertía profusamente que mis padres estuvieran preparando mi fantástica boda y lo que conllevaría mi matrimonio con Patrick Weiss. Sin embargo, cuanto más lo pensaba ahora, más temor me daba ello. No estaba muy segura de querer estar casada y convertirme en un ama de casa rodeada de niños a mis dieciséis años. Y sin saber siquiera si estaba enamorada de mi propio marido.
En cuanto el barman nos puso nuestras bebidas, Bonnie le guiñó un ojo coquetamente, mientras él le respondía con una sonrisa.
Al marcharse, enarqué una ceja y Bonnie se echó a reír.
-¿Qué? –preguntó, divertida.
-¿En serio, Bonnie? –Respondí, poniendo los ojos en blanco-. ¿Desde cuándo te gusta enrollarte con bármanes?
-Pero ¿¡tú lo has visto!? –Me gritó, señalando descaradamente al chico que, en aquellos momentos, servía un par de copas a una pareja que se hallaba un par de personas más allá de nosotras-. Oh, cielos, creo que me he enamorado… -eso siempre lo decía cuando conocía a algún chico que quería que formara parte de su diario secreto.
Cogí mi bebida y le di un pequeño sorbo. La bebida me bajó por la garganta con una frescura que tanto me agradaba y la volví a dejar sobre el posavasos mientras Bonnie dejaba ahora vagar la mirada por el cúmulo de gente, en busca de su acompañante de esta noche.
La dejé en su búsqueda y me centré en mover la guinda de mi Martini mientras pensaba en qué iba a decirle a Patrick cuando lo viera. Era guapo, lo reconocía, y muchas chicas de la Academia suspiraban por él cuando lo veían aparecer por el pasillo; incluso se rumoreaba que tenía un club de fans clandestino formado por todas aquellas chicas que parecían estar obsesionadas con Patrick. Sin embargo, también tenía claro que Patrick era el tipo de hombre que buscaba relaciones serias. Lo que significaba compromiso. Algo a lo que yo no estaba acostumbrada.
Cogí aire y le di otro sorbo, éste mucho más largo, a mi copa mientras pensaba qué temas de conversación podía sacar a relucir con Patrick. Mis padres confiaban en mí y yo no quería defraudarlos. Quería demostrarles que yo también era capaz de hacer cosas por la familia.
Alguien comenzó a darme toquecitos en la pierna y yo volví a la realidad, completamente sobresaltada por la interrupción. Bonnie me miraba con una ceja enarcada. Estaba claro que me había estado hablando y yo no le había estado prestando atención. La miré con un gesto de disculpa.
-Perdona, Bonnie, ¿qué decías?
-Te estaba diciendo que quiero ir a bailar –me repitió, con paciencia-. ¿Quieres venir a lucirte un poco o necesitas seguir en Babia?
Le di un golpe amistoso en el antebrazo y ambas nos dirigimos a la pista de baile. Nos situamos en la zona que mejor vista tenía y comenzamos a movernos al son de la música mientras Bonnie alternaba entre hablarme y vigilar cualquier buen partido que tuviera cerca. Yo, por el contrario, me dejé llevar por la música, como siempre hacía y porque lo adoraba.
Desde niña siempre me había gustado bailar y mi madre me había animado apuntándome a una prestigiosa academia de ballet; ella adoraba todo lo relacionado con las artes escénicas y siempre que tenía oportunidad intentaba compartir ese amor que sentía. Antes de conocer a papá, mi madre había sido cantante de ópera; un nuevo descubrimiento que consiguió convertirse en la voz principal de todas las óperas de la temporada. Adrianna Young consiguió ganarse con su voz a todos los espectadores que acudían a verla e hizo prosperar a la compañía. Mi padre siempre decía que, al acudir con su familia a la obra, tuvo la sensación de que aquella vez iba a ser diferente; todo el mundo hablaba de la famosa soprano Adrianna Young, que había conseguido las mejores críticas que ninguna cantante había conseguido hasta el momento, y él había sentido curiosidad por escucharla. En este punto de la historia, a mi madre siempre se le ponían los ojos brillantes y mi padre le sonreía con calidez, como si aún recordaran como si fuera ayer ese momento; en cuanto mi padre oyó a mi madre cantar, supo que se había enamorado. Cuando la ópera terminó, insistió en ir a visitarla a su camerino para felicitarla. Mi madre al principio se mostró un poco reacia a las palabras de mi padre pero, al final, ocurrió lo que mi padre tanto anhelaba: se enamoró y ambos comenzaron su historia de amor en secreto. Después, cuando formalizaron la relación y mi padre comenzó en la política, mi madre tuvo que hacer un sacrificio del que, todos sabíamos, jamás iba a recuperarse del todo: abandonar su sueño, la ópera. Mi padre temía que pudiera sucederle algo, lo que no iba muy desencaminado, y le pidió que dejara la ópera. A pesar de haber dejado la ópera, yo creo que recuperó un poco de esa felicidad perdida al tenernos a nosotras, incluida mi hermana fallecida Hannah.
Cuando volví a prestar atención a lo que hacía, vi que Bonnie me miraba otra vez con una sonrisita pícara y comenzó a darme golpecitos en la mano, mientras dos chicos se le acercaban, sin percatarse ella.
-¿Qué sucede, Bonnie?
Ella hizo un movimiento con la barbilla y señaló hacia una zona de la barra donde dos chicos estaban bebiendo copiosamente y uno de ellos no apartaba la vista donde estábamos bailando. Era un poco… perturbador.
Clavé mi mirada en los ojos de Bonnie, que parecían refulgir de emoción, y me encogí de hombros. Los chicos de antes estaban cada vez más cerca.
-Vamos, Vi, ese bombón no te quita la vista de encima –me animó Bonnie haciéndome gestos para que me acercara.
Dudé. Normalmente teníamos una táctica para cuando nos surgía una situación por el estilo: encontrarnos en los servicios. Pero aquello no era ninguno de los sitios que normalmente frecuentábamos y que tanto conocíamos: era la casa de Patrick Weiss y no tenía ni idea de dónde estaban los baños… ni nada. Le dirigí una mirada cargada de remordimientos a Bonnie, que me sonrió más animada aún.
-¿Llevas tu móvil? –me preguntó ella, adivinando mis pensamientos.
Suspiré aliviada y asentí, mientras señalaba significativamente el pequeño bolso que había decidido llevar con las cosas más importantes que podría necesitar aquella noche. Bonnie me cogió la mano y sonrió.
-Luego nos vemos, nena –me despidió-. ¡Disfruta de la noche y no hagas cosas demasiado malas! –añadió, con guiño.
Cuando comencé a moverme hacia la barra, dispuesta a conseguir que ese chico me invitara a algo, decidí girarme para despedirme por última vez de mi amiga. No pude evitar sonreír: Bonnie bailaba de forma muy sexy con aquellos dos chicos, con los ojos cerrando y ajena completamente a todo lo que sucedía a su alrededor. Conforme me acercaba más a la barra, tenía la sensación de que aquel chico era… peligroso. Se había quitado la chaqueta y arremangado la camisa, dejando ver algunos tatuajes que no parecía incomodarlo en absoluto. Su máscara era bastante sexy y hacía que resaltara con las luces el color de su pelo rubio oscuro.
En cuanto vio que me acercaba, despachó a su acompañante, que era el otro chico rubio más claro, y se acomodó en su asiento, mientras aguardaba pacientemente a que dijera algo. Cuando me crucé con su amigo, me guiñó un ojo y desapareció entre la multitud.
Me apoyé sobre la barra y fingí que esperaba pacientemente a que alguien me atendiera. El chico, que estaba a mi lado, le dio un sorbo a su copa, sin dejar de mirarme fijamente. Por lo general, los chicos no tardaban mucho en acercárseme para ofrecerme su varonil ayuda.
Cuando lo miré de reojo, él me sonrió y dejó su copa sobre la barra. Tenía los ojos brillantes y se había desabrochado un par de botones de la camisa, como si tuviera demasiado calor… o aquella no fuera su primera copa de la noche. Me giré un poco hacia él y enarqué una ceja, esperando que me explicara que parecía hacerle tanta gracia. Al ver que no decía nada, que se dedicaba a sonreír como un completo idiota, dije:
-¿Y bien? ¿Necesitas algo?
El chico se inclinó hacia mí, dejando que su olor a alcohol entrara de una forma bastante abrupta por mis fosas nasales y haciendo que retrocediera un poco. Vale, eso significaba que no estaba en el nivel de embriaguez que normalmente tenía en aquellos momentos de la noche. Necesitaba desesperadamente un par de copas más.
-Me preguntaba qué tiene de interesante llevar máscaras en esta… curiosa fiesta –me respondió e hizo una seña al barman, que se nos acercó-. Ponnos otra ronda de lo mismo, y rápido.
Me senté en el taburete que había dejado libre el amigo del chico y aguardé pacientemente a que dijera algo más. Su pregunta me había dejado un tanto descolocada. ¿Que qué tenía de interés aquella fiesta? Sin duda alguna, las máscaras eran una gran idea; mantenía tu identidad en secreto. Te hacía pensar que podías crear una nueva identidad por aquella noche, con aquel objeto. Incluso te hacía parecer terriblemente sexy.
Cuando el barman nos sirvió lo que el misterioso chico, que ni siquiera se había dignado a presentarse, miré mi copa con una ceja enarcada. Aquello no se parecía a nada de lo que hubiera pedido yo antes.
-Royale gin –me explicó el chico, mientras cogía su vaso y lo vaciaba de un trago-. Puro placer… Es una lástima que no tenga nada más fuerte. El joven Weiss necesita una buena clase sobre bebidas alcohólicas.
Imité al chico y vacié de un trago mi vaso. El líquido me quemó por la garganta mientras descendía, provocándome un extraño ardor al que no estaba acostumbrada y el que no sentía desde hacía mucho tiempo. Dejé de golpe mi vaso y sentí el hormigueo que tanto había anhelado.
Miré al chico, que me observaba sorprendido, e hice un mohín que le causó una sonrisita.
-Aún no te has presentado –me quejé y mi voz sonó como la de una niña pequeña que quisiera un dulce y le estuviera suplicando a su madre que se lo comprara.
El chico se inclinó hacia mí y apoyó una de sus manos sobre mi pierna. La miré de reojo y sentí que tenía ganas de ronronear de gusto; se había resistido pero, al final, no había podido vencer a la tentación. Los hombres eran tan predecibles… sobre todo los chicos jóvenes sedientos de ganas de fiesta y desmadre.
Me incliné un poco más, sonriéndole alentadoramente.
-¿Qué importan los nombres en esta fiesta? –me preguntó-. Seguramente nunca más volvamos a cruzarnos. Sería una pérdida de tiempo… ¡así que disfrutemos de ella y sigamos bebiendo!
Pidió de nuevo otra ronda mientras yo me quedaba en mi asiento, observándolo en silencio. Por una parte, tenía razón: en aquella fiesta nadie sabría quién era el otro si no quería. Seguramente, jamás coincidiríamos de nuevo y, de hacerlo, era muy posible que no lo reconociera a simple vista. Pese a ello, sentía curiosidad por saber algo más sobre mi misterioso compañero de rondas.
Además, estaba sorprendida por el hecho de que parecía estar sobrio a pesar de haberse tomado más copas de las que llevaba yo en el cuerpo aquella noche. Sin duda alguna, tenía una gran tolerancia al alcohol o estaba tan acostumbrado a beber que le costaba embriagarse. De todas formas, aquel no era problema mío. Mi problema es que estaba comenzando a notar los efectos del alcohol y aún no había visto a Patrick y me negaba en rotundo en que me viera completamente borracha. No quería que tuviera una mala imagen de mí. No era bueno para el plan que tenían previstos mis padres.
-¿No me darás ni siquiera una pista? –le pregunté, pestañeando coquetamente.
Él me sonrió con el vaso tocando sus labios que, por cierto, ahora me estaba dando cuenta de que eran muy carnosos y apetecibles. Me obligué a mirarlo de nuevo a los ojos, mientras procuraba mantenerme firme.
-Podría hacerlo, preciosa, pero entonces perdería parte de mi encanto –me respondió, dándole un trago-. Dejemos esta noche a un lado las identidades y disfrutemos de ella, por favor.
Por su tono, pude adivinar que el tema le incomodaba. Demasiado, en mi opinión. Pero ¿por qué? ¿Qué le sucedía? ¿Por qué no era capaz de decirme tan siquiera su nombre? Estaba claro que no había caído en mi juego, que había sido al revés. Parecía haberlo tenido todo planeado desde el principio.
Me pregunté si hacía eso con todas las chicas que le llamaban la atención.
Cuatro copas después, habíamos conseguido llegar a un rincón lo suficientemente oscuro para darnos la intimidad que necesitábamos. Era un pasillo donde otras parejas estaban dando rienda suelta a su pasión desenfrenada y donde nosotros podíamos dejar que la nuestra empezara. Mi chico misterioso había conseguido llevarme hasta allí cogiéndome por la cintura mientras yo intentaba mantener el equilibrio en mis zapatos, que parecían haberse convertido en una auténtica trampa.
Nada más tocar mi espalda la pared, él se apretó contra mí y le rodeé el cuello con mis brazos. Sus ojos estaban más brillantes que antes y sus mejillas ruborizadas. Me dedicó una seductora sonrisa y sus manos se instalaron en mis caderas, sujetándolas con firmeza.
Primero, comenzó a besar el cuello con calma, incluso con dulzura. Sin embargo, aquello no era lo que yo necesitaba: yo quería acción… pasión. No quería que me tocara como lo haría alguien como Patrick, quería que lo hiciera como el tipo que era: un chico que estaba más que acostumbrado a tratar con chicas y que sabía darles lo que ellas le pedían. Moví el cuello y conseguí llegar a la boca, donde comencé a besarlo con fuerza, mientras él gemía contra la mía, pegándose más a mí.
Sus manos comenzaron a moverse con muchísima más libertad sobre mi cuerpo mientras su boca recorría de nuevo mi cuello con insistencia, incluso con cierta furia. Aquella forma de tocarme me provocó que gimiera de nuevo, esta vez con muchísima más fuerza. Noté que esbozaba una sonrisa contra mi cuello antes de proseguir con sus besos.
Arqueé mi espalda cuando sus manos se movieron con más insistencia sobre mis caderas, pegándome más a él y haciéndome notar su abultada erección. Intenté gemir, pero la boca de él me silenció con un furioso beso. Introdujo su lengua en mi boca con insistencia, pidiéndome más. Lo agarré con más fuerza mientras él me cogía por el trasero y me alzaba en volandas y yo le pasaba mis piernas por la cintura, cerrándolas con fuerza.
Aquello no era nada nuevo para mí, pero mi chico misterioso me hizo sentir que todo lo que estábamos haciendo era como mi primera vez. Había rabia en él, como si hiciera todo eso para desquitarse de algo. No me importó, en aquellos momentos tenía otra cosa de la que preocuparme y era el extraño calor que me había ascendido por todo el cuerpo, como si estuviera en llamas.
Era extraño, pero era la primera vez que sentía algo así.
Nos separamos unos centímetros, completamente empapados de sudor y un tanto exhaustos. Ambos respirábamos entrecortadamente, mientras nos mirábamos a los ojos, ambos refugiados tras nuestras respectivas máscaras. Sus ojos eran de un bonito color gris pero que parecían estar llenos de… ¿turbación? Parpadeé varias veces, intentando controlar mi respiración, pero me era imposible. Mi chico misterioso me miraba fijamente, pegado a mí y sujetándome contra él, un tanto posesivo.
Tras recuperar el aliento, volvió a abalanzarse sobre mí y gemí de puro placer cuando sus manos se aferraron a mis costados mientras su lengua volvía a introducirse en mi boca con la misma rabia con la que lo había hecho la primera vez.
En esta ocasión, sin embargo, sus manos comenzaron a moverse por mis muslos, acariciándolos con suavidad. Siguieron ascendiendo hasta situarse en la parte más alta, cerca de mi entrepierna. En cuanto se quedaron en aquella zona, me puse rígida. Estaba esperando que siguiéramos más adelante y yo no estaba segura de querer dar ese paso. Yo… aunque sonara demasiado infantil, quería aguardar hasta que estuviera preparada… hasta que consiguiera encontrar a alguien que me demostrara que le importaba. De alguien de quien estuviera enamorada. No quería hacerlo con alguien con quien, probablemente, no volviera a ver en mi vida.
Me separé de él y desenrosqué las piernas, bajándolas de nuevo al suelo. Me llevé las manos al pelo, en un gesto reflejo, y comprobé que no estaba en el mal estado que me había imaginado; incluso la máscara seguía en su sitio. Miré al chico y vi que me observaba, esperando algo. Esperando a que volviéramos al punto en el que lo habíamos dejado y llegáramos al final. ¿Cómo podía decirle que no estaba preparada para ello?
Él hizo un ademán de acercárseme, pero lo frené colocando mis manos sobre su pecho. Enarcó una ceja.
-¿Te pasa algo, preciosa? –me preguntó, con la voz ronca. Su tono advertía que estaba ansioso por proseguir.
-Eh… creo que debería irme –respondí, con nerviosismo-. He venido con una amiga y… y creo que ha llegado la hora de marcharnos.
Me sujetó por la cintura, casi suplicándome con la mirada que me quedara con él. Saqué apresuradamente el móvil de mi bolsito y se lo enseñé, mientras buscaba a toda prisa el número de Bonnie y la llamaba. El chico no me quitó la vista de encima y tampoco retiró la mano de la cintura.
Le dirigí una mirada nerviosa mientras rezaba para que Bonnie decidiera coger el teléfono de una vez por todas. Al décimo timbrazo, oí la voz de Bonnie al otro lado:
-¿Diiiiiiiiiiiiga? Ahora mismo estoy ocupada y, como no sea importante, juro que te acordarás de mí.
-Bonnie –dije con un hilillo de voz y llevándome una mano a la frente. Toda la adrenalina y calor que había sentido al principio de la noche habían terminado por desaparecer y ahora me encontraba completamente perdida y sin saber cómo deshacerme de aquel chico.
Al otro lado de la línea oí cómo mi amiga decía algo y se movía estruendosamente.
-¿Vi? –Preguntó, incrédula-. ¡Cielos, chica, ¿dónde estás?! Llevas desaparecida un buen tiempo y eso quiere decir que has disfrutado de lo lindo con ese chico… ¿Le has preguntado su número? ¿Sabes dónde vive? ¿Quién es? ¿Te has acostado con él? ¿Es toda una leyenda en la cama? ¿Necesitas…?
-Bonnie –la corté, con un tono suplicante-, necesito que vengas a por mí, por favor. No… no me encuentro muy bien –mentí, aunque no era del todo mentira.
-Muy bien, cariño –respondió Bonnie-. Dime dónde estás y voy para allá de inmediato. ¡Tú quédate quieta y no te muevas!
Miré de reojo al chico, que ahora me miraba con cierta preocupación, y observé el pasillo donde estábamos junto a otras parejas que parecían haber decidido ir incluso más lejos. Aferré con fuerza el móvil y recé para que no tardara mucho.
-Gracias –le dije, de todo corazón-. Te quiero.
-Ya lo sé, nena –me respondió y supe que estaba sonriendo-. Nos vemos en un momento. ¡No te muevas! –me repitió y colgó.
Cerré el móvil y lo guardé de nuevo en mi bolso. Me apoyé de nuevo en la pared y me mordí el labio. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Decirle algo como «Lo he pasado muy bien esta noche pero creo que es hora de marcharme»? Las náuseas aparecieron y no sabía si la causa era mi excusa para irme o la cantidad de alcohol que había ingerido y que ahora quería salir.
-¿Estás bien? –la voz del chico misterioso me sacó de mis cavilaciones y lo miré-. Oye, creo que te estás poniendo pálida. ¿Seguro que te encuentras bien?
Parecía haberse olvidado por completo de seguir metiéndome mano, lo cual agradecí, y parecía verdaderamente preocupado. Quizá era la primera chica con la que se enrollaba que se ponía indispuesta, fastidiándole la noche. Algo me decía que había conseguido aguarle el resto de fiesta y me sentí un poquito mal. ¡Me había asustado al querer llegar más lejos! Esperaba que me comprendiera al menos. O que no me dejara allí tirada hasta que viniera Bonnie.
-Es… es… es el calor que hace –dije, mientras me abanicaba con mi mano.
-¿Necesitas algo? –me preguntó-. Si quieres puedo acercarte a casa en un momento…
-¡No! –exclamé apresuradamente y, al instante, me arrepentí de haber respondido tan rápido-. No, ya he llamado a una amiga. Gracias –añadí.
Frunció el ceño y retiró la mano de mi cintura con suavidad, aunque yo no pude evitar sentirme molesta. Después apoyó su hombro sobre la pared y se dedicó a observarme en silencio, pensativo.
-Bueno, me quedaré contigo hasta que ella venga –decidió, sin ni siquiera contar con mi consentimiento-. No puedo dejarte sola en este estado, preciosa. A saber qué te sucedería de hacerlo –añadió.
Me sorprendió que quisiera quedarse conmigo hasta que Bonnie se dignara a aparecer y más aún que hubiera un rastro de preocupación en su voz. «Bueno, no querrá verse involucrado en ningún problema si a mí me llegara a pasar algo», me dije.
Me apoyé más contra la pared mientras sentía la mirada del chico clavada en mi mejilla. Era como si me quemara.
Estaba claro que le estaba fastidiando la fiesta y, una parte de mí, tenía que reconocer que no era justo para él.
-Puedes marcharte si lo prefieres –le dije-. No tienes por qué quedarte haciendo de niñera, mi amiga aparecerá de un momento a otro –añadí para que no dudara tanto y tomara la decisión correcta: marcharse a que siguiera disfrutando de la fiesta, que parecía estar en pleno apogeo.
Las comisuras de sus labios se estiraron un poco para dejar entrever una diminuta sonrisa de diversión.
-Tendrás que inventarte una excusa mejor para deshacerte de mí, preciosa –me avisó-. Mientras tanto, podríamos entablar una maravillosa conversación o tú podrías fingir un trágico desmayo; yo te cogería y esperaría pacientemente a tu amiga. Le explicaría la situación y sería todo un héroe.
Enarqué una ceja.
-No eres capaz de decirme tu nombre y te comportas como todo un caballero, ofreciéndote a llevarme incluso a mi casa… Eres un poco raro, ¿lo sabías?
Él se encogió de hombros, como si no le diera importancia a mis palabras.
-Mi madre me lo decía constantemente de pequeño: «¿Qué tipo de criatura extraña eres? ¿Qué le has hecho a mi pequeño?» -fingió una voz bastante aguda que me arrancó una sonrisa. Pareció complacido por ello-. Hacía tiempo que no hacía reír a una chica… -me comentó en modo confidencial.
-Bueno, hoy es la noche de ser quien tú más prefieras –repuse, mirando al cúmulo de gente por si veía aparecer a Bonnie.
Sentí alivio y cierta decepción al ver su cara aparecer entre la multitud, sonriéndome de un modo que me hizo sonrojarme. Además, su aspecto estaba peor que el mío. Y con creces; aún llevaba la máscara, pero su pelo estaba completamente desordenado, su vestido arrugado y tenía todo el pintalabios corrido por la cara.
Se lo había pasado bien y yo le había cortado esa diversión por mi repentino ataque de miedo.
Nada más llegar hasta donde nos encontrábamos, estudió minuciosamente al chico misterioso y pareció darle una buena nota. Él le dirigió una sonrisa cortés y se separó un poco de mí, como si quisiera guardar las distancias delante de mi amiga después de todo lo que había sucedido entre nosotros.
-¡Ah, cielos, qué mala cara tienes, Vi! –me espetó Bonnie nada más abrazarme. Aquella era una de sus más temidas virtudes: su sinceridad.
Esbocé una sonrisa que, esperé que fuera convincente, y ella evaluó de nuevo al chico, como si no hubiera tenido suficiente con el primer vistazo. Después, lo señaló con el dedo de una forma bastante amenazadora.
-Espero que no le hayas hecho nada malo o, de lo contrario, me encargaré personalmente de que tu futura mujer y tú tengáis que recurrir a un banco de esperma para tener hijos, ¿me has entendido?
Giré la cabeza, para pedirle disculpas por la grosería que acababa de decir Bonnie, pero me quedé callada al ver que estaba sonriendo abiertamente y que había levantado las manos en señal de rendición.
-Tranquila, tu amiga y yo solamente hemos pasado un buen rato –le aseguró, dirigiéndome una sonrisa fugaz-. Y, ahora que está en buenas manos, es hora de que me marche. He cumplido con mi deber de caballero de etiqueta.
Dicho esto, hizo una ridícula reverencia y se alejó de nosotras, internándose de nuevo entre la multitud. En cuanto desapareció del campo de visión de Bonnie, un requisito indispensable para poder interrogarme con tranquilidad, ella me cogió por los brazos y me dirigió una sonrisa lasciva.
-¿Te lo has pasado bien? –me preguntó, moviendo las cejas.
-Eh… sí –respondí, un tanto evasiva mientras me frotaba con insistencia el brazo-. Ha sido… divertido.
Bonnie miró a su alrededor con el ceño fruncido y volvió a clavar su vista en mí.
-¿Habéis llegado tan lejos en un sitio como éste? –Me preguntó, arrugando la nariz-. Tiene muy poco glamour, querida. Y eso sin comentar un factor importante: la comodidad.
Abrí mucho los ojos al comprender lo que mi amiga me estaba insinuando. Sin pretenderlo, me eché a reír histéricamente ante la mirada atónita de Bonnie, que debía haber creído que había perdido el juicio o que estaba completamente borracha.
-No, Bonnie, no ha pasado nada de eso –le aseguré-. No hemos llegado tan lejos…
Chasqueó la lengua y me miró con cierto fastidio, como si con ello hubiera conseguido aguarle la fiesta. Su cara era igual que si hubiera dicho: «Oh, Dios, tu padre está aquí y ha visto todo lo que hemos hecho».
Le pasé un brazo por debajo del suyo y me enrosqué a él, sonriéndole. Al final, ella también terminó sonriendo.
-¿Por qué no vamos a buscar a Patrick para darle las gracias y nos vamos a casa para ponernos al día? –le propuse-. Estos zapatos me están matando.
Nos metimos de nuevo entre la multitud y comenzamos a buscar a Patrick. Bonnie me dio un golpe en el brazo mientras señalaba un punto entre la multitud: Patrick Weiss estaba en una esquina de la sala hablando animadamente con un grupo de chicos, sus amigos supuse. Me atusé un poco el pelo y miré a Bonnie, esperando su veredicto. Su guiño me dio la luz verde que necesitaba para acercarme a él y presentarme. Las náuseas y el mal estar parecían haber desaparecido por completo, lo que agradecí –pues no me agradaba mucho la idea de vomitarle encima-.
Nada más vernos acercarnos, los ojos de Patrick se abrieron de par en par. Había decidido quitarse la máscara, dejando su rostro al descubierto y permitiendo que todo el mundo lo reconociera para, seguramente, alabarlo y darle las gracias.
Le di un abrazo y Bonnie le plantó dos besos en ambas mejillas, como si fueran conocidos de toda la vida. Los amigos de Patrick se retiraron discretamente, dejándonos a los tres a solas. Su mirada estaba clavada en mí y no paraba de recorrerme de arriba abajo con descaro. Sonreí.
-Es una fiesta espectacular –comencé, sin perder la sonrisa. Necesitaría jugar bien mis cartas para contentar a mis padres y había vuelto a tener el control sobre mi cuerpo… y mi miedo.
Las luces que incidieron sobre el rostro de Patrick me mostraron que se había sonrojado visiblemente.
-Ah… muchas gracias –respondió y entrecerró los ojos-. Lamento ser tan torpe pero ¿eres…? Con la máscara no puedo reconocerte –se excusó.
-Genevieve Clermont –me presenté, aunque tenía claro que sabía quién era yo. Aun así, procuré mantenerme en mi línea y continué-: Mi padre es uno de los cónsules que trabajan para el tuyo.
Al oír mi apellido, sus ojos desprendieron un extraño brillo y Bonnie carraspeó, como si quisiera llamar su atención. Los ojos de Patrick se desviaron de mi cara a la cara de Bonnie, que tenía el ceño fruncido.
-Y yo soy Bonnie Harrell, mi padre está en el Senado –se presentó, esperando que él hiciera algún comentario sobre si conocía o no al suyo. Se había dado cuenta que yo había suscitado más interés, pero ella parecía estar dispuesta por conseguir un poco, ya fuera para contentar a su padre.
Patrick asintió, con cortesía, y volvió a centrar toda su atención en mí. Me sentía complacida y sabía que mis padres iban a alegrarse mucho cuando les contara qué tal había ido la noche o cuando mi padre coincidiera con el presidente Weiss.
Tras hablar, intenté incluir en la conversación a Bonnie pero ella se negó a participar, de temas completamente banales y sin mucha importancia, sentí que el interés que sentía hacia mí Patrick había crecido. Ahora estaba más que segura que no tardaría mucho en poner al corriente a su padre sobre mí, lo que beneficiaría a mi padre respecto al presidente Weiss. Nos despedimos y salimos a toda prisa de la mansión.
Mientras caminábamos hacia la limusina que nos llevaría a casa, Bonnie se quitó los zapatos con un suspiro de alivio y me dirigió una breve mirada.
-He conocido a alguien esta noche –me soltó de golpe y yo la miré con un brillo escéptico que hizo que Bonnie hiciera un mohín-. Es verdad. Se llama Thomas y me ha prometido llamarme para invitarme a cenar. Además, su padre es dueño de una cadena de almacenes muy importante.
Aquel era un dato muy relevante a la hora de que Bonnie eligiera a alguien; eso sin contar si era guapo o si tenía más hermanos. Sin embargo, me alegré por ella. Sabía que Bonnie llevaba buscando una relación seria desde que… había roto con Johnny, quien se encargó de partirle a lo grande el corazón.
Al desplomarme sobre el cómodo asiento de la limusina se me escapó un suspiro de alivio. Estaba deseando llegar a casa y hacerme un ovillo en mi añorada cama; ya mañana me ducharía o enviaría a Davinia para que me avisara en caso de dormirme.
Aquella noche me había dejado completamente exhausta.
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