Atrapados en el silencio 🍁

🍁🍁🍁

Todos nos encontramos reunidos hoy en la sala. Después de llevar a Margareth al hospital, cada uno quiere escuchar lo que el doctor le dijo a Leonardo. Incluso yo. 

Me encuentro entre impaciente y preocupada, es imposible imaginarme que a ella le pudiera suceder algo malo.

Ella es mi madre. ¿Cómo podría yo odiar a mi madre? Aunque ella lo haga, yo no puedo devolverle ese sentimiento.

La sala se encuentra sumergida en silencio. Reconozco en los rostros de todos preocupación y duda. Ellos vieron la verdadera versión de Margareth aquel día, pero aún así la están ayudando y se preocupan por mi madre. Sobre todo Leonardo. Él ha estado muy al pendiente de ella en el tratamiento, en las terapias, en mantenerla calmada... En estos días que han pasado, me he dado que cuenta que Leonardo, a pesar de todo, no es una mala persona.

—¿Y qué tiene? —El padre de Leonardo es el primero en romper el silencio, reflejando la impaciencia de todos nosotros.

—Aún no lo sabemos, los resultados los darán dentro de tres días. — Leonardo mira atentamente a mi madre con tristeza.

Me siento en el sofá, al lado de ella, notando la palidez de su rostro y las ojeras que adornan debajo de sus ojos. Sus labios están agrietados y incluso hay rastros de lágrimas que derramó esta mañana cuando rogó para que no la llevarán al hospital.

—¿Te sientes mejor? —La pregunto tras un largo silencio observándola.

—¿Crees que voy a sentirme mejor? —Ella me obsequia una mirada medio fastidiada —Ahorita lo que necesito es un buen tra...

—Margareth, nunca te recuperarás si sigues así —interviene el padre de Leonardo.

Miro la mano de mi madre tan pálida como la nieve, tendida en el sofá, y luego la miro a ella, deseando, una vez más, que algún día ella me pueda llegar a querer.

—Emely —Me llama Leonardo —, déjala que descanse un rato. ¿Emely?

—Déjame unos minutos con ella. —pido sin voltear a verlo.

Parece dudar durante por unos segundos, pero finalmente asiente, saliendo de la sala algo inseguro al igual que los demás.

Me concentro en mirar a Margareth o través.

Tiene bolsas debajo de sus ojos, las líneas de expresión en su rostro acentuándose aún más, su mirada refleja cansancio. Y no es hasta ahora que me doy cuenta de cuanto ha envejecido.

—¿Quieres ayuda? —pregunto cuando ella empieza a moverse.

Viéndose sin ninguna opción, asiente, algo ofendida y derrotada.

Tomo su mano y la impulso hacia arriba, coloco mi brazo alrededor de su hombro, ella se sostiene del mío.

—Despacio. —Me dice ella, haciendo una mueca de dolor —. Aún estoy tratando de recuperarme.

—Sólo hemos caminado unos cuantos pasos —le digo, mirando hacia atrás para comprobarlo.

—Estoy cansada, Emely. Sólo quiero echarme a la cama.

No digo nada a eso y continuo dando pasos leves con ella. Me han dicho antes que el tratamiento que le han dado fue intensivo y que además encontraron otros graves problemas como anemia a punto de convertirse en leucemia. El alcohol la ha debilitado y todos sospechamos que es probable que tenga hepatitis.

Quiero que ella se recupere, no me gusta verla así. Tengo mucho miedo de perderla y luego pensar que ya no estará conmigo por mi culpa. Estos son los extremos que temí que llegaría.

Caminar así parece una eternidad, pero cuando finalmente llegamos a la habitación que comparten ella y Leonardo, la carga parece desvanecerse.

—¿Sabes? Creo que el próximo año regresaremos a Nueva York. —Me habla ella cuando estamos cerca de la puerta del dormitorio. Nunca creí que me diría algo como eso —Este pueblo apesta.

—¿Lo dices porque Leonardo no te ha dejado consumir una sola gota de alcohol? —Aparto su brazo de mi cuello con cuidado.

La ayudo a sentarse en la cama, ella avienta sus zapatos al suelo.

—El maldito de Leonardo cree que podría dejarme toda una vida sin alcohol, pero ni siquiera sabe nada sobre eso.

Oh, no, no. Ya he hablado con Leonardo sobre eso y hemos establecidos algunas normas —digo, levantando el dedo —. Primero, cero alcohol en esta casa, y me refiero a todo lo que contenga alcohol. Segundo, nada de auto-lesionarte ni lastimar a los demás.

Ella tiene el descaro de preguntar: —¿Y qué pasa si no las cumplo?

La miro sobre mi hombro, a punto de salir de la habitación. —Te saca.

🍁🍁🍁

En la escuela, le digo a Steven que nos saltemos la última hora de clases y me lleve a ver los recortes en la biblioteca sin que Jill lo sepa. Él me dice que me llevará primero al casillero que usaba Nefera y después iremos al otro lado, lo cual acepto.

El pasillo donde se encuentra el casillero de Nefera está desolado, inservible y oscuro, con una pobre iluminación con la que apenas nos vemos; los focos fundidos y otros como luciérnagas entendiéndose y apagándose, y los techos llenos de goteras, escurriendo humedad que vaga como fragancia en el aire.

En realidad, Steven me dice que ya nadie ocupa los casillero que están cerca del de Nefera por temor a su propio nombre, por lo que incluso la dirección ha abandonado el mantenimiento de este zona, y los únicos que vienen aquí son estudiantes morbosos y curiosos que se retan entre sí a venir, por lo que suponemos que no habrá nadie. Pero para nuestra sorpresa, el casillero en realidad no está solo:

—Era una zorra —oigo que dice una chica con desprecio, mirando fijamente el casillero —. Se acostó con mi padre en su tiempo de secundaria.

—Bueno, ojalá que se quede en ese maldito lago y no salga de ahí nunca —Le dice la otra con el mismo tono despectivo.

Para nuestra fortuna, no tardan mucho y se largan.

Steven y yo iniciamos nuestra labor de investigar todo lo que podemos. En realidad, sólo yo lo hago, ya que Steven piensa que quiero ver esto por pura curiosidad, pero para mí cada detalle minucioso puede servir.

¡Eh-eh! ¡Mira esto! —Steven me llama, su voz chillona siempre desborda alegría —. Aquí dice: en honor a Nefera, siempre te recordaremos.

Eso es lo que dice la inscripción en el casillero, sin embargo fue escrito por la misma directora, quien por supuesto lo hizo por obligación. Nadie apreciaba a Nefera. Eso se puede ver en los grafitis vulgares que han puesto en el casillero: insultos, menosprecios y chistes. Pero por supuesto, hay una pequeña parte en la que sí honran a Nefera; como flores rojas, cartas, y cajas de galletas.

Por un momento, me imagino a Nefera en un día común de escuela; abriendo su casillero, tomando libros y yendo a clases. Su silueta pasa al lado mío, y se va, dejándome a mí con la pregunta de porqué lo hizo, porqué se suicidó.

—Eh... parece que a Nefera le gustaban mucho la galletas. ¿Será que le importe si tomo una?

La voz de Steven me trae de vuelta a la realidad, y me doy cuenta que tiene una galleta, listo para comérsela.

—¡Suelta eso! —Se la quito, y él me ve con temor —¿No has escuchado que a un muerto no se le quita nada?

Steven se queda tieso, como asustado.

—Perdón. —Agacha la cabeza, cerrando los ojos —¿Ya nos vamos a la biblioteca?

Le digo que sí rápido, ya que siento que tener un segundo más a Steven aquí será como una bomba en explosión.

Nos dirigimos a ver los recortes. Nunca he venido a esta biblioteca, por lo que cuando entramos y nos miran, la gente lo hace con murmullos y exclamaciones en sus ojos: "Son los amigos de Jill". Todos apartan la mirada de sus libros y nos ven, comentando entre ellos. Me siento presionada y nerviosa, porque luego recuerdo lo que pasó en la biblioteca aquella vez y una ola paranoica me envuelve.

Juntos, ignoramos a la gente y nos adentramos a la biblioteca, Steven me lleva casi arrastrando a uno de los pasillos, donde puedo ver lo que ha prometido: recortes de la historia de Nefera pegados a la pared.

No hay fotos de ella como me lo había dicho, pero sí la página del periódico con la noticia de el suicidio de Nefera, una carta de la escuela escrita por ella para Navidad, un dibujo que hizo, un poema, sus notas escolares, historias escritas por los fanáticos, entre otras cosas.

Su letra es lo que más me llama la atención: la misma que estaba escrita en el papel que me lanzaron en la biblioteca aquella vez; el mismo trazo, el mismo ángulo, la misma caligrafía. Esa, sin duda, era una carta escrita por ella.

Todo mi cuerpo vibra de miedo. Ha estado observándome, sabe que la investigo, sabe quién soy. Y sin embargo, yo no sé que es lo que quiere de mí, ni a donde quiere llegar.

He escuchado de espíritus que tratan de comunicarse con la gente cuando dejaron algo pendiente en la tierra, pero si fuera así, ella ya lo hubiera hecho, y en vez de eso me ha amenazado, por lo que puedo deducir que su objetivo es acabar con mi cordura.

—Deberíamos irnos —dice Steven de repente —. Si Jill se entera que estuvimos aquí va a matarnos. Además, este lugar está cada vez más solitario y comienzo a sentir una especie de frío extraño.

Escuchar la voz de Steven me hace dejar de ver los recortes y volver a ver mi alrededor. No es que está cada vez más solitario, ya no hay ni una persona, aparte de nosotros.

—Tienes razón —Coincido —. Lo del frío. ¿Está encendido el aire acondicionado?

—De hecho, en esta parte no hay —Su comentario se suelta, y puedo jurar que ha creado una atmósfera tensa y pesada.

—Que extraño —susurro —. Mejor vámonos.

Juntos empezamos a caminar, Steven a mi lado. Nuestros pasos se escuchan resonar más como un eco sordo al estar la biblioteca vacía.

—Sí, claro. Como si de repente apareciera el fantasma de Nefera, ¿te imaginas? —Suelta Steven con una risita, aunque está sudando de los nervios —¿Qué harías si te apareciera un fantasma?

Dudo por un momento en que contestarle. —Bueno, le preguntaría que hay después de la muerte y quizás si han visto a algún Dios o algo así.

—Yo... —Se queda en silencio un rato, como pensando en lo que haría —Me haría amigo de él. Así, él podría traspasar las paredes y traerme todo lo que quiera sin ser visto.

Lo que ha dicho me ha dado gracia y ternura al mismo tiempo. ¿Un fantasma ladrón? Por supuesto, sólo a Steven se le puede ocurrir.

Un ruido extraño nos silencia, como una puerta siendo cerrada con fuerza. Steven y yo nos miramos con horror.

—¿E-escuchaste eso? —Él me pregunta con un hilo de voz, pero no le contesto ya que los dos nos echamos a correr.

Llegamos a la entrada de la biblioteca, donde, para nuestro asombro y terror, la puerta se encuentra cerrada. Steven comienza a jalar el picaporte sin ningún resultado, y me ve con una expresión de horror en sus ojos.

—Emely, la puerta está enllavada.

—No puede ser —Le digo, sintiendo una opresión en mi pecho, la sangre bombeándome con rapidez. Yo misma intento abrir con desesperación, pero no lo logro.

No puede ser, no puede ser, no puede ser...

—Emely... ¿Qué vamos a hacer? —El tono de la voz de Steven me hace girar a verlo, y me doy cuenta que está casi llorando.

—No te preocupes. —Trato de tranquilizarlo —Si gritamos y golpeamos la puerta con fuerza nos escucharán. Eso haremos, ¿entendido?

Steven asiente, y entre los dos montamos un ritmo de golpear y gritar al mismo tiempo durante más de diez minutos, pero nadie llega a auxiliarnos.

—No hay caso. —Lloriquea Steven, echándose al suelo en forma de derrota —. Tendremos que esperar hasta mañana para que nos abran, o en el peor de los casos empezaremos a comernos entre nosotros, y quiero advertirte que no tengo buen sabor.

—Steven, no llegaremos a ese extremo —Lo miro enojada, desconcertada por como puede hablar de esa forma en este momento.

—Tienes razón. No aguantaremos hambre. Después de todo, traje esto —dice brillantemente, sacando un par de cajas de galleta de su mochila.

—¿Las trajiste a pesar de que te dije que no? —Mi voz suena casi como un grito.

—Perdón. —Hace una mueca triste —Pero por lo menos esto nos salvará del hambre.

A pesar de que estoy enojada por haber robado del casillero de Nefera, sé que tiene razón. Lo más probable es que nos abran hasta la mañana, aguantaremos hambre y frío, tenemos que buscar una solución por el momento.

Derrotada, y sin más opciones, acepto la galleta que me ofrece, y empezamos a comer.

Pasan los segundos, los minutos y luego las horas, y aún seguimos encerrados en este lugar, sin que nadie nos escuche, como si de pronto fuéramos olvidados por la sociedad, por todos, e incluso ya no importara gritar para ser escuchado.

El calor empieza a asfixiarnos; la biblioteca no tiene ni una ventana, y han apagado el abanico, pero por lo menos nos dejaron la luz encendida. Mi mente ya no puede ser pensar con claridad, estoy física y mentalmente encerrada, todo luce blanco...

—¿Oles eso? —Steven olfatea el aire —De pronto, un olor extraño invadió mi nariz.

Olfateo también, y me doy cuenta que tiene razón. Un olor pesado y demasiado fragante llena el aire, como una colonia de las que dicen ser de brisa marina. Pero es imposible que alguien se esté aplicando perfume cuando estamos sólo nosotros dos.

—Sí, es verdad. ¿Qué clase de perfume es ese?

—No sé. —Steven finge tener escalofríos —Pero en cualquier momento pueden aparecer dos gemelas pidiéndonos que juguemos con ellas.

Le doy una mirada cansada. Ha estado hablándome de eso durante la última hora, citándome películas de terror famosas, diciéndome que algo así podría pasarnos, pero yo sé que esto tiene dos explicaciones: O Nefera nos encerró, o alguien más lo hizo. Tengo ciertas sospechas que alguien que odia a Jill, y por ende a nosotros, lo hizo. Quizás alguien que estaba leyendo y nos vio entrar a la biblioteca; uno de los tantos enemigos de Jill.

Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando se escucha que alguien está abriendo la puerta. Steven y yo nos miramos rápido. La puerta se va deslizando poco a poco hasta abrirse, el sonido de la puerta astillada llena el aire. Mi corazón casi explota cuando reconozco un cabello esponjado al filo de la puerta, su silueta observándonos con una mirada afilada.

—¿Qué hacen aquí? —La voz de Tina suena como de ultratumba, llenando el vacío con una falsa esperanza —La escuela cerró hace horas, ya son las siete de la noche. ¿Cómo es que están aquí?

—Alguien nos cerró la puerta —Me levanto rápido y la encaro —. Estábamos aquí, y de pronto escuchamos como nos dejaron encerrados sin que nos hubieran avisado antes.

La mirada de Tina no me dice nada, sólo nos está frunciendo el ceño como si estuviera enojada, pero sé porqué está aquí. Según tengo entendido, ella es quien se encarga de abrir y cerrar la biblioteca, además de otras responsabilidades. Es al parecer un personaje importante en la escuela. Según me han contado, la directora le tiene bastante confianza.

—Nadie tiene porqué avisarles, todos ustedes saben que la biblioteca se cierra quince minutos antes de que cierre el colegio —Su voz suena demasiado seca, casi afilada —. De todas maneras, ¿qué hacían aquí?

—Veníamos a investigar algo —digo rápido.

—¿Qué cosa?

—Queríamos saber un par de cosas que no nos dicen nuestros padres —Le digo para incomodarla y que deje de hablar.

Tina se me queda viendo un segundo, como sospechando. Pero al final no dice nada. —Ok. Salgan rápido, antes que la directora se entere.

Steven y yo salimos sin volver a verla, sospechando de ella sin decirlo.

Sé que ella odia a Jill, aún así, ¿sería capaz de desquitarse con nosotros solo porque somos amigos de Jill?

Esperamos a que Tina vuelva a cerrar la biblioteca para que se vaya con nosotros, mientras Steven me hace gestos de lo que yo también pienso.

—¿Por qué volviste a abrir la biblioteca? —Le pregunto a Tina cuando ya hemos empezado a caminar —Tengo entendido que ya no la vuelven a abrir en la noche.

Miro expectante el rostro de Tina, cualquier señal de que está diciendo una mentira para comprobarlo. Pero ella es tan audaz en fingir, o quizás esté diciendo la verdad, que no puedo notar nada.

—Venía por un par de cosas, pero luego recordé que no estaban ahí, hasta que los vi a ustedes.

Le asiento como si estuviera de acuerdo, aunque no le crea del todo.

Caminar en la noche por los pasillos de una escuela solitaria es definitivamente aterrador.

Las luces de muchas lámparas no consiguen dar en varios puntos, lo que ocasiona que caminemos sin mirar nada, ni a nosotros mismos. Hay otras que muestran una danza de encenderse y apagarse que de alguna manera me pone incómoda y impaciente. Incluso a Steven, que siento que se pega más a mí con pequeños temblores en su cuerpo.

La escuela parece un lugar abandonado; Después de un agotador día de clases, la basura se encuentra tirada por todas partes, al igual que los pupitres desordenados. Hay dibujos obscenos en las paredes y incluso amenazas escritas a otros estudiantes. Pienso por un momento en que cualquier lugar en el que haya oscuridad y se encuentre abandonado es aterrador. Sobre todo, cuando caminas de noche con una persona que no te transmite confianza.

—¿Jill sabe que estuvieron investigaron a su hermanita mayor? —La voz de Tina me hace volver a verla, y lo que ha dicho me hace congelarme —¿No lo sabe, no?

¿Así qué ella sabía para lo que estábamos aquí?

—¿Qué demonios tratas de decir, Tina? —Esta vez he abandonado mi tono de voz amable con ella —¿Qué ganarías si se lo dices?

—Nada —Se encoge de hombros —. Pero por mí no te preocupes, no le diré nada.

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