Parásito

Estaba rodeado por nada más que niebla y oscuridad. El piso bajo sus pies era apenas palpable, percibiéndose a sí mismo como una bolsa de papel arrastrada por una tenue corriente de viento. Pero no había viento, ni frío. No había nada excepto su propia desesperación.

Continuó andando por un camino incierto, escuchando cerca de él los pasos de alguien siguiéndolo. Sabía que ella estaba ahí, aunque no le importaba. Ignorando la presencia de la criatura, Greyson siguió su camino, tratando de entender dónde se encontraba. ¿El infierno, tal vez? No. Estaba seguro que seguía vivo, ya que podía escuchar en la lejanía el sonido de las enfermeras moviendo cosas en la habitación.

Se detuvo de pronto, frunciendo el ceño mientras sonreía de medio lado. Había alcanzado a distinguir los pasos de Ana rodeándolo, escondiéndose entre la niebla de su vista. Acosándolo. Cerró los ojos y se mantuvo inmóvil, atento al caminar de Ana que cada vez, estaba más cerca.

Cuando por fin sintió la respiración de la bestia acariciar su nuca, abrió los ojos, todavía sonriendo. Notó cómo las garras de Ana se sujetaban de su cuerpo. Las uñas se clavaron un poco en su garganta haciéndole sangrar apenas, aunque eso le causó dolor.

—No entiendo por qué haces esto —le dijo Greyson sin voltear a verla—. A estas alturas, ¿a qué esperas que le tenga miedo? ¿A ti? No lo creo —comentó en burla.

Ana le gruñó en el oído. Greyson empuñó las manos. Después de todo el dolor que le hizo sentir en el interior del bosque al entrar en su cuerpo, y de mostrarse tal como era, no quedaba nada a qué temerle. Lo peor que podría hacerle era llevarlo al infierno, pero él ya lo había experimentado en la tierra al padecer a manos del tipo de demonio que eran algunas personas. No le emocionaba revivirlo; tampoco le asustaba.

Regresando la vista hacia el frente e ignorando por completo la presencia de Ana, distinguió una silueta pequeña sobresalir en la lejanía: una niña. Caminó despacio rumbo a ella con Ana tratando de detenerlo. Poniéndole más empeño en descubrir de quién se trataba, Greyson continuó avanzando. Al llegar a ella, no podía creer lo que se revelaba ante sus ojos.

La pequeña estaba sentada sobre una especie de plataforma viscosa, con algo negro sujetándole los brazos. Además, otra silueta más grande con patas similares a las de los ciempiés, sujetaba su pequeño cuerpo con posesividad, mientras extremidades más largas de araña le sobresalían a un bulto negro en su espalda.

Un repugnante olor a animal muerto molestó la nariz de Greyson al acercarse más, haciendo que necesitara cubrirse el rostro con una mano. Sintió fuertes ganas de vomitar.

«¿Si esto es Ana?», pensó Greyson refiriéndose a la criatura montada sobre su espalda, aquella que se aferraba a él con manos y piernas «¿Qué rayos es eso?».

Los ojos del muchacho se quedaron fijos sobre la niña. Tenía un fuerte presentimiento gritándole que, de un modo espeluznante y sádico que él no podría comprender, ambas cosas eran lo mismo. Tal vez de una nacía la otra, o dependían mutuamente para existir en diferente plano astral. Como fuera, estaba seguro que solo Susy podría descifrarlo.

Susy...

Un hueco de angustia e impotencia se le abrió en el pecho. Tenía tantos deseos de verla, que desde el día en que se topó con ella en la tumba de Víctor, se había encarnado de nuevo en sus pensamientos. Necesitaba saber cómo se encontraba, cómo la habían tratado en el hospital psiquiátrico. Necesitaba disculparse con ella por no haber estado a su lado en la adversidad. Sentía que le había fallado. Que la había abandonado.

Cerró los ojos encogiéndose en sí mismo. ¿Qué rayos pasaba con él? El dolor por la ausencia de Susy ardía en el fondo de su corazón, aunque no alcanzaba a comprender bien el motivo. Empuñó las manos al tener una idea incómoda.

«No puedes seguir enamorado», se dijo, sin notar que el pensamiento era más un reproche que una afirmación. «Pasaste demasiado tiempo añorándola, imaginando el día en que pudieras mirar de nuevo esos hermosos ojos que amabas. Y ahora, que pudiste verla aunque fuera unos instantes, te descompusiste. Es todo».

Apretó la mandíbula al recordar aquellos ayeres. Ella tenía cinco años, él once. Lo que dominó su corazón en ese entonces estaba mal en muchos sentidos. Se sentía como un maldito enfermo, y era una traición muy vil hacia Víctor. No le haría eso a alguien que lo apoyó tanto.

Se prometió como una forma de mantenerse a flote, que si lograba verla una vez más, solo para disculparse, para despedirse en caso de no salir vivo de la posesión, renunciaría a todo pensamiento que involucrara ese dulce y prohibido mundo. Si se cumpliera el deseo de verla una última vez, renunciaría a ella.

El peso sobre sus hombros se desvaneció poco a poco, a la par que sus pensamientos se volvían más sólidos y tangibles. Sintió que podía acariciar la realidad con la punta de los dedos.

Entonces despertó.

●●●

Antes de entrar en la habitación de James una vez más, Susy se detuvo. Había algo perturbador rondando en el interior de su mente. Todos los involucrados, desde Nathan hasta ella misma, estaban despidiendo energía negativa a causa de los eventos provocados por Ana.

Meneó la cabeza, sin saber con exactitud si debía decirles o no. La cantidad de energía negativa que despedían era peligrosa, ya que podía atraer entes oportunistas que no distinguían entre un vivo y un muerto; entes como ese que había andado por el pasillo del hospital momentos atrás. Desganada, apoyó una mano en el umbral de la puerta. Ana les llevaba una ventaja enorme.

—¡Susy! —Escuchó la voz de Erik acercándose, sacándola de sus pensamientos de golpe. Al llegar a ella, Susy lo notó nervioso.

—¿Qué sucede?

—Greyson está despierto y quiere hablar con ustedes.

Una punzada de angustia recorrió el estómago de Susy. Creyó que Ana estaba manipulando la situación a su antojo, tal cual solía hacerlo para poner las cartas a su favor. Aun así, accedió a que todos lo visitaran; averiguaría lo que Ana estaba buscando al llamarlos.

Erick guio a las cuatro personas hasta la habitación especial de psiquiatría, cuarto que se le había asignado a Greyson tras la conversación de Susy con Erick. Al llegar, la chica entró manteniéndose alerta.

Esperaba que al ingresar, Ana emitiera horribles gritos guturales, que sacara a todos del lugar con un ataque violento y se quedara a solas con ella, luchando con toda la rabia que poseía para romper las esposas que la sujetaban y asesinarla. Estaba convencida que Ana haría eso porque la quería a su merced.

Para gran sorpresa de Susy, cuando entró en la habitación, fue ella quien estuvo a punto de perder el control. No por odio, menos por rabia. Esa mirada tierna y valiente que no veía en tantos años estaba ahí, en los ojos del muchacho que ahora, la veía con impresión. Greyson estaba de verdad despierto. No era Ana, era él.

Susy quiso echársele encima y abrazarlo, llorar en su pecho todo el tiempo que lo extrañó, pero sus pies estaban paralizados. Se quedó ahí contemplándolo por eternos segundos, intercambiando miradas con el confundido muchacho sobre la cama.

—Quería verte —susurró por fin Greyson, la sonrisa en sus labios tardó en aparecer.

—Y yo a ti —respondió Susy por inercia, también sonriendo.

El latir de su corazón le retumbaba en los oídos, le nublaba el juicio y revolvía sus pensamientos. Los nervios le carcomían hasta lo más profundo del estómago, aunque luchaba por contenerse. No era el momento.

Susy decidió acercarse despacio a Greyson, frente a la mirada atenta de todos los presentes que, por motivos diferentes, temían que él pudiera atacarla. Una vez que Susy estuvo justo al lado de Greyson, se inclinó para acariciarle el cabello. Él cerró los ojos ante la caricia. No entendía por qué Ana no estaba manifestándose, sin embargo, su atención se desvió hacia ese instante mágico.

Greyson miró de nuevo hacia la chica una vez que ella se alejó, sonriendo encantadora al ver un rayo de esperanza en medio de la pesadilla. Justo cuando, con inocencia pensó que todo podría estar bien, Greyson empezó a temblar.

La mitad del rostro del muchacho se deslizó hacia abajo al perder la tensión de los músculos, mientras uno de los ojos se le giraba hasta perderse en sus cuencas, terminando por mostrar sólo la esclerótica. Jadeó produciendo un sonido similar a un ronquido.

Las cadenas que sujetaban manos y pies del joven gritaron al ser forzadas a estirarse, a la par que la espalda de Greyson se doblaba hacia atrás y sus manos se convertían en puño. Estaba respirando cada vez más agitado, haciendo que las venas de su cuello se expusieran.

Nigel corrió de inmediato hacia su hermano al contemplar la horrenda escena, siendo detenido de golpe por Susy, que mantenía una expresión seria. Ambos regresaron la vista hacia el muchacho y, antes de que la enfermera o el doctor pudieran hacer algo al respecto, Greyson se dejó caer sobre la cama. Todavía respiraba agitado, pero el ataque había terminado.

—No hay tiempo, tengo que decirte algo, Susy —susurró Greyson jadeante—. Confío en que tú lo puedes descifrar.

—Te escucho.

Greyson cerró los ojos, acomodando mejor la cabeza sobre la almohada. Tenía en la espalda una sensación de ardor y de algo líquido deslizándose. Supuso que se trataba de sangre. Lo había rasguñado desde adentro. Luchó por ignorar lo ocurrido y continuó hablando.

—Mientras estaba dormido vi un lugar extraño. Era como estar en la nada, sólo rodeado de una espesa niebla. Ana estaba en ese lugar, sujetada de mí con brazos y piernas —Greyson abrió los ojos, mirando hacia el techo con expresión seria. Ana estaba complicándole hablar—. Conforme más entraba en ese lugar contra la voluntad de Ana, vi algo... algo más.

—¿Demoníaco? —Se apresuró a preguntar Susy, dando un paso hacia adelante.

—No estoy seguro. Parecía más una niña pequeña. Y había como una especie de insecto abrazado a ella —Greyson guardó silencio unos segundos intentando respirar. Una fuerte presión en su pecho estaba lastimándole—. Ana no quería que me acercara a ella. Tengo la impresión de que la protege.

Susy bajó la cabeza analizando las palabras del muchacho. Claramente la niña era Jenny, y el insecto debía ser el ente que junto a ella, daba vida a Ana. Entendió entonces que ese ente era un demonio parásito, por lo tanto, si perdía al organismo que lo alimentaba...

Alzó la vista una vez más en dirección de Greyson, solo para contemplar la forma en que la mirada del joven se transformaba en una burlona, llena de odio y malevolencia. Los ojos de Susy se llenaron de lágrimas, frunciendo el ceño al mismo tiempo.

Greyson sacó la lengua, riéndose con voz aguda e irritante, tarareando la canción que Víctor había compuesto para Susy. Arrastraba cada palabra con gozo, a la par que mecía la cabeza de un lado a otro y volvía a reírse.

—Bajo la luz de la luna te resguardaré. Mientras esté a tu lado, no debes temer —continuaba Greyson, cada con voz más grotesca.

—Deja de burlarte, perra maldita —susurró Susy.

—¿Eso significa que ya no somos amigas? —contestó sarcástico Greyson, imitando a la perfección la voz de Susy. Incluso Erick se dio cuenta de ello—. Cuando sientas que el miedo empieza a crecer, recuerda, mi amor, que yo...

—¡Cállate!

Susy se arrojó sobre Greyson para cubrirle la boca y presionarle la cabeza contra la almohada, susurrando furiosa palabras en latín con la vista fija en los ojos de Greyson. La mirada del muchacho se tornó asustada mientras ella aumentaba la presión sobre su rostro.

Le temió a Susy. No podía creerlo, pero así era. Greyson podía sentir cómo Ana estaba siendo arrancada de su cuerpo con las palabras de la chica, lo que irónicamente, le causaba un dolor indescriptible.

El caos se había desatado en la habitación. Hans y Castiel lidiaban con Erick y una enfermera tratando de detenerlos, de evitar que ambos se acercaran a Susy y detuvieran lo que estuviera haciendo; era raro, sí, pero estaban seguros que no podía ser peor que lo hecho por Ana.

Por su parte, Nigel se encontraba anonadado mirando a Susy. Podía sentir una increíble energía emanando de ella, una que le hacía helar la sangre. No era maligno, pero sí tan fuerte que temió, podría provocar más de una atrocidad.

Las luces de la habitación y el pasillo aumentaron de intensidad, brillando hasta el punto de casi estallar. Erick se detuvo en el acto al darse cuenta, teniendo el presentimiento de que Susy le había mentido; había algo más allá de un simple problema psiquiátrico. El sonido de las bombillas del pasillo explotando por el exceso de energía en ellas llamó su atención y, segundos después, Susy retiró la mano de la boca de Greyson.

Con expresión tanto asustada como intrigada, el muchacho miró hacia todas partes, para luego detener la vista en la chica a su lado. Susy estaba pálida, con grandes ojeras comenzando a formarse bajo sus ojos.

—¿Estás bien? —le dijo Greyson temblando, adolorido y angustiado por ella—. ¿Qué fue lo que hiciste?

—La desplacé. Pero es temporal —susurró Susy en respuesta antes de cerrar los ojos, perdiendo el conocimiento.

Hans se lanzó hacia el frente para alcanzar a Susy y evitar que se golpeara contra el piso. Tenía la piel helada y su respiración se había vuelto superficial. Erick, aunque en shock por lo recién acontecido, se acercó a la joven desmayada, checando que todo estuviera bien.

—Es fatiga —comentó Erick luego de checarla, observando el rostro pálido de Susy—. Estará bien, solo tiene que descansar.

Tras escuchar a Erick, Hans alzó a Susy en brazos con el fin de llevarla a la habitación de James, ahí podrían dejarla dormir. Los brazos de la chica colgaban a su costado con flacidez.

—Espera —Greyson se levantó tanto como le fue posible, llamando a Hans cuando él empezó a caminar—. Acércala, por favor.

Sin hacer preguntas, Hans llevó a la inconsciente Susy hasta la cama del muchacho, desde donde él hizo el mayor esfuerzo posible para besarle la mano a Susy. Ante tal acción, Hans sintió que el corazón se le encogía dentro del pecho, aunque prefirió no decir nada al respecto.

—Cuídala, Hans —le dijo Greyson. Hans asintió despacio y después salió de la habitación con Susy en brazos.

Nigel contempló a Hans saliendo de la habitación, pero él —lejos de seguirlo—, avanzó hacia Greyson y lo abrazó con toda la fuerza que tenía. Le prometió que haría hasta lo imposible por salvarlo, que todo estaría bien. Greyson le acarició la cabeza con dulzura hundiendo el rostro en su cabello. Luego, con el afán de protegerlo en caso de que Ana volviera a controlar su cuerpo, le pidió que se alejara de él y fuera con Hans. Nigel asintió con la cabeza baja y salió del lugar.

Solo Erick, la enfermera y Greyson permanecieron en la habitación, con este último pidiendo que lo sedaran una vez más. No quería herir a alguien inocente. Erick trató de encararlo, de hacer que él le confesara la verdad detrás de semejante espectáculo recién percibido, pero Greyson le respondió con un simple:

—Pregúntale a Susy.

Erick suspiró frustrado, dándole la orden a la mujer para continuar. La enfermera metió la aguja de una jeringa en la venoclisis de Greyson, e inyectó diez miligramos de diazepam. Segundos más tarde, Greyson cayó dormido sobre la almohada, aunque manteniendo los ojos abiertos hasta que la misma enfermera lo hizo cerrarlos.

—Doctor —comentó la mujer, girándose hacia el hombre cuya mirada estaba puesta en Greyson—. ¿De verdad planea mantener al chico con diazepam?

—Ya veremos, María —respondió desganado Erick, haciéndole a la enfermera una señal para salir de la habitación—. Pero algo me dice que no será por mucho tiempo.

●●●

Hans recostó a Susy en la cama vacía que estaba en el otro extremo de la habitación de James, notando que el cuerpo de la chica parecía hecho de trapo. No oponía la más mínima resistencia al ser manipulada. De ser no ser porque su respiración sí era perceptible, Hans hubiera creído que estaba muerta.

Apenas Nigel entró en la habitación, se congeló. Susy había comenzado a retorcerse en la cama, apretando la sábana bajo su cuerpo con ambas manos. La taquipnea que manifestaba incluso la hacía gemir. Hans comentó que tal vez estaba teniendo una pesadilla, pero Nigel se dio cuenta que no era así.

En los brazos de Susy aparecieron marcas cafés con forma de manos, aunado a una pestilencia que Nigel interpretó como azufre. Susy les había dicho que no cualquier persona era capaz de percibir ese tipo de olores, incluso aquellas que poseían dones extra psíquicos, lo que le hizo suponer que algo muy grave ocurría con ella.

Nigel, desesperado, comenzó a tratar de despertarla meciéndola de un lado a otro, casi gritando su nombre con la esperanza de que lo escuchara. Pero no. Estaba atrapada quizá en el mundo de los muertos y dependería solo de ella salir.

Había oscuridad. Sentía mucho frío, y el aroma a azufre le lastimaba la nariz. Estaba sola, vulnerable a todas esas criaturas que se acercaban a ella en un abrir y cerrar los ojos.

Intentaba gritar cada vez más desesperada, pero el sonido no conseguía salir de su garganta. Múltiples criaturas negras, las mismas a las que Víctor le advirtió no acercarse cuando era niña, estaban ahora sujetándola de brazos y piernas.

Susy intentó apartarse de ellas repetidas veces, gritando por ayuda y rogando que alguien pudiera escucharla. Esa era la razón por la cual le temía tanto a usar sus habilidades. Porque desde niña, la luz que emanaba atraía seres condenados a las tinieblas; al crecer, sus habilidades siguieron fortaleciéndose, pasando de ser un foco encendido en un cuarto oscuro, a un faro que ilumina la orilla del mar.

Los rostros deformes de los seres malditos que se aferraban a ella se acercaron más, mientras uno de ellos la sujetaba por el cuello, asfixiándola. Apretó las manos al sentir que podía ser consumida por ellos en ese instante. Comenzó a llorar.

—Despierta. —Escuchó de pronto. Era Víctor.

La criatura que le tenía apresada de la garganta se alejó con desesperación, brindándole la oportunidad de recuperar algo de oxígeno y, aunque mareada, entendió lo que debía hacer. Cerró los ojos y se concentró en visualizar un halo de protección a su alrededor. Eso los alejaría.

Nigel observó impresionado cómo la silueta de un joven castaño se abrazaba del cuerpo inconsciente de Susy, a la par que las marcas en los brazos de la chica se desvanecían. Su atención estaba capturada en su totalidad por la escena frente a él, tanto, que le restó importancia al hecho de que era el único observándolo.

Al mismo tiempo, los gritos de Castiel y James inundaban la habitación. El muchacho estaba desesperado por llegar hasta su hermano, por hacer algo para ayudar a Susy y por llamar a Erick para que se hiciera carga, pero Hans se lo impedía sujetándolo por la cintura con fuerza.

—¿¡No vamos a hacer nada!? —le gritó Castiel a Hans con un dejo de impotencia.

—Ya se están haciendo cargo —respondió Hans con la vista fija en Nigel.

—¿¡Qué mierda estás diciendo!?

—Mira los ojos de Nigel. —Señaló Hans. Estaba muy tranquilo y eso estresaba a Castiel. Aun así, bufando, obedeció y se fijó en su hermano—. Tiene las pupilas dilatadas, ¿lo notas?

—Sí. ¿Eso qué?

—Está viendo algo que nosotros tres no podemos. Lo mismo sucedía con Víctor. —Hans se giró hacia Susy. Castiel lo imitó—. Ella se está tranquilizando.

Castiel guardó silencio, desconcertado. Tenía la mente en blanco, sin saber cómo reaccionar. Susy lo asustó al gritar y abrir los ojos de golpe, empujándose luego sobre la cama hasta que su espalda tocó la pared. Una expresión aterrada y un tanto desquiciada decoraba su rostro.

Susy continuaba en estado de shock. Manoteaba al aire de vez en cuando, encogiéndose más en sí misma y llorando como una niña pequeña. Por eso odiaba ser lo que era. Se agachó temblando, con el cabello cubriéndole el rostro. Solo entonces, Hans se permitió caminar a ella y acurrucarla en brazos. Susy se sentía tan agotada, que cayó dormida cuando por fin logró detener el llanto.

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