18. Hombre muerto

La mujer que quiero tiene que ser

corazón, fuego y espuelas.

Herrero y Armentero.


Asier tomó su mochila antes de echarle un último vistazo a su habitación. Esa noche partirían a Venezuela. Era de su conocimiento que Mauricio no lo sabía de forma oficial, así como el hecho de que lo acompañaría una joven Prima en la cual se tenían muchas expectativas, no solo por su gran intelecto y su don de mando, sino también por el hecho de estar emparentada con el líder del Equipo Élite de Astrum.

De antemano sabía que la situación no sería agradable ni para él, ni para los Primogénitos, pero por ahorra, prefería mantenerse prudente y seguir las órdenes, hasta que supiese en quién podía o no confiar.

Los Primogénitos se abrieron paso entre los oxidados containers. La penumbra no les permitía detallar con claridad la acción del tiempo y la salitre.

Con sigilo, Mauricio corrió entre los pasillos de asfalto, consciente de que el éxito de la misión dependía de rapidez con la que se desplazaran y, la sagacidad y audacia para dar el golpe de gracia.

Todos eran conscientes de que el tiempo estaba en contra de Imanol. Cada segundo en manos de los Mercenarios era un instante de vida que perdía.

—No duden en atacar si algún Mercenario aparece por sorpresa. En cuanto a Imanol, dependiendo de la situación en la que se encuentre, lo protegerremos. —Fue la última orden de Mauricio. —Recuerden que el problema no será cómo entrar, sino en el cómo salimos con Imanol.

A Ximena, quien corría detrás del Primogénito de Ardere, no le hizo mucha ilusión quitarle la vida a otro ser humano. Tampoco a Camila, la cual era partidaria de dejarlos inconscientes. Por este motivo, ambas chicas se debatían en cumplir o no con la orden dada.

Pero para la tranquilidad y el desconcierto de todos, no hubo sorpresas.

Mauricio intuyó que los Mercenarios debían estar apostados dentro del galpón. 

La adrenalina los golpeó con fuerza, justo cuando se acercaron a una de las esquinas que daba hacia el lugar exacto donde Imanol estaba retenido.

El joven Ardere se detuvo, con el resto detrás de él, levantando su mano en señal de que daría un vistazo antes de avanzar más.

Con cautela, se asomó, ocultando su humanidad con ayuda de uno de los containers. Contempló la abandonada calle y el tétrico galpón que servía de guarida para aquellos delincuentes, pero lo que realmente llamó su atención fue la motocicleta deportiva, de color negro, que se encontraba apostada muy cerca del lugar.

Sonrió, aliviado, pues su plan había funcionado. 

Dando una vuelta en el aire, la joven asestó la primera patada para caer con gracia sobre su pierna izquierda, mientras que con sus espadas bloqueaba los ataques que no solo iban dirigidos hacia ella, sino también así Imanol.

Desde su silla, amordazado, con la ceja derecha rota, la sangre manando, lo que le impedía ver bien y el escozor de la quemada con su Sello, el Primogénito de Astrum intentaba no perderse ninguno de los movimientos gráciles de la joven.

Ella tenía una magia especial, era imposible no sentirse atraído y disfrutar del espectáculo que estaba dando, pese a su propio malestar; él era un Astrum, amante de la defensa, por lo que podía darse cuenta de que aquella joven poseía un talento especial, la magia de hacer ver sencillo algo complicado.

Tomando el brazo de uno de los Mercenarios, Miranda realizó tres rápidos movimientos, causando dolor en uno de los hombres para desarmarlo, y con un rápido giro, dislocarle la mandíbula, lanzándose, de inmediato, al ataque de otro.

Imanol no tuvo que analizar mucho para comprender lo que estaba pasando: ella los estaba matando.

La batalla que se estaba librando por su vida no lo hizo olvidarse del líder de los Mercenarios, así que, atendiendo a su preocupación, apartó la mirada de la joven, soportando la sensación de que miles de espinas se clavaban en su Sello. 

Quiso moverse en la silla, deseaba llamar la atención de la chica y hacerle saber, de alguna manera, lo que estaba pasando, pero no fue necesario.

Como si Miranda pudiera leer su mente, dio un salto, impactando al sujeto que venía a por Imanol.

Por un instante, Imanol no supo qué ocurría, pues ambos luchaban detrás de él.

Los secos quejidos le indicaban que alguno de los dos combatientes no la estaba pasando nada bien.

De repente, sintió unas manos delgadas manos apoyarse en sus hombros. Supo de inmediato que la joven llevaría a cabo alguna acrobacia, así que apartó su rostro con la poca fuerza que tenía, ladeando su cuello para dejarla pasar. Ella maniobró a la perfección, dándole la oportunidad a que él la viera de cerca.

Por un breve segundo, sus miradas se cruzaron, e Imanol sintió una fuerte atracción por ella, al punto de ser capaz de seguirla hasta el fin del mundo. Ella le sonrió, y él creyó ver en esa mueca dulzura y esperanza mezclada. Un golpe de adrenalina lo invadió, haciendo que se recobrara. Fue como si el dolor y su padecimiento desaparecieran. 

Fue allí cuando la capucha del albornoz cayó sobre sus hombros, entonces Imanol tuvo la oportunidad de detallarla: cabello castaño, rostro ovalado, de delicadas facciones que delataban un perfecto mestizaje. Ella no era nada que, a simple vista, llamara la atención. En conjunto era una joven que dentro de los suyos podía pasar por común, pero para él, su apariencia sí fue algo completamente novedoso.

Un par de golpes mortales más y Miranda se puso de pie, deshaciéndose del albornoz, para descubrir su atuendo de combate.

—Extrañaré mucho ese abrigo. —Se lamentó—, pero nada que haya sido tocado por la sangre de esas lacras, puede recuperarse. —Miró al frente, detrás de Imanol. Sonrió—. ¿Por qué no vienes e intentas marcarme a mí también?

El hombre sonrió con malicia, entretanto Imanol se desesperaba por ayudar, pues entendía que el peligro no había pasado.

—Serás la esclava del Harusdragum.

—¿Ah, sí? Eso quiero verlo —lo retó.

El Mercenario se echó a correr en pos de Miranda quien, con un dejo de diversión, lo esperó.

Mauricio se detuvo en la entrada del galpón, viendo conveniente darle algunos consejos al resto de los Primogénitos.

—Sea lo que sea que esté pasando allí adentro, ¡ni se les ocurra intervenir! 

—¿Acaso quieres decir que, aunque lo estén matando, no podremos ayudarlo? —se quejó Linette.

—Créeme, Lin, nadie lo está matando. Sé que la persona que esperamos está con Imanol, y no podemos dar un paso en falso —dijo Mauricio.

—Tal parece que vamos a presenciar una carnicería —comentó Camila.

—Es lo que Mane hace —confirmó Adrián—. ¿Algo más, Mauricio?

—Sí. Sí nos descubre quizás no quiera ayudarnos. 

—¿Insinúas que no nos ayudará? —preguntó Ximena.

—Es miembro de Mane... nunca se sabe cómo reaccionará —respondió Mauricio, dando una palmada—. ¡Bien, vamos!

Colocando su mano sobre la santamaría del galpón, Mauricio traspasó la entrada, siendo seguido por los demás.

Tal como el Primogénito de Ardere lo había predicho, el piso de galpón lucía cubierto de cadáveres y sangre.

Los Primogénitos corrieron a esconderse detrás de los cajones de madera, algunos horrorizados ante el dantesco escenario, en especial al descubrir la mancha oscura de Imanol, quien yacía amarrado en una silla, y a la chica trigueña que peleaba con un fornido y alto hombre.

—¿Qué le ha pasado al Sello de Imanol? —susurró Linette, preocupada.

—¡Ha manchado su Sello, Mauricio! —exclamó Camila horrorizada, mirando al Primogénito de Ardere—. ¡Lo hemos condenado, Mau! ¡Lo hemos condenado!

Por primera vez, Mauricio no supo que decir. Como todos los demás sabía lo que significaba aquella mancha parecida a la lava que se iba apoderando del Sello de Imanol. Su Sello se estaba corrompiendo y si no hacían nada, no solo perderían sus Dones, sino a todo un Clan.


Aquel hombre era mucho más fuerte de lo que Miranda había intuido, pero lejos de amilanarse, su motivación fue a mayor.

Se le hizo inevitable recibir dos puñetazos del Mercenario, uno en las costilla que amenazó con dejarla sin aire, y el segundo que la hizo perder el equilibrio.

Ese último golpe sobresaltó a Imanol, quien más allá de querer ser rescatado, apostaba porque la joven saliera victoriosa.

—Eres una porquería —se burló el hombre, sintiendo que tenía todo el control de la situación.

Sin embargo, se asombró al escuchar la serena risa de Miranda, quien, tomándose la quijada, intentaba calmar la molesta sensación que le había dejado el puñetazo. Tenía que reponerse y no volverse a exponer.

—Te arrepentirás de haberlo marcado —preguntó Miranda.

—Tu Primogénito patético no solo perderá sus poderes, también su vida y a su Clan.

—¡Jum! —resopló la chica con una sonrisa de suficiencia—. Él no es mi Primogénito —confesó, haciendo que Imanol se sintiera rechazado—. No soy una Astrum

Su pregunta fue una sentencia. Miranda corrió hacia el Mercenario, dio un salto, clavando su codo en el cuello del sujeto. Fue lo suficientemente rápida como para que su contricante no reaccionara. 

El hombre se fue de lado, ella le asestó un golpe con su rodilla en la boca del estómago, y luego pateó su cara. El sujeto cayó al piso, comenzó a arrastrarse, pero en  cuanto se incorporó, Miranda sacó una de sus espadas y le cercenó una de las manos. La extremidad salió disparada por el aire y el hombre soltó un escalofriante grito. 

Si perder el tiempo, caminó hacia las brasas donde yacía la yerra con la que habían marcado aImanol. Sacó una de sus dagas y se hizo un corte en su mano, lo suficientemente profundo para que un hilo de sangre cayera sobre el instrumento de tortura, el cual se encendió como si hubiesen alimentado las llamas con más leña. Tomó dicha yerra y se dirigió al hombre, mientras Imanol la observaba con ojos desorbitados de terror.  

—Me pregunto, ¿qué se sentirá que un Mane te selle con su sangre —dijo la chica, mientras el hombre retrocedía, suplicando piedad. Con rapidez, Miranda se tiró sobre el sujeto, dejando su cuerpo aprisionado entre sus piernas, y con la mano izquierda, sujetó con una fuerza  indescriptible su rostro. El hombre negaba y se batía, pero algo le impedía moverse a gusto—. No soy de su Clan, pero debiste pensarlo muy bien antes de dañar su Sello. —Apretó más la mandíbula del hombre. El Mercenario lloraba—. Él es sagrado para la Hermandad, y la Hermandad soy yo.

Diciendo esto, con una voluntad firme, presionó la yerra sobre la frente del sujeto, el cual soltó un alarido que estremeció a todos en el galpón. 

El cuerpo del Mercenario comenzó a estremecerse. Con rapidez, Miranda se alejó de él, para ver como la marca que le había hecho comenzó a carcomerse la cara del sujeto, él cual gritaba y se revolcaba de desesperación y dolor. 

Aquella era una escena dantesca. Aun así, Miranda no le quiso poner fin, y lo dejó sufrir por unos minutos, hasta que sin aliento cayó al suelo, con el rostro completamente ennegrecido.

Algunas lágrimas brotaron de los ojos de Imanol, quien se dio cuenta que en aquella masa oscura que alguna vez había sido la faz del líder de los Mercenarios respondecían unos finos canales naranjas, que parecía lava.

Una vez acabada su obra, Miranda se volvió hacia Imanol con total serenidad. Una vez más, ambos se vieron. El rostro del Primogénito estaba demacrado, lleno de suciedad, sudor, lágrimas, saliva y la flema que había brotado de sus fosas nasales. Su torso estaba descubierto, y sobre su Sello había una sutil película negra que iba cubriendo el resplandor dorado de su Sello. 

Con su natural y delicado caminar, Miranda se acercó a Imanol, mientras se quitaba el otro guante.

El Primogénito de Astrum la miró con admiración y temor, dándose cuenta que, una vez más, la mirada de la joven había cambiado. En esta oportunidad podía apreciar un dejo de picardía en sus ojos.

La vio agacharse sin dejar de moverse, y extraer otra daga con una hoja negra brillante, lo que intuyó sería obsidiana.

Miranda lanzó los guantes lejos de ella, para colocarse en cuclillas frente a él, estando un poco más abajo de la mirada del chico.

La joven se concentró en la quemadura sobre el Sello, para luego observar el rostro de Imanol.  Estiró su mano, apenas rozando con la punta de sus dedos la ceja rota. Sin pensarlo, este retrocedió en un movimiento involuntario.

—Tranquilo, Primogénito —murmuró—. No voy a hacerte daño. 

Acto seguido, puso su mano en el pecho, empujándolo contra el respaldo de la silla, y se sentó en sus piernas para que esta tuviera más firmeza. Imanol se sorprendió, abriendo aún más su grandes ojos.

Sin darle tiempo de reaccionar, Miranda clavó la punta de la daga en la película que estaba sobre el Sello, abriendo un surco en esta lo suficientemente grueso para que la luz de la marca del Solem pudiese salir al exterior. 

Una vez más, el rostro de Imanol se desencajó de dolor, haciéndolo moder con fuerza el pañuelo que llevaba en la boca y tomar con la misma energía del borde de la silla con sus manos.

Mientras Miranda seguía raspando el Sello, tomó el cabello de Imanol y lo obligó a verla.

—Lo siento mucho, Primogénito —confesó con pesar—. Siento mucho haber llegado tarde.

Por un momento, para Imanol todo desapareció, incluso el dolor.  Era como si en todo el mundo solo existiesen ellos dos. Fue el segundo más significativo de su vida, ese en donde a través de esa mirada, ella se disculpaba, ella que no le había hecho nada. Ella, una mujer que, desde ya, admiraba.

Sin embargo, la magia se rompió, cuando Miranda frunció el ceño, gesto que lo preocupó. Con velocidad, Miranda inclinó, con su cuerpo, la silla a un lado y con rapidez, lanzó la daga hacia la penumbra.

Un grito se escuchó en la oscuridad.

Nuevamente estaban siendo atacados. 


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