El dolor en la soledad, parte una 🍁
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He perdido la cuenta de la cantidad de tiempo que ha pasado mientras continuamos avanzando. El camino está lleno de baches y agujeros en las calles que hacen frenar al microbús a cada cierto tiempo, provocando que me tambalee y golpee mi cabeza varias veces.
Me duelen las manos y los brazos de tenerlos atados por mucho tiempo. Siento que en cualquier momento sufriré un ataque por no poder respirar aire al estar en un lugar cerrado, sin siquiera una sola ventana que me permita destaquear mis pulmones.
Hay un policía en frente de mí, montando guardia como si yo pudiera escaparme de este microbús sellado. Él me mira todo el camino, mientras yo tengo la cabeza agachada, llorando amargamente.
Todavía tengo esa sensación atorada en mi pecho y en mi garganta, pero también hay algo en mí que me hace no poder creerlo por completo todavía, como si fuera un refugio que creó mi propia mente en medio de todo mi caos emocional.
Todo pasó a un rápido. De un momento a otro, Jill era mi amiga, y en poco tiempo estaba revelando en un plan tan macabro que era mi hermana, y de otro momento a otro, la estaba perdiendo para siempre.
Y mi familia, esa maldita familia de la que no quería ser parte... Todos ellos me condenaron, me empujaron a ir hacia el infierno, me dejaron sola.
El microbús frena de golpe, provocando que todo el peso de mi cuerpo se vaya hacia adelante y el dolor pulse en mi espalda. Tan rápido como el policía me informa que hemos llegado, los otros dos policías de adelante se bajan, abren la puerta y me llevan a empujones hacia afuera.
La estación policial está repleta de gente, y cuando entramos, todos voltean a vernos, murmurando cosas sobre como es posible que alguien tan joven se encuentre en esta situación.
Esquivo todas las miradas y los murmullos, bajando la cabeza. Los policías me guían hacia una especie de oficina escondida, donde somos recibidos por un hombre y una mujer policía. Ahí me sientan y me dan la bienvenida, como si hubiera regresado a mi casa después de mucho tiempo.
Las palabras que soltaron los demás policías al principio fueron amables, pero ahora reconozco una chispa de rencor en sus ojos. Me están mirando como si fuera una especie de experimento que necesita ser evaluado y juzgado, la misma mirada que me dio Jill antes de lo que hizo.
La oficina comienza a llenarse de sonidos de un llanto estremecedor, y apenas puedo reconocer que viene de mí. Trato con todas las fuerzas que me quedan detenerme, pero en vez de eso comienzo a temblar sobre la silla, al tiempo que sigo soltando quejidos y murmullos desgarradores.
—¿Cuál es tu nombre completo? —El policía de la oficina es el primero en hablar, tiene varios papeles en la mano que observa sin quitar su atención de ellos.
Trago saliva.
—Emely... Scarlett Smith.
—Pero no llevas uno de tus apellidos—dice la mujer policía, mirándome con sus ojos amplios, enfocándolos directo a mí.
—Vilma, es la hija de Leonardo, no la reconoció hasta hace poco. Es probable que no le haya dado el apellido hasta este tiempo —Le dice con seguridad el hombre, como si supiera todo de mí.
En ese momento lo reconozco.
Es uno de los amigos de Leonardo. Recuerdo que estaba hablando con él un día sobre todas las quejas que tenía sobre el sistema podrido de la institución para la que trabajaba. También recuerdo que decía que estaba aburrido de su trabajo, razón por la cual no le solía prestar tanta atención a los casos de los que se ocupaba. Recuerdo que después que se fue, Leonardo lo tachó de irresponsable y nos contó que ese policía había dejado ir a criminales importantes por no hacer bien su trabajo, por lo que para quedar bien, tuvo que conseguir a personas inocentes y meterlos a la cárcel a cambio.
—Emely, ¿estás consciente de lo que ha sucedido? —vuelve a preguntar el hombre, con una dureza en su voz, lanzando esas palabras como si fuera un ataque.
No puedo responderle, porque más lágrimas se revientan en mis ojos y otras se atascan en mi garganta. Jill lanzándose al lago pasa por mi cabeza, la imagen me impulsa a llorar con toda la fuerza que me queda en la garganta, mientras me pierdo en el recuerdo de lo que pasó.
—Perdón —digo entre el llanto, moviendo la cabeza —. Perdón.
—¿Quién asesinó a Jill Rawder? —El hombre se acerca más a mí, hasta que sus brazos me acorralan en la silla — ¿Fuiste tú, Emely?
Las palabras me alarman de un sobresalto.
—¡No, no! —grito —¡Yo quería salvarla! ¡¿Dónde la tienen?! ¡Quiero verla!
—Emely... —Intenta decir la mujer.
—Emely, Jill está muerta —finaliza el hombre por ella.
Las palabras dejan un gran vacío en mi pecho, pero era algo que necesitaba escuchar, algo que ya lo sabía, pero lo necesitaba escuchar de otra persona.
Que Jill esté muerta, abre un gran vacío en mi pecho, un ardor en mi alma. Nunca creí que Jill haría algo como esto, incluso por un momento pensé que iba a matarme, pero en vez de eso, decidió tirarse a ese maldito lago, dejándome aquí, muriéndome en vida, juzgada por su propia muerte y por esa decisión tan cobarde. La miré y no hice nada. Vi a mi hermana morir frente a mi.
—Escucha, si cooperas con nosotros entonces...
No lo escucho, porque no quiero escucharlo, no debo escucharlo. No hay forma que ellos me ayuden, sólo quieren hacerme hablar para cumplir con su trabajo. No estoy en calidad de testigo aquí, soy la principal sospechosa. ¿Sólo porque era la única persona que estaba ahí en ese momento, o porque Leonardo así lo quiso? Me hundo en mis pensamientos y comienzo a llorar de nuevo.
—Hey, Jayden, creo que no deberíamos de sacarle información ahora —La mujer vuelve a hablar, mirándome casi con lástima —. No puede hablar sin que un abogado defensor esté presente.
El policía se queda callado, y suelta un suspiro, como si estuviera agotado.
—No lo sé... —dice al aire —Nunca he tratado con menores de edad que han cometido un homicidio antes.
Sus palabras dejan angustia en el aire, un sabor agrio en mi boca.
¿Por qué? ¿por qué? ¿Por qué me hicieron esto? ¿Por qué ellos?
Siempre estuve consciente de que Margareth me odiaba, pero por un momento llegué a pensar en que quizás Leonardo en verdad estaba arrepentido y me quería. Llegué a pensar en que quizás por fin tendría una familia, pero ahora entiendo que la única razón para la que me querían era para que usara la Gema maldita, y tan rápido como vieron que yo ya no era necesaria, se deshicieron de mí.
La mujer policía avanza hacia mí, y me da una mirada con algo de esperanza.
—Emely, yo sé que todo esto es confuso, pero se resolverá pronto, ¿entiendes? Tienes derecho a realizar una llamada para que un familiar tuyo pueda ayudarte a buscar a un abogado, de lo contrario se te asignará a un defensor público.
Asiento con la cabeza y acepto hacer la llamada. Uno de los policías que me trajo me agarra y me saca de la oficina, llevándome por los pasillos hasta donde está el teléfono. Después de eso, se aparta lo suficiente para no escuchar, pero al mismo tiempo para mantenerme vigilada.
Mis dedos nerviosos y entumecidos no pueden apretar bien las teclas, por lo que me tomo una eternidad en hacerlo bien. El policía atrás de mí me hace reclamos varias veces de que me apure y me dice que si pienso que por ser joven tendré privilegios en la cárcel, entonces estoy soñando.
Por fin consigo apretar bien las teclas y hacer la llamada. El tono de llamada en espera suena varias veces, llenándome de desesperación, y en lo más profundo de mi alma, espero que ella conteste.
Ella por fin lo hace.
—Hola —digo en un susurro, mi voz ahora se escucha vacía y sin aliento.
—¿Emely? —ella trata de hablar, decir varias cosas, pero sé que mí tiempo es limitado, así que la interrumpo.
—Nicolle... necesito tu ayuda —Hay una ola de dolor en mi pecho, mi voz se está desboronando —Algo pasó —Las lágrimas se atascan en mi garganta —. Me... estoy en la cárcel. Me acusan de... de asesinar a alguien —Ya no puedo seguir hablando, el dolor en el pecho es una tortura —¡Pero eso no es cierto! ¡Yo no lo hice! Por favor, Nicolle, ayúdame, por favor...
Su respiración se vuelve pesada y lenta, como si se estuviera ahogando. Por unos segundos no contesta, lo que para mí es una tortura lenta. Siento que estoy flotando en el aire y en cualquier momento voy a caer. Todo es borroso por las lágrimas, el mundo se mueve como si estuviera girando al revés...
—Está bien, está bien, está bien —dice al fin, y escucho como está a punto de llorar —. Tranquila, Emely, tranquila. Voy a buscar a un abogado y todo se solucionará. Yo sé que todo eso es mentira, sé que eres inocente, así que lo vamos a solucionar...
La llamada se corta.
Vuelvo a ver al policía en busca de ayuda, pero él me dice que el tiempo se ha terminado, porque me lo pasé solo lloriqueando. Le pido otro minuto, pero me dice que ya no se puede hacer más.
El policía entonces me jala y me obliga a caminar nuevamente por los angostos pasillos. Él va detrás de mí, dándome empujones a cada cierto tiempo, diciéndome que acelere más el paso ya que camino como una enferma, y que le estoy quitando el tiempo.
—Camina. Camina, pequeño demonio —Me empuja otra vez hacia adelante —. Fuiste capaz de matar a tu amiga, ¿al menos sientes la culpa recorrer tus venas, eh, monstruo?
Sus palabras perforan mi corazón, pero no digo nada y agacho la cabeza.
Este lugar por el que estamos caminando es diferente. Es mucho más oscuro, más deprimente. Mientras más avanzamos los pasillos se van volviendo más angostos y las paredes van empeorando su estado. Huele a humedad y a orina en el aire.
El piso es de concreto y se está destruyendo, al igual que el techo. Las paredes amenazan con caerse en cualquier momento y las columnas parecen haber aguantado miles de terremotos por lo desbaratadas que están.
No entra ni una corriente de aire y el calor es sofocante, similar al infierno. No importa cuanto se mire hacia arriba, buscando ver un pedazo del cielo como esperanza; lo único que se va a llegar a ver es la densa oscuridad y la soledad que va a estar haciendo compañía para siempre.
No quiero estar en este lugar, no puedo soportarlo. Quiero irme, quiero huir y no regresar nunca.
Para mi desgracia, casi empujada por la ironía y el horror, nos vamos acercando a una celda vacía, abrazada por la oscuridad y la soledad que el hombre empieza a abrir. El policía me lanza adentro, al tiempo que murmura unas palabras, y cierra, quizás para siempre.
Me quedo ahí, tiesa, presa de la oscuridad y del dolor, pensando en Jill, en todo lo que pasó, mientras me desbarato en lágrimas.
Las paredes alrededor de mí me envuelven, me dejan sin aire. Las veo caerse sobre mí, las veo presionarme hasta quitarme el aliento.
Puedo sentir como alrededor de mí los sonidos flotan y se vuelven casi invisibles. Hay un movimiento en la oscuridad, pero sé que no pueden ser ellos; ellos nunca podrían estar aquí atrapados, pero yo sí.
Más sonidos desgarradores salen de mi garganta. Mientras lloro, sigo pensando en Jill, en la Gema. No pude hacer nada para recuperar la Gema, pero tampoco nada para evitar la muerte de Jill. Tampoco pude averiguar a tiempo lo que pasaba, ni pude salvar a Steven y a los otros de esa horrible muerte.
Quizás estoy aquí porque me lo merezco. No sólo soy una asesina, soy una cobarde. Debí haber denunciado a Jill desde el momento en el que las dos asesinamos al profesor, debí haber escuchado lo que me decían los demás sobre ella.
Mientras más pasa el tiempo, mis esperanzas se van cada vez más abajo.
Hay un sonido metálico irritante. Levanto la mirada, y veo que un policía empieza a abrir la celda, invitando a pasar a un señor vestido de traje elegante, cargando un maletín en la mano.
—Buenas tardes. Soy el abogado enviado por su tía Nicolle para seguir su caso —Él avanza hacia mí, y se sienta a mi lado —. Ella estará aquí pronto ya que ya viene de camino. Me han permitido estar aquí porque necesito hablar con usted antes del interrogatorio.
—¿Del interrogatorio? —Me atrevo a preguntar, con la voz temblorosa.
—Sí, Emely. Necesitan hacerte unas preguntas para comprender que fue lo que sucedió —El hombre busca unos papeles de su maletín —. Por supuesto, necesito que me lo cuentes antes para manejar toda esa información y saber que hacer con ella para que sea conveniente para ti.
Lo miro, pero no puedo responder del dolor que está punzando dentro de mi pecho. En cambio, comienzo a llorar.
—Sé que esto es difícil, Emely, pero ahora lo único que nos queda es aceptar lo que sucedió —Me dice él con suavidad en su voz —. Allá afuera hay mucha gente que exige una explicación, pero a pesar de eso tienes todo el derecho de permanecer en silencio si es lo que quieres. La muerte de Jill Rawder ha afectado a todos, y la policía está luchando para que el caso se aclarezca cuanto antes, quizás por eso estén más agitados que de costumbre.
No creo en nada de lo que dice, quizás yo ya no tenga forma de salir de aquí y él me está mintiendo para poder hacer bien su trabajo de abogado. Quizás Sólo los ubican para hacer sentir a los presos que tienen derechos propios. ¿Qué derechos van a tener en este lugar? ¿Qué derechos vamos a tener en este lugar? — Corrijo, pensando que ahora soy parte de esto.
Me obligo a dejar de llorar por un momento, y recuperando el aire le digo —Pero no entiendo porqué me tienen aquí.
Él hace un movimiento lento con lástima.
—Porque desgraciadamente, Emely, tu madre hizo la llamada.
—¿Cómo?
—Tu propia madre llamó a la policía y dijo que tú habías aventado a Jill al lago —explica —. Ahora tu familia está aquí y han dicho que tú y Jill se llevaban mal, por lo que piensan que la mataste. Dicen que cuando ellos llegaron al lago, te encontraron repitiendo las palabra lo siento muchas veces mientras mirabas hacia el agua.
Sus palabras rebotan en mi pecho y me asfixian, como si el agua entrara a mis pulmones y mi cuerpo empezara a sentirse pesado.
Con un sobresalto, lanzo un grito ahogado de horror y cólera, sintiendo que me estoy rompiendo una vez más.
—No... no fue así —Con lágrimas brotando de mis ojos, lanzo un rugido de dolor —¡YO NO LA MATÉ!
El hombre se me queda viendo, como con lástima.
—Eso es lo que necesitamos probar, pero primero necesitas contármelo todo.
Hay un momento de silencio, porque no puedo contárselo todo, ni siquiera yo puedo explicarlo. No puedo decirle sobre la Gema, no puedo hablar sobre el pacto ni sobre los asesinatos, porque las cosas serán aún peores.
—¿Qué fue lo que pasó? —Vuelve a insistir, pero ahora con un poco de dureza en su voz.
Finjo estar recuperando el aliento, mientras pienso en que debería de decirle. Cualquier cosa podría hundirme más o revelar algo sobre el secreto de la Gema. Debo cambiar la razón por la que discutimos Jill y yo en su casa, pero eso debe de ser exactamente lo mismo que deba de decir en el interrogatorio. Debo de ser cuidadosa; lo suficiente para demostrar mi inocencia, pero para esconder el secreto.
—Yo estaba con Jill en su casa... —empiezo.
—No es cierto, Emely —Me interrumpe, mirándome con algo de molestia —. Ellos saben que tú te escapaste de la escuela para ir a la casa de Jill. Creen que te fugaste de la escuela para ir a matarla.
—No es verdad —digo —. Jill me llamó, me dijo que me escapara de la escuela porque tenía algo importante para mostrarme. Yo fui hasta su casa, y ella, ahí, ella... —Mi voz empieza a quebrarse al recordarlo —ella intentó matarme.
El abogado baja la vista a su libreta y empieza a anotar.
—¿Con qué?
—Con un cuchillo —Le digo con un nudo en la garganta —. Yo me defendí. Tuvimos una pelea en su casa y...
—¿Por qué ella intentó matarte?
—¡Porque estaba loca! —exclamo, sintiendo como las lágrimas salen disparadas de mis ojos —¡Todo este tiempo intentó matarme, siempre fue ella! ¡Nunca fui su amiga, sólo me estaba usando!
El hombre no me dice nada, pero anota algo en su cuaderno. Tan rápido como él levanta la mirada me pregunta si tengo alguna prueba.
—No. No tengo ninguna.
—Necesitamos esa prueba a como de lugar —dice él, de pronto algo exaltado —. Si la conseguimos, podríamos girar el caso y demostrar que fue Jill la que te agredió, y por lo tanto demostrar tu inocencia. Necesitamos algo que indique que Jill te odiaba.
—¡No lo sé! —exclamo —Yo... —Me detengo, y de pronto recuerdo el incidente de Jill la vez que todos pensaron que ella me había empujado.
Le cuento todo lo que sucedió, y le explico de la conducta vengativa de Jill en la escuela. Le hablo sobre Tina, Marissa y todos los estudiantes que estaban en contra de Jill ya que ellos fueron afectados por su violencia, creyendo que si respaldan mi versión de que Jill era un peligro en el colegio, yo podría salir liberada.
—Por supuesto que investigarán el ambiente escolar en el que se devolvían y como era su relación —Me dice el hombre escribiendo con prisa sobre las hojas —. Si conseguimos unos pocos testigos que acusen a Jill de agredirte todo este tiempo, podríamos avanzar más para conseguir tu libertad. Claro que, necesito que me cuentes que pasó en el lago y como fue que sucedió todo.
Trago saliva, al tiempo que empiezo a recordar lo que sucedió hace unas pocas horas. No quiero decirlo, pero necesito hacerlo.
—Jill salió de la casa y yo fui tras ella —digo, con un sentimiento extraño en mi pecho —. Había algo extraño en la forma en la que corría... Parecía que tenía intenciones de morir.
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