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La madrugada era oscura pero la claridad del día se asomaba, aunque en la sala de interrogación eso no se apreciaba, en cambio una tenue iluminación cubría el cuarto.
—¿Quién eres? —preguntó Alatorre con un tono de resignación a la religiosa.
—Ya le he dicho que soy Natalia Paraccio, enviada del Vaticano para asuntos de seguridad, y me es pertinente decirle que sólo puedo hablar con agentes de la ley, no políticos —espetó la fémina mientras veía la vestimenta del sargento, confundiendo la apariencia del pobre.
—Señorita deje de hablar estupideces, en primera yo soy el superior del Detective Montés por tanto policía, y segundo, no tiene ninguna identificación que avale sus afirmaciones —contestó firmemente Saúl.
—¡Usted es idiota! Mientras siga retenida el asesino se volverá más fuerte y causará un mayor número de muertes —enunció la mujer mientras un mensaje llegó al teléfono del oficial.
El mensaje mencionaba que alguien estaba causando disturbios en la Plaza de Toros, según descripciones de los agentes que apenas llegaban, era un tipo de piel pálida que caminaba erguido.
—Señores, continuaremos luego con esto, ahora mismo tengo que atender unos asuntos, por hoy quedarán recluidos —sentenció Alatorre como un juez.
Unos uniformados llegaron, llevaron al detective y a la cazadora hasta una celda, por ahora su reclusión sólo lograría que la situación con el devorador de carne se agravara.
—Maldita sea, soy un inútil, otra vez mis poderes no han servido de nada, ¡Mi vida jamás fue buena y nunca mejorará! —expresaba con tristeza y desesperación el detective.
—¡Cállate de una vez! Deja de lamentarte y concéntrate, ya he encontrado cómo salir de aquí y puedo sentir una presencia creciendo rápidamente, no debemos perder más tiempo —dijo Natalia con voz firme y brusca.
Las paredes de la comisaría era susceptible a rayones, por lo que constante tenía marcas similares a rasguños de algunos detenidos. Paraccio arrastró sus afiladas uñas por el muro de la habitación garabateando un signo, en sus palabras aquello era hoyo en hebreo.
Con un significado literal, la pared ahora tenía un orificio lo suficientemente grande para que ellos escaparan. Sin armas, pero con las llaves de su auto, la pareja salió rumbo a donde estaba la fuente de la sensación de la mujer.
En la radio se podía escuchar una solicitud de refuerzos, como también un agente hablando cosas sin sentido, el oído de Paraccio lo interpretaba como un rezo, y curiosamente se encontraban en el mismo lugar que ella señalaba.
—Tus compañeros están perdidos, para cuando lleguemos eso será una masacre —concluyó con desaire la religiosa.
Los policías disparaban contra el sospechoso pero éste no caía abatido.
—Humanos tercos, no me sorprende que aún usen armas contra mi especie cuando ni siquiera se han dado cuenta cuánto tiempo lleva desde que Dios nos abandonó —afirmaba la criatura con cierto sadismo.
Se precipitó contra los oficiales, los proyectiles de metal no tenían efecto, y con un cuchillo que sostenía en su mano izquierda, rebanó la garganta de cuatro de ellos.
Unas nubes nublaron el oscuro cielo, opacando la luna y dejando apreciar los destellos de los disparos en el letal enfrentamiento.
Los psíquicos llegaron, sólo para apreciar lo que parecía ser un escenario de horror, los cuerpos desmembrados de oficiales adornaban la escena, inmóviles estatuas que tuvieron vida.
El sargento huía de una figura que le perseguía, Paraccio identificó lo que sea que la produjera y saltó a confrontarlo.
—Cuánto sin verte, Elías, supongo una vez algo forma parte de tu vida nunca lo dejas ¿eh? —comentó con cierta satisfacción la mujer.
—Oh dulce Nati, aún sirviendo a ellos, yo tan sólo quería escapar para probar la vida humana pero mírame, me he convertido en lo que alguna vez cazé, simplemente acepte mi naturaleza —contestó calmado el criminal.
Saúl abrió fuego directo al pecho del individuo, acertó en el miocardio y el sospechoso momentáneamente cayó al piso, pero en cuestión de diez segundos, se reincorporó a la pelea.
Fueron al frente, los mentalistas y el mutado, ellos se enfrentarían a muerte, lo que quedaba era confiar en sus habilidades y estrategia.
Paraccio con un rasguño profundo en la mano que sostenía el cuchillo, logró hacer que el monstruo lo soltase. Un puño golpeó el ojo derecho de la mujer lo que la hizo retroceder.
El asesino tomó de nuevo su arma, y la clavó en el brazo diestro de la religiosa.
—Sé que quieres escribir ese hechizo en mi piel —reclamó con furia el atacante a la fémina.
Leopoldo atacó por detrás al rival con tal de distraerlo, sólo para obtener una cortada en su mejilla. El detective dejó caer sus ojos sobre el oponente, y la pesadez se sentía.
—Ahora yo te ordeno detenerte —dijo desesperado el investigador.
—¿Crees que tu truco barato funcionará? —cuestionó el contrincante mientras enterró su frío y doloroso hierro en el pecho del detective.
Éste cayó, sabía que su vida se fugaba del mundo de los mortales, así que gritó a su compañera:
—¡Cuando veas que no se mueve escribe sobre su cuerpo!
Un grave error fue cometido por el monstruo, con su enojo volteó hacia su víctima, Montés se concentró y un humo se desprendía de él. Años sin tomar riesgos, siempre guardando sus habilidades y pocas veces entrenando.
Sabía muy bien que su capacidad no se limitaba a controlar la mente, sino que iba más lejos, procesos biológicos los podía detener por completo, pero con consecuencias desconocidas.
Era tiempo, sentía que por fin saldaría una deuda, con su habilidad al límite, en un principio intentó simplemente inmovilizar a Elías, sin embargo la parálisis no afectó al carnívoro.
Lo impensable sucedió, al momento de que el humanoide se acercara para dar el último golpe, Alfaro detuvo el latir del monstruo, ambos dejaron salir un quejido de dolor.
Con rapidez, Natalia extendió un dedo y rasgó la piel del sujeto dibujando el símbolo hebreo de fuego. Al mismo tiempo que terminaba, su enemigo despertaba.
Unas llamas lo envolvieron y en unos instantes, el calor lo consumió hasta hacerlo cenizas, ni siquiera pudo gritar un lamento. Con el poco tiempo que quedaba, el detective supuso que su poder actuaba muy similar a la ley de acción-reacción, aunque el hecho de estar en su lecho de muerte lo dejaría como una simple hipótesis de un fenómeno.
Para cuando Natalia se acercó a su compañero, le observó con los ojos cerrados y una sonrisa, le tocó la muñeca para revisar su pulso, agachó su cabeza y se persignó.
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