Gato negro 🍁
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Los segundos se han convertido en minutos, los minutos en horas, las horas en días, y sé, ciertamente, que las semanas se convertirán en meses y los meses en años. El tiempo pasa bajo mi atenta mirada, y sin embargo no sabemos cual hora es cual y tan sólo nos guiamos por el momento en el que nos dicen que debemos acostarnos y cuando nos levantan que sabemos cuando es mañana y cuando es noche.
Las pastillas están volviéndome loca.
Algunas veces tengo que ingerirlas, bajo la mirada atenta de los superiores que esperan que lo haga, comienzo a delirar y ver a la misma Jill frente a mí. La escucho y comienzo a llorar. Porque ahora no sólo veo a Jill Rawder, sino a mi hermana. Recuerdo los momentos que pasamos juntas y mi corazón se rompe. Todo ese tiempo ella sabía que yo era su hermana, y sin embargo no me lo dijo para llevar a cabo su plan macabro. A veces me pregunto que hubiera pasado si la hubiera descubierto antes, sin embargo me doy cuenta que la situación sería similar. Ella ansiaba matarme. Me gustaría convencerme de que era una niña trastornada por el sufrimiento y la soledad, pero a veces llego a una conclusión y esa es que Jill no tenía salvación.
Empiezo a llorar y sufrir cada vez que aparece Jill frente a mí, sin poder recibir ayuda de alguien. Ann está en mis mismas condiciones, e incluso peor que yo.
Muchas veces cuando ella está fuera de control, el personal se la lleva a otro lado que desconozco, y a la mañana siguiente regresa con una sonrisa triste y con la mirada llena de dolor. Le pregunto que ha sucedido y ella guarda silencio, diciéndome que no es nada, y sin embargo, mirándola de reojo noto que algo pasa.
Hoy, sin embargo, es un día diferente al resto. He esperado tanto tiempo, y por fin está aquí. El día de visitas, una vez cada mes.
Todos los pacientes lucen más emocionados hoy, incluso la atmósfera del internado psiquiátrico es diferente. Por fin, ha entrado un poco de color a este lugar. Los médicos actúan muy amables también, y incluso han puesto shampoo en los baños.
A la hora del almuerzo, Ann todavía sigue triste, sin despegar la mirada del suelo y sin siquiera probar su comida.
—¿Cómo te sientes? —Le pregunto, y ella me dice que está bien.
Le pregunto si alguien vendrá a visitarla y me contesta que no lo sabe. Ann me dice que su abuela materna en realidad fue la única que la apoyó, que venía a verla, pero algunas veces no podía, pero la entendía porque era una anciana y difícilmente se podía mover hasta aquí. Me dice que todos los demás le dieron la espalda y que la consideraban un monstruo, que nunca los ha vuelto a ver desde entonces. Me comparte la angustia que siente al pensar en lo que le ha sucedido a su abuela, ya que la última vez que la vio fue hace más de seis meses.
Terminando el almuerzo, nos conducen nuevamente a nuestra habitación. Nada puede calmar mi emoción por ver a alguien hoy. Ni siquiera cuando una enfermera viene a darnos más pastillas, que finjo tomar, y nos da indicaciones absurdas.
Tengo la esperanza de ver a Nicolle, a alguien de mi familia después de tantos meses. No podré ver a mi madre, pero me sentiré mejor cuando alguien más que no sea un policía o una enfermera me visite; alguien que me diga que todo va a estar bien, alguien que me crea.
Cuento los segundos en silencio, mientras Ann duerme. Cada vez falta poco.
Finalmente, alguien llega a avisarnos que pasemos a la sala de visitas. Estoy temblando de la emoción mientras camino junto a Ann.
Llegamos a la sala de visitas, que ya está llena de pacientes y de sus familiares haciendo ruido, y busco con la mirada a Nicolle, pero no la encuentro. Le pregunto a Ann si ve a su abuela y me dice que no la ve tampoco.
Busco por todos lados; empujo personas, hago preguntas por si alguien la ha visto, pero no hay nadie.
Nadie vino.
Las risas y el júbilo de los demás por ver a sus familiares impacta en mis oídos, ahí me doy cuenta de lo tan sola que estoy. Y de repente, toda la ilusión por verlos y abrazarlos se deriva en esto.
—No te preocupes —me dice Ann —. Llega un día que nos olvidan, ese día siempre llega.
🍁🍁🍁
La noche llega y me impacta directo al pecho, como un fuego abrasador. He pasado llorando en silencio toda la noche, pensando en mi familia, en lo que quedó de ella, en cómo fue que me olvidaron. ¿Ellos también me ven como una psicópata, una mentirosa, una asesina?
Escondo mi rostro en la almohada, mitigando cualquier sonido de dolor que salga de mi boca y despierte a Ann. No quiero que ella me vea así; por ella tengo que ser fuerte. Ann me ve como una esperanza, alguien que puede decirle cosas positivas y no reclamarle a diario lo que hizo.
Pero estoy derrumbándome cada día más. No puedo seguir con esto.
Quizás Ann sea más valiente que yo. Ha aguantado tanto tiempo en este lugar a pesar de que la han destrozado.
"Nos han juzgado, nos han abandonado, siempre nos hemos sentido solas... Todo este tiempo nos han vaciado el alma".
Fue lo que una vez le dije estúpidamente a Jill, pensando que ella podía comprenderme. ¿Qué habrá pensando en ese entonces? ¿Se habrá estado riendo? ¿Habrá estado diciendo en su cabeza que era una estúpida?
Alguien llega a nuestra habitación de repente y enciende la luz. Nuevamente escondo mi cara entre la almohada, pensando que sólo nos echarán una ojeada y luego se irán; una inspección rápida. Para mi sorpresa, no son enfermeras.
—Hey, niñas, ¿duermen bien?... —La voz de un hombre me hace subir la mirada —¡Toca la medicina!
Ann se ha despertado somnolienta, con el cabello despeinado y ojeras en sus ojos, mirando al hombre con cierto temor.
—Pero nunca nos dan la pastilla de noche —razona Ann, también asustada y horrorizada.
—Sí, bueno, unos médicos irresponsables estaban al pendiente de ustedes y siempre no les daban las pastillas —El hombre toma una silla de madera y se sienta frente a nosotras, sacando las dos pastillas que nos muestra.
Más pastillas... Eso no, por favor....
—¿Qué es eso? —pregunta Ann, en sus ojos verdes miro preocupación.
—Estas, pequeña Ann, son las pastillas que les voy a dar para que se mejoren. ¿No quieres estar aquí hasta que te mueras, no? —Ann se mantiene callada —Ya llevas muchos años con nosotros.
El tipo se pone de pie y se acerca a nosotras. En ese momento pone su vista en mí.
—¿Y tú como te llamas? —el hombre chasquea la lengua —¿eres nueva?
Asiento y aparto la vista de él tan rápido como puedo. No me gusta esto. No me gusta que esté aquí a estas horas.
—Parece que eres algo callada —habla de nuevo —¿Te han comido la lengua esos fantasmas que dices ver? —él se ríe como si hubiera sido lo más gracioso que alguien haya dicho, y no puedo creer que este hombre carezca de profesionalidad siendo un médico.
—Emely —respondo pesadamente —. Soy Emely.
Su aliento está tan cerca de mi cara que puedo olerlo. Ahora lo entiendo. Está borracho y drogado.
—¡Ya te recuerdo! —Suelta con una risa escalofriante —Eres la chica que mató a su amiga. ¿No te arrepientes?
Levanto la mirada y lo miro fijamente. Él no puede tener el derecho de tratarnos de esta forma, él no sabe todo por lo que hemos pasado.
El enojo empieza a crecer en mis venas, a tal punto que me levanto de la cama y le hago frente.
—Piensa que nosotras no tenemos ningún derecho por estar en esta posición, ¿pero le digo algo? —El tipo se queda callado y retrocede —¡Nos tienen aquí porque dicen que somos asesinas, nos tienen aquí porque dicen que somos monstruos, cuando todo eso no es verdad! ¿Pero sabe qué? ¡Si usted sigue en esta habitación olvidaré todo eso y me convertiré en lo que ustedes dicen!
Puedo ver algo de miedo en su mirada, pero lo camufla con una sonrisa burlona.
—¿Así que sólo hablas cuando dices estupideces? Es ridículo —avanza hacia donde Ann y agarra de su cabeza. En ese momento quiero golpearlo —. A mí me gustan cuando ustedes son silenciosa y no dicen idioteces. Recuerden que tenemos el control de este lugar y ustedes no pueden hacer nada, pero para que vean que soy su amigo, no les daré la pastilla hoy.
Abandona la habitación, tambaleándose un poco.
Estoy respirando fuerte, sin poder creer lo que hice. Ann está en una esquina llorando, más perturbada que yo. Corro hacia ella y tomo de sus hombros.
—Ann, Ann —La remuevo —¡Él no puede entrar a nuestra habitación así!
—Lo sé, lo sé, ¡sé que es malo! —Me dice con ojos llorosos —Mi padrastro también lo hacía.
Me congelo.
—¿Esa fue la razón por la que lo...?
—Sí. Sí, sí —No puede respirar bien —¡ya no pude soportarlo más! Yo lo maté... por eso.
Abrazo a Ann y me aferro a ella.
—Tenemos que ser fuertes Ann, y por eso es que no debemos silenciarnos. Se lo diremos a la directora y ella correrá a ese cerdo.
—Em... Em... —Me da una mirada dolida —. Ella ya lo sabe.
Me hundo en el colchón, perdiendo toda la esperanza que tenía.
Ann llora a mi lado y esta vez no puedo decirle nada que la haga sentir mejor, porque ahora, incluso yo, no puedo soportarlo.
Todos los días nos dan la maldita pastilla, que nos hace alucinar y sentirnos peor. Este dolor en el pecho es insoportable, duele tanto que ahora desearía no estar viva.
Mi vista se ha nublado, siento mis extremidades tan ligeras como si no me pertenecieran, y en mi cabeza hay un zumbido lejano.
No puedo dar un paso adelante ni otro atrás. Me siento como pegada al cemento.
Tampoco puedo hablar. No puedo pedir ayuda.
No hay nadie que me ayude.
Si mi familia no ha venido, es porque no les importo. Ann tenía razón. Llega un momento en el que a los demás les cansa estar pendientes de alguien como nosotros. ¿Quién demonios se va preocupar por un asesino, un demente?...
Me duele todo, casi no puedo respirar.
Una figura conocida aparece frente a mí, atormentadme como siempre.
Otra vez es ella.
—Jill...
🍁🍁🍁
He fingido estar tomándome la medicina, tomando con la punta de la lengua la pastilla y envolviéndola un poco hasta adentro, esculpiéndola al instante. Pero después... una idea, un pensamiento, un disparate ha cruzado por mi cabeza. Si escondo algunas pastillas y luego me los tomo al mismo tiempo, ¿Qué tan dañino puede llegar a ser? ¿será lo suficiente para llegar a acabar con mi vida? Estoy desvariando otra vez, pero quizás es lo mejor para todos, quizás es lo mejor para mí. La intoxicación por abuso de pastillas ha sido noticia en los últimos años y hasta se ha convertido en una forma de quitarse la vida. Quizás, sólo quizás, ese sea el punto final que tanto he buscado en mi historia.
Así que aquí estoy. Mi mano cuelga al aire, con un ligero temblor en el brazo, mis dedos tensionados y mi piel ardiendo ante el contacto de la cápsula que me quitará la vida. He pasado mucho tiempo en este infierno, pero ya voy a acabarlo.
Lo que más lamento es no haber hecho nada para ayudar a Ann a salir de este infierno. Sin embargo, me he dado cuenta que nadie puede ser un héroe para alguien. Quizás esto sea lo más cobarde que he hecho en mi vida, pero es lo mejor.
Abro la boca, tengo las pastillas en la mano. Sólo necesito tomarlas y abandonar este mundo... sólo eso.
No puedo hacerlo.
Veo a Ann al lado mío dormida y me imagino lo que sufriría. No puedo dejarla sola en este infierno, no puedo ser tan egoísta. Ella me necesita, yo la necesito a ella. No puedo hacer esto...
Me limpio las lágrimas de mi rostro y guardo las pastillas. Escucho una voz suave a mi lado.
—Em, ¿Qué hacías?
Le digo que nada y que vuelva a dormir, mientras yo hago lo mismo, ocultando las lágrimas que bajan por mi rostro.
🍁🍁🍁
Otro día más en este infierno, no sé cuánto podré soportarlo.
Es el momento en el que nos dejan salir al pasillo, pero a pesar de que estoy afuera, no me siento en libertad. Soy víctima de mis propios pensamientos ruidosos, del sufrimiento que siempre llevo. Apenas puedo seguir adelante, seguir sobreviviendo, pero no sé por cuanto tiempo.
Algunas personas me saludan de lejos. No me conocen, pero sospecho que en algún momento se sienten tan solos que necesitan hablar con alguien, con cualquier persona.
Casi choco con Claudia, la encargada de la bodega, cuando ella me ve rompe con una sonrisa.
—Em, Em, ¿porqué no vas a dejar estas cajas al sótano? Las dejas por ahí y luego regresas.
Asiento y hago lo que me pide.
Bajo las escalera del sótano de paso a paso. Este sitio siempre me ha parecido tenebroso, un verdadero horror. No puedo evitar acordarme del sótano de mi casa. Casi puedo sentir el mismo aire frívolo y agotador; la oscuridad que lo rodea todo, el mismo sentimiento.
La única luz que se enciende es la de una bombilla tenue y apunto de la extinción. La oscuridad me mira, como queriendo fusionarse conmigo y acabarme. Las cosas dibujan sombras, lo que me trae un mal recuerdo.
Me parece escuchar un ruido a medida que bajo, pero hago todo lo posible para pensar que fue un animal.
Este es el hogar de muchos ratones, arañas y cucarachas. Hemos hecho todo lo posible para limpiar este sitio, pero a pesar de eso siempre se termina llenando de mugre y de nidos de roedores y de insectos.
Dejo las cajas en el suelo tan rápido como puedo y empiezo a subir las escaleras, pero algo llama mi atención.
Hay varias sogas y cuerdas colgando. Nunca las había visto.
Me acerco hacia ella con temor, el horror de lo que está pasando por mi mente y mi pulso palpitando con fuerza.
Miro las escaleras, revisando si alguien podría venir, y entonces regreso a trabajar con la cuerda y buscar con la mirada una silla.
No sé que estoy haciendo, no sé si esto sea lo correcto, pero hoy he tomado una decisión.
Me tiemblan las manos, no puedo hacer el nudo bien. Tengo que hacerlo rápido, o alguien va a bajar y a encontrarme.
No sé si podré, tengo mucho miedo.
El nudo ya está hecho, pero falta lo más importante: la decisión de dejarlo todo, el último paso.
Tengo miedo de la vida, pero también de la muerte. Las dos se han llevado todo lo que tengo. Desde que nací, sólo he sido un estorbo, una hija que nadie deseó. Después de eso, la muerte de Jill me trajo aquí, a vivir este infierno.
Las lágrimas nublan mis ojos, mi nariz arde.
Lo siento. —Quiero decir, pero no sé a quien; supongo que a la vida a la que me rendido.
Arriba de la silla, me coloco el nudo en el cuello, y espero. Estoy lista.
Cierro los ojos. La voz de Jill resuena en mi mente:
"Te esperaré en el infierno".
Estoy apunto de dejar caer la silla, pero algo me detiene: Los aullidos de un gato provenir de algún lado me hacen abrir los ojos de golpe.
Me encuentro frente a mí a un gato de pelaje negro brillante, mirándome con sus grandes ojos verdes. Siento que está tratando de decirme algo con sus maullidos roncos y furiosos. El animal está viéndome sin quitarme la vista de encima, como si quisiera que yo me bajara de la silla y detuviera mis oscuras intenciones.
Cierro los ojos otra vez y lo ignoro, dispuesta a seguir con lo que estaba haciendo.
Los maullidos cada vez más intensos me devuelven a la realidad, y me hacen darme cuenta de lo que estoy haciendo.
No puedo hacer esto, no puedo dar ese paso. ¿Qué demonios estoy haciendo?
Tengo los ojos empapados en lágrimas, pero logro desenroscar el nudo y bajar de la silla. Cuando lo hago, el gato misteriosamente deja de maullar.
No... No importa el infierno en el que uno se encuentre. Si se está dispuesto a vivir, el fuego nunca va a quemar. —Es el pensamiento que tengo, tomando la decisión de que voy a vivir todos los días, esperando mi libertad. Voy a hacer todo lo posible por salir de aquí, es mi decisión.
—Gracias —Le digo al gato, por que hoy por fin he conseguido dar ese paso hacia adelante.
El gato ahora ronronea y maúlla más cerca de mí, lamiéndose una pata.
Dicen que los gatos negros representan desgracias, sin embargo, esta vez uno ha traído la buena suerte.
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