Bajo el yugo de la Sharia

Escribo estas palabras con la esperanza de que alguien nos ayude. No solo temo por mí, sino que también temo por la vida de aquellos a los que amo.

Por la gracia de Alá fui bendecida con un hijo y una hija. Él trabaja y cuida de sus cuatro esposas, pero a ella su marido no le permite trabajar, a pesar de haber sido una de las últimas mujeres que pudo estudiar.

Mis hijos le temen a Dios, pero incluso más le temen a las interpretaciones de los hombres. Él disfruta comprando en el mercado, ella no tiene permitido salir de casa y si lo hace, debe ir en compañía de un hombre de la familia y tiene que cubrir su belleza con un burka.

Ella no tiene permitido hablar de los problemas que tiene en casa, pero sus moretones delatan que su matrimonio no es feliz. Él lleva a sus hijos varones a la escuela, pero a ella no le permiten manejar. Él me dijo que está preocupado por la salud de su segunda esposa porque solo otra mujer podría atenderla, pero ya no quedan médicas, dicen que las niñas no deben estudiar.

Tengo miedo por la vida de ambos, porque las leyes son muy estrictas y el mundo entero nos ha abandonado.

Él ya no es tan risueño como antes, pero ella aun si tuviera algún motivo para reír, no podría hacerlo en público, porque dicen que una mujer no debe llamar la atención. Él está orgulloso de lo mucho que su barba ha crecido, ella ya no pinta sus uñas y no muestra su cabello ni sus tobillos, no porque no quiera, sino porque no puede.

Los matrimonios siempre son difíciles, no solo los de mis hijos. A él le cuesta mucho trabajo tratar por igual a sus cuatro esposas y ella tiene miedo de lo que podría pasarle si su marido se aburre. Yo escuché cuando su esposo la amenazó con que iba a acusarla de adulterio si no mantenía la casa en orden. Si aquello sucediera, se enfrentaría a la muerte por azotamiento o lapidación, porque en un tribunal islámico jamás sería tenida en cuenta su palabra. Es suficiente la del marido y aunque hay que conseguir como testigos a cuatro hombres justos o a tres hombres y dos mujeres, muchas veces ni siquiera eso es necesario.

Siento miedo y también mis hijos lo tienen. Él dice que con un poco de esfuerzo podemos llegar a acostumbrarnos a la nueva vida que nos obligan a llevar, pero ella está segura de que nuestros días están contados. Solo es cuestión de tiempo para que mueran nuestros conocidos, nuestros vecinos y amigos, incluso nuestra familia. Todos somos musulmanes, pero las creencias de los talibanes son diferentes, más radicales, más estrictas, mucho más sangrientas e injustas.

Mis hijos venían a casa los viernes por la noche. Escuchábamos música y bailábamos. Él tocaba el rubab y ella cocinaba ashak. Nos divertíamos, pero ahora todo está prohibido.

Después de veinte años, las sombras regresaron y el silencio reina en las calles y en los medios de comunicación. Si bien algunas personas tuvieron la suerte de poder huir de la tierra que los vio nacer, la mayoría de nosotros fuimos abandonados aquí en la tierra del miedo. Le pido al mundo que, por favor, no nos olvide. No dejen morir a mis hijos a manos de los talibanes. La vida de él es valiosa y tiene sentido, la vida de ella, aunque intenten convencernos de que no, es igual de valiosa y también tiene sentido.

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