Arder

Castiel había tardado casi una hora en tranquilizar a Marlene. Luego de explicarle a la chica el estado en que se encontraba Greyson —añadiendo por accidente la situación con Ana—, Marlene había salido corriendo de casa, rumbo al hospital. Castiel consiguió atraparla por un golpe de suerte, ya que por las lágrimas que tenía en los ojos, la visión se le dificultaba.

Al convencerla de volver a casa, Marlene continuó llorando en el sillón de la sala, suplicándole que le permitieran visitar a Greyson, pero Castiel no cedió. La situación involucraba ya a demasiadas personas, y él no consideraba prudente añadir a una más; sobre todo, tratándose de alguien tan importante para Greyson, que Ana podía utilizar ante cualquier descuido como una ventaja sobre ellos.

Castiel le había confesado lo ocurrido a Marlene porque sabía de sus sentimientos por Greyson, y en vista de que su hermano se balanceaba entre la vida y la muerte, consideraba justo que ella supiera el motivo en caso de salir mal.

—No quiero perderlo —comentó entre gimoteos Marlene. Tenía las manos cubriéndole el rostro—. Déjame ayudarlo.

—Nena, a menos que conozcas una forma de detener a ese demonio sin matar a Greyson en el proceso, dudo que puedas hacer algo. Lo siento.

—¡Pero...!

—No, no insistas. Estás muy sensible y podría hacerte algo —explicó Castiel mientras le ponía una mano sobre el hombro—. Puedes ayudarnos evitando más víctimas.

Marlene se abrazó a sí misma antes las palabras de Castiel. No le importaba si algo podía ocurrirle a ella, solo quería que Greyson estuviera bien. Solo eso. Lo amaba.

Castiel sintió mucha pena por la chica, así que se acercó a ella para abrazarla con fuerza antes de darse la vuelta y, tras volver a insistir en que no buscara a Greyson ya que no se le permitiría la entrada a la habitación, salió de esa casa para volver a la propia.

Al entrar por la puerta, encontró a Nigel dormido sobre el sillón con una expresión de sufrimiento. Ni en sus sueños estaba tranquilo, y era probable que se hubiese quedado dormido contra su voluntad; había padecido insomnio desde que todo comenzó, ahora el agotamiento le pasaba la factura.

—¿Y tú qué haces? —le preguntó Castiel a Hans, que estaba un poco más adelante tomando fotografías con su celular de las marcas que Ana había dejado al secuestrar a Nigel.

—Trato de reunir evidencia. Mientras más pruebas tengamos para demostrar que esto es una posesión demoníaca, más posibilidades tenemos para que el Vaticano autorice la realización de un exorcismo en Greyson.

—Susy dijo que teníamos setenta y dos horas antes de...

El muchacho guardó silencio, incapaz de terminar la oración. Bufó desviando la mirada hacia el durmiente Nigel para luego cruzarse de brazos. Hans lo miró con gesto serio y guardó su celular, sintiéndose algo impotente.

—Ya hemos gastado diecisiete horas —continuó Castiel—, incluyendo cuando lo sacamos del bosque, la cirugía, el tiempo que tardó en despertar y el desmayo de Susy. ¿En serio crees que hay tiempo de reunir evidencia, enviarla al Vaticano, esperar que acepten el exorcismo y luego encontrar a un sacerdote certificado para que lo haga? Llámame pesimista, pero dudo que todo eso se haga en cincuenta y cuatro horas.

Hans bajó la mirada. Castiel tenía razón, era poco tiempo pero ¿qué más podían hacer? No tenían pistas, ideas ni alguien que los orientara hacia una solución. Se frotó el cabello despacio y se sentó en el comedor.

—Por ahora, solo nos queda esperar a que Stephen nos de los resultados de ese extraño blog —comentó de pronto Nathan, llamando la atención de los otros dos hombres—. Vamos a mantener la calma.

El muchacho acaba de salir de la habitación que compartía con Greyson, y se había recargado sobre el marco de la puerta, solo mirando hacia Hans. Cargaba al conejo de peluche blanco en los brazos.

—¿Y mientras tanto qué? —habló alterado Hans, apretando los puños—. ¿Sugieres que no hagamos nada?

—No hacer nada y mantener la calma son cosas muy diferentes. En este tipo de circunstancias debemos evitar nuestros dos peores enemigos: la desesperación y la estupidez.

—Nathan —susurró Castiel viendo a los ojos de su hermano.

—No cometamos errores que aumenten la desventaja que nos lleva. —Estuviesen de acuerdo o no con sus palabras, debían aceptar que Nathan tenía razón.

Tras relajarse un poco, Hans subió a su auto y regresó a casa. Stephen tendría las respuestas sobre Dany Zarahi y su macabro blog en una hora y media, aproximadamente; cuando las tuvieran en sus manos, actuarían. Mientras tanto, hablaría con Susy.

Por su parte, Nathan le había pedido a Castiel que tomara una siesta. Ninguno había dormido y el cansancio no era un buen aliado. Él mismo consideró descansar mientras Stephen investigaba, pero le resultaba imposible dormir. Así que, para ayudarse a mantener la calma, sacó una caja de cigarrillos que tenía oculta y decidió salir al jardín; se recargó sobre la pared para contemplar el cielo.

Había pasado apenas unos minutos en soledad, cuando sintió la presencia de alguien tras él. Se giró para mirar un poco, descubriendo a Castiel de pie en el marco de la puerta. Lo miraba con una sonrisa curiosa y los brazos cruzados.

—Si Greyson se entera que estuviste fumando, hará que te tragues la cajetilla completa —mencionó Castiel acercándose a su hermano.

—Por eso eliminaré la evidencia antes de que vuelva —respondió Nathan divertido.

Nathan y Castiel rieron por lo bajo, recordando aquel día hace un par de años atrás cuando Greyson había descubierto a Castiel fumando y, para motivarlo a dejar el vicio, le dijo que tenía dos meses o lo mataría antes que un enfisema. Desde luego, Castiel no volvió a tocar un cigarrillo.

Ambos jóvenes intercambiaron miradas. Los ojos de Castiel se humedecieron frente a sus propios recuerdos y las palabras dichas por Nathan. Caminó despacio y se abrazó de su hermano mayor, hundiéndole la cabeza en el pecho. Nathan lo rodeó con los brazos.

—¿Greyson en serio va a volver? —preguntó Castiel con la voz atorada en la garganta, sintiéndose por primera vez en muchos años, como un niño indefenso.

—Sí —respondió Nathan luego de un largo silencio—. Lo prometo. —Desde luego era algo que no podía asegurar, pero no tuvo el corazón para decirle la verdad.

Nathan abrazó con más fuerza al pobre Castiel para darle tranquilidad, callándose el miedo de que, si Greyson no salía con vida de aquello, Nigel lo siguiera al otro mundo. Pero eso, por supuesto, no podía decírselo a Castiel. Ahora caía sobre sus hombros la responsabilidad de mantener a flote a sus hermanos.

●●●

Nigel apretó las manos, girándose sobre los cojines. Estaba sudando e intentaba dormir. Sin embargo, desde el momento en que sintió que no podía mantener los ojos abiertos ni un momento más, y cayó rendido sobre el sillón, cientos de imágenes empezaron a cruzar su cabeza a toda velocidad.

Podía ver una casa con fachada de color verde pistache, y a un joven de cabello castaño frente a una criatura demoniaca sin rostro. El chico, que Nigel identificó como el hermano mayor de Susy, llevaba en las manos un encendedor. Nigel trató de enfocar mejor a la criatura, convencido de haberla visto en otra parte, aunque no tuvo éxito. Ahora frente a sus ojos, la casa ardía en llamas.

De pronto, otra escena se abría paso en la mente de Nigel. Podía ver a un conejo de peluche blanco caminando hacia una niña sin ojos y de rostro diabólico. El conejo pareció proteger a Susy y a su familia, que permanecían hincados tras él y, al lanzarse sobre aquella niña espeluznante, ambos ardieron en llamas.

Ahora, un tercer grupo de escenas se mostraban frente a Nigel. El accidente que había presenciado junto a sus hermanos en el parque se estaba repitiendo, pero esta vez, el muchacho prestó total atención en lo que sabía que ocurriría, ya que había notado algo muy interesante.

Entrecerró los ojos cuando el suceso tuvo lugar. Los pasajeros del automóvil gritaban de dolor, sufrían y era terrible; Nigel tuvo que reunir todas sus fuerzas para no apartar la vista hasta distinguir lo que necesitaba de ese instante.

Fue entonces que lo vio: la misma criatura que estuvo frente a Víctor. El mismo demonio que se proyectó frente al conejo blanco. En ese accidente, él también ardió en llamas.

Nigel no pudo más que suponer que el fuego, como constante en todas las escenas, era tan capaz de darle un gran poder, como lo era de quitárselo. ¿Por qué? Porque hacía vulnerables a sus víctimas, pero también destruía lo que había conseguido hasta el momento: un cuerpo físico.

El muchacho sintió que sonreía, ahora solo abriría los ojos y les contaría todo eso a sus hermanos. ¡Tenían una pista! Se removió en su lugar tratando de despertar, de levantarse del sillón y dirigirse a Castiel o Nathan, sin embargo, los ojos no le respondieron. Entonces entendió que aún tenía cosas que presenciar, ya que frente a él, una nueva escena comenzó a desarrollarse.

Esta vez podía ver al demonio y a Jenny sumidos en una especie de niebla espesa y blanca. Notó que eran uno mismo, aunque al mismo tiempo, eran dos espíritus diferentes. Estaban adheridos uno al otro cual siameses, naciendo el ente de la espalda de la niña.

Nigel observó con más detalle, notando que Jenny estaba atada a una plataforma viscosa en un bosque oscuro, mientras el demonio se alimentaba de ella. La visión duró apenas unos segundos, antes de desvanecerse y darle lugar a otra.

«Yo la vi» escuchó el muchacho el recuerdo de su propia voz.

Nigel pudo distinguir a Susy, con seis años de edad, jugando en el suelo de una habitación poco iluminada, de nuevo con el conejo de peluche; el muchacho lo reconoció de inmediato. Frente a ella, otra niña de apariencia fantasmal se podía ver.

Esta criatura carecía de ojos, sin embargo, tenía un increíble parecido en apariencia con Susy, a excepción del color de cabello y la complexión física. Nigel se dio cuenta de que estaba llorando, cubriéndose el rostro con ambas manos.

Susy se acercó a la segunda niña con cautela, preguntándole en voz baja si se encontraba bien mientras abrazaba con más fuerza el conejo. La pequeña fantasma, tras gimotear un poco, respondió que no.

«Una de ellas pide ayuda...» volvió a oír Nigel su propia voz en un susurro. Una ola gigantesca de desesperación inundó su espíritu, al entender que Jenny se había acercado a Susy, en esa ocasión, desesperada, suplicando por auxilio.

—No sé dónde estoy —le dijo el fantasmita con voz temblorosa—. Eso me hace sentir que soy mala.

—No pareces ser alguien malo —balbuceó Susy acercándose más al fantasmita. La miraba con pena—. Solo eres una niñita como yo.

—Pero me dice que es hora de irme. Y tengo miedo.

—Todos sentimos miedo. Mi hermano siempre decía que no debes temerle a irte, porque algún día será así.

—Pero yo... no quiero dormir —lloró el fantasma, justo antes de bajar las manos y agachar la cabeza. El cabello le cubría el rostro—. No me dejes dormir. —Esta vez la voz soñó susurrante, rasposa y jadeante.

«La otra quiere sangre». Nigel empuñó las manos y apretó la mandíbula, maldiciendo en silencio todo lo que esa criatura del averno había provocado; no solo en ellos, sino también en esa inocente pequeña.

—No te dejaré si eso necesitas de mí. —Volvió a decir Susy tendiéndole una mano en señal de amistad—. Y no te asustes, mami dice que todos necesitamos dormir.

—Yo no duermo. Nunca. No puedo dormir.

—¿Por qué no?

Nigel se sentó sobre la cama. Tenía los ojos fijos en la nada y las pupilas dilatadas. Cuando Nathan y Castiel entraron de nuevo en la casa, corrieron de inmediato hacia su hermano menor al encontrarlo totalmente inmóvil. El chico no mostraba ninguna señal de escucharlos aunque, en el momento en que Nathan le tocó el hombro, Nigel comenzó a parpadear.

—Niggie ¿estás bien? —preguntó Nathan, preocupado.

Nigel vio a los ojos de su hermano mayor un par de segundos; desvió la mirada hacia el sillón, se llevó ambas manos a los muslos y apretó las piernas mientras se encogía en sí mismo.

—Mojé el sillón —susurró apenado.

Una expresión de asombro se posó en el rostro de Nathan y Castiel, que no dudaron en cruzar miradas. Nigel no era ningún niño ni tenía problemas de poliuria, lo que significaba que había soñado algo tan intenso o espeluznante, que le provocó orinarse encima. Nathan se sentó a su lado y le colocó una mano en la espalda, dándole suaves caricias para tranquilizarlo.

Nigel estuvo en silencio durante casi medio minuto, comenzando a explicar de pronto la serie de imágenes que había contemplado mientras dormía y que, a su propio criterio, significaban algo grave. Comentó que tenía la sensación de que Jenny trataba de hablarle, de explicarle lo acontecido con Ana quince años atrás, pero él no conseguía escuchar su voz con claridad. Eso lo frustraba.

El adolescente permaneció sentado en el sillón junto a sus dos hermanos, solo viendo hacia un punto incierto.

●●●

Stephen se encontraba sentado en la mesa del comedor, frente a una pequeña laptop de color azul. Sus dedos se movían a tal velocidad, que parecía un escritor en pleno ataque de creatividad. Tenía en el rostro una expresión seria, mientras se detenía un instante a leer lo que había en la pantalla, para luego seguir tecleando.

Una hora y media había pasado desde que Hans volvió a casa; el hombre se encontraba sentado con Susy en la sala, conversando sobre la estancia de la chica en el hospital psiquiátrico. Cuando el sonido de las teclas se detuvo, Stephen llamó a Hans. Había terminado de descifrar el extraño mensaje.

Hans se acercó a su marido para observar lo que había descubierto. Stephen le mostró la página con el blog original a Hans, abriendo en una ventana más pequeña las anotaciones que tomó.

—¿Ves esto? —le dijo Stephen a Hans, señalando una sección de la pantalla remarcada con el puntero—. Por la forma en que está diseñada la página no puede verse a simple vista, pero quien lo hizo no es realmente un experto, así que no es difícil dar con esto si eres observador.

—Claro ¿y qué es?

—Un mensaje en código binario —Stephen señaló esta vez la pequeña ventana con sus notas—. El inicio y el final son unos y ceros al azar, pero justo a la mitad dice esto: «ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida».

—Está citando Harry Potter.

—Sí.

Ambos hombres guardaron silencio unos segundos antes de verse a los ojos. Todo conocedor de la saga del joven mago entendía bien el significado de dicha frase, lo que para ellos dos, resultó inquietante. Un fuerte escalofrío recorrió la columna vertebral de los hombres.

—Oye, —Hans se acercó despacio al oído izquierdo de Stephen para susurrarle—, ¿crees que se trate de Susy?

Stephen guardó silencio desviando la mirada hacia la chica, que permanecía sentada en la sala echando un vistazo a las fotografías de la repisa derecha. La chica ignoraba por completo la conversación que se llevaba a cabo en el comedor. Stephen y Hans intercambiaron miradas una última vez, antes de suspirar con pesadez. Stephen asintió.

—Y respecto a Dany, ¿encontraste algo? —volvió a hablar Hans, tratando de mantener la calma ante la nueva información en su cabeza.

—Sí, como bien dijiste, sigue con vida. Dos meses después de crear este blog se fue a vivir a uno de los pueblos aledaños al norte de Zoptan. No hay ninguna dirección exacta registrada.

—Maldita sea, de por sí Zoptan está a ocho a horas en auto, dar con ella visitando pueblo por pueblo será como buscar una aguja en un pajar.

—No tiene caso ir a buscarla, cariño —añadió Stephen sujetando la mano de Hans—. Es perder el tiempo.

—Lo sé —susurró Hans—. ¿Encontraste algún número de teléfono?

—No, lo lamento.

El silencio se extendió por toda la habitación.

●●●

Una enfermera pelirroja, delgada y bastante joven ingresó en la habitación de Greyson; llevaba una bandeja de metal con una jeringa estéril, un frasco de diazepam y un par de esponjas húmedas. La chica se acercó a Greyson con ambas esponjas en mano para asearle el cuerpo, antes de detenerse a mirar las esposas que lo apresaban a la cama.

La chica negó con la cabeza, conformando una expresión de molestia. No podía concebir que mantuvieran al muchacho drogado y amarrado como si de un animal salvaje se tratara; era demasiado ante sus ojos.

Al momento de asear a Greyson, la enfermera pensó en las horas que el hombre había pasado en la misma posición, así como el riesgo de que eso le provocara llagas. Bufó cada vez más molesta, incrédula ante el mal cuidado que Greyson estaba recibiendo. La chica, negando con la cabeza, abrió las esposas de las manos y piernas de Greyson, lo reacomodó sobre la cama de modo que no se lastimara el hombro o las costillas, y terminó de asearlo. Las esposas quedaron sueltas sobre el colchón de la cama.

Cuando la enfermera regresó hasta le mesa metálica donde había dejado la bandeja, tomó la jeringa y de nuevo regresó al lado de Greyson. Con la solución en el suero que el chico tenía conectado, llenó la jeringa y luego regresó el contenido por medio de la venoclisis.

Ahora la jeringa lucía usada, así nadie se daría cuenta que no le había administrado el diazepam. Colocó la jeringa en la bandeja de metal, la tomó con ambas manos y, cuando estaba a punto de marcharse, miró sobre su hombro a Greyson y susurró:

—No me importa si me despiden, no seré parte de esto. —La chica salió de la habitación convencida de haber hecho lo correcto.

Cuando Greyson estuvo de nuevo solo en aquella silenciosa habitación, una sonrisa burlona se formó en su rostro. Abrió los ojos despacio, revelando que estos estaban totalmente negros, vacíos, con la perversión de Ana reflejándose en ellos. 

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