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Esa frase retumba en mi mente. Sara lo sabe, otra prueba de que no estoy loca como creía.
A pesar de saber que ella puede ser culpable, decido no darle más vueltas al asunto. Estoy empezando a obsesionarme con ello y no es sano. No puedo seguir estando al pendiente de cada cosa que me sea sospechosa, no puedo resumir mi vida en una paranoia.
A la mañana siguiente, me siento más decaída que de costumbre, sin embargo esta vez ayuda que Margareth no está, ya que ella fue internada por un tiempo breve en una clínica de ayuda para alcohólicos, lo que me ha hecho respirar con alivio.
Me he dado cuenta que los demás han estado más preocupados por mí desde lo sucedido con mi madre. Ellos se aseguran de que coma bien, de que vaya al psicólogo, de que duerma, de que detenga mis pensamientos negativos. Agradezco que ellos lo estén intentando, sin embargo reconozco que ellos me están ocultando algo y es algo grave. Sara, sobre todo. ¿Qué esconde? ¿Qué trata de ocultar que hace que se ponga nerviosa cada vez que la miro? ¿Por qué lo hace?
El incidente ese día con la cámara me hace recordarlo. ¿Quién la apagó?
La pregunta hace estremecerme. No quiero una respuesta ahora que me doy cuenta. No quiero saber nada sobre lo que está ocurriendo en este lugar, pero, y si lo ignoro, ¿qué pasa si lo que está amenazándome termina por ahogarme?
Cerrando los ojos, decido ya no prestarle atención al tema al menos por hoy. Necesito dormir, descansar para mañana.
Pero hay algo que también me preocupa: Jill.
"¿Qué diablos hiciste, Emely?"
No me atrevo a hablarle, pero sé que es lo que debería de hacer. Le dije cosas tan malas ayer. Aún cuando confió en mí, yo la lastimé. Aún cuando ella pensó que yo era diferente a los demás, la juzgué como todos. ¿Qué buena amiga hace eso? Nadie.
Llego temprano a la escuela en la mañana y corro hacia la puerta de entrada para ir a buscarla en el patio. Al encontrarla sentada en una banca, me doy cuenta que tiene un semblante deprimido. Con el rostro agachado y melancólico, Jill parece ser una persona llena de sufrimiento y de tristezas, lo que hace lamentarme aún más.
Vacío mis pulmones y me acerco. Creí que al estar cerca de ella podría decirle todo lo que siento, pero en cambio no me salen palabras y no sé cómo comenzar.
—¿Jill? —Lo intento.
—Tú piensas lo mismo que ellos, ¿no? —me interrumpe de forma seca sin levantar la mirada y sin girarse hacia mí, no está triste, suena enojada.
—Jill, tienes que saber, yo no...
—Si lo haces. —Me interrumpe, esta vez de una forma algo violenta.
O través lo intento, dando un paso hacia el frente para estar más cerca de ella. —Yo no quería...
—Pero lo dijiste. —Me corta abruptamente otra vez, y ahora levanta la mirada para verme. Sus ojos negros están brillando de tristeza—. Lo dijiste, dijiste lo que los demás también dicen. ¿Cómo sé que no eres como ellos?
"¿Como sé que no soy como ellos?"
"No lo sé, Jill, no lo sé. Yo también me hago la misma pregunta siempre".
—Estaba pasando un mal momento, Jill, —Trato de hablar o través, con un nudo en la garganta porque ahora estoy expresando lo que siento en verdad. Me está costando articular palabras —, quería estar sola, tú no me hacías caso, ¿cómo iba a actuar, entonces? Debes de saber que cuando una persona está lo suficientemente afectada lo menos que puedes hacer por ella es alejarte. Lamento si te lo dije de una mala forma.
Jill frunce el ceño, causando que en su frente se dibujen unas cuantas líneas de expresión, un gesto que suele hacer casi siempre, causando que las líneas se acentúen más. —Estaba intentando ayudarte.
—Lo sé, lo sé —exclamo rápido —¡Y de verdad que muchas gracias! Tú actuaste de buena fé, ¿y yo como te lo devuelvo?
Silencio por parte de ella.
—¿Entonces porqué lo dijiste? —Me pregunta de pronto, sus ojos profundos clavándose en los míos —¿Por qué dijiste eso? ¿Qué sentido tenía?
La veo con tristeza, compartiendo su dolor como si fuera el mío.
—Estaba enojada. No sabía cómo actuar, lo único que quería era... era que tú te alejaras. —De pronto, me siento aliviada de habérselo dicho —. Perdóname, Jill. En serio lo lamento.
Ella se me queda viendo por unos largos segundos con una mirada lastimada. Y ahí me doy cuenta que Jill es una persona sensible, humana... ¿Porqué demonios la ven como un monstruo?
—Está bien —dice después de varios tortuosos segundos que se me hacen eternos —. Te entiendo. Yo también he hecho cosas estúpidas estando enojada.
—¿Estás perdonándome? —pregunto sorprendida, casi sonando ridícula.
—No has hecho nada malo. —Me contesta ella —. Me preocupé por ti, Emely, olvidando que no toda la gente sobrelleva las cosas de la misma manera. Tú lo haces en silencio; lloras en silencio, te torturas tú sola en silencio. Ayer, en la cafetería, te estaba hablando cuando de pronto comenzaste a llorar. Lloraba en silencio, y yo me preguntaba porqué lo hacías. —Hace una pausa mirando hacia abajo, como si estuviera sintiéndose culpable también —. No soy buena con las palabras, Emely, no soy buena animando a la gente. Sin embargo, puedo asegurarte, que si quieres llorar, tienes todo el derecho de hacerlo.
Hay un nudo en mi garganta, nadie jamás me ha dicho que soy libre de expresar lo que siento, que tengo ese derecho.
La amistad que tenía con ella me parecía inquebrantable. Era como si Jill supiera mas de mí que mi propia familia.
—Jill... era una tontería. —Aparto mi vista de la de ella antes que su mirada atrape mis ojos y se de cuenta que no es verdad.
—No creo que haya sido una tontería. —Ella se acerca hacia mí y me pellizca el hombro —. No es la primera vez.
Me quedo en silencio. Ella, indirectamente, me está haciendo recordar la vez que me desmayé.
Me trago las lágrimas. —Suelo ser muy sensible, Jill. Lloré por una estupidez que ya resolví. No tienes porqué preocuparte.
—Todos tenemos algo que esconder al mundo, Emely. —Me dice ella —. La gente piensa que hacerse los fuerte al no demostrar como están, les será mejor, pero en realidad la fuerza está en expresar lo que uno siente, aceptarlo y luego tratar de mejorar en eso.
Miro de vuelta a Jill y le sonrío con tristeza. Todo lo que ha dicho lo he intentado para seguir adelante, sin embargo no he podido con ello. Y sé que a ella también le cuesta comprenderlo.
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Los preparativos para la siguiente obra empiezan en el teatro, por lo que Jill y yo también ensayamos en su casa.
—No te preocupes, contigo en la obra no seremos un fracaso. —Me dice Jill tirada desde la cama.
—Jill, no es para tanto —digo un poco avergonzada.
—Vamos, Emely, por favor, ¡tienes que ser modesta! —exclama, reincorporándose en la cama.
—Pero es que...
—Shh... ¡Por una vez acepta un elogio!
Muevo la cabeza.
—Está bien, ok, tú ganas.
—Voy a aprenderme estas líneas —dice volviendo la vista a su cuaderno —; aquí dice: la chica corrió apresurada en el bosque oscuro mientras gritaba: "¡viene el lobo, viene el lobo!"
—¿Caperucita roja? —pregunto, mirando a su cuaderno.
—O un intento. —Me dice ella, arrugado la nariz —. No me sorprendería que esta fuera una asquerosa adaptación de la caperucita que termina castrando al lobo.
Me río.
—¿Esta vez tus padres llegarán? —pregunta, mi risa se detiene.
—No lo creo —digo, y me apuro a decir: —, ya sabes, asuntos del trabajo.
—Pero tu madre no trabaja...
—Pero tiene muchas cosas que hacer.
Un tenso silencio se ha apoderado de este lugar.
—¿Qué sucede? —pregunto al ver que Jill no dice nada durante largos segundos.
—Sobre lo de ayer...
—Jill, lo lamento, de verdad —digo preocupada de que retome la conversación —. Yo nunca quise decir eso. No quise juzgarte, pero lo hice aún sabiendo como se siente.
—No es eso —Ella está mirando fijamente hacia abajo, rasguñando algunos hilos sueltos de su cama —, me quedé pensando en lo que me dijiste.
—¿Qué cosa?
Pero ella no me lo dice en ese instante. Ella sigue mirando hacia abajo con la mirada perdida, como si no quisiera decirlo. ¿Qué pasa Jill?
—Quiero decir, eres muy diferente a mí. Tal vez todos tengan razón
Empiezo a alterarme, ¿Qué quiere decir con eso?, ¿A dónde demonios quiere llegar?
—¿De qué estás hablando?
—En que deberías de alejarte de mí, Emely. En que quizás, ellos tengan razón. Quizás es cierto. Deberías de alejarte de mí y no volver a hablarme nunca.
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