La casa infernal 🍁

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Los rostros de Leonardo y sus padres nunca han hecho horrorizarme como ahora.

Es casi como si pudiera leer sus expresiones; son como un papel con muchas letras: ellos están asustados.

Pero la pregunta es... ¿están asustados de mí?

Dejo de ver hacia el frente, dándome cuenta de que aún tengo el cuchillo empuñando con fuerza en mi mano y estoy muy cerca de Margareth, quien lanza lloriqueos y gemidos como si fuera un cerdo en el matadero, está temblando como gelatina, repitiendo una y otra vez que le quise hacer daño. Ahora mismo está en uno de esos papeles donde ella es frágil, donde es la víctima del mundo. Pero, a pesar de que yo hable y diga que no es así, ¿quién es quién tiene el cuchillo en su mano ahora mismo? ¿Quién es quién está llorando como si en verdad casi la apuñalan? Por la posición comprometedoras en la que estamos, ellos pensarán con certeza que yo la quería lastimar.

Aún estoy sosteniendo el cuchillo con fuerza, mi puño está temblando. La mujer que me dio la vida está tirada en el suelo, su larga cabellera cubre toda su cara, pegándose con el sudor que tiene acumulado. Su vestido blanco está manchado de mugre, al igual que todo su cuerpo, y sus manos están llenas de sangre por haber roto las botellas de perfume. Su rostro está teñido en polvo carbón, mezclado con las lágrimas de furia que se corren por sus ojos. La imagen causa un estruendo en mi corazón que hace sentirme culpable, a pesar que no lo soy.

La mirada de mi madre muy pronto se encuentra con la mía y tengo que retroceder para evitar ser apuñalada por sus ojos.

—¡Alejen a esa niña demonio de mi vista! —grita con un tono estruendoso, su garganta lanzando un sonido gutural —¡Aléjenla! ¡Aléjenla!

Ella pretende levantarse de nuevo y seguir atacando, pero el padre de Leonardo reacciona en ese instante y la toma de los brazos, deteniéndola de una vez por todas.

—Ya cálmate, mujer...

Leonardo no se ha movido, ni un solo paso. Él está observando todo con una mezcla de incertidumbre y temor. Sin embargo, tras reaccionar, me saca de la habitación y me lleva hasta la sala en un acto tan rápido que a penas puedo darme cuenta, o quizás estoy tan perdida como para concentrarme en lo que sucede.

Tan pronto como llegamos a la sala, la mirada de Leonardo se posa en mí, sin embargo esta vez no puedo distinguir ninguna emoción en su rostro, y tengo que agachar la cabeza porque no puedo soportar su mirada vacía y acusatoria.

—Yo sólo estaba... —Trato de explicar en vano, ya que mis palabras se convierten en sollozos —, estaba tratando de quitarle el cuchillo. ¡Iba a hacer una locura!

Él me responde acariciando mi cabello en un intento de tranquilizarme, sin embargo no puedo creer en ninguno de esos gestos. Es posible que haya llamado a la policía o a alguien más y sólo esté fingiendo para ahorrar tiempo.

—Emely, lo sé —Me dice él, disimulando sonar fuerte, pero noto como está intentando ahogar el nudo que tiene en la garganta.

—¡No, no sabes nada! —grito, pasando de la histeria al borde de la locura —. No sabes nada de lo que tuve que pasar antes de que tú te aparecieras como un extraño que resultó ser mi padre que nos había abandonado desde siempre.

Lágrimas de furia caen sobre mi cara. Mis sentimientos y emociones están en una batidora de la que no sé que saldrá. Me siento tan desespera y sola.

—Hubiera deseado saberlo antes, tienes razón. —Me dice él con voz lastimada, aún acariciándome la cabeza —. Pero las cosas no se dieron así. Cuando conocí a tu madre, no planeamos nada serio. Ella quedó embarazada y cuando intentó buscarme para decírmelo yo ya me había ido de ahí.

Levanto la mirada, sorbiendo por la nariz.

—Siempre has dicho eso, pero nunca has respondido el porqué volviste muchos años después. Si no era nada serio, ¿porqué lo hiciste, entonces?

Él se queda callado y me observa. No quiere decir nada, y tampoco tengo la oportunidad de reclamar ya que Sara viene a nosotros.

—Ella no para de gritar y llorar. Intenté acercarme a ella, pero trató de ahorcarme. —Ella nos enseña un rasguño en su cuello.

Bajo la mirada o través. Si a Margareth no le importa su propia su vida, tampoco la de los demás.

Por una vez en la vida, me siento avergonzada de que ella sea mi madre.

—Ella estaba a punto de... —Me corto, no puedo terminar la frase —¡estaba a punto de...!

—Ella está bien ahora, no te preocupes —Me interrumpe Leonardo, su voz apagada —. Eres tú la que debes de estar preocupada por ti.

Lo miro de vuelta, y esa frase hace que me congele. ¿Está diciendo que soy la culpable?

—Yo no hice nada. —Me justifico rápidamente.

—Sé que no hiciste nada. —Me dice Leonardo con voz suave —. Te creo, Emely.

El padre de Leonardo de pronto también llega a la escena, lamentándose del comportamiento de Margareth y diciendo que tuvo que amarrarla ya que estaba a punto de romper la puerta.

—Deberíamos internar a esa pobre mujer en un centro de ayuda para alcohólicos —opina él, con pesimismo en la voz.

—Habían muchas botellas de alcohol en la habitación. —Completa Leonardo, y lo volteo a ver, asustada —. Sigue tomando todavía.

—¿Lo sabías? —mi voz suena como un jadeo con pánico.

—Cuando la conocí estaba hundiéndose en alcohol en un bar cutre en donde trabajaba —me responde, su ceño está fruncido —. Creo que no ha perdido esa costumbre, y ahora es peor que antes.

—Entonces...

—Esa fue la razón, Emely. —Me dice él, de pronto.

—¿La razón de qué?

—La razón del porque las traje aquí. —Me dice, viéndome fijamente —. Sabía que si te dejaba con Margareth, ella te iba a seguir explotando.

¿Explotando? ¿A qué se refiere? ¿Qué otras cosas más sabe?

—Yo... —intento preguntar algo, pero o través me he venido hacia abajo en lágrimas —, yo ya no puedo más.

—Shh... —Él intenta calmarme —Ya pasó Emely, ya pasó.

—Emely —Sara me llama, su voz esta vez ha sido más determinada de lo normal —, ¿de dónde has sacado ese cuchillo?

—¿Qué? —Me he quedado de piedra, no puedo decirle a nadie que Jill me lo dio o tratarán de separarnos al pensar que ella es una mala influencia, cuando es todo lo contrario, con ella me siento incluso más segura.

—Tu madre dijo que lo traías en el bolsillo de tu chaqueta, y yo misma pude comprobar que no es de la casa. Todos están aquí —dice Sara para variar.

Me doy cuenta que ya no sostengo el cuchillo, Leonardo me lo quitó cuando salimos de la habitación y ni cuenta me di.

Los tres pares de ojos se me quedan viendo en espera de una respuesta, mientras yo trato de no parecer nerviosa, sin embargo es difícil.

—Me lo dio una mujer —digo simplemente.

—¿Quién?

—No lo sé, creo que era del vecindario. Me lo dio cuando intentaron asaltarme en el parque de por aquí.

—¿Has pasado tú sola por ahí? —Sara se ve alarmada, pero consigo desviar el tema. —¿De noche?

Asiento con la cabeza.

Gracias a Dios, sobre eso ya no hay más preguntas, aparte de decirme que tenga cuidado la próxima vez que salga, pero si se creyeron lo del cuchillo.

—¿Ella ha sido violenta contigo? —Me pregunta Leonardo, o través hablando sobre Margareth.

—¡No! ¡No! Esta ha sido la primera vez —miento, y ahora que me lo ha preguntado, sé que ellos no lo saben.

—Emely, escucha bien lo que dice tu padre, lo hacemos para ayudarte —Habla el señor Rafael.

—No... nunca me agredió, nunca me hizo nada —hablo rápidamente, ni yo sé porqué la estoy defendiendo.

—¿Pero te levantaba la voz? —pregunta Leonardo y la habitación queda en un profundo silencio.

—Algunas veces... —Me atraganto, no sé que decir —Algunas veces ella me regañaba.

Ahora el padre de Leonardo decide hablarle a ellos en un susurro, pero escucho lo que les está diciendo —Es posible que la actitud de Emely se deba a esta mujer.

Finalmente, los dos más ancianos salen, dejándome a solas con Leonardo.

—Emely... —Intenta decirme.

—Sólo... déjame en paz.

—Emely, ¡escúchame! —Él levanta la voz.

—¡Por favor! —grito con fuerza, pero esta vez él me hace caso, dejándome sola a como siempre lo he estado.

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