La semana después de la masacre 🍁

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La escuela abre sus puertas una vez más, después de una semana de la tragedia. Las autoridades continúan su investigación, el vecindario está hecho un caos. Los noticieros clasifican al autor del suceso como psicópata y finalmente revelan que uno de los fallecidos era un profesor. Mientras vemos la nota, volteo a mirar a mi madre. En su cara está  preguntándose que tipo de monstruo sería capaz de hacer algo como eso.

Tienes a una asesina justo a tu lado.

El televisor presenta más imágenes, que hacen que mi cuerpo se vuelva como una piedra en el asiento. Puedo ver fotos del profesor desde que era un niño, cuando estaba en la escuela, en la universidad, cuando entró a trabajar en ese colegio, una imagen a lado de sus alumnos sonriendo ampliamente hacia la cámara...

Miro su rostro y es como si me estuviera acusando. La última vez que lo vi tenía los ojos cerrados, y todo su cuerpo estaba cubierto de sangre.

La última vez que lo vi yo le disparé, yo lo asesiné.

Soy yo a la que están buscando, yo soy la asesina. Soy el monstruo del que hablan...

No puedo concentrarme más en las noticias. Los recuerdos y la sangre nublan mi vista. Siento asco. Asco hacia mí misma.

El reportaje avanza hasta que llega a una foto en especial; una que parte mi corazón y me hace sentir la más grande basura de este maldito mundo.

Él tenía una familia; una esposa y dos hijos menores de edad. Los niños nunca más podrán ver a su padre, crecerán sin uno. Como yo. Excepto que ellos sabrán que su padre está muerto y que jamás podrá volver. Sufrirán. Todo por mi culpa.

Cuando le disparé y supe que estaba muerto, sentí un profundo vacío. Esa noche estaba tan drogada y borracha. Jill hablaba, yo no la escuchaba. Lo único que veía era la sangre, su cuerpo tendido inmóvil. Jill estaba diciéndome algo sobre que no debía de sentirme culpable, que el hombre era malo y que espiaba a las alumnas en los baños. Yo no podía encontrar eso como justificación. Lo había matado, esa era la triste realidad. 

Parece haber una conmoción en mi pecho. No puedo seguir viendo esto. Abandono la sala antes de que se den cuenta de que estoy llorando, mientras la cifra de los demás muertos hace eco en mi cabeza.

Ocho muertos.

Veinte heridos.

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—Wow, entonces el profesor se ha tomado sus vacaciones —Ethan habla con un bufido, su voz esplendorosa sonando con más intensidad por todo el comedor de la escuela ahora que está casi vacía.

—Finalmente se las dieron al pobre viejo —James le sigue el juego, riéndose sonoramente.

Quiero que paren de decir tonterías de una maldita vez. No pueden ni siquiera pensar en el dolor que debe de estar sufriendo esa familia ahora mismo. Lo único que hacen es decir estupideces.

—Nosotras ya no estábamos ahí cuando todo eso pasó —habla Jill con la voz llena de angustia —. Pero, Se imaginan si Emely y yo no hubiéramos conseguido salir antes. ¡Estuviéramos muertas!

Escuchar las tonterías que sueltan entre todos me da repugnancia. Sobre todo lo que dice Jill. Cada vez que habla y escucho sus malditas mentiras quiero morirme de la culpa y la vergüenza.

Jill es una actriz perfecta; es como si estuviera entrenada para esto. A pesar de que le quitó la vida a su maestro, luce impasible, hasta la miro feliz. ¿Acaso quitarle la vida a alguien no es la gran cosa? Entonces, ¿porqué yo me siento así? ¿Acaso los que mataron a Steven no se sienten culpables de haber asesinado a un niño, como yo me siento de haber matado a un profesor?

Devolviendo mi mente a la conversación, noto que Jill me está viendo, mientras Ethan y James hablan entre ellos.

—¿Qué te sucede?

—Estaba recordando a Steven —hablo en voz baja, con un nudo en la garganta —. Creo que... estaría molestándote ahora mismo.

Jill reproduce un sonido, pero no me contesta. Quizás porque sabe que si me dice que los culpables del asesinato de Steven son unos monstruos que pagarán, entonces me estará diciendo que nosotras también lo somos. No hay palabras de aliento para eso, sólo la verdad.

Un recuerdo viene a mi mente. El del día del velorio de Steven, un día después de la masacre.

Convencí a la fuerza a Jill de que fuéramos. Cuando llegamos a la casa de Steven, sólo habían llantos, tristeza y dolor. Me quería morir. Me sentía como una intrusa al entrar. Era una asesina que ahora estaba en un velorio, llorando por la muerte de un amigo cuando la noche atrás había matado a alguien. Comprendía el dolor que la familia del profesor estaba sufriendo, ya que era la misma que veía en ese momento.

Los padres de Steven estaban devastados, no hay ni una palabra para definir ese dolor. Jill y yo le ofrecimos a la madre de Steven un pequeño presente cuando llegamos. Ella nos sonrió, se limpió las lágrimas y nos dijo que estaba agradecida de que hubiéramos sido las amigas de su hijo en su momento de vida, también nos dijo que éramos unas maravillosas personas. En ese momento pensé: si supieran lo que hicimos anoche, nos darían una condena perpetua, quizás hasta la muerte...

Cuando su madre se despidió, Jill me advirtió que no era bueno que fuera a ver a Steven en su ataúd, por mi estado emocional delicado. No le hice caso y fui, ella se quedó atrás.

Mi corazón murió por un momento.

El pequeño Steven estaba ahí... pálido, demacrado, con los ojos cerrados. Le habían juntado las manos donde sostenía un crucifijo, y le habían puesto ropa clara, no negra a como se acostumbraba a ver. Steven parecía un ángel, no, estaba segura que lo era.

Lloraba amargamente, pensando en la corta vida de Steven. Volví a levantar la mirada, pero Jill no lloraba.

—Jill —hablo una vez más —¿Quiénes crees que fueron los que mataron a las demás personas?

Jill se queda quieta, silenciosa. Es como si mi pregunta le pesara.

—No lo sé, Emely —Me contesta en voz baja, procurando que sólo yo la escuche —. Pero sé que los que mataron a Steven y a las demás personas están conscientes de que hicieron algo malo —Sé que lo está diciendo por nosotras —.  Desafortunadamente, no dejaron alguna pista que conduzca hacia ellos, por lo que es imposible que los encuentren.

»Lo único que podemos hacer es resignarnos, y también entender que aunque tengamos a los asesinos en frente, no vamos a poder devolverle la vida a los que queremos. Creo que lo único que podemos hacer es aprender de nuestros errores, y siempre recordar los momentos que vivimos con esa persona —finaliza, y me da una sonrisa como esperanzadora —. Como Steven, Emely, cuando se llenó de salsa de tomate...»

La imagen llega a mi mente, y mis ojos se llenan de lágrimas al mismo tiempo que sonrío.

Jill tiene razón. Son los recuerdos los que mantienen vivas a las personas en nuestra mente. Steven fue un niño feliz y vivió su vida con emoción todos los días, a la vez que nos llenaba de felicidad también. Steven siempre permanecerá en mi mente, siempre estará vivo para mí y también sé que será así para los demás. Como cuando la semana pasada la escuela ofreció un tributo para los alumnos fallecidos en el tiroteo, y todos recordaban a Steven. Steven siempre estará en nuestros corazones.

Sin embargo, nada de eso evita que yo sea culpable, porque lo soy.

El día del velorio, después de llegar a casa, invoqué a los espíritus. Les hice una pregunta. Les dije que me dieran los nombres de las personas que provocaron el tiroteo, pero ellos se negaron. No entiendo el porqué. Teníamos una conexión, y ellos tenían el poder de saber todo lo que pasaba en este pueblo. Pero en cambio ellos parecían enojados. Parecía que me reclamaban el porqué no utilicé la gema en mi primer asesinato, me hicieron saber que había sido un desperdicio matar al profesor sin haber derramado su sangre sobre la gema.

Creo que no entendían lo que pasaba. Yo no maté al profesor bajo el concepto de cumplir con la parte del trato de esta familia, lo hice porque en ese momento estaba débil y ni sabía lo que hacía. Jill me ordenaba lo que tenía que hacer y yo lo cumplía, a la vez que me sentía mareada por el alcohol y las drogas.

Pero estas cosas no entendían.

Tampoco entendían (ni sabían) que la gema que yo guardaba no era la verdadera, y ese era mi mayor problema. A pesar de que yo hubiera derramado la sangre, no hubiera funcionado, y jamás funcionará hasta que encuentre la gema verdadera. ¿Pero cómo iba a hacerlo si Margareth la había vendido? ¿Cómo iba a encontrarla?

Estaba en un completo caos. Y lo peor de todo fue cuando Sara me dijo que yo era la culpable del tiroteo; que si hubiera hecho mi parte, nadie hubiera muerto.

La peor parte fue cuando esos seres volvieron a aparecerse. Parecían inquietos esa vez. Corrían sin parar por todo mi cuarto, y en los lugares  que pasaban parecían dejar una especie de neblina extraña. Habían muchos de ellos, y estaban apagando y encendiendo mi luz sin parar. Tampoco me dejaban salir del cuarto. En ese momento sentí miedo. ¿Qué querían? ¿Qué iban a hacerme? Me preguntaba mientras retrocedía, y escuchaba sus susurros extraños, llenos de oscuridad quizás del mismo inframundo.

Uno de ellos escribió lo que estaban planeando, y a leerlo, sentí caerme al suelo.

Habían elegido a mi víctima; querían que matara a alguien en especial.

Querían que yo matara a Jill.

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