16. Una ella y una yo

Solitude - Billie Holiday

15 de enero, 2011


Kosuke

Cuando una de mis crisis comienza, lo puedo sentir. Es como si mi cuerpo me avisara con varios días de antelación que todo se va a ir a la mierda. No duermo bien, ando irritable (más de lo normal) y lo que más me avisa que el episodio depresivo es inminente, es que no puedo disfrutar tocar la guitarra.

Ya va una semana de que no tomo a Shiroi, mi guitarra eléctrica blanca, porque simplemente no puedo soportarlo; es un estúpido vaivén que tiene oscilando entre las increíbles ganas que tengo de crear música y este vacío en mi pecho que no puedo llenar.

En mi familia aún no se dan cuenta, porque estoy tratado con todo mi ser no ser una carga para nadie. Solo ha pasado un me desde que me dieron el alta y... Esta puta sensación no me deja estar.

Pero tengo que aprender a vivir con esto.

Solo.

Esa es la idea de todo esto, al menos intentar no depender tanto de la gente para poder sobrellevar las crisis. Una de las razones por las que terminé con Annisse y por la que no he vuelto a acercarme a Darla. Esfuerzos de un romántico empedernido que tiene un voto de masoquismo de por vida.

Es absurdo. Siempre estoy sufriendo por algo y ese "algo" es detonado por mí mismo, tal si disfrutara en las entrañas ser la maldita víctima de mis circunstancias.

No sé cómo ni porqué, pero estoy llorando y me odio a mí mismo por ello. Ya empiezo a perder la noción de mis cambios de humor. Estoy sentado en la cuneta afuera de mi casa, porque mi hermana y su banda están ensayando en el interior y yo prometí que saldría para no incomodar a nadie, al menos hasta sentir que le he dado a Anns un espacio prudente.

Kaoru no estuvo de acuerdo con mi propuesta. "Es tu casa, si alguien se incomoda, entonces somos nosotras las que tenemos que buscar otro lugar para ensayar" fue lo que me dijo. Pero ejercí mi autoridad de hermano mayor, saliendo de la casa con la excusa de que necesitaba comprar cuerdas nuevas para todas mis guitarras. Ella me hizo prometer que iría con Seph y que la pasaría bien. Pero no lo llamé esta vez.

Di la máxima cantidad de vueltas posible en el centro comercial, pero no pude con todos los ruidos de la ciudad y la muchedumbre. Y heme aquí, divagado, sin poder entrar a mi casa, luego de leer el mensaje de texto que me mandó Anns.

"Adelanté mis vacaciones a Alemania. Tiene que ver con lo nuestro, pero no de la forma que crees. Cuídate mucho. Nos vemos"

¿Será que alguna vez todo podrá volver a la normalidad?

Extraño estar en el estudio de grabación. Extraño estar a punto de salir al escenario para algún concierto. Es muy difícil tratar de dominar mis pensamientos cuando no tengo alguna obsesión de la que echar mano. Algo con lo que evadir.

Siento que extraño ser yo mismo, pero también me temo que nunca volveré a ser el Kosuke que era antes de todo esto.

Ja. Parece una estupidez que esté en la calle, abrazando mis rodillas, como si mi vida fuera la gran mierda solo porque terminé con mi novia y no puedo enfocarme en el trabajo.

No. En realidad, es demasiado hipócrita de mi parte simplificar las cosas de esta manera. Tengo una lista de elementos que se me apilan encima de mi sentimiento de culpa: Annisse, litio, manía, depresión y... Darla.

Aún no me puedo creer lo que le dije Anns. Soy idiota. No es justo que yo esté enamorado de otra persona. Me jacto de no querer ser cruel, pero luego doy esa estocada, de lleno en mi corazón y en el de ella. Aunque sea verdad. Annisse no lo merece.

Y Darla... Dios sabe que lo mejor es que ni la mire.

Desde que, por una coincidencia de esas que parecen imposibles, apareció en mi casa, no he podido dejar de pensar en ella. Darla Leloquetier, la hermosa chica de comentarios inteligentes. Y ni siquiera hablemos de la vez que escuché a hurtadillas uno de los ensayos de la banda, porque su voz... Joder, su voz.

Escucharla cantar fue definitivo.

Su hoyuelo, su carta y su voz. La antítesis de mi alma oscura, esa es Darla.

—¿Kosuke?

Tengo la cabeza entre mis rodillas, pero distingo la suave cadencia y el tono de esa voz, porque la llevo como la melodía de una canción que se te queda pegada.

Debo estar alucinando.

—Ya me estoy disociando, lo sé —respondo al aire, como si estuviera pensando en voz alta.

—No sé qué significa eso, pero me estás asustando.

No. Mierda, mierda. Sí, es ella.

Me incorporo tan rápido que termino tambaleándome y sus manos sosteniendo mi brazo, titubeantes, impiden que me estampe contra el pavimento. Su tacto me pondría nervioso si no estuviera tan jodidamente mareado.

—Hola, Darla —la saludo con una sonrisa, pero tengo clarísimo que mis ojos están rojos por haber llorado. Sé que no engaño a nadie, pero al diablo—. ¿Ya terminaron de ensayar?

—Sí. ¿Qué pasa? —pregunta, preocupada—. ¿Te puedo ayudar en algo?

Eso me pone alerta y miro al interior de la casa.

—Necesito salir de aquí ahora —farfullo, sintiéndome presa del pánico—. ¿Puedo encaminarte donde vayas? No puedo estar acá. Prometo explicarlo... ¿Me dejas ir contigo?

Por favor, di que no.

Di que no, por tu bien.

—Pensándolo mejor... —comienzo.

—Ven —dice y se engancha de mi brazo, guiándome por distintas calles, a paso rápido, mientras yo solo la sigo por inercia.

Tengo la certeza absoluta de que mi inconsciente querría tomar su mano o que estaría reaccionado de alguna forma, debido a la fuerza de su agarre. Pero lo cierto es que me cuesta identificar dónde está esa sensación.

Sé que odio disociarme, pero tampoco puedo encontrar ese sentimiento por ninguna parte.

Siento... Nada.

—¿Darla?

—Dime —contesta, sin dejar de caminar.

—Si me sueltas...

—No.

¿No qué?

¿No me vas a soltar? ¿No quieres que hable?

Puedo quedarme en silencio, pero no quiero quedarme vacío.

Mierda, ¿qué está pasando? Si me suelta aquí, no sabría cómo devolverme a casa. Quizás debería llamar a Kaoru para que me venga a buscar. Quiero llorar, pero de eso tampoco soy capaz. Necesito realidad. Ni siquiera sé cuánto llevamos caminando. ¿Media hora? ¿Cinco minutos? Creo que nos subimos a un taxi. Estamos en el Charles River. Nos bajamos para andar entre los árboles y el río.

—Tu pelo es castaño claro, casi rubio —observo, de repente, con tono monocorde.

—Sí. Y el tuyo negro —responde, siguiéndome el juego.

—En realidad, lo teñí. Es castaño oscuro.

Quiero reír, pero lo que sale es un quejido patético.

—¿Vas a tener una crisis de pánico? —Parece asustada.

—Nop.

—¿Qué es disociarse? —cuestiona, bajando el ritmo de la caminata.

—Un mecanismo que tiene el cuerpo para huir del trauma, entonces no sientes nada. Incluso puedes olvidarte de quién eres o qué estás haciendo —respondo, sin inflexión en mi voz—. Me pasa siempre que recuerdo cosas desagradables.

—¿Y cómo te puedo ayudar?

—Quizás no deberías. Perdón.

Lo que digo la hace detener abruptamente nuestros pasos.

—Te pregunté cómo te p-puedo ayudar, no si me das permiso —balbucea, con las mejillas ruborizadas.

La observo con los ojos abiertos hasta su límite, sin decir palabra alguna y ella cree que no le he entendido, por lo que intenta decirlo de nuevo.

—Tranquila, sí te escuché —la interrumpo.

—¿Entonces?

—¿Por qué tenías que venir acá? —eludo.

Darla arruga el ceño en un gracioso mohín de irritación.

—No lo sé, estoy improvisando —confiesa—. Te vi mal y quise traerte a un lugar que a mí me calma —continúa, rápidamente, demostrando su inmunidad a los pretextos—. Por favor, contéstame, Ko.

Algo de lo que dice la hace ruborizarse de golpe, pero se mantiene firme a pesar de ello. Se cruza de brazos y requiere de todo mi esfuerzo mantenerme concentrado en ella.

—Ya me estás ayudando. Gracias.

—Nada de eso. Te lo debo por lo del otro día —discrepa.

—¿Deberme tú a mí?

Darla, yo te debo haber podido salir de esa clínica psiquiátrica.

Quisiera poder bajarle un cambio a mis sentimientos. Pero está claro que soy un intenso de mierda.

—Hablar me hace bien —digo, con toda la sinceridad de la que soy capaz, pero sigo sonando como un robot—. Me ayuda a conectarme de nuevo a mi cuerpo, creo que estaba agobiándome demasiado y... me apagué. O al menos así le llamo. Detesto que me pase, es como irse en un mal viaje con alguna droga.

Darla abandona su postura y jala de mi manga, para guiarme a la banca más cercana, sentarse e indicarme que haga lo mismo. No tiene que esperar demasiado para que le obedezca.

—Hablemos, entonces. Tengo tiempo, pero... —Hace una pausa, dubitativa—. Eso no será una molestia ¿verdad? No quiero que tengas problemas estar a solas conmigo.

¿A qué se refiere?

—No te sigo.

—No importa —recula, con las mejillas ruborizadas.

Se mueve en el asiento y puedo percibir lo incómoda que se ha puesto. Trato de estrujar mi cerebro para recordar. Sé que ella tiene razón, debería estar solo porque... Porque yo quería. Estar acá con ella es romper las reglas de alguna manera. 

Carajo, ya me acuerdo.

—Ah. Eso —suelto.

—¿Qué?

—No tengo novia.

—Y-yo... Ay, lo siento.

—Nah. Nada importa ahora —respondo, mecánicamente—. Te diría que tampoco es un problema que dos conocidos estén solos, aun teniendo novia, pero creo que estaría mintiendo. Yo soy un problema, independiente de con quién hable.

—Es difícil verte de esa forma —indica Darla, con la mirada perdida en el río—. Sin embargo, el sentimiento que describes me es familiar. Creo que tiene que ver con que nuestros ojos son más crueles cuando están frente a un espejo.

Suspiro. Escucharla es relajante. Me acomodo en la banca, echando mi cuello hacia atrás.

—¿Te puedo decir algo? —pregunto.

—Claro.

—Pero no te lo tomes a mal...

Ella espera en silencio. Siento cómo sus ojos se clavan en mí, porque a través de mi espalda se arrastra un hormigueo, que no es otra cosa que los residuos de un escalofrío que en este estado no llego a experimentar.

Creo que te echaba de menos, ¿cómo puede ser eso posible?¡Te he visto solo unas pocas veces, joder! Después de nuestro último encuentro en la terapia grupal, quería verte de nuevo, en otras circunstancias, más fresco, más entero. Pero llegaste antes. ¿Por qué la vida no pudo esperar un poco más? Estar a tu lado me hace sentir que estoy condenado a echarte de menos eternamente, porque sigo sin avanzar mucho de aquella vez.

Y creo que, aun así, me voy a enamorar de ti tan fácil, Darla.

Algo así es lo que quiero decirle, pero lo único que ella escucha es:

—No sé si tus ojos son verdes o café —susurro con la voz hecha un hilo tan frágil, que no creo se entienda—. Cambian con la luz.

Dejo caer mis párpados y me entrego a la calma del lugar, tal como ella me sugirió.

—Ahora que lo mencionas, tampoco tengo una respuesta definitiva al respecto —declara, después de una pausa—. No soy muy proclive a mirarme al espejo o algo parecido. Ni siquiera suelo detenerme en las vitrinas de cristal.

Proclive. Mastico esa palabra en mi mente y siento el impulso de reírme como un idiota de que me parezca tierna su forma de expresarse. Tan profunda y con tan pocas palabras.

—¿Por qué?

—Ya te lo dije, porque nuestros ojos son nuestros más crueles jueces.

—Entonces, te miraré más y, cuando decida cuál es el color específico, te haré saber mi veredicto —anuncio, esbozando una media sonrisa, sin abrir los ojos todavía—: Quizás así, podrás mirarte a través de los míos.

Y, como un pinchazo, algo se vuelve a abrir dentro de mí. Esta vez, es el silencio que se construye entre los dos, extrañamente invasivo, pero sin llegar a agobiarme.

—Disculpa, no te quiero incomodar —trato de excusarme, al mismo tiempo que me froto la sien—. Pero si no hablo, voy a perder la cabeza.

—No me molesta —balbucea—. Es solo que no sé cómo responder.

Auch.

Una patada en las bolas habría dolido menos.

Abro los ojos de golpe, inclinándome hacia delante en el asiento. Solo siete palabras bastan para sacarme de mi estado emocional adormecido; es como si antes hubiera estado flotando y, sin previo aviso, mi alma se hubiera devuelto a este cuerpo que parece ser cinco tallas más chico. Porque no hay suficiente espacio en estas paredes para contener todo lo que siento, aun considerando el cóctel de pastillas que tomo a diario y que se supone deberían hacerlo todo más fácil.

—No hace falta que respondas —musito.

Porque si sintieras esto como yo, ni siquiera tendrías que pensarlo.

—¿Estás bien? —insiste, poniendo una mano en la parte alta de mi espalda, pero apenas la siento, es como si no se atreviera tocarme. La sensación que irradia su tacto, casi fantasmal, es la prueba irrefutable de que el episodio disociativo ha terminado.

Pese a lo contradictorio de las emociones me embargan en este minuto, me dejo llevar por el impulso de reír. De que no me puedo seguir el ritmo ni yo mismo. De que le acabo de decir una sarta de idioteces y ella es demasiado cortés como para rechazarme directamente.

—¿Ahora te ríes? —Darla parece sorprendida, pero se no molesta en lo absoluto por mi cambio de humor—. Tú sí que vives rápido, ¿no?

Me giro un poco hacia ella, mirándola directamente a los ojos por primera vez en lo que va de nuestro encuentro. Le ofrezco una sonrisa a modo de disculpa.

—Ese, literalmente, es el eufemismo más sutil que nadie ha usado para referirse a mí —respondo, sin dejar de sonreírle. Ella encoge levemente los dedos que tiene sobre mi espalda, antes de quitarlos—. Sin duda, es una forma de ver mi diagnóstico. Aunque preferiría no hablar de él.

—Entiendo.

Lo que ha dicho es tan escueto que, de no ser porque soy incapaz de soltar su mirada, no me habría dado cuenta de que parece estar reprimiendo otras palabras. Por eso, me acomodo en el asiento y enarco una ceja.

—¿Pero?

—Pero ¿qué? —inquiere, confundida.

—Entiendes, pero quieres decir algo más. Lo veo.

¿Cómo su piel puede pasar con tanta rapidez del blanco al rosado? Es una chica muy nerviosa y me dan ganas de abrazarla por eso, pero, por otro lado, me molesta que se sienta intimidada por mí.

—Prometiste que me explicarías —susurra, al mismo instante que juega con sus dedos, los que ahora descansan sobre su regazo.

—Es verdad —coincido después de un suspiro. Cuando vuelvo a hablar, trato de sonar casual—. Hola, soy Kosuke Ian Uchiha, tengo diecinueve años y fui diagnosticado con bipolaridad tipo dos, es decir, esa que le dice a tu cerebro que no puedes ser feliz. No la que todos creen que hizo que Katy Perry haya escrito Hot and Cold. Voten por mí.

Al finalizar esa patética presentación, escondo los labios para no dejar salir la risa idiota que tengo picando en la garganta. Darla, sin embargo, no puede controlar la suya, que emerge de sus labios, dulce y tímida, mientras trata de cubrirla su mano.

La imito, sin dejar de pensar que bastaría un pequeño movimiento de mi parte para que ella no ocultase su alegría. Me contengo. Es difícil.

—Eres la única que se ríe de mis chistes —admito, sin saber si es algo bueno o malo—. ¿Por qué será?

—No tengo mucho sentido del humor, te lo he dicho.

—Esa puede ser una explicación, seguro —me burlo y esta vez, cuando Darla se carcajea, no se cubre tanto y alcanzo a divisar el hoyuelo en su mejilla—. Aunque la otra posibilidad es que ambos estemos un poco rotos por dentro, así que no nos reímos de lo que se supone que hace gracia.

La expresión que pasa por sus ojos de dudosa tonalidad es intensa e indescifrable y, según se construye, va borrando la alegría previa en el resto de su rostro.

—¿Dije algo malo? —vacilo.

—No.

—¿Entonces?

Quizás le asusta compararse con alguien como yo, que hace un momento estaba sentado en la orilla de la calle con la cabeza entre las manos y ahora sonríe como si nada.

—Has dicho la verdad —murmura—. Sorprende oírla de alguien que recién conoces. Pienso que solo pasa en los libros.

Río por lo bajo.

¿Yo? ¿De un libro? Uno de terror, seguro.

Ella, por el contrario, es tan delicada como un haikú (1).

—Creo sería difícil que coincidiéramos en un libro —digo, mirando brevemente hacia el panorama que ofrece el atardecer—. Podría acabar trágicamente.

—¿Sí? Y con lo que me fascinan esa clase de historias...

Me giro tan rápido a verla, que casi me saco la cabeza de su eje. Sus respuestas me descolocan. No porque ella les ponga un énfasis o matiz de misterio, sino por lo contrario. Es capaz de establecer paradigmas que me vuelan la mente sin siquiera proponérselo.

Pero, aunque una historia quisiera juntarnos, ella no se merece la posibilidad de un final fatal. No tengo que saber mucho más de su vida o su personalidad para dar por sentado que Darla es demasiado para mí.

Puede que, si esto fuera un libro y su autora no tuviera demasiados demonios que purgar, yo le dijera que me encantaría saber qué tipo de historia podríamos escribir juntos. Robarle un beso fugaz, incluso.

Pero lo dejo estar. Sacudo la cabeza para espabilar un poco y, en un vistazo rápido, me percato que hay unos audífonos que cuelgan de su cartera, amenazando con caerse.

Frunzo los labios para indicarle que mire en esa dirección. Ella, intranquila, trata de enrollarlos.

—¿Qué estabas escuchando? —pregunto. Darla se sobresalta y duda su respuesta. Le arrebato un auricular—. ¡Debiste responder más rápido! Ahora, por la cara que pusiste, estoy más intrigado.

—No te va a gustar —titubea, tratando de tirar del audífono, mas ya lo he colocado en mi oreja izquierda.

—¿Y qué? Es tu música, te tiene que gustar a ti

Al ver que no se encuentra convencida, saco de mi bolsillo el viejo ipod que me compré luego de trabajar como repartidor de pizza a los dieciséis. Ya tiene la pantalla rota y unos stickers de Pokémon que le pegó Kyo.

—Si me muestras, después yo a ti —la intento persuadir, blandiendo el dispositivo de música en su dirección.

Darla se pone como un tomate. ¿Qué dije ahora?

—B-bueno, pero no te burles.

Sopeso su petición. Luego, pregunto:

—¿A qué imbécil hay que pegarle?

—¡¿Por qué?! —se espanta.

—Porque algún payaso te tuvo que convencer que es válido reírse de lo que a otro le gusta y se me revuelve el estómago de solo pensarlo —digo, soltando un resoplido—. Sobre todo, si es con la música, la fuente de escape y donde te cobijas de lo apestoso de la realidad. —Hago una pausa—. Por favor, no tengas esa idea conmigo. Si no nos gusta lo mismo, ya está. Eso es todo, no pasa nada. No me voy a burlar.

Darla permanece inmóvil por varios segundos y se me rompe un poco el corazón, porque pareciera que le acabo de hablar en un idioma que no entiende.

Por ese motivo, hago una broma:

—A menos que tengas el puto Mambo nº5. Todos sabemos que esa canción es una mierda y no voy a debatirlo.

El sonido de su risa me reconforta cuando por fin saca su reproductor que, obviamente, está en mejor estado que el mío. Tomo el auricular que no usaré y lo posiciono en su oído derecho.

Segundos más tarde, una melodía muy suave que es acompañada por la voz de una mujer y unos bronces sutiles, llega a mí. Cierro los ojos. Suena como a jazz o blues.

—¿Quién canta? —indago.

—Billie Holiday, la canción se llama Solitude.

—La letra es... muy bella.

—Es una de mis favoritas —confiesa, orgullosa.

Se me ocurre una idea.

Aún con las notas de Solitude, le indico que se acomode en la banca para quedar frente a mí. Entonces, saco los auriculares de mi ipod y los posicionamos en el oído que nos ha quedado libre. Busco la carpeta de mis favoritos y, en el momento que los últimos acordes de Billie Holiday nos abrazan, pulso play a mi reproductor y comienza a sonar Hope There is Someone de Antony and The Johnsons.

—Esta es la mía. —revelo.

¿Hay mejor manera de conocer a alguien, que a través de su canción favorita? Lo veo difícil.

—Escuchando esto, creo que tienes razón —interviene ella, después del primer coro—. Nuestras canciones favoritas lo confirman: estamos rotos.

Tomo su mano en respuesta, ya que, si digo algo, puede que eche por tierra la cordura que me queda y la bese.

Al finalizar mi canción, Darla pone otra desde su dispositivo: I've been loving you too long de Otis Redding.

Me rio. Esta sí la conozco. Tarareo el inicio.

—O sea que Darla Eloise no solo es una chica fanática de las novelas trágicas. También le gusta la música vintage —señalo, como si estuviera descubriendo un nuevo planeta—. Quiero escuchar otra de tus favoritas.

Ella cambia rápidamente la canción y me muestra la pantalla del ipod, donde dice It's always you de Chet Baker. Yo, que aún tengo su mano tomada, entrelazo mis dedos con los suyos. Me embarga una sensación de calma que, si me hubieran dicho al principio de este día que sentiría, no lo habría creído.

Intercalamos canciones, una ella y una yo. Pierdo la noción de lo que estamos escuchando. Casi creo que me vuelvo a hundir en la disociación, pero su voz me retiene.

—Te toca poner una canción a ti.

Dejo que el aleatorio determine qué escucharemos a continuación. Sin ver la pantalla, puedo reconocer de cuál se trata. Es una nuestra, de los Dark Wolves. Me encojo de hombros, disculpándome un poco.

—Esta es una de mi banda, pero aún no la sacamos.

La canción que escribí después de conocerla en el hospital.

—¿Y tú tocas la guitarra?

—Sí, pero la eléctrica, no la acústica que suena como pedal.

—Sí, ahí te escucho.

—La puedo cambiar si quieres. Es un demo que todavía...

—No, por favor, déjala —demanda, con las facciones iluminadas por el entusiasmo—. Quiero escuchar qué dices aquí, seguro es tan colorido como lo que expresas con palabras.

Me sonrojo, pero ella no lo ve porque ha cerrado los ojos.

Suspiro y, tratando de que no se me crucen los cables, me acerco a ella y apoyo mi frente en la suya; contraigo mis párpados y me sumerjo en lo sublime del presente, tan cambiante y esquivo a la vez.

La voz de Daniel, junto con las guitarras cadenciosas, me relaja. Podría contarle el origen de la canción, pero siento que no tiene importancia. No como para destruir esta coyuntura casi vital entre ambos.

Inhalo. Tiene un olor floral que me cosquillea la nariz y el estómago.

Cuando llega el último acorde, ninguno se mueve.

Abro los ojos y me lleva el diablo, ya que estos se posan directamente en sus labios. Joder. Para prevenir el desastre que amenaza mis impulsos, susurro:

—Es tarde. Te acompaño a casa.

Darla me mira con una chispa de tristeza que no sé interpretar.

—Esta canción —dice—. No me hace falta escuchar más para saber que será mi favorita entre todas las de tu banda.

Le regalo una sonrisa cohibida. Recibir un halago suyo, definitivamente, es algo más.

A continuación, trata de convencerme de que no necesita que la acerque hasta su casa, pero -aplicando mi tono dictatorial de hermano mayor- no claudico. No le queda más opción que caminar conmigo por las calles de la ciudad.

No vive tan lejos de donde nos hallábamos. El barrio consta de construcciones bastante majestuosas, lo cual no me sorprende ya que Kaoru me contó que su familia tiene buena situación económica y no le gusta que el resto lo sepa. Por lo mismo, no emito comentario al respecto.

—Gracias, Kosuke. Lo pasé bien.

—A ti. Tú fuiste la que me rescató hoy.

Nos quedamos en silencio por un rato, contemplándonos, pero sin despedirnos.

Tengo miedo de que el pasado me arrebate este momento y que, cuando llegue a casa, evoque otra vez la sensatez y me convenza de que lo mejor es mantenerme alejado de Darla.

Ahora, me cuesta imaginar que ello sea viable. La luz del atardecer ha vuelto a iluminar sus ojos en una tonalidad especial... Y juraría que los padezco.

Que el destino nos haya juntado antes de ser el hombre que merece, es mi condena.

Doy un paso más cerca y tomo su rostro con ambas manos.

—Darla Eloise —acuno su nombre completo en un murmullo—, si yo fuera otro y no este ser humano tan jodidamente complicado, no desperdiciaría este momento y te besaría lento, hasta que se me olvidara cómo respirar. —La siento temblar, mas no le quito los ojos de encima—. No obstante, soy esta mierda que no te merece en esta vida ni en la otra. —Le beso la frente—. De modo que solo me voy a ir. Cuídate mucho, ¿sí?

Y, sin dejar que diga nada, la suelto.

Cuando comienzo mi camino a casa, tengo el corazón apretado


_____

1. Haikú: Poema japonés de 17 sílabas nacido de la escisión del haikai, del cual se conservaron solo los tres versículos iniciales (de 5, 7 y 5 sílabas respectivamente).

HOLA HOLA, RATÓN CON COLA :)

¿Se esperaban ese final? JEJEJE 

¿Quieren que haga una playlist con las canciones de esta historia?

Espero que les haya gustado <3 Son dieciséis capítulos, pero han pasado cuatro meses desde que se conocieron, así que no se me espanten de que Ko esté tan convencido de sus sentimientos. Les advierto que se viene una tormenta por delante... 

Les quiere, Cali;


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top