4. Aleteo
El aleteo de las alas
de una mariposa
se puede sentir
al otro lado del mundo.
Desconocido
Su trigueña piel palideció. Miranda no daba crédito a lo que acaba de escuchar. Al parecer, la única forma de prevenir la aparición de Horas era evitando que Felipe naciera, ¿acaso eso no equivalía a volverlo a matar?
—¿Son conscientes de lo que están tramando? —Miranda les reclamó, indignada—. ¡Es un niño, por amor al Solem! ¿Cómo...? —Negó molesta, con las lágrimas escociéndole los ojos—. ¿Cómo se atreven siquiera a pensarlo?
Aturdidos por la reacción de la joven, los Primogénitos se observaron, comprendiendo que esta no había entendido el plan.
—¡Hey, Miranda! —Aidan se le acercó, mostrando la ternura que solo un padre amoroso puede tener—. Nadie está hablando de asesinar a esa criatura. Solo evitaremos que sus padres se conozcan —informó, notando el desconcierto en Miranda—. Por años, hemos visto como un simple detalle puede trastocar toda una historia. El destino no está escrito, por lo que puede ser alterado.
—Pero si los padres de Felipe jamás llegan a conocerse; entonces, ¿qué pasará con Asier? —Miranda conocía la respuesta, pero necesitaba oírla.
—No creo que a Asier le llegue a molestar la idea de no ser un miembro de la Fraternitatem —intervino Saskia—. Su resentimiento hacia el Solem es capaz de traspasar cualquier barrera, incluso la del tiempo, así que temo que no exagero si te digo que va a terminar agradecido.
—Pero no estamos hablando de pertenecer o no —reclamó Miranda—, estamos hablando ¡de nacer!
Desconcertada, miró a cada uno de los Primogénitos, incluso a Ignacio, dándose cuenta de que todos compartían la misma opinión.
—¡No puedo creer que piensen que eso es lo mejor para Asier! —resopló la joven—. Sí, es un pesado, una molestia para la Hermandad. Nos tiene hasta la coronilla con sus patéticas lealtades, pero ¿no es acaso esa una consecuencia de haber perdido a su hermano? ¡Él fue testigo del asesinato de Felipe! ¡A cualquiera se le cruzarían los cables!
—¿Y crees que es el único que ha tenido que perder a alguien? —la interpeló Itzel—. Sí, no voy a discutir el hecho de que cada cabeza es un mundo, y todos reaccionamos distinto, pero Asier está lo suficientemente grandecito como para discernir, y siempre prefiere jugar en contra.
Miranda no pudo rebatir el argumento de Itzel. Se llevó las manos a la cintura, bajando el rostro. Se mordió el labio inferior hacia una de las comisuras. Tenía la sensación de que algo estaba fallando en dicho plan.
—Okey, supongamos que el plan funciona y la familia Garzón Fernández no se llega a formar. ¿Qué haremos con las otras dos Llaves? —quiso saber Miranda.
—Al evitar el nacimiento del alma que custodia Horas, se revelará el alma que lleva a Minutos oculta en su esencia —comentó Amina—, y luego pasará lo mismo con Segundos. Las Llaves no verán la luz del mundo. Por consiguiente, no habrá peligro por un par de siglos más.
—¿¡Un par de siglos!? —se quejó Miranda.
—O toda la eternidad —interrumpió Ibrahim, acomodándose los lentes—. Sí, quizás Mane nunca vuelva a ser el Clan de antaño y tenga que estar condenado a vivir en esta Dimensión; pero es preferible eso a que terminen en manos de alguien que podría ser mucho peor que Giovanna.
—Vale —aceptó Miranda, a medias—. Hasta aquí todo bien, borramos a Asier y a Felipe del mapa. ¿Qué pasará con Mauricio, Camila, Adrián, Linette, Ximena, incluso con Kaiwono? —Fue incapaz de nombrarlo, ella sabía que, al final, el destino de Imanol sería igual al de los otros.
—A ciencia cierta, no lo sabemos —respondió Gonzalo—. Puede que nazcan, o quizás no. Puede que sean Primogénitos o no...
—¿Cómo que no lo saben? —les reclamó Miranda.
—«El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo» —citó Ignacio, taciturno.
No solo Miranda lo contempló, sino que todos lo hicieron. Allí, sobre el posabrazos del sofá, con el cuerpo dirigido hacia una de las paredes y la mirada perdida entre la nada y el piso, Ignacio suspiró. En el fondo, seguía siendo el mismo chico introvertido, prudente y analítico de siempre.
Ignacio se irguió.
—No te voy a pintar pajaritos en el aire, Miranda, porque no eres una pequeña, aunque no dejemos de verte así —le confesó el Primogénito de Mane—. Un simple acto, como evitar que Asier y Felipe nazcan, puede alterar todo lo que conoces hoy. —La miró fijamente—. Muy probablemente, los amigos con los que has compartido, los que más has querido, dejen de existir... Perdón... —Negó, corrigiéndose—. Posiblemente nunca lo hagan.
Las piernas de Miranda fallaron. Aidan, quien estaba a su lado, reaccionó rápidamente, evitando que colapsara por completo.
—¡Busquen agua! —pidió Amina, arrodillada frente a una temblorosa Miranda quien acababa de ser sentada en uno de los muebles.
—Siempre pensé que Aidan era el que no sabía dar las noticias. —Gonzalo le reclamó a su hermano.
—¿Qué querías? ¿Qué le pusiera endulzante para llegar a lo mismo? —comentó Ignacio.
—Estoy bien —murmuró Miranda, reaccionando en medio de tantas atenciones. Se dio cuenta de que Amina estaba frente a ella y la contempló fijamente—. No quiero ese futuro para los míos.
—Miranda... —titubeó Amina.
La chica se fijó en el Phoenix que resplandecía en la frente de Amina Santamaría, y pasó las frías yemas de sus dedos por encima del Sello, el cual tenía algunos destellos azules, señal de que no pertenecían a esa época y de que estaban a punto de volver a la suya.
—Todo esto es por mí —dijo Miranda—. Si yo no hubiese...
—¡No! —Amina puso sus dedos sobre los labios de Miranda—. No digas eso, Miranda. Tú no eres culpable de esto. Tu nacimiento no es una abominación —confesó, al darse cuenta de que la joven no se refería a la pérdida de Horas.
—Y la de ellos, ¿lo es? —Miranda le preguntó.
No hubo respuesta, ni de Amina, ni de nadie.
—Entonces, yo no puedo, ni debo partir —resolvió Miranda.
—Piénsalo —le pidió Amina.
—No les queda tiempo para que yo me lo tome con calma así que no hay nada que pensar —confesó Miranda, haciendo referencia al pálido azul de los Sellos—. Yo perdí Horas por rescatar a uno de los Primogénitos. Si fui capaz de tomar semejante decisión, ¿cómo puedo dejarlos en el olvido? —Sus ojos se colmaron de lágrimas—. No podría vivir sabiendo que, por mi causa, ellos no existirán —suspiró, mientras una gota cristalina recorría su trigueña mejilla—. Así como ustedes buscaron y sufrieron por Ignacio, si voy con ustedes al pasado, yo sufriré por lo que fue y ya no será nunca más.
Las palabras de Miranda le robaron algunas lágrimas a la Primogénita de Ignis Fatuus, quien haciendo un puchero con sus labios, tomó el rostro de la chica entre sus manos.
—Tienes un corazón muy noble, mi pequeño Phoenix. —Sonrió con dulzura—. ¿Quién soy yo para impedirte hacer lo que tu corazón cree que es lo correcto?
Entre lágrimas, Miranda sonrió, abrazando a su abuela.
—¡Gracias! —murmuró Miranda.
—¡Bien! —intervino Dominick, con una sonrisa en su rostro—. Usemos los pocos minutos que nos quedan para planificar cómo arrebatarle la Llave a Giovanna, pues no podremos volver, tal como lo hemos estado haciendo hasta ahora.
—No será necesario que planifiquemos —habló Ignacio—. Yo me quedo.
—¡¿Qué?! —Se escuchó en la sala.
Miranda se irguió, Amina se volteó e Itzel dio un paso al frente.
—No deben preocuparse por ella —aseguró Ignacio—. Yo me quedaré con ella —confesó, mostrando sus Sellos: el de Mane en un dorado perfecto, y el de Ignis Fatuus en rosa, señal de que también tenía el poder de un Custos. Las tonalidades de sus Sellos eran un claro reflejo de que él había dejado de pertenecer al pasado, pero tampoco era del futuro, aún podía escoger.
—¡No puedes hacernos eso! —le reclamó Itzel—. Hemos esperado mucho por volverte a ver. ¡No puedes, simplemente, quedarte!
—¡It! —murmuró Ignacio.
—Itzel tiene razón, hermano —intervino Gonzalo—. Si tus Sellos no tienen la marca de oxidación...
—No es verde, becerro, es azul —le corrigió Ignacio.
—¡Bueno, lo que sea! —se alteró Gonzalo—. Si tus Sellos no están oxidados, entonces puedes ir y venir, ¿o no?
Aidan sonrió con ternura ante la ocurrencias de Gonzalo.
—Eso sería genial —respondió Ignacio—. Pero ¿quién nos asegura que Giovanna no buscará la forma de manipular a Horas para evitar que yo vuelva? ¿Y si aparece la otra Llave y también cae en sus manos, o en la de los Harusdra? —los cuestionó—. ¿Cómo la ayudamos?
Todos hicieron silencio.
—Más vale pájaro en mano, que cien volando —murmuró Dominick.
Ignacio lo vio. Sus miradas se cruzaron. Por primera vez, en sus vidas, estaban de acuerdo en algo. Sonrieron.
—Pues, yo no lo acepto —dijo Itzel.
Miranda, quien no podía creer lo que estaba sucediendo, sintió un miedo de muerte al escuchar a la Primogénita de Lumen. Una vez más, ella, que volvía a salvar la vida de Imanol, la estaba obligando a sacrificar su amor con Ignacio.
Itzel salió de la habitación, e Ignacio fue detrás de ella.
Nerviosa, Miranda se refugió en la mirada de Amina. Esta le sonrió.
—No tengas miedo —dijo la mujer—. Mi primo es hombre de palabra y de acción.
—¡Itzel, espera! —le pidió Ignacio, sosteniéndola del brazo.
Habían salido al jardín trasero, ese que se extendía hasta la playa, ocultos bajo el cobijo de las sombras de aquella casa abandonada por décadas.
—¿Cómo me puedes pedirme eso, Ignacio? ¿Acaso no te importo?
—Siempre me has importa, Itzel, y te consta —le respondió—. Has sido la única persona a la que he amado de verdad, por la que esperé pacientemente. —La tomó del rostro—. Por la que lloré. Pero ya no hay un mañana para nosotros.
Sus ojos se contemplaban fijamente: los de Ignacio intentando mostrar fortaleza, los de Itzel sumergidos en el dolor.
—Tú tienes una familia, It. En casa te espera un hombre, cuyo corazón es tan noble como el de Luis Enrique (1), y un pequeño de dos años que no merece que un tercero destruya su hogar. —Las lágrimas salieron del rostro de Ignacio.
—¡Lo solucionaré, Ignacio! Pero por favor, no te quedes aquí, ¡no me dejes!
—Dime, ¿qué pasará cuando surja la próxima misión? — Ignacio habló con sinceridad—. Me sacrifiqué y te sacrifiqué una vez por la Hermandad, ¿dejarás lo que tienes por mí? ¿Por una persona que es incapaz de resistirse a la adrenalina del combate? ¿Y si decido volver a entregar mi vida?
Itzel cerró sus ojos, entregándose al llanto.
—Lo habrás perdido todo, It —le dijo, obligándola a verlo—. Tú no mereces vivir así. ¡Te mereces la vida de felicidad que te espera! Pero para ello, aunque duela, debes renunciar a mí.
Las lágrimas brotaron sin vergüenza alguna. Itzel se echó en los brazos de Ignacio, repitiendo su nombre, mientras él se odiaba por volver a romperle el corazón.
Sin embargo, ambos eran conscientes de que su tiempo había pasado. Se habían amado en una eterna espera, mas lo que soñaron nunca pudo ser. Ahora solo quedaba despedirse y continuar.
Dominick caminaba de un lado al otro. Los Sellos pronto volverían a ser dorados y ellos se desvanecerían en la sala de la casa de Ignacio Santamaría.
Uno a uno se fue turnando, para abrazar y despedirse de Miranda.
Pese a que sus deseos no se cumplieron, al menos partirían con la alegría de saber que Ignacio cuidaría de ella, y viceversa.
En medio de los abrazos, Itzel e Ignacio aparecieron.
Saskia abrazó al hombre y, luego, a su amiga. Itzel sonrió entre lágrimas.
—¡Bien, hermano! Una vez más nos has sorprendido —reconoció Gonzalo, abrazando a su hermano menor—. ¡Te amo, Iñaki!
—¡Y yo a ti, Zalo! —respondió Ignacio, sonriendo. Llevó su mano a la cabeza de Gonzalo—. ¡Y alimenta bien a esos unicornios, escupe arcoíris, que tienes en tu cabecita!
Gonzalo se echó a reír, apartándose para que Aidan se acercara.
—Entonces, ¿será la última vez? —preguntó Aidan.
—Marico, todo apunta a que sí —le contestó Ignacio, con una sonrisa.
Aidan lo abrazó.
—De pana, marico, espero volverte a ver —confesó Aidan—. ¡Eres mi hermano, Ignacio! ¡Mi hermano!
Sabiendo que sus lazos se habían fortalecido hasta llegar a amarse como si fuesen uno solo, Ignacio y Aidan se abrazaron.
—¡Cuídense! —les pidió Amina, tomando el rostro de Miranda y el de su primo—. Siempre serán muy especiales para mí.
Ambos asintieron.
Itzel se acercó a Ignacio. Era el momento de la verdadera despedida.
—Siempre te amaré, Itzel.
Ella lo tomó del rostro y lo besó, desapareciendo con los suyos.
Con los labios húmedos y el corazón sintiendo el frío abandono, Ignacio quedó detenido en el tiempo. Abrió sus ojos para dar con el rostro de la niña que le había robado años a su vida. Sonrió.
—¿Ahora qué? —preguntó ella.
—No estás sola, Miranda. Nunca más.
Se abrazaron.
Imanol ni siquiera esperó que los primeros rayos de sol despuntaran en el alba. Bajó las escaleras, deteniéndose en el último peldaño. Hasta allí llegaba el aroma del café recién hecho, incluso podía escuchar la máquina, lo que le indicó que no se trataba ni de Ainhara, ni de Caleb, ni de Adrián.
—¡Imanol! —lo saludó Dana, observándolo a través del fragante humo.
Sin pensarlo mucho, Dana tomó una segunda taza y le sirvió un poco de la bebida matutina a su compañero.
—Gracias —respondió Imanol. Bebería del café, porque eso le daría tranquilidad a la hora de responder.
—¿Le gusta? —preguntó Dana, disimulando su emoción—. Recuerdo que una vez dijo que mis arepas eran mejores que las de aquí.
Imanol tuvo que tragarse el ardiente líquido para no echárselo encima a la joven.
—¿Lo olvidó? —insistió.
No, no lo había olvidado. Lo recordaba muy bien. Fue un comentario imprudente, el cual hizo creyendo que molestaría a Miranda, pero esta lo pasó por alto.
Se limpió los labios con el dorso de la mano y la observó, fijándose en el colibrí que llevaba al cuello.
—No he olvidado nada —aceptó Imanol.
Dana palideció.
—Ni lo que dije, ni lo que pasó. —Imanol la miró—. He cometido muchas estupideces en mi vida, tanta que si llevara registro de ellas estaría en el Libro Guinness de los récord.
Ella rio.
—Es una de las cosas que más me agrada de usted. No suele molestarse por nada.
—No es verdad —confesó Imanol—. Me he molestado, y mucho, en especial cuando algo o alguien me importa... Lo sabes —le recordó.
—Nunca dejaré de pedirle perdón por haber dicho lo que dije, aun cuando no todo era falso.
—No te culpo por eso, Dana. Yo aposté a creerte y por poco pierdo a la persona que amo. Acepto que la regué, pero lo que no pienso pasar por alto es el hecho de hacerle creer que somos pareja.
—Yo no... —comentó Dana, pero él la interrumpió, señalando su cuello.
—Tienes un colibrí parecido al que le hice a Miranda, mejor confeccionado, lo reconozco, pero sigue siendo idéntico —soltó Imanol.
—¿Acaso no me pueden gustar los colibrí? —reclamó Dana.
—Pueden, pero cuando sabes que tu amiga tendrá uno igual, y que se lo dará la persona a la que dices querer, todo termina prestándole para una mala interpretación —reconoció Imanol.
—No lo hice con esa intención.
—Ya no importa cuál fue la intención, Dana —aclaró Imanol—. Como te dije hace un rato, esto no es culpa tuya, ha sido mía por no ser claro contigo.
—Yo...
Imanol la detuvo.
—La quiero, y si Miranda accede a estar conmigo, no voy a dejar que nadie interfiera en nuestra relación. Me valen tus dudas, y las opiniones de Caleb o las de Mauricio. ¡La quiero! —repitió Imanol— E iré por ella, a riesgo de perderlo todo y de quedar con el corazón destruido.
Dana sentía como sus mejillas ardían, los ojos le escocían, mientras que las lágrimas nublaban su visión.
—Puedes utilizar el colibrí, aprender sobre mi cultura, seguir tratándome, si gustas, pero no permitiré que te vuelvas a interponer. —Imanol colocó la taza sobre la isla, estaba casi intacta—. Y gracias por el café.
Con la poca fuerza de voluntad que le quedaba, Dana esperó a que Imanol la dejará sola en la cocina. Desplomándose, se echó a llorar.
Miranda no pudo evitar llevarse una mano al estómago en cuanto este rugió. Tenía hambre. Abrió los estantes solo para ver algunas arañas correr, huyendo de la luz.
El par de alimentos enlatados que encontró, se habían vencido un siglo atrás.
El estornudo de Ignacio la hizo voltearse, recibiéndolo con una sonrisa.
—¡Bendición!
—¡Dios te bendiga! —saludó Ignacio—. ¿Nada para comer?
La chica negó.
—Al menos mi abuela dejó un par de cepillos de dientes empaquetados y algo de ropa —agradeció Miranda, por los productos que Amina había dejado ocultos en su época para que pudieran ser recibidos por ellos.
—Sí, y una crema dental que se venció hace más de cincuenta años —comentó Ignacio.
Miranda sonrió.
—Debemos hacer compras —informó Miranda—. ¿Iremos al super?
—¡Los problemas de esta dimensión! —reconoció Ignacio, cuando la bocina de una motocicleta llamó la atención de ambos—. ¿Y eso?
Miranda salió a ver, con su tío detrás. Afuera había un motorizado con una entrega de comida.
La aceptaron, agradecidos.
Desde la acera, Miranda echó un vistazo hacia su casa, viendo a Ainhara entrar en la misma.
Ignacio la ayudó a poner la mesa, y ambos se sentaron a comer.
Los primeros minutos fueron algo incómodos para Miranda. Siempre pensó que tendría mucho de que hablar con Ignacio, pero solo había silencio entre ellos.
—Creo que has sido muy valiente al decidir quedarte —reconoció Ignacio, mordiendo su empanada de carne mechada, para echarle guasacaca—. Ellos deben ser personas muy especiales para ti.
—Lo son.
—¿Y el sexto Primogénito? —indagó Ignacio, haciendo palidecer a Miranda. La miró—. Aquel cuyo nombre no pudiste pronunciar ayer.
La joven tragó grueso.
—Yo... —Miranda titubeó, soltando la empanada—. Soy consciente del peso de mis acciones, de la importancia de ser una Mane, de sacrificar mis emociones para lograr un bien mayor.
»Sé que he defraudado a mi Clan, a ustedes y a Caleb —reconoció Miranda.
—¿A nosotros? —indagó el hombre, recibiendo una respuesta afirmativa por parte de la chica—. No sé en qué parte nos quedaste mal. Creo que es todo lo contrario, Miranda, has dado más de lo que te correspondía.
—Pero un Mane no puede enamorarse —refutó Miranda.
Ignacio dejó de comer, cruzando ambos brazos sobre la mesa.
—A ver, ¿quién te dijo eso?
—Es la premisa de nuestro Clan. Caleb siempre lo repite —comentó Miranda, haciendo que Ignacio soltara una carcajada.
—Miranda, ¡pero si Caleb lo que tiene es una chatarra oxidada por corazón! —comentó Ignacio—. ¿Cómo puedes escuchar a un sujeto que vive frustrado?
Miranda lo observó, mostrándose perdida. Ignacio bajó el rostro, aclarando las ideas para explicarle.
—¿Te enamoraste? —preguntó Ignacio.
—¡Sé que eso me hace un eslabón débil!, que he causado muchos males, porque... —Miranda se atrevió a observarlo—, pero hablaré con él.
Ignacio sonrió.
—¡Miranda, Miranda! —suspiró—. No está mal enamorarse. Somos humanos y vivimos de nuestras emociones.
—Pero yo no he sabido anteponer mi misión a lo que siento, como un verdadero Mane lo haría.
—Un verdadero Mane es aquel que siempre da lo mejor de sí, no se rinde ante las pruebas, persiste; es valiente, decidido y está dispuesto a alcanzar los objetivos de la Fraternitatem, aún a costa del propio sacrificio. Un verdadero Mane reconoce el valor de sus compañeros y los apoya, sabe en que momento debe inmolarse. Un Mane, Miranda, es aquel que sabe cuando apartarse y cuándo continuar, y eso solo se logra, amando.
Miranda bajó el rostro.
—He amado —confesó Ignacio—. Dentro de la Hermandad, he amado. Sí, no te negaré que ir a una batalla en donde solo estás rodeado de tus compañeros, es mucho más fácil de librar que una en la que tus conocidos luchan contigo, codo a codo.
»Sin embargo, también existe otra realidad más sublime, porque no hay nada mejor que pelear al lado de los tuyos. Sí, se teme por la vida de los que amas, pero también te sientes protegido, acompañado. Sabes que esas personas a las que amas, están dispuestos a dar su vida por ti. Te enseñan a confiar, a sentirte parte de algo, y empiezas a actuar como una unidad.
»Yo estuve en batallas, al lado de mi hermano, de mi prima, de un amigo que se convirtió en hermano, y de la mujer que llegué a admirar y amar, así que te hablo desde mi experiencia: no hay nada que pueda superarlo. Mis victorias se las debo a ellos.
—Lo entiendo —respondió Miranda, con lágrimas en los ojos—, pero pese a ello, tuviste que dejar a Itzel.
—Mi historia con Itzel es mucho más complicada de lo que puedes saber, o lo que has visto. La dejé porque tiene una vida, ¡ella no me necesita para ser feliz!, pero de seguir aferrada a mí, jamás podrá ver el inmenso tesoro que tiene ahora, en la que fue mi época.
»En cambio a mí, solo me queda esto: ser un guerrero.
»Sí, me duele haberla dejado ir, saber que nunca más podré tenerla entre mis brazos; sin embargo, no me arrepiento. Siempre fui consciente de que Itzel fue un regalo que jamás merecí, por lo que traté de valorarla y amarla todo lo que pude. Finalmente, lo que nunca fue, no será, aunque me siento satisfecho porque no hubo un solo día en que no diera lo mejor de mí en esa relación.
—Pero la dejaste porque te sacrificaste por mí.
—Sí, Miranda, tú fuiste mi mayor motivación, pero no la única. Si me arriesgué a abandonarlo todo fue porque, sin ese sacrificio, ni siquiera mi familia tendría un futuro. Si no rescatamos a Horas, ni optemos el resto de las Llaves, toda la Humanidad estará en peligro, incluso nuestros orígenes.
Miranda palideció. Al darse cuenta de su reacción, Ignacio le tomó la mano.
—Miry, solo hay algo que te puedo aconsejar. Si ese joven, al que quieres, desconoce lo que tú sientes por él, no le digas nada, solo aléjate.
»Si lo sabe, pero no te hace caso, no pierdas el tiempo. Pero si él es consciente de ello, y tiene sentimientos por ti, entonces, debes plantearle tus dudas, tus preocupaciones, y tomar una decisión entre los dos, o de lo contrario, solo habrás jugado con sus sentimientos.
—¡Nunca lo haría con Imanol!
Ignacio sonrió con ternura.
—Cuando coqueteas con alguien, y haces que se sienta atraído hacia ti; cuando expresas tus emociones, con palabras o hechos, debes hacerte responsable de ello. No hacerlo es como jugar con el corazón de la otra persona, y tú eres una chica muy noble, para caer tan bajo.
»Alentar a una persona a que te ame, y solo dejarla de lado, por el motivo que sea, sin darle una buena explicación, o un argumento que pueda entender, es una acción tan vil como traicionar a alguien.
—Tengo miedo de seguir defraudando a las personas que me rodean —reconoció Miranda.
—Entonces, empieza por no defraudarte a ti misma —le aconsejó Ignacio—. Habla con él, proponle tu plan, y escucha lo que él tiene para decirte. Luego, toma una decisión que sea conveniente para los dos, una que no te lleve al arrepentimiento.
Miranda lo observó, preocupada.
—¿Cuál podría ser esa solución? —preguntó la joven.
—Eres una líder, una que sabe escuchar su razón, pero debe empezar a hacerlo con su corazón —respondió Ignacio—. Te aseguro que lo harás bien —afirmó, dándole un beso en la frente a una angustiada Miranda.
Ella era consciente de que debía hablar con Imanol.
En el fondo, lo que más temía era que él se horrorizara por el monstruo que podría llegar a ser.
***
(1) Luis Enrique: Exnovio de Itzel, el cual fue escogido por esta, a pesar de sus sentimientos correspondidos por Ignacio.
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