24b. Punto de fuga
Linger - The Cranberries
7 de marzo, 2011
Kosuke
Mi recaída después de la muerte de Helena fue una suerte de efecto mariposa. Estuve a punto de pedir que me encerraran otra vez, estaba dispuesto a implorar que me erradicaran como el maldito desastre que era, pero mi psicóloga, en representación de todo el equipo médico, me dijo que estaba más que preparado para sortear este desafío sin la necesidad de aislarme de la gente.
Fue un mazazo en el pecho. No me quedó más que creer en mí mismo, aun cuando sabía que no soy la persona más confiable del planeta. Me tocó dar ese salto de fe.
Y la sorpresa fue mayor cuando descubrí que estaba desarrollando una especie de claustrofobia en mi propia casa. Dormir todos los días en la habitación en la que casi había muerto, estaba haciendo estragos en mi cerebro. La idea de fallarle a mi familia o causarles angustia, dentro de estas cuatro paredes, me estaba llevando al borde del abismo.
No importaba que este mismo hogar, mi familia, fuera la principal causa de que me estuviera esforzando por salir adelante, no. La química de mi cerebro simplemente lo registraba como un factor de riesgo y, por más que me negué a aceptarlo, mi psiquiatra, mi psicóloga y yo llegamos a la conclusión de que lo mejor para mí es mudarme.
Una mierda, si me lo preguntan, considerando que la recaída me tuvo imposibilitado de ir a algún lugar solo, por varias semanas. Fue tema en muchas sesiones de terapia.
Por eso, cuando me preguntaron a qué persona externa a mi familia le confiaría mi proceso, Joseph fue el primer nombre que vino a mi mente. Se lo mencioné y él, sin pensarlo, aceptó. Lleva varias sesiones acudiendo a terapia, conmigo y por separado... Y, aunque todavía no se lo decimos a nadie, hemos estado buscando algún piso para compartir.
Es un trayecto que tomará tiempo, muchos meses incluso, pero ocupar mi mente en eso me ha ayudado a poner en perspectiva las cosas que importan y no encerrarme en mi habitación a esperar la muerte.
O a temerle, que es otro giro en la trama que jamás habría visto venir. Poco se habla de los efectos colaterales de fallar en tu tarea suicida, donde tu recuperación puede implicar que tengas miedo de hasta de dormir. ¿Qué pasa cuando tienes que desprenderte del control que tenías sobre tu muerte?
...
Bien, no creo que deba seguir por ese camino.
Sabía que recuperarme no sería un proceso constante, ni mucho menos fácil. Aun así, la certeza mental sobre una realidad no se compara a la experiencia. Hay días en los que me siento un impostor, un mal mentiroso. Pero también están los otros, donde me permito sonreír y pensar a largo plazo.
El día que cumplí un mes limpio de autolesión.
La preparación del lanzamiento de nuestro disco y la gira.
Volver a cocinar.
Mis amigos.
Poder enseñarle a Kyo a andar en bicicleta.
Planificar alguna excursión junto a mis hermanos.
Acompañar a Kaoru y Danka al skatepark.
Incluso, reencontrarme con Anns y ver que, aunque había algo entre nosotros que seguía doliendo, la resolución que tomamos fue lo mejor para los dos, me tranquilizó.
Tenía que hacer una lista de todas estas cosas y felicitarme por ellas, reconocer el mérito detrás de cada paso, aunque lo considerara pequeño. Eso era parte de sanar, una especie de ejercicio de "miente hasta que lo creas". Un montón de mierda que de seguro da vergüenza ajena, pero que seguiría intentando.
Los medicamentos, no obstante, eran otra cosa.
No es novedad que el proceso de adaptación a nuevas dosis de medicamentos es de lo más irritante. A veces me despierto y me siento como una radio mal sintonizada y juro que preferiría la intensidad de siempre a estar así de drogado. Al menos, así me sentiría más yo. Más Ko.
Hoy no tengo puta idea de lo que eso significa. Es por eso que resulta tan difícil mirarla sin que se me crucen los cables. Porque ella es un punto de fuga en medio del caos.
Un centro donde disipar las dudas.
Un foco donde poder concentrar todo este deseo, saliendo por mis poros. Un faro al que mirar en los días de inquietante oscuridad. Alguien con la capacidad de hacerme creer que puedo. Añorarlo. Alguien por quien desafiar las bases de mi ser.
Es tóxico, lo sé. Nadie debería tener esa responsabilidad. No debería estar generando esta dependencia, si se le puede llamar así. De ahí mis esfuerzos por mantenerme alejado, prefiero que mi mente idealice un escenario que jamás va a ocurrir, a arrastrarla conmigo. Porque sigo siendo un jodido tren bala.
Presentarles la canción fue impulsivo, pero también liberador. Siento como si me hubiera quitado un importante peso de encima, dejando ir esas palabras, esa historia, al menos por un rato. No sé qué se vendrá si llego a escucharlas en la boca de Darla. ¿Será detonante o un consuelo? Solo queda esperar.
Tengo la mente ida en los escenarios posibles, mientras subo las escaleras. Es la hora de uno de mis medicamentos, por lo que trazo el camino a mi habitación con premura. No alcanzo a llegar al final, cuando la suave y delicada voz de Darla me sobresalta.
—Kosuke, por favor, espera.
Me detengo y me giro hacia ella, que viene caminando por el mismo pasillo que hace poco crucé. Le sonrío con algo de vergüenza, porque sé que no he hecho otra cosa que huir de ella.
Y porque así debe seguir.
—¿Ya te vas? —pregunto, sin esperar respuesta—. Que te vaya muy bien, gracias por lo de hoy. Significa mucho para mí.
Me quedo unos segundos, inmóvil, tratando de recordar por qué me debo mantener alejado de ella. Obtengo la respuesta enseguida, en el instante que nuestras miradas se encuentran y veo en sus pupilas que está sufriendo por algo que no puede decir y que yo tampoco puedo preguntarle.
Porque soy el tipo que le dijo que se moría por besarla, que no lo haría en esta vida y, aun así, no puede dejar de mirarle los labios.
El mismo que se enamoró ella, pero que tiene todas las señales de alerta en la frente. ¿Por mi enfermedad? No. No es solo eso. Es porque todavía no encuentro la voluntad para luchar de verdad, porque no es justo para nadie tener el peso de ser el ancla de fortaleza de otro ser humano.
No sé cómo, pero tengo que pelear por mí mismo. Y tenerla cerca... Es tan poderoso. No puedo darle esa carga. No a ella. Ni a mi familia. Nadie. Ni siquiera a la música por sí sola. Mi hermana tiene razón, tengo que buscar mi propia felicidad. De no ser así, nada me aparta de querer acabar con todo otra vez.
No sé cuánto tiempo llevamos sin movernos. La veo jugar con sus dedos, nerviosamente, como si se estuviera tratando de quitar el sudor de las manos. Me muerdo el labio, porque tengo que ser un miserable sin corazón para apartarme de ella en ese estado.
Apenas subo medio escalón e intenta hablarme otra vez.
—¡De nada! Es una canción hermosa —titubea.
Aprieto los ojos con toda mi fuerza, hasta que siento dolor y continúo mi camino escaleras arriba, odiándome en cada paso.
—¡Kosuke! —Sigo subiendo. Llego a la puerta de mi habitación, donde la vuelvo a escuchar—. ¡Espérame!
Dejo mis pertenencias encima de la cama y me precipito sobre el escritorio, en el que se encuentran los frascos naranja con mis pastillas. Tomo el que me corresponde con un poco de té helado que dejé en una taza.
Suspiro. Me apoyo con ambas manos en el mueble, tratando de serenar los pequeños temblores que asaltan mis dedos mientras me percato de que dejé el reproductor de música andando en el ordenador de mesa. Está a un volumen bajo, pero, de todas formas, la voz del vocalista de Kings of Leon atraviesa mis oídos, con la letra de Use Somebody reteniéndome en el presente.
—No... Me... Alejes...
Casi creo que es mi imaginación, jugándome una mala pasada. Sin embargo, cuando me doy vuelta hacia la puerta de mi habitación, la veo ahí, con los ojos rojos y apoyada en el marco, como si hubiera corrido kilómetros sin descanso. Se me cae la mandíbula al suelo ante su persistencia, que amenaza con resquebrajar la mía.
La miro, la miro y la miro. Hasta que consigo que mis pulmones vuelvan a funcionar. Entonces, la primera lágrima sale de los ojos de Darla, recorriendo su mejilla y haciendo evidente que, por más que trato de hacer las cosas bien, solo logro estropearlo todo.
Y es más de que puedo soportar. Estoy perdido. No resisto verla sufrir de esta manera, menos sabiendo que soy el causante. El punto de toda esta mierda era mantenerla alejada del dolor. Pero ¿qué más esperaba?
No estoy listo. En este momento no lo merezco. Ella es un premio, un tesoro que no puedo cobrar. No hasta ser digno. No hasta poder ofrecerle garantías y no... esto.
Dime que lo estoy imaginando, que no sientes lo mismo que yo. Ese sería un castigo más que apropiado.
—Darla, no puedo... —susurro, incapaz de moverme.
—¿Por qué te alejas de mí y luego escribes esto? —demanda, con la voz rota, haciendo caso omiso de mi negativa. Me muestra la carta que le dejé hace algún tiempo, a hurtadillas, en su bolso—. Me confundes. Un día me dices que no me mereces... —Sus lágrimas ya no caen de a una, así como sus palabras dejan el tartamudeo—. Y, al siguiente, me dejas esto. Dime, ¿a cuál Kosuke debo hacer caso? Porque ya no sé...
Para terminar de aniquilarme, Darla se cubre el rostro con ambas manos, dando rienda suelta a un llanto que me hace añicos. Solloza con un poco de afonía en su voz y pareciera que se va a deshacer ahí mismo. Es un llanto contenido y que acaba con la última gota de autocontrol que tengo.
Recorro mi habitación hasta llegar a ella, la tomo del brazo para que entre, cierro la puerta y la abrazo con fuerza. Luego, giro levemente la trayectoria de nuestros cuerpos unidos y apoyo mi espalda en la puerta, para acunarla y no dejarnos caer.
No solo la escucho llorar, la siento. Dejo que extinga su pena contra mi pecho, porque, en lo efímero del presente, puedo cargar con la de ambos.
—Perdóname —digo, al fin.
—¿Por qué? —balbucea, tratando de separarse de mí. No opongo resistencia cuando sus manos me empujan hacia atrás. Dejo los brazos al costado, laxos y sin vida, sabiendo que lo más sano es que no la toque—. No necesito tus disculpas para decirme que el sentimiento no es mutuo, eso está bien. Solo necesito que lo digas.
Espera, ¡¿QUÉ?!
—¿Decir qué? —la interrumpo.
—Que... No es mutuo —responde, pero el sonido es casi imperceptible.
Suspiro, excesivamente consciente de la tensión que se ha instalado entre nosotros y en mi pecho.
—¿Y por qué diría algo así? —Quiero sonar indignado o enojado, pero estoy tan desarmado que mi tono es de absoluto desconcierto.
—¡Porque es la verdad, supongo! Es bueno decirla —señala con su boca llena de recriminaciones, pero sus ojos, de sufrimiento—. En general, hace bien hablar las cosas, aunque duelan. Yo solo quiero que hablemos.
—¿Quieres que hable?
—Conmigo, por favor.
La música continúa, pero pierdo la noción de qué canción será, puesto que no doy crédito a lo irrisorio de esta situación.
—Ese es el problema —comienzo, avanzando hacia ella cautelosamente—. No sé qué decir. Es un puto disparate. —Doy otro paso. Ella no retrocede, pero debería. Reconozco este impulso destructivo en mí—. Dime, antes de que pierda la cabeza, ¿qué no es mutuo?
Knock out. Su expresión se paraliza.
Controla tu temperamento, Uchiha.
—No te entiendo —susurra, completamente perdida. Creo que es la primera vez que se encuentra cara a cara con mi faceta más impetuosa.
—Claro que sí, eres una chica inteligente —respondo, con tono mordaz, profundamente asqueado con lo que ha tratado de insinuar—. Sabes que no puedo declarar que algo no es correspondido, si no tengo idea de lo que es.
—Es obvio.
—Aparentemente, no lo es, porque no estás haciendo ni un puto sentido. ¿Acaso me odias? Si tal es el caso, tienes razón. No es mutuo —declaro, sintiendo cómo las llamas escapan de mis ojos sin que pueda controlarlas—. No te culparía, si me detestaras. Te he arrinconado a que lo hagas.
—¡No te odio!
—Con que es otra cosa, ya veo —suelto, con ironía.
—No seas injusto.
Mi risa es un sonido apagado. Claro que lo soy.
Le dije que no podíamos ser amigos, porque quiero ser algo más. No le hablo más allá de lo cordial. Y ahora tengo la osadía de ofenderme porque ella imaginó un escenario incorrecto en su cabeza. Todo un hijo de puta, eso es seguro.
Quizás tengo que ser honesto con ella, para que dejemos de idealizar algo que no puede ser.
—Lo siento. Tienes razón.
Su rostro, para mi sorpresa, se torna más pálido de lo que jamás hubiera visto.
—Lo sabía —dice.
—¿El qué?
—Que no me correspondías.
—¡Oh, por favor! —suelto, tratando de no seguir exaltándome—. Me refiero a que estoy siendo injusto. —Tomo una bocanada de aire—. No podemos hablar si vas a escuchar lo que quieres.
—Lo siento.
Si pudiera, me arrancaría un buen trozo de pelo de pura frustración. Ni una telenovela se atrevió a tanto, comparado con el culebrón que he armado con mis buenas intenciones. Hace unos minutos la estaba abrazando y ahora la estoy confrontando, joder. Soy un maldito desastre.
—Darla, ¿te das cuenta por qué es mejor que nos mantengamos alejados? —pregunto, masajeándome la sien, ya con un tono más sereno—. Tú tienes la valentía de expresar tus inquietudes y encima terminas pidiendo perdón por ello. Esa mierda no está bien, cariño. —Poso una de mis manos en su mejilla—. No soy una buena compañía.
—¿Y por qué tú tienes que decidir eso por mí?
—Porque soy un hijo de puta.
—¡Deja de decir eso! —me recrimina la de ojos verdes, como si nuevas lágrimas se estuvieran abriendo paso a través de ellos—. No puedes convencerme de que eres malo, porque ya te veo. Y es demasiado tarde, porque yo te...
—No lo digas. No lo digas, joder.
—¿Por qué? Es la única forma que tenemos para salir del malentendido, decir la verdad.
—No está bien lo que sientes.
Entonces, Darla suelta una risa que no esperaba, por su candidez y melancolía. Porque es un sonido que me demuestra que, probablemente, está tan loca como yo.
—¿Ves que sí es obvio? —se burla.
Que se joda todo el mundo. La adoro.
Cuando apoyo mi frente en la suya, reconozco la melodía de una canción a lo lejos. Y como no creo en las coincidencias, hago una nota mental de cómo Linger de The Cranberries entra a la playlist de mi vida. Tomo aire y me dejo ir.
—¿Sabes qué es lo realmente injusto? —inicio, mientras busco sus ojos—. Que yo quería hacer esto en otro escenario, uno en el que todo fuera perfecto. Yo llevaría más de un año sin autolesionarme y no un jodido mes, y tú podrías tener cierta tranquilidad respecto a la persona que tienes al frente.
"Pero no sé si eso es lo que quiero ahora. Es decir, sí quiero ser una mejor persona. No solo por ti o por mi familia, también por mí... Quizás no te pueda regalar la perfección que mereces, ni aunque transcurran siglos en los que intente ser digno de ti. Y puede que tampoco valga la pena aferrarme a esa intención, cuando lo único que deseo en este segundo es demostrarte lo que siento, como si fuera mi último día en la Tierra y poder morirme con una maldita sonrisa"
Trago saliva.
—Pero puede que sea una mala idea —finalizo.
—Hazlo, de todas formas.
—A la mierda.
Casi me precipito sobre su boca, impaciente por su contacto. Mas, cuando la veo con los ojos abiertos hasta su límite, pálida como la nieve salvo por el rubor de sus mejillas, tan frágil y rendida a la voluntad de mis próximas acciones... Entonces, sé que esto debe ser distinto.
Chasqueo la lengua.
—Hay algo más injusto —murmuro, tan cerca de su rostro que podría contar sus pestañas—. ¿Quieres saber qué?
Ella asiente y, mientras tomo su rostro entre mis manos, veo de sus ojos emana una especie de luminosidad que solo me hace pensar en un concepto: devoción.
Cuando contesta, su voz es más grave de lo usual y un milagro me detiene de no caer a sus pies.
—Quiero escuchar todas las palabras que quieras compartir conmigo, Kosuke.
Joder.
—Lo más injusto, Darla —susurro, rozando mi nariz con la suya—, es que nunca más se repetirá este instante, en el que te doy nuestro primer beso al son de Linger.
Darla, algo temblorosa, toma mis muñecas y las acaricia con sus pulgares. No mira las cicatrices, solo desliza sus dedos tiernamente por mi piel maltrecha.
—"Ojos, mirad por primera vez. Brazos, dad vuestro primer abrazo. Y labios, que sois las puertas del aliento, sellad con un primer beso...(1)" —recita.
—¿Romeo y Julieta? —pregunto, reconociendo las palabras.
—La leíste —comenta, con una pizca de diversión.
—Me acusaste de prejuicioso.
—Bien —dice—. Pero le hice algunos ajustes.
—¿Qué tal esto, Romeo? Yo no me muero.
—Me parece perfecto, Julieta —susurra, riendo.
Como sé que no puedo hacer nada más para mejorar este instante, hago lo que necesito. La beso tan lento como se lo prometí la primera vez que me asaltó la idea.
Su boca es suave y, aunque en mi imaginación traté de adelantarme a este momento, la verdad es que soy un puto idiota sin creatividad, incapaz de hacerle justicia a la realidad.
Con cada movimiento, le pido permiso para avanzar un poco más. Trato de tomarlo con calma, sin profundizar demasiado hasta sentir que está cómoda. Es casi un estado contemplativo, en el que quiero absorber todos los recuerdos que pueda llevar conmigo, para repetirlo en mi cabeza: su perfume floral, el sabor a las frutas que aún reside en su boca...
Pero no alcanzo a perderme en eso, porque, de un momento a otro, Darla enreda sus dedos en mi cabello, trazando pequeñas espirales, en una tierna caricia. Mierda. No puedo evitarlo, comienzo a besarla de verdad, abriéndome paso en su boca con mi lengua, sin perder la delicadeza ni el cariño con el que me aferro a su rostro. No sé cuánto tiempo transcurre, ni cuántas canciones pasan, pero parece demasiado pronto para soltarla. Todo parece poco en comparación a lo que podría ser.
Pero me separo, ya que sigo sin ser digno de esta felicidad.
¿Qué felicidad? ¡Estoy pletórico!
—Aunque sea obvio, me gustas mucho, Darla.
—Y a mí...
—No.
—¿Qué pasó? ¿Por qué no puedo decirlo yo también?
—Porque aún no lo merezco.
—Eso no es verdad. No me gusta que hables así de ti mismo.
—Te prometo que no es por nada relacionado con mi autoestima. O sí. No lo sé —divago un momento, mientras ella me mira con expresión confundida. No quiero arruinar el momento, de modo que deposito un casto beso en sus labios antes de volver a hablar—. Pero es la verdad. Me conozco, sé que, si lo dices y yo me dejo llevar, me aferraré tanto a ello, que me haré dependiente de momentos como este... Ya ves cómo soy de temperamental. Y no es justo, es tóxico. Lo contrario a lo que me gustaría que tuviéramos.
—Pero no es como si mañana vayas a dejar de ser bipolar.
Alguien ha hecho la tarea.
Sonrío. Por supuesto, es Darla, la que lee hasta la etiqueta del champú si no tiene un buen libro a la mano.
—Lo sé. Pero esto va más allá.
—Explícame, quiero entender.
—Siento que la explicación echaría a perder todo.
A continuación, ella me rodea la cintura en un abrazo que me toma por sorpresa, sobre todo por la manera en que apoya su mejilla sobre mi pecho. No en un gesto de lástima. Es como si quisiera que mis piezas se mantuvieran en su lugar, como si quisiera ayudarme a sostener mi propio peso. Casi me quedo sin aliento. Nunca nadie me había abrazado de esa forma y, aunque me demoro, le correspondo.
—Dime, por favor —pide, con suavidad.
—Necesito tiempo para avanzar por mi cuenta —digo, posando mi mejilla sobre su cabeza—. No sé si sabes, pero tuve una recaída. Me cuesta mucho trabajo encontrar la voluntad para querer vivir y siento que hay tantas personas en la cuerda floja a causa de mi depresión... Créeme, lo he visto en los ojos de mi hermana y mis amigos, esta mierda es demasiado jodida. No puedo ofrecerte ninguna seguridad, ni un futuro. Hasta me cuesta sacar adelante el presente. Es una mierda, suena horrible, pero es mi verdad.
"Y el tema es que sí quiero un futuro, lo he querido desde que te atravesaste en mi camino con tus frases inteligentes. Quiero ser mejor, quiero tratar de estar bien. Pero tengo que encontrarlo solo. Tengo que dejar de depender de la gente. No sé si tiene sentido, pero tengo que encontrar un motivo o un sueño que haga que, si algún día quieres estar conmigo, sea con la absoluta libertad de que puedes irte sin que yo haga una locura. Quiero que, cuando sientas esa libertad, quieras quedarte".
La noto suspirar contra mi pecho.
No sé si ha comprendido lo que quiero decir, pero todo lo que solté ahora es mi mejor disculpa por lo que ella pensó que era un rechazo.
—No creo que sea justo el que tú hagas todo eso y yo, nada —argumenta, pero su tono de voz me da a entender que sabe que no voy a cambiar de opinión, por más que me lo pida—. Yo a ti te...
Me inclino y la beso, antes de que pueda terminar de hablar.
—¡Kosuke! —me reprende, sonrojada.
—Eres preciosa.
—¿Y por qué tú sí puedes decirme estas cosas?
—Porque no sé cuánto tiempo me voy a demorar y necesito que —le doy un suave coscorrón— esta cabecita no se haga una idea equivocada otra vez.
_____
1. Darla cita las palabras de Romeo antes de morir y cambia los "último" por "primer"
_____
Y bueno... Tardó, pero llegó.
EL PRIMER BESO DE MIS BEBÉS <3 ¿les gustó el capítulo? quedó algo extenso, pero es que creo que era necesario que tuviéramos el pov de Ko (:
Se vienen cositas jeje. Esperen y verán
Les tkm <3 Cali;
Gracias por sus votos y comentarios :*
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top