Prólogo 🍁

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Siento los últimos rayos del sol caer de manera perpendicular, dándome directo a la cara. Hay una brisa ligera que pasa alborotando mi cabello, trayendo una frescura brindada por la arbolada, que tranquiliza mi cuerpo al sentir el aire puro que inunda mis pulmones, intentando hacerme mantener la calma. El ritmo de las personas que se movilizan a esta hora es un poco más avanzado, y al mismo tiempo, la tranquilidad comienza a mostrarse entre sus alrededores. La quietud del atardecer dorado se ve reflejada en las decenas de personas que pasan caminando a mi lado con una sonrisa fija en sus labios. Su alegría, en cambio, no causa estragos en mí, y no me inmuto ni siquiera cuando una niña pasa dando zancadas, sonriendo al verme.

Observo como muchas de estas personas van caminando con prisa; la mayoría a punto de llegar a sus casas después de una larga y ardua jornada de trabajo -que valdrá la pena después de todo-. La mayoría se ha quitado la chaqueta de sus uniformes y estas cuelgan en sus brazos mientras caminan. La agitación y el cansancio pasan a segundo plano para ellos, porque después de todo, ver a sus familiares de nuevo les traerá paz.

Levantando la mirada, veo sus rostros de nuevo y observo como en ellos se dibuja algo que he olvidado hacer hace mucho tiempo: una sonrisa.

Miro a mi alrededor buscando en donde encajar, pero no encuentro ese lugar y muy pronto me siento extraña; como si fuera un insignificante pedazo de carbón en medio de tanto oro..., como si yo fuera la única que no tiene ninguna razón por la cual sonreír.

¿Para qué hacerlo si nadie me espera con esa gran felicidad en mi casa? He estado siempre sola, nunca ha existido algo que hiciera llenarme de tal alegría al punto de poder aferrarme a ello y decir que esa es mi razón para seguir adelante, y dudo que lo haya. Siempre he sido yo contra el mundo, siempre yo con mis problemas, siempre yo y yo, y yo...

Un escalofrío pasa por mi columna vertebral en el momento en el que cuento todo el dinero que he hecho en el día de hoy. Es demasiado poco. Hay un suspiro temeroso que se escapa de mí, y por un instante, el terror se apodera de mi cuerpo.

«Mi madre estará muy, muy furiosa»

Trato con todas mis fuerzas de mantener la calma, mientras camino de regreso a casa. Mi estómago se aprieta cada vez más haciendo un nudo fuerte en cada paso que doy, puedo incluso sentir como el ácido gástrico quema muy dentro de mí como lava caliente, y mi cabeza no puede soportar el insoportable zumbido que hay muy dentro de ella, taladrando. La idea de no volver más a casa pasa en mis pensamientos, como un remolino interminable, casi a diario. Aunque en mi parte más razonable, sé que si quizás encuentre una oportunidad de escapar, mi madre va a hallar la forma de encontrarme y seguir perjudicando mi vida, quizás, incluso, hasta matarme...

«Necesitas mantener la calma» -me digo, pero mi corazón brinca cada vez más fuerte, y mis manos sudan en desesperación.

El sudor cubre mi frente y las mangas de mi camisa se pegan por debajo de la chaqueta. Las transpiraciones se vuelven más pesadas. A los lejos, algunos niños de la escuela vespertina juegan a alcanzarse mientras gritan. El transporte público está abarrotado por ser hora pico. La gente incluso va pegada a las puertas, casi saliéndose del bus por ir abultonadas. Las bocinas de los coches y de los demás transportes resuenan con enojo, el embotellamiento es tan grande que hay una gran fila de transeúntes esperando pasar al otro lado de la calle. No espero más y corro antes que un auto pretenda alcanzarme, como respuesta recibo un par de insultos por el conductor y lo último que veo es una cara malhumorada.

La burbuja de tranquilidad se ha roto de repente. La gente comienza con su ansiedad empujándose los unos a los otros para conseguir un lugar en la calle. Otros se insultan; más golpes y gente agitada gritando. En la autopista, se ha dibujado un accidente de tráfico fatal.

Por la imprudencia de un conductor de llegar más rápido a casa, aún sabiendo que de todos modos iba a llegar, ha atropellado a una mujer y a su hija mientras cruzaban el otro lado de la calle, arrastrándolas varios metros hasta que finalmente pudo detenerse. La calle queda teñida de sangre al igual que el parabrisas del auto. Los cuerpos de las victimas permanecen en el suelo como si sus vidas no valieran nada. Más tarde, alguien anuncia que están muertas.

Los oficiales llegan y se llevan al hombre. Entre el publico que se ha creado alrededor, comentan que el tipo es amigo de los de la policía y que probablemente lo soltaran a los dos días. La gente abuchea a los policías, gritándoles que son unos corruptos, a la vez que intentan agarrar al hombre y apalearlo, en busca de hacer justicia por su cuenta con palos y piedras. Los oficiales intentan detener a la gente, sin embargo el alboroto es cada vez mayor, y los gritos incrementan. Entonces, el lugar es un caos total.

Dejo a la gente atrás y vuelvo a caminar. Si en ese momento me hubiera cruzado la calle cuando ellas lo hacían, yo también estaría en el piso muerta. Unos segundos de diferencia y mi destino cambiaría para siempre. El mundo y la vida no suelen llevarse bien. Puedes morir en un segundo; la vida y la muerte están separados por un solo paso. Ese paso que ellas dieron para cruzarse, fue su muerte.

Por mi parte, pude haber muerto ahí, pero no fue así. En cambio, al seguir viva mi preocupación es por otra cosa muy distinta, algo que no puedo controlar como lo es mi miedo.

He aprendido, durante un par de años, que la vida aquí no es fácil. Aprender a vivir en un mundo tan grande como éste es incluso volver a aprender a vivir, más sobre todo si te encuentras en una caja de aire aislado al resto y luego de repente llega el momento de enfrentar al mundo real. Es sumamente difícil, muy difícil...

Hay instantes, en el que quisiera ser valiente, ponerme de pie y gritarle a mi madre toda la ira que he acumulado durante años de abusos y sufrimientos. Hay instantes, en el que quisiera decirle que ya estoy harta de trabajar en la calle, y de ser su esclava casi a tiempo completo. Hay instantes, en el que quisiera dejar de mostrar una actitud tan sumisa ante ella, y llenarme de valor para enfrentar a mi madre y a sus maltratos.

Pero no puedo hacerlo.

El miedo siempre me vence. Está ahí presente en todos los días de mi vida, susurrándome al oído que soy una cobarde, gritándome que no puedo hacer nada en contra de él. No puedo derrotarlo, es un hecho. No puedo fingir que no está ahí, porque sé que si lo está.

El miedo me paraliza por completo, y las ideas que entran en mi cabeza al pensar sobre como será el futuro hacen abolladuras en mi cerebro, corrompiendo mis pensamientos.

Soy una cobarde que nunca va a aprender a defenderse. Viviré siempre bajo la sombra de mi madre, y no habrá escapatoria.

🍁🍁🍁

Es casi de noche cuando llego a mi casa.

Las ventanas están cerradas, las puertas también. La madera vieja de la que se encuentran compuestas cruje cuando pongo una mano sobre ellas. Siempre he pensado que nuestra casa es la peor del vecindario; la más fea. La fachada de la estructura por fuera es incluso mejor que adentro, pero siempre conserva la horribilidad de la que está estructurada. La pintura que se encuentra fijada en las paredes pronto terminará por caerse por completo, y en su lugar sólo quedará una horrible y sin color superficie dura.

Observo como las hojas de los árboles caen alrededor de la casucha y me recuerdo que mañana es el día de limpiar la basura. No tengo tiempo libre como una persona de quince años lo tendría. Desde que cumplí los nueve, y desde que dejé la escuela, cada día me he levantado para ir a trabajar desde que comienza el alba hasta que vuelve a esconderse el sol, para poder así mantenernos a mi madre y a mí, y soportar la avalancha de las facturas y el desorden de nuestra economía.

Vivimos en un barrio pobre de Nueva York; uno de los más peligrosos y frecuentado por una gran variedad de grupos criminales que entran para aterrorizar a los pobladores y hacer sus negocios aquí. Ellos son lo que lo controlan todo, los que manejan éste lugar.

Cuando enciendes la televisión o lees el periódico puedes ver decenas de titulares anunciando la muerte violenta de alguien a manos de esos criminales. Violaciones, robos, asesinatos de niños, estafas; todo se resume aquí. Es nuestra fatídica realidad. La realidad que se esconde detrás de la gran ciudad de los rascacielos que sólo nosotros podemos ver.

A pesar de todo, cuando mi madre finalmente decidió independizarse de la suya, logró comprar ésta casa, aunque sea. Es una lástima que haya escogido una zona tan peligrosa como ésta, pero sabiendo que nada más aquí las casas eran tan baratas hace algunos años, tiene mucho sentido.

«Siempre hay que ser positivos, pensar en positivo es lo único que me queda».-digo en mi cabeza, aunque en verdad no es lo que siento. Mi vida sólo se basa en trabajar y soportar los berrinches de mi madre cada vez que se emborracha, o cada vez que llevo poco dinero a la casa...

Suspiro sonoramente, mi cabeza llenándose de panoramas tormentosos.

Saco la llave que tengo guardada en uno de los bolsillos de mi chaqueta y la uso para abrir la puerta principal. Al llegar a la sala, todo luce aterrador y frío como siempre; la casa hundiéndose en la profundidad del silencio, la mugre aferrándose a los muebles, las paredes que ahora son un santuario de arañas con patas esqueléticas y horribles, las cucarachas saltando en el comedor y refugiándose dentro de los trastes sucios que siguen llenos de comida podrida y liberando en la casa hedor, la ropa llena de sudor tirada en el suelo... Todo eso sumado a la oscuridad que se apodera de este lugar sin dar paso a alguna gota de luz. El escenario incluso se asemeja a las escenas que presentan en las películas de terror americanas, esas que estoy empezando a aborrecer a pesar de considerarme una gran fanática del cine.

Con un fuerte resoplo, me dejo entrar por completo a la casucha, haciendo que mis pies no hagan ruido al caminar, deseando que ella esté lo suficientemente borracha para no darse cuenta de mi presencia. Los aullidos de un gato llaman mi atención y me encuentro a uno al filo de la ventana adentro de mi casa, viéndome atentamente. Los sonidos de este gato de pelaje tan negro como la misma oscuridad en la que estaba escondido, son roncos y lastimados, siguiendo un patrón como si quisiera comunicarme algo.

Corro al gato con mis brazos y vago por la sala, buscando a mi madre. Veo el sofá de cuero rojo en el que se acuesta siempre, pero ella no está ahí. Un sentimiento amargo me aborda, mamá aún no ha llegado. Si bien es alcohólica, pero nunca ha andado en la calle borracha, menos en un lugar tan peligroso como este.

La busco por toda la casa, pero no la encuentro en ninguna parte. Aún tenía esperanzas de observar su dorada cabellera mugrosa, sus aros de plata luciendo contra sus orejas, y una botella de alcohol barato entre sus manos, mientras que es consumida por el sueño y el líquido que tanto daño le hace.

Me dejo caer en el sofá exhausta. Margareth ha rebalsado lo poco que me queda de paciencia. El pensamiento hipotético de que anda por las calles borracha es la justificación principal de su ausencia. Siempre le advertí que debía de parar el mal camino que llevaba, lo intentó, pero volvió a caer entre las cadenas del vicio que le devoraban su vida. Luego me di cuenta que no había otra forma, me convertí en su cómplice cuando comencé a encubrir todas sus borracheras. El resto de la familia creía que ya había superado esa crisis, pero no era así. Ya no era una crisis, era un hábito. Ella empeoró, y lo hacía cada día más. Llegó hasta el punto de sacarme del colegio y obligarme a vender cualquier tipo de cosa que tuviera algún valor en la calle para poder comprar su maldito licor y así seguir con su vicio.

Y yo la dejaba.

La veía morir cada día cuando se terminaba una botella tras otra.

Me encamino hacia mi habitación sin nada más que hacer, a punto de colapsar en la cama por las faltas de energía y el sueño -Ignorando que mi estómago está rugiendo de una fiera hambre oprimida por haberme ido incluso sin desayunar -, mientras le hecho una última ojeada a la sala, conformándome con pensar en que quizás se ha ido a pedirle dinero a nuestra familia en la zona más rica de Nueva York. De repente, escucho voces, crujidos rítmicos, y sonidos de pisadas venir de la sala, haciéndome detener al instante en un freno en seco.

«Hay alguien dentro, y no puede ser ella. Ahora que recuerdo, no andaba llave para entrar. Además, no había nadie cuando regresé. Significa que se han metido ahora...»

La presión se me ha bajado directo a los pies, haciendo tambalear mi centro de gravedad. Hay un cosquilleo helado que comienza en mi nuca y viaja hasta mi espalda, que hace que todo mi sistema nervioso se convierta en un caos de miedo. Mi piel empieza a precipitar sudor, que cae sobre mi ropa. Mi aliento se vuelve frío. El movimiento de mis piernas se paraliza. No puedo, ni siquiera, conseguir dar un paso.

Me quedo parada en el mismo sitio sin hacer ningún ruido, estancada en el piso sin poder moverme, pensando en el próximo movimiento que debo dar, escuchando lo que hablan. Distingo las voces distorsionadas pertenecientes a las de un hombre y una mujer, discutiendo.

Sin perder más tiempo, me dirijo hasta la cocina con pasos ligeros y saco un cuchillo del mueble, el puñal tiembla en mi mano, pero me obligo a tomarlo. El sudor frío cae en mi cara y lo limpio con mi brazo. He escuchado que en la última semana unos tipos asaltaron un par de casas y incluso asesinaron a los dueños y a sus hijos. Es probable que se trate de estos tipos que están en la casa ahora.

El pensamiento se convierte en miedo en mis venas y me tambaleo hacia atrás, sabiendo que tendré que usar este cuchillo para proteger mi vida, a pesar de que pueda convertirme en una asesina. Sin embargo, no hay tantas probabilidades de eso comparadas con el que posiblemente pueda morir aquí.

Empuño el cuchillo con fuerza, mientras en mi cabeza hay miles de pensamientos. Apenas ellos se den cuenta de que estoy aquí, cruzarán la cocina y me mataran. Necesito ser más rápida y atacarlos primero. Mi vida depende de un solo paso...

Mi vida depende de esto...

De repente, en la habitación, alguien enciende la luz.

El aire se me sale de los pulmones como una bomba agitada, mi corazón está temblando compulsivamente. Giro tan rápido como puedo, sosteniendo el cuchillo con fuerza, a punto de usarlo.

-Emely -susurra mi madre quitando su mano del interruptor de luz-. No te oí llegar.

-Tampoco yo. -Mi voz sale de manera seca, de la forma en la que le he hablado desde hace mucho tiempo, y a pesar de haber bajado la guardia con el cuchillo, todavía la mantengo en mi voz.

-Yo ya estaba aquí -afirma con algo de dureza en su voz, sin siquiera importarle que tengo un cuchillo en la mano. Me sorprendo ante el hecho de que se encuentra completamente sobria.

-Que bien -intento esbozar una sonrisa falsa, tratando de que mi garganta suelte un grano de amabilidad, pero no lo logro y entonces abandono la idea -. Es bueno saber que aunque sea por un día no estás en la calle borracha y desperdiciando tu vida.

El entrecejo de mi madre se arruga levemente, pero parece no enojarse ante mis palabras, en cambio se limita a cruzarse de brazos. La tensión que flota en el ambiente parece incomodar a su acompañante, quien tose para llamar la atención, y me percato de que ha estado aquí escuchando todo este tiempo. Se trata de un hombre de mediana estatura y de cabello castaño. ¿Qué demonios hace él aquí?

Este hombre parece estar entre sus treinta. Tiene el cabello entre castaño y rubio que luce peinado en un estilo corto. Está vestido de una forma que lo hace parecer fuera del lugar; con camisa, pantalón y zapatos tan caros que no podrían costearse por cualquier persona en el barrio, su figura no parece contrastar al lado de la de mi madre.

-¿Y tú quién eres? ¿Qué haces aquí? -pregunto con tono desafiante. El tipo abre su boca y está a punto de contestar, sin embargo, mi madre apunta su mano hacia él, deteniéndolo.

-¿Tú quién crees que sea? -Me pregunta ella.

-Otro de tus... "amigos" -Le sonrío.

-No, él no es mi amigo. -Me dice fastidiada.

-¿Entonces tu amante?

Ella lanza un gruñido y luego vuelve a cruzar sus brazos, mostrándose defensiva. El hombre no reproduce ningún tipo de gesto y permanece parado al lado de mi madre, mirando todo atentamente, casi como si estuviera admirando la escena de una película. Mientras lo miro fijamente analizándolo, él me parece alarmantemente familiar, pero no recuerdo haberlo visto nunca y sé que no pertenece al grupo de borrachos del vecindario del que mi madre es parte.

Hay unos segundos de silencio que parecen eternos en el que los tres nos quedamos viendo sin decir nada, sobre todo Margareth y el hombre. Siento la atmósfera pesada llena de tensión envolver el aire, pero sin ningún sentido. Ellos me observan por un largo rato que me hace incomodarme lo suficiente como para querer irme.

Ya harta, pienso que Margareth realmente está borracha y que este es uno de sus juegos, así que sé que este es el mejor momento para irme.

Hago un bostezo fingido, y estoy a punto de abandonar la cocina hasta que ella me llama, deteniéndome.

-Emely -susurra mi nombre, y detengo mis pasos ante el llamado, sorprendida de que me haya nombrado con desequilibrio en su voz, casi como si temiera decir algo.

-¿Qué?

-¿Recuerdas que una vez preguntaste sobre quien era tu padre?

Mi mente entonces se queda en blanco.

No fue una sola vez, toda mi vida he querido saberlo, toda una vida se lo he preguntado.

Siento como la respiración se me atasca en los pulmones, no puedo respirar. En mi cabeza, hay una marea de pensamientos que entran de golpe, fragmentando mis recuerdos, mi vida, todo lo que sé. Mi mente empieza a apagarse como un interruptor, mis piernas pierden el equilibrio y casi me hundo en el piso, el suelo se ha convertido en arena movediza, de pronto.

Entonces, aún sin estar preparada, ella habla nuevamente.

-Este hombre es tu padre.

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