18. Donde todo comienza
Dicen que el hombre no es hombre
mientras no oye su nombre de labios de una mujer.
Antonio Machado.
El equipo médico de Ardere no tardó en llegar a la casa de los Aigner. Hicieron un leve chequeo a Camila y Adrián, siendo trasladados de inmediato a una unidad médica en donde pudieran recibir los cuidados adecuados, mas no ocurrió lo mismo con Imanol, quién fue ubicado en la única habitación que había en la planta baja, esto para evitarle incomodidades con una futura reubicación.
Mauricio caminaba el largo pasillo que llevaba de la sala al patio que colindaba con la playa, y en donde estaba la habitación del Primogénito de Astrum, de un lado a otro, pasándose constantemente las manos por el cabello. Todo había sido un caos.
Se sentía culpable por lo que había acontecido. En primer lugar, jamás debió exponer a Imanol a semejante situación. Se confió en que todo saldría como lo había planificado. Reconocía que su ego y su necesidad de tener el control no solo la había puesto en riesgo, sino que ahora todo lo que conocía como la Hermandad corría un riesgo terrrible de sucumbir en manos de los non desiderabilias, si Imanol no lograba sobrevivir. Por otro lado, el enfrentamiento con Miranda fue una triste revelación del bajo nivel que, de forma individual y colectiva, estaban. Ni siquiera un guerrero tan experimentado como Adrián fue capaz de salir ileso de esa excursión. Así que sería sumamente complejo poder consolidarse como equipo, si no eran más discipliandos.
Mientras, Linette y Ximena lo observaban, la primera comiéndose las uñas. En poco tiempo, tanto Adrián como Mauricio se habían convertido en sus referentes, además del peso histórico que tenían sus respectivos Clanes dentro de la Fraternitatem Solem, razón por la que consideraban verdaderamente aterradora la situación: Adrián había sido herido por un miembro de Mane, y esta no había movido ni un solo dedo para atacarlo; por otro lado, la preocupación que Mauricio estaba proyectando, de manera inconsciente, las tenía en un estado de angustia que no sabían como manejar.
—Primogénito —. La doctora Beatriz Atacho lo llamó, cerrando la puerta de la habitación.
—¿Sí? —Atendió Mauricio, acercándose a la galena.
Linette saltó el mueble, corriendo junto con Ximena para escuchar la información.
La doctora la miró con aplomo. Antes de hablar, suspiró.
—Efectivamente, el Sello ha sido corrompido con la sangre de Harusdragum... —confesó, mientras Mauricio se desplomaba moralmente.
—Eso, ¿qué quiere decir? —intervino Linette, deseosa de conocer las implicaciones de esto.
—La sangre del Primogénito ha sido mezclada con la del Harusdragum, a travésde su Sello, lo que significa que, progresivamente, los dones de su primogenitura serán absorvidos por nuestro enemigo, empezando por el Donum Maiorum. —La doctora se dirigió a Mauricio—. He ungido su sello con el plasma de Amina, con eso ralentizaremos que se consuma con mayor rapidez, pero no es suficiente.
—¿Plasma? —Saltó Ximena—. ¿Por qué no le han hecho una transfunsión con el plasma, si es una cuestión de sangre? Esa era una mejor solución que ¡untarlo!
La doctora volvió a soltar un suspiro.
—No se trata de perdida de sangre para hacerle una transfunsión que no funcionaría. Es una lucha entre la consagración de Amina, como portadora de todos los Sellos e hija predilecta del Solem, contra la sangre del Harusdragum.
—Entonces, ¡déjanos el ungüento! —pidió Mauricio—. Nosotros nos encargaremos de colocárselo.
—Primogénito... —la doctora hizo una pausa—. Era lo último que nos quedaba.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Mauricio, palideciendo, conjuntamente con Ximena y Linette que se tomaron de las manos.
—Si no consiguen sangre de un descendiente de Amina Santamaría, no lo podrán salvar.
—No, pero... ¿debe de haber otra forma? —exigió Ximena, negándose a perder a un compañero, que además, era su compatriota, lo más cercano que tendría a su hogar.
—La otra opción es mezclar la sangre de todos los Primogénitos, pero la de heredero de Astrum está comprometida y dudo que, dando con Mane, su Primogénita acceda libremente a darte una muestra de su sangre.
—¿Eso será todo? —gritó Linette—. ¿No nos dará otra opción?
—Hay otra opción —respondió la doctora, para luego ver a Mauricio.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Mauricio, siendo consciente de que no quería escuchar nada más.
—Cuarenta y ocho horas... de lo contrario, alguien tendrá que matarlo.
Asier sintió el golpe de la brisa marina. Amaba el mar. El vaivén de las olas evocaban en él su infancia, aquellos momentos en los que fue familia, en los que no había Sellos, ni jerarquías, ni exigencias familiares, ni expectaativas que se deban cumplir: solo era un niño construyendo castillos de arena y corriendo para huir del mar.
La llegada de su hermano maximizó la importancia de aquellos instantes en los que su familia se despojaba de su apellido y eran una familia más. Extrañaba la sonrisa de su madre, la sazón de su padre, la inocencia desu hermano... Ahora no tenía familia: sus padres lo rechazaban y Francisco Javier ya no estaba.
—¿Estás bien? —preguntó Nicole, sosteniéndole del brazo y mirándolo con ternura.
Asier asintió, justo cuando Erika se les acercó. Su rostro volvió a ponerse serio, mostrando la típica postura militar de un subalterno.
—Iremos directo a la casa del Primogénito de Ardere. Querían llevarnos a un instituto, pero me he negado a aceptar semejante propuesta. ¿Listos? —preguntó, viéndolos con aquella mirada penetrante, la cual hacía sentir incómodo a Asier.
—Lo estamos —contestó Nicole, satisfecha por lo bien que se estaban dando todo.
Eran pasada la medianoche cuando el timbre de la casa de los Aigner sonó. Mauricio bajó las escaleras, con Linette y Ximena detrás de él. Habían decidido quedarse en la casa, debido a que consideraban que Imanol podría ser víctima de un ataque de los non desiderabilias dentro del hogar, mientras que Camila y Adrián estarían custodiados por el Equipo Élite de Ardere.
En cuanto abrió la puerta, Mauricio dio un paso atrás. Como una ráfaga, Erika, Asier y una extraña, entraron en su casa con Antonio detrás.
—¿Y esto? —preguntó a su Prima.
—La Coetum ha pedido que vengan a Costa Azul —le respondió Antonio.
—¿Y por qué los tengo que hospedar en mi casa? —atacó Mauricio—. Bueno, él se puede quedar, es parte del grupo, pero ellas dos...
—Sy parte del Prima de Astrum y mi deber es estar donde mi Primogénito está —respondió Erika con arrogancia.
—Con todo respeto, yo también soy Primogénito y no por eso tengo a la mitad de mi Clan viviendo en mi casa —argumentó Mauricio.
—¿Dónde están el resto de los Primogénitos? —quiso saber Antonio.
—Descansando —mintió Mauricio.
—Fueron atacados —dijo Linette al unísono con Mauricio.
—¿Atacados? —chilló Erika—. Imanol, ¡Imanol! ¡Exijo ver a Imanol!
Mauricio miró a Linette, reprendiéndola por haber dado la información de aquella manera.
Con sigilo, Miranda abrió la ventana de la habitación de Imanol. No había dado con ella por casualidad, pues conocía la casa de memoria. De niña había sido cuidada por los padres de Mauricio, y aquella había sido su habitación. Supuso que por las heridas sufridas por el Primogénito, él o alguno de los otros, sería ubicado en aquella habitación, de lo contrario, estaría vacía, y sería mucho más fácil acceder a la casa.
Pasó con cuidado, cerrando la ventana y corriendo el visillo por donde penetraba con suma tenuidad la claridad lunar.
Miró a su alrededor, debía evitar hacer algún ruido que delatara su presencia en la casa. Observó la cama, dando con el cuerpo de Imanol. El Primogénito estaba dormido, arropado hasta la mitad de su torso, el cual se encontraba desnudo. Miranda se sintió atraída por la lucha instestinal que se desarrollaba en el Sello, justo sobre su clavícula izquierda.
Imanol frunció el ceño, aún dormido, seguido por una mueca de dolor. Miranda supuso que estaba sufriendo, y no era para menos, podía verse estelas de fuego y lava correr por su Sello, el cual refulgía de dorado y luego de negro.
La situación era más grave de lo que se había imaginado. No necesitaba la opinión de algún médico de la Hermandad para saber que no le quedaba mucho tiempo.
Dio un paso hacia su cama, detallando su anguloso rostro y su nariz recta, con un ligero abultamiento en la punta que resultaba agradable a la vista. Sus cejas pobladas y su cabello castaño y lacio que caía sobre su ojo izquierdo, ocultando su piercing. Iba a acercarse, pero escucho gritos en el pasillo, por lo que corrió a esconderse en el poco espacio que quedaba entre la pared y un mueble que alguna vez utilizó para guardar sus libros y peluches, pero ahora solo tenía armas.
La puerta se abrió, y alguien prendió las luces.
—¡Imanol! —gritó una mujer de estatura mediana, tendiendo a baja. Su bien trabajado cuerpo iba ataviado con el típico traje blanco de la Hermandad. —¡Mi Imanol! —soltó, tomando el rostro del muchacho y llevándolo hacia ella.
A duras penas, intentando vencer el sedante del analgésico, Imanol se atrevió a verla.
—Eri... —susurró.
—Debes dejarlo descansar —dijo una voz que Miranda reconoció.
Mauricio le pidió a la mujerque encendiera la luz de la lámpara, porque no era bueno el exceso de luminosidad para Imanol, por lo que procedió a apagar la bombilla de la habitaación.
Miranda cerró los ojos, aliviada.
—Imanol, ¡lo siento tanto, amor! Pero ya estoy aquí... yo te cuidaré. No me apartaré de tu lado.
—Debemos dejarlo descansar —le aseguró Mauricio.
—No me pienso mover de aquí —le respondió con firmeza.
—Eri... —Imanol sonrió, tomando las manos de la mujer y depositando un beso en ellas—. Necesito estar solo.
—Pero amor...
Imanol cerró sus ojos.
—Necesito descansar, y si estás aquí conmigo, sabes que no lo haré... no teniendote así... Además, también necesitas reponerte del viaje. No te quiero ver triste, ni alicaida a mi lado... Démosno esta noche... por favor.
Erika se echó sobre su cuerpo, mojando su hombro de lágrimas. Imanol se sentía confundido, hace unos días había cuestionado su Primogenitura, ahora volvía a amarlo como ella decía que lo quería.
Erika se repuso, besando sus labios, y aunque Imanol no esquivó su gesto, se llenó de enojo consigo mismo, por aquella actitud que consideraba la de un pendejo, pero era un hombre muerto, por lo que ya ni con ella, ni por ella tenía ganas de luchar.
—Está bien, amor. —Accedió—. Pero mañana, a primera hora, estaré contigo y nada de lo que digaso hagas me separará de ti.
Imanol asintió. Ella lo volvió a besar y salió de la habitación, casi llevándose por delante a Mauricio.
—Descansa, hermano —. El Primogénito de Ardere se despidió.
Imanol esperó un tiempo prudencial para asentar sus emociones. Erika complicaría toda su situación, pues no aceptaría su inminente muerte, así como tampoco dejaría que nadie le quitará la vida. Apretando sus labios se elevó, acomodándose en la cama, para luego voltear su rostro hacia el mueble.
—Puedes salir —dijo—. No temo que me mates... ahora no.
Miranda pegó la frente del mueble al saberse descubierta. Él era un soldado de Astrum, por lógica la habría sentido entrar, y ese era un hecho que quiso pasar por alto pero no debió hacerlo. Saliendo de su escondite, recuperó su compostura y actitud agresiva.
—¿Tan dispuesto estás a morir?
—Bien sabes que no viviré mucho más. En estos momentos, mi Clan y toda la Hermandad están en peligro por mi causa, así que si me ayudas a llegar a cabo la decisión que aún me cuesta tomar, te estaré muy agradecido. —Sonrió—. Sí, soy un cobarde.
—No lo eres. —Reconoció Miranda—. No veo en ti a un hombre desesperado por su vida, aun teniendo tanto que perder —comentó, recordando la escena que había visto unos segundos antes.
—Ni te creas... la verdad es que soy un egoísta que sabes que si se quita la vida, maldecirá a su Clan, y que dejarle el trabajo en manos de otros, será ponerles una carga muy difícil de llevar.
—Pero quieres que lo haga yo.
Imanol sonrió con un gesto de dolor.
— Extrañamente siento que dejarme asesinar por ti sería la mejor decisión que habría tomado en mi vida.
—Y si te digo que te puedo ayudar, y no precisamente quitándote la vida... pero debo sacarte de aquí
—Cualquier cosa que quieras hacer conmigo, estará bien —confesó el Primogénito—. No queda mucho de mí ya, y de verdad, ahora lo que menos deseo es permanecer en este lugar. —Intentó levantarse, pero un pinchazo lo devolvió a la cama.
Miranda corrió a ayudarlo, pasando el brazo derecho del Primogénito a través de su hombro. Imanol se apoyó en ella para ponerse de pie, y una vez que lo logró, ambos se vieron a los ojos. La mujer los apartó con rapidez, mientras él sonrió. Quizás estaba loco, pero volvía a tener aquel sentimiento de calidez que Erika solo le lograba arrancar.
La mujer se dirigió hacia la puerta de la habitación.
—¿No saldremos por la ventana? —preguntó Imanol.
—No estás en condiciones de esforzarte físicamente —le aseguró Miranda. —Saldremos por la puerta de atrás.
Abrió la puerta y asomó su cabeza. De lejos se escuchaban algunas voces, y los gritos casi histéricos de una mujer, que Miranda asumió era Erika. Tomó a Imanol, quién se había recostado de la pared y procedieron a salir al pasillo, cerrando la puerta con sumo cuidado.
Apenas habían dado unos cuatro pasos, cuando se escuchó un grito al inicio del pasillo.
—¡Imanoool!
Erika descubrió a su amante caminar afincado a una mujer que desconocía. De inmediato, sacó su espada, justo cuand Mauricio y el resto de los habitantes de la casa, incluido Antonio, se asomaron al pasillo.
Miranda empujó a Imanol hacia una de las paredes, en donde el Primogénito intentó sostenerse, con las pocas fuerzas que tenía.
Vio como su acompañante sacó su espada y de dos golpes contundentes, hizo retroceder a Erika. Imanol conocía el nivel de ataque de la que había sido su pareja, ella era la mejor en su Clan, al punto de ser tenida en todo el CDMX, pero también había visto a Miranda enfrentarse contra todo un equipo de Mercenarios, incluido a Linette, cuyo combate era bastante respetable y de Adrian, cuyo nivel era a leguas, mejor que el de Erika.
Erika blandió con destreza su espada, haciendo que Miranda diera un paso atrás, situación que no solo sorprendió a Linette, sino al propio Mauricio. Sabiéndose triunfadora, Erika, lanzó el último ataque, pero Miranda enredo su espada con la de esta y se la sacó de las manos, poniéndo su filo en la garganta de la Prima y llevándola hacia la pared.
—No vine a lastimarte, pero si me obligas, no me temblará el pulso para matarte —le aseguró Miranda.
Nadie se atrevía a intervenir, Mauricio lo había prohibido, y Linette y Ximena seguían anonadadas por la forma en que esta extraña había vencido a Adrián y herido a Camila, por lo que se encargaron de seguir las instrucciones del Primogénito de Ardere y no permitir que los demás se involucraran en la pelea. Mientras, Imanol se acercaba a la sala, necesitaba evitar que ambas se lastimaran.
—¡Haz algo Mauricio! —ordenó Erika, sintiendo como el filo de la espada de Miranda se clavaba en su piel. La vio con odio, mientras que su oponente sonreía con desdén.
—Sí, Mauricio, ¡haz algo! —Se burló Miranda, mutando la diversión que reflejaba en su rostro a uno de pura maldad—. ¡Elige, Primogénito: tu Prima o yo! —exigió, afincando aún más el filo en el cuello de Erika.
La sangre no tardó en brotar. De la boca de Imanol se escapó un no, justo cuando Linette, Nicole y Ximena contenían la respiración.
Ante aquella escena, Asier se encontraba impresionado. No entendía muy bien qué era lo que había ocurrido, pero bien que aquella joven tenía que tener agallas, para meterse en una casa donde cualquiera la podría vencer y, de paso, exigirle a un Primogénito que decidiera.
—¡Mátala! —gritó Erika.
Su grito fue el motor que impulso a la acción. Antonio se hizo con la espada de Erika y Mauricio materializó, al instante una espada en sus manos.
Ambos hombres, con un movimiento coordinado, apuntaron al mismo tiempo el cuello de Erika, haciéndola palidecer.
—¡Llevátelo, Miranda Santamaría! —gritó Antonio—. ¡Llevátelo!
Miranda sonrió, bajando su espada y dándo la media vuelta para tomar a Imanol y sacarlo de la casa.
Al escuchar su apellido, Erika balbució, mientras Linette sintió que sus piernas se desvanecían cayendo al suelo.
—Es... una... —La voz trémula de Ximena se hizo sentir en la sala, mientras Nicole intentaba comprender qué era lo que pasaba.
—¿No le contaste? —Antonio le preguntó a Mauricio, bajando su arma. —Lo siento, colega. —Miró a Erika. —Tu sangre es importante, pero ella es el último vástago del Solem sobre la Tierra... matarla equivaldría a mandarlo todo a la mierda.
Dio la media vuelta.
—Creo que ha sido mucho por hoy. Me voy a casa... —Antonio abrió la puerta y se fue.
—¿Por qué...? —Ximena dudó en preguntar—. ¿Por qué no nos dijiste, Mauricio?
Mauricio cabizbajo, se negó a responder.
—¿A dónde se llevó a Imanol? —exigió Erika, sin dejarse de sujetar el cuello.
Nicole corrió en su ayuda, mientras Linette se reponía, y con las crecientes fuerzas se dirigió a las escaleras.
—No es el momento —dijo la dominicana, pasándole por un lado.
Para Miranda fue un alivio poner un pie en la arena. Arrastrando el debilitado cuerpo de Imanol, llegó hasta el lugar donde había ocultado la motocicleta.
—Tendrás que aferrarte con lo que te queda de fuerzas a mí —le aseguró.
—¿Eres una Santamaría? —preguntó Imanol, lleno de emoción y sano temor.
La joven lo miró, esbozando una triste sonrisa.
—Mi origen no es relevante, Primogénito.
—Amina fue, es y siempre será admirada y reverenciada por todos, ¡llevas su sangre! —soltó emocionado, sintiendo un fuerte dolor. Sus piernas flaquearon y sus rodillas se doblaron.
Sin perder tiempo, Miranda lo sostuvo.
—No estás bien —le dijo. Sus rostros quedaron frente a frente. Ella pudo observar en sus ojos una creciente devoción que hace minutos estaba segura de que no sentía, y se debía a su antepasada. —No soy mi abuela, y dudo que pueda hacer algún prodigio como ella lo hizo, pero creo que puedo salvarte... o quizás todo se resuma a salvarte o matarte...
Imanol sonrió, sintiendo la cálida respiración de la joven en su rostro.
Si su vida tendría que terminar en las manos de una Santamaría, entonces podría irse de este mundo pensando que tuvo una maravillosa vida.
Ayudó a Miranda a subierlo a la moto, y recostado de su espalda, aferrado con las pocas fuerzas que tenía, le agredeció al Solem porque en medio del dolor y la tragedia, había recibido mucho más de lo que merecía.
***
¡Viva México! Con cuatro días de retraso, pero especialmente a alguien que nunca leerá esto: RMC
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