Mi cuerpo

          Estaba despertando cuando me di cuenta de que estaba atada con nudos de sogas fuertes en mis piernas y mis brazos, me sujetaban de tal forma que me sentía como una simple extensión de la cama donde estaba tirada. Mi mente no tenía mucha lucidez y sonreía y reía en voz alta. Mientras que dentro de mí escuchaba susurros que anhelaban apoderarse de mis movimientos. Sin embargo fui más fuerte y mantuve el control de todo mi ser.

          —¡Ayuda! —grité con una voz fina y asustada que no era para nada la mía —¡Por favor! —supliqué nuevamente, mientras escuchaba personas murmurar a las afuera de la puerta de la habitación, especulaban hacerme daño, de eso estaba segura —. ¡No pueden hacerme esto! —grité aún más fuerte mientras intentaba zafarme de las ataduras, no sentía dolor y si lo sentía no me importaba, solo quería ser libre.

          Había una voz detrás de la puerta que yo no reconocía, pero no era la voz de mi esposo, era alguien más, con voz autoritaria que me hacía la piel de gallina. Aún así no me inmuté y seguía intentando zafarme con fuerza.

          Mientras más y más suplicaba más me sentía ignorada pero el sentimiento negativo del rechazo gobernaba más y más de mi mente y no podía evitar reírme, este mismo sentimiento me daba más fuerza y pronto la cama donde estaba empezó a mecerse con cada movimiento que yo hacía.

          Mis muñecas pronto empezaron a enrojecerse y un ardor gratificante empezó a emanar de ellas al igual que en el lugar de las ataduras quemantes en mis piernas.

          —¡AYUDA! —grité, esta vez con aún más fuerza y las cosas en la habitación como los cuadros familiares colgados en la pared y un crucifijo, se cayeron al suelo como sí de pronto empezara a temblar en el lugar. No sentí miedo pues lo único que anhelaba era que soltaran las ataduras.

          De pronto todo mi cuerpo empezó a sentir calor y sentí como si rechazara mi propia existencia, a su vez en mi mente aparecían esos extraños susurros. De pronto tuve visiones de una infancia que nunca viví, yo una niña que corría en el patio buscando una pelota que había arrojado una mujer, sí probablemente mi madre. Un perro, una playa, el mar. Recuerdos felices que jamás yo había vivido.

          Estos recuerdos me habían quitado el control de una de mis manos y luego de uno de mis pies.

          —¡Ya vete! —grité con furia intentando retomar el control pero no fue así, pronto me desvanecí y todo se tornó oscuro nuevamente.

          Esta vez era yo quien luchaba por tomar el control pero de alguna forma sentía que todavía estaba atada allí, esperando a ser liberada. Ahora simplemente estaba saltando entre recuerdos distantes de esa misma vida que yo no había vivido, me casaba, tenía un hijo, hasta pude recordar los dolores de parto, una infidelidad, el perdón, la tristeza y la soledad. Sí eso sí lo conozco, la tristeza y el dolor sobre todo.

          Contar sobre el principio de mi existencia y lo vago de mis deseos me parece absurdo y sería algo que ni el más enfermo mentalmente de los humanos entendería, dentro de los nuestros se les consideran una mísera plaga ignorante y terca, simples capullos que utilizamos a veces para nuestra diversión.

          Lo que sí puedo contar, es el día que conocí a Liana, para ellos solo era un simple viaje espiritual a un lugar donde todas estas cosas son más activas. Ustedes le suelen llamar la “montaña de los espíritus”;  allí los dos esposos junto a otro grupo conocerían a una antigua cultura aborigen que realizaba invocaciones espirituales en medio de sus rituales tradicionales.

          Justo en el momento que sentí la presencia de Liana me sentí atraída a ella, un alma noble que aunque en esos instantes parecía estar feliz guardaba en su interior un sentimiento tan negativo que me atrajo a ella con la fuerza de un gran imán. Desde ese entonces, estuve en su cuerpo.

          Cuán parecido a un simple virus entré en su cuerpo para invadirlo, con muchos instantes de oscuridad exploré cada destello de tristeza de su mente para poder vivir en ellos y gobernarlos, por instantes pequeños, tenía el control de sus dedos, de sus ojos y hasta de su boca, eran tan fugaces que ni siquiera la propia Liana se daba cuenta que yo era la que a veces insultaba a sus seres queridos, que yo era la que le pegaba a su hijo cuando hacía cualquier travesura o que yo era la que le negaba el sexo a su esposo cuando era hora de acostarse.

          Pero poseer un cuerpo no era difícil. Lo que resultaba muy difícil era mantenerse dentro de él, la misma alma de Liana luchaba con todas sus fuerzas para sacarme, lo que hacía que el cuerpo tuviese de pronto fiebres altas, llagas y una fatiga constante. Era evidente que yo no me iba a ir y mucho menos cuando a la mente de Liana cada vez más llegaban pensamientos negativos. Incluso pude encontrar en su mente ese justo momento cuando descubrió la infidelidad de su esposo.

           Ese día después de buscar a su hijo a la guardería. Liana regresaba a su casa un poco más temprano de lo normal cuando de pronto al llegar a la puerta escuchó lo que para ella era algo totalmente reconocible. Unos gemidos de mujer siendo complacida. Hurgué tanto en su mente que supe que ella tenía tiempo sin ser complacida por su esposo, desde el nacimiento de su hijo él ni siquiera se había preocupado por tocarla, escuchar esos gemidos la afectaron pero lo que más destruyó su corazón fue escuchar la voz de su esposo en un éxtasis de placer que anunciaba que estaba por terminar lo que había empezado.

          Justo en ese momento Liana entró en pánico, tenía a su hijo en sus brazos. Además que no quería ver la escena. Por lo que prefirió salir del lugar y no hablar nada al respecto, decidió de alguna forma perdonar. Aún así, ese recuerdo le carcomía cuando la pude poseer, entonces me aseguré de que ese recuerdo saltara a su mente en todo momento.

          Luego de eso, el cuerpo empezó a vomitar más y más frecuente, hasta que la hermosa figura de Liana se desvaneció, ahora parecía una anciana con huesos y dientes débiles a falta de calcio, piel seca y quebradiza a falta de vitamina D. Su esposo preocupado envió a su hijo con su abuela esperando que lo que ella tenía no fuese algo contagioso.

          Terminó por llevarnos al doctor varias veces, pero la medicina a mi posesión le llamó una simple depresión y pues de cierto modo no se equivocaba pues lo síntomas eran bastante similares. Ambas cosas deterioraban el cuerpo y la mente a más no poder.

          Cómo les explicaba, no podría decirle lo vago de mis deseos, pero sí que una de las razones por la que hacemos esto; es por el placer que nos da la tristeza, el dolor y el sufrimiento, así que mientras un día dormíamos plácidamente, yo tomé el control absoluto del cuerpo de Liana y me subí sobre mi dormido esposo y lo empecé a ahorcar con todas las fuerzas de el cuerpo que habitaba.

          Sus ojos se abrieron de golpe y pude notar como su extrañeza se acrecentó mucho más cuando vio mi cara con una sonrisa que casi no cabía en mi rostro, mostraba mis dientes blancos y mis ojos vacíos sin ni siquiera pestañar.

          Cuando sentí que la vida escapaba de su cuerpo lo solté y él empezó a respirar desesperado,  sus mejillas empezaron a recuperar su color natural. Se sentó en la cama ansiando que el aire volviera a llenar sus pulmones, agitaba su mano derecha con desesperación, su cuerpo parecía ahogarse porque empezó a toser mientras sostuvo su cuello adolorido. Me señaló mirándome con sus ojos rojos y su lengua afuera como perro que no había bebido agua.

          Salí de la habitación sonriendo y riendo a carcajadas, escondiéndome como niño que busca llamar la atención. Cuando al fin él recuperó el aliento fue detrás de mí.

           —¿Qué te sucede Liana? —preguntó con voz ronca y aún estaba tosiendo mientras daba pasos errados buscándome —. ¡Estás enferma! ¿Por qué rayos me estabas ahorcando? Sentía que iba a morir.

          Estaba segura que podía escuchar los latidos de su corazón acelerado buscándome con nerviosismo pero también detectaba un poco de ira. Me acerqué a una puerta y la cerré de golpe y me volví a esconder, enseguida el corrió hacia ella pero yo no estaba adentro. Ni siquiera se le ocurrió mirar en donde yo estaba, pues para él era imposible que yo estuviese allí.

          —¿Dónde estás? —preguntó y después de unos minutos sin encontrarme sintió un escalofríos que le heló la sangre, era ese instinto humano que les suele avisar a ustedes que alguien los está mirando. Ese mismo sentimiento fue el que mi esposo sintió, lentamente giró su cabeza y observó hacia arriba y me miró, yo estaba allí observándolo con mi sonrisa divertida, estaba trepando el techo con normalidad como si yo fuese una araña.

          —¡Dios santo! —fue su expresión cuando vio mis ojos saltones. Como una misma araña bajé a su encuentro, él estaba petrificado, le di un beso y lo abracé —. Volvamos a la cama amor. Esa noche no dijo palabra alguna y estaba segura que no había ni podido dormir.

          Hice cosas similares por un tiempo, a veces decidía dejar el cuerpo y empezar a agitar cosas en la cocina y hasta en la misma habitación para hacer que el mismo se levantara de la cama para ir a revisar lo que sucedía, pues mi esposo era un hombre escéptico y tan necio que se negaba a creer que a su esposa la había poseído algo.

          Me deshice de su aburrido escepticismo el día que despertó y no me halló en la cama. Esa vez se aseguró de buscar en casi cada rincón de la casa aún así no pudo encontrarme. Incluso buscó en el techo, pero tampoco estaba ahí, nuestra casa tenía dos pisos y nuestra habitación estaba en el piso de arriba, este tenía una inmensa ventana que normalmente estaba cerrada, pues debido a su inquietud por no encontrarme decidió asomarse por ella.

          Abrió la cortina y me vio allí, pero yo no estaba de pie sobre nada sino que flotaba en el aire con los brazos y manos hacia los lados asemejando ser una especie de cruz. Enseguida abrió la ventana y me metió dentro. No pudo evitar caer en llanto mientras yo me reía plácidamente.  

          —¡Estúpido bebé llorón! —recuerdo que le dije y él no me respondió.

          El ultimo día antes de que decidiera amarrarme mientras dormía en la cama. El cuerpo decidió no permitir ni el control mío ni el control de el alma de Liana, estábamos en un estado vegetal, no comíamos ni bebíamos sino que parecíamos un cadáver sin vida. Sentía el alma y los pensamientos de Liana intentando tomar el control con todas sus fuerzas, pero sin poder lograrlo.
   
          Ese día nuestro esposo intentó hacer todo por nosotros, empezó por darnos de comer, cosa que no funcionó porque terminamos vomitando todo, incluso un extraño líquido que se asemejaba a la bilis humana pero más putrefacto y hediondo.

          Nos intentó llevar a hacer nuestras necesidades pero en cuanto lo hacía parecíamos estíticas, aunque al final terminábamos defecándonos y orinándonos en el mueble o en la cama.

          Y al final nos bañó en la bañera. Algo de esa agua fría hizo que pudiera volver a tomar el control del cuerpo. Quizás lo que me había despertado era el hecho de que estaba completamente desnuda delante del hombre que era el esposo de mi nuevo cuerpo. La lujuria se apoderó de mí ser e intenté seducirlo.

          Él se sorprendió al ver que había recuperado la movilidad. Pero solo le bastó verme a los ojos para saber que yo no era la esposa que él buscaba , en la misma bañera yo masajeaba mi sexo con fuerza intentando alcanzar placer y provocarlo pero esto solo hizo que provocara un llanto y tristeza en él, le dio tanta tristeza y enojo que pronto tomó la decisión de sacarme de la bañera. Me envolvió en un paño y me levantó hasta llevarme a la cama. Allí lloró un buen rato, intentó hacer unas oraciones y rezos pero al parecer ni sabía cómo hacerlo.

          —¡Vamos hombre, deja de decir tonterías! Ven y cógeme —recuerdo que exclamé —. ¡No eres ni capaz de cogerte a tu mujer!

          Mis palabras parecieron afectarlo bastante porque enseguida se salió del cuarto agitando la puerta con fuerza.         

          Después de eso recuerdo que dormí en la cama donde el mismo me había llevado y ahora aquí me encuentro amarrada retorciéndome por mi libertad. Esperando que esos que están afuera terminen de murmurar cosas y me hagan todo el daño que planean. No les tengo miedo.

          La puerta rechinó y observé una luz brillante que me encegueció enseguida. De alguna forma me di cuenta de que la simple presencia de esta autoridad hacía que mi cuerpo ardiera y aunque era brutalmente doloroso sentí placer y reí a carcajadas. Me hice sorda en un principio a todas las palabras que el viejo católico me dijo, pero de pronto pude sentir como me arrojaba algún líquido cargado de tanta “fe absurda” que me quemó. Y de pronto empecé a escuchar sus palabras.

          Ni siquiera puedo mencionar las palabras y el canto de rezos y oraciones que decía mientras me daba latigazos con el agua que él llamaba bendita, pero que para mí solo era algo cargado de suficiente fe como para hacerme daño.

          Mi cuerpo empezaba a retorcerse mientras que mis huesos tronaban y sangraba por las encías por la intensidad con la que apretaba mis dientes.

          Pude observar como mi esposo se asomaba por la puerta y desde lejos lo empecé a ahorcar como sí pudiera extender mis brazos más allá de mis manos, el se sintió asfixiado y el lugar se tornó tan frío que mi cuerpo tenía la temperatura de un cadáver sin vida. Frío, helado y tieso pero aún podía moverme y como no podía liberarme de las ataduras con sogas llenas de fe. Mi esposo cayó al suelo pero se mantuvo fuera de la habitación y también empezó a rezar con el mismo canto que el viejo.

          Empecé a ascender llevándome la cama conmigo. Todo en el lugar dejó de tocar el suelo incluyendo al viejo católico que no parecía inmutarse y aún brillaba con esa luz.

          —¡ESTE CUERPO ES MÍO! —grité con mi verdadera voz y la ventana que nuevamente estaba cerrada se abrió de golpe dejando entrar una ráfaga de viento tan fuerte que hizo caer todo al suelo nuevamente.

          Pude soltar uno de mis brazos y luego con este arranqué la otra soga en mi otra muñeca, enseguida fui a atacar al viejo anciano pero como si me repeliera como el agua al aceite no podía tocarlo. Sacó un crucifijo, uno muy parecido al que antes estaba en mi cuarto y no me había afectado. Mientras gritaba sus cantos lo puso en mi frente, quemando más que la piel de mi cuerpo. Quemándome por dentro por la cantidad de fe que contenía.

          Pronto todo se tornó oscuro y vacío hubo un silencio perturbante, pensé que era mi fin. Podía imaginar a Liana regresando a su cuerpo… Desaparecí. Dejé de existir.

…..
….

..
.

          Habían pasado unos tres meses y ya nuestra vida había vuelto a la normalidad, ya no estaba en mi cuerpo, solo estaba yo, ya no quemaba. Ya no sufría algo parecido a ningún tipo de virus. El exorcismo había funcionado y mi hijo volvió a vivir conmigo y con mi esposo, ya no eran necesarios los pensamientos de infidelidad. Después de todo lo que habíamos pasado el mismo admitió todo lo que había hecho y me pidió perdón.

          A veces extraño escuchar los pensamientos de Liana, pero el viejo católico al final logró sacarla y ahora solo quedo yo y mi nuevo cuerpo.

Fin.

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