C1. Las Vegas.


—¡Arriba, solecito, que estamos en Las Vegas!—la voz de Andrea llenó el aire. Charles abrió los ojos de golpe, bufó exasperado y cubriéndose con el edredón; se giró en la cama.—¡Charles Leclerc!

—Ni siquiera son las siete de la mañana—se quejó aturdido.

—En algún país del mundo lo son—la escuchó decir—así que arriba y por favor, date una ducha. Hoy es día de medios y debes estar radiante y si queremos conquistar al público estadounidense y expandir tus horizontes—explicó pero el monegasco ni se movió—¡Madre mía, es que yo trabajo con un niño!—pausó—¡Treinta minutos, Leclerc!

Charles suspiró pesadamente escuchando como el sonido de los tacones de la rubia se alejaba y unos segundos después la puerta de la habitación se cerraba tras ella. Lanzó el edredón fuera de su cuerpo y se frotó los ojos con ambas manos.

Amaba su trabajo.

Pero tener el corazón roto era una mierda. Mucho más cuando debía salir a ante miles de personas y mostrar su mejor sonrisa.

Charles se consideraba una persona fuerte; pero hasta las personas fuertes en algún momento de la vida necesitaban un descanso y darse a la debilidad ¿verdad?

Con un gran premio en puerta, le era imposible pero estaba haciendo lo mejor que podía pese a las exigencias de Andrea. La mujer era una mente maestra, lo era, pero también carecía de empatía para con él destrozado corazón del monegasco.

Treinta minutos después, treinta y tres en realidad, justo como Andrea le había pedido, se encontraba sentado en el salón de eventos del hotel que había sido cerrado para que los dos pilotos de Ferrari y sus familias pudiesen desayunar tranquilos, Andrea caminaba de un lado al otro con el móvil pegado a su oreja sin prestarles demasiada atención, lo cual para Charles era perfecto porque al menos tenía ante él la posibilidad de disfrutar de un buen café sin la presión de la mujer.

—¿Una taza más grande?—Charles levantó la cabeza encontrándose con Carlos que lo veía divertido, posó sus ojos en su taza de café y bufó de nueva cuenta cuando se dio cuenta de su café derramado.—Tranquilo. ¿Mala noche?

—Casi no dormí—confesó.

—¿La volviste a llamar?—quiso saber. El castaño frunció sus labios en una mueca de frustración y su compañero se cruzó de brazos—Con calma, solo estás en la etapa de negación—Charles negó.

—No me psicoanalices—se quejó.

—No te estoy psicoanalizando, yo solamente estoy diciendo lo que veo—explicó—Charles, no quiero meterme en tu relación pero ¿no crees que si te ha bloqueado de todos lados es porque realmente no quiere saber más nada de ti?

El monegasco suspiró; y es que por mucho que le doliese admitirlo, Carlos tenía un punto.

—Eso creo.

—Ha pasado un mes—repuso—y sí, nadie dijo que recuperarse de un corazón roto es sencillo pero tampoco es algo imposible ¿no crees?

—Eso creo.—repitió.

—Hagamos un trato—comenzó el español y por primera vez en el día, los ojos verdes de Charles lo miraron con algo de esperanza—Hoy tenemos el resto del día libre así que podemos salir a comer, beber algo o algo que no incluya estar en la presencia de Andrea y fuera de este edificio porque me estoy volviendo loco...

El castaño sonrió—Me gusta la idea.

—Podemos invitar a Pierre—añadió. Charles asintió, a él también le apetecía estar lejos de Andrea y la idea de Carlos era buena. Hacía semanas que no probaba una gota de alcohol y a su sistema le hacía falta.

No es que fuese ebrio, era más bien que mientras todo el mundo lidiaba con los corazones rotos bebiendo, Charles lidiaba con esa mierda entrenando. Andrea no le había dado tregua alguna y aunque la entendía, es decir, no podía simplemente tirarse a llorar porque el hecho de que Alexandra lo hubiese terminado, su cuerpo en ese momento le exigía un poco de alcohol.

—Salgamos esta tarde, y por favor; nadie se puede enterar.

Carlos asintió en medio de una risilla—No me lo pones fácil pero tampoco pinta imposible.



(...)


—Recuérdame por qué estamos saliendo por la puerta trasera como si fuésemos delincuentes—Pierre pronunció sin detener sus pasos. Carlos rio.

—Andrea dijo que si queríamos salir, lo hiciéramos por la puerta trasera para que los fans no nos vieran—Charles lo miró un segundo y se unió a la risa de su amigo—¿cierto, Charlie?

—Cierto—asintió—¿Le tienes miedo a Andrea?—se burló.

—Amigo, cualquier persona en pleno uso de sus facultades mentales le tiene miedo a Andrea—le recordó el francés.

—Que va, hay que irnos ya—habló el español—buscaremos algo para comer, después unos buenos tragos y con suerte una buena fiesta.

Charles jadeó—¿qué? Ese no era el trato.

—Quizás Pierre y yo hayamos hecho un par de cambios de último momento mientras te duchabas.

—¿Qué?—replicó de nuevo—¿Sabes cuántas probabilidades hay de que esto salga mal?—preguntó sin dejar de mirarlo—Cien maneras de que todo esto termine en un desastre y los tres botados de la parrilla.

—Tranquilo, Charlie—musitó Pierre—Estás con dos adultos, nada malo puede pasar.

—Relájate, Charles—le sonrió Carlos.—Estás en Las Vegas, ¿qué de malo puede pasar?

Charles ladeó su cabeza pero se mantuvo en silencio.

—Además ya sabes lo que dicen, ¡lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas!


La vida de June en serio era patética.

Bueno, no es que fuese patética en realidad, era más bien que el día estaba siendo una gran mierda.

En teoría, los problemas para con su existencia, comenzaron desde el día que llegó al mundo, su madre que parecía ser la reina de las hippies, había decidido nombrarla June porque obviamente había nacido en Junio y había que honorar a cualquier dios inexistente que llevase ese nombre. Horrible a su parecer, pero ese era un tema debatible para otro día.

Volviendo a la queja del jueves por la mañana, su alarma no había sonado a la hora que habitualmente hacía y esa era la única razón por la cual ahora estaba sentada bajo una parada de autobús, llorando y desempleada. Por si fuese poco, el cabrón con el que había estado saliendo por un año completo, con seis meses y veinticinco días la había terminado mediante un mensaje de texto y cuando estaba por responder, simplemente la había bloqueado cortando toda comunicación que pudiese haber entre ellos por mínima que fuese.

June no terminaba de entender que era lo que estaba pasando pero de verdad y lo único que ansiaba era llegar a casa, tomar una ducha con agua caliente y meterse en la cama por el resto de su vida.

Obviamente no tenía tanta suerte.

—¿Qué haces aquí?—preguntó cuando dobló la esquina y se encontró con la melena pelirroja de Tessa, su mejor amiga, sentada frente a la puerta de su apartamento esperando por ella.

—¿Quién se murió?—preguntó la chica poniéndose de pie. June abrió la boca para decir algo pero todo lo que salió fue un gran sollozo y sin que pudiera evitarlo nuevas lágrimas corrieron como riachuelos sobre sus mejillas—¿qué pasa, Juns?

Y como una nena pequeña quejándose con su madre, comenzó a relatarte cada uno de los detalles de su trágico y horribles día sin omitir detalle alguno.

—Solo quiero ir a la cama—murmuró acongojada y aunque no podía mirarse en un espejo en ese momento, estaba segura que ya era una imitación barata de Rodolfo el reno.

—¿Olvidaste que hoy nos vamos a Las Vegas?—cuestionó a su vez. Los ojos de June la miraron fijamente.—¿Olvidaste la despedida de soltera de Sadie?

—Joder.

—Olvidaste la despedida de soltera de Sadie—afirmó la pelirroja—bueno, no pasa nada, entremos por tus cosas, te das un buena ducha relajante y vayamos a Las Vegas, nos espera una noche increíble y no acepto un no por respuesta—pausó—sé que no la estás pasando bien pero vamos, Juns; Connor no merece tus lágrimas, y nadie ha dicho que en Las Vegas no puedas encontrar a un guapo que te haga olvidar a ese idiota.

—No me interesa encontrar guapos o feos, Tess.

—¡Ay, vamos, Juns!—se quejó la chica—no seas aguafiestas, ese no es tu espíritu pecador y Las Vegas es para pecar.

—Prefiero que no.

—Eso ya lo veremos, solo recuerda que lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.

(...)

La música resonó en sus tímpanos con más fuerza que los minutos previos en los que había estado sentada en la barra observando cada movimiento del barman. Sus amigas estaban bastante inmersas comiéndose con la mirada a unos hombres a un par de mesas de la suya que habían elevado sus copas para hacer un brindis en la distancia con ellas, eran guapos debía admitirlo; pero June, que aunque tenía algunos tragos de más, todavía era consciente de la miseria que era su vida y la triste que se sentía en ese momento.

El día se había alargado más y todo lo que quería era volver al hotel.

—¿Qué crees que va a pasar si solo lo observas?—la pelinegra apartó la mirada del barman y girando su cabeza se encontró de frente con otro hombre que la observaba con detenimiento.

—¿Es a mí...?—preguntó bobamente.

Genial, lo único que le faltaba a su día de mierda era comportarse como una niña boba frente a un hombre guapísimo.

Él se rio—Sí, creo.

—No estoy interesada realmente, solo observaba—anunció encogiéndose de hombros y llevando de nueva cuenta su vaso a sus labios hasta terminarlo.

—¿Día complicado?—quiso saber él.

—No quiero ser grosera pero no te incumbe—volvió a llevar sus ojos hasta él y se sorprendió un poco cuando lo vio sentado junto a ella, aunque bueno, no era precisamente que fuese a su lado, se suponía que la barra y los taburetes eran libres.

Le hizo una pequeña señal al hombre buenísimo de la barra y de inmediato y como si de una celebridad se tratase, él le tendió una botella completa.

June se quedó en silencio y por un momento, solo por un momento lo encontró sexy.

Privilegios de estar buenísimo. Pensó.

Es decir, el desconocido era sexy pero era hombre. Y todos los hombres mentían. O te enamoraban y luego de un año con seis meses y veinticinco días te botaban mediante un mensaje de texto.

—¿Te ofrezco un trago?—preguntó él ignorando su pequeña protesta.

—No se supone que deba aceptar tragos de desconocidos.

—Básicamente a él no lo conoces y aún aceptas lo que te ofrece—June sintió un rubor imaginario en sus mejillas ante las palabras del hombre. El desconocido tenía un punto.

—A él le pagan para esto—murmuró encogiéndose de hombros–Y a ti no te conozco.

—Soy Charles—inquirió tendiéndole su mano, ella la tomó dudativa–ahora me conoces.

—June.

—¿Te llamas June?—asintió—¿Cómo June de...?—comenzó pero ella lo interrumpió.

—Sí, como el mes—asintió haciendo que algunas hebras de cabello cayeran sobre su rostro—y sí, antes de que lo preguntes, nací en Junio y...

—En realidad iba a decir que como Juno, la diosa romana del matrimonio y la familia—las mejillas de la chica se calentaron y por un breve momento agradeció la tenue luz del lugar—¿corazón roto?—adivinó, ella volvió su atención a sus ojos, verdes y brillantes y cuando abrió la boca para hablar, él elevó sus manos en señal de paz—ya sé, ya sé que no me incumbe pero lo pregunto porque también estoy en la misma situación y creo que puedo percibirlo en ti.

Los ojos de la chica se entrecerraron y antes de que Charles dijera algo más, una gran carcajada escapó de sus labios.—No creo que lo entiendas.

—¿Es porque solo las mujeres pueden tener el corazón roto?—preguntó—no es cuestión de género, Juno.

—June—lo corrigió—y no parece que tengas el corazón roto, te ves demasiado...así, como para tener el corazón roto.

—Tú te ves devastada—la muchacha abrió la boca indignada y él se rio—es broma—inquirió tomando su vaso para volver a rellenarlo bajo la atenta mirada de la chica antes de volverlo a deslizar hasta ella—hace un mes mi novia me terminó, yo creía que era el amor de mi vida y ella simplemente decidió que no quería estar más conmigo. Unos días después estaba siendo fotografiada con uno de los que consideraba mis amigos.

¿Pero quién en su sano juicio estaba dispuesta a dejar ir a ese hombre?

—Lo lamento. No quería que te sintieras juzgado—suspiró—y ella se lo pierde.

—Nadie habla de lo que a los hombres les puede llegar a afectar el hecho de terminar una relación—suspiró—no todos somos unos hijos de puta.

Las mejillas de la chica se ruborizaron de nueva cuenta ante sus palabras y negó lentamente—El que era mi novio hasta esta mañana me terminó mediante un mensaje de texto y antes de que yo pudiese preguntar por qué, decidió bloquearme de todos lados, supongo que realmente no quería hablar conmigo—se rio sin ganas—me despidieron de mi trabajo y olvidé que había hecho planes con mis amigas para esta noche...

—Salud por un día de mierda—June se echó a reír pero elevó su vaso para golpearlo suavemente con el de Charles—y June...

—¿Mjm?

—Él se lo pierde.

June realmente no había terminado de caer en cuenta de lo rápido que estaba pasando el tiempo mientras charlaba con Charles, él era divertido y en cuestión de minutos le había hecho olvidar lo horrible que había estado siendo su día. Al cabo de un rato habían terminado dos botellas de tequila y todo indicaba que ambos se perfilaban para ir por la tercera.

—Joder, me muero de calor—se quejó él de repente.

—Es el alcohol.

—Hay que salir a tomar aire, en serio me muero de calor—pidió el ojiverde. June asintió siendo presa de lo lindos que parecían sus ojos en ese momento, les lanzó una última mirada a sus amigas que seguían bailando con unos chicos en medio de la pista sin prestarle atención y luego lo siguió.

La ciudad de las luces.

No sabía qué hora era exactamente pero la vida de noche en Las Vegas era una locura.

Charles se rio y June lo miró un segundo antes de unirse a su risa cuando un Elvis algo regordete pasó delante de ellos, el hombre los miró un momento y dedicándoles una gran sonrisa y haciéndole una reverencia a Charles, siguió con su camino.

Joder, ese hombre era tan sexy que hasta Elvis se rendía ante él.

—¿Cuál es la locura más grande que has hecho en tu vida?—quiso saber. June se quedó en silencio un momento antes de negar. Realmente no tenía nada loco que contar porque simple y sencillamente su vida era aburrida.

—Ninguna hasta ahora—Charles elevó su ceja—De verdad, ¿cuál es la locura más grande que has hecho en tu vida?

—Escaparme—anunció—beber con una desconocida—June se rio—y justo ahora tengo una en mente.

—¿Ahora mismo?

—Ahora mismo—asintió—¿confías en mí?

—No—Charles soltó una carcajada.

—Oh, June, me siento realmente ofendido—se burló haciéndola reír—Estás lastimando mi corazón.

—¿Y cuál es la locura?—la sonrisa maliciosa que se abrió paso en los labios del joven la hizo suspirar. Dios, ¿qué le estaba pasando?

Charles la tomó de la mano y tiró de ella para hacerla caminar junto a él—¡Hay que buscar un Elvis!

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