17. Plan en marcha

Para mí, siempre serás un héroe

Mabel Simancas.

Acomodándose un poco el cabello, Imanol salió vestido con su habitual camiseta de cuello panadero negro y pantalones de combate del mismo color. Caminaba con piso firme hacia el kiosko de entrenamiento cuando su reloj comenzó a repicar.

Miró la pantalla, observando a Eduardo caminando del otro lado, por lo qu—e lo atendió con rapidez.

—¡Lalo! —Lo saludó con especial atención—. ¿Cómo estás, wey? 

—Primogénito —respondió—, tengo información muy relevante de lo que está ocurriendo en la Coetum.

—Dime —contestó, obviando por un momento lo del Primogénito.

—Se está corriendo la voz de que mandarán a un miembro del Prima a acompañar al Oráculo de Ardere y a su enfermera a Costa Azul. La Coetum quiere saber cuánto han avanzado ustedes... los quieren vigilar.

—¿Cuándo vendrá?

—En dos o tres días, Primogénito.

—¡Muchas gracias, Lalo! —confesó Imanol—. No sabes de cuánta ayuda has sido. Solo una cosa...

—Mande.

—Sigo siendo Imanol, para ti soy un amigo, no tu Primogénito.

Ambos sonrieron, despidiéndose. 

En cuanto la llamada se cortó, Imanol caminó con pasó firme hasta el kiosco, donde sus pares iniciaban el entrenamiento. Mauricio lo vio, saludándolo con una sonrisa, justo cuando este le hizo una seña para que se accercara.

—¿Pasa algo?

—El Oráculo no vendrá solo, estará aquí con una miembro del Prima. Tenemos solo un par de días Mauricio, para encontrar al miembro de Mane, o de lo contrario, estaremos bajo la vigilancia constante de la Coetum.

Mauricio suspiró, deviando la mirada. Se llevó las manos a la cintura y observó con preocupación al Primogénito de Astrum.

—¿Cuándo quieres hacerlo? —le preguntó.

—Mañana... sin falta —resolvió Imanol.

Erika caminaba por el jardín de la Coetum. Rozando con sus dedos las rosas rojas de Astrum, sonreía, pensando en que en un par de días partiría a ver a Imanol.

Había sido una tonta por dejarlo a un lado.Sin embargo, confiaba plenamente en el amor que el Primogénito sentía por ella, así que esta vez haría todo lo posible por unirse a él. No lo volvería dejar espacar.

—¡Erika! 

La voz de Sebastián la sacó de sus cabilaciones. Se volteó para ver a su prometido, líder del Equipo Élite de Astrum, correr hacia ella.

—¿Irás a Venezuela?

La chica afirmó.

—La Presidenta de la Coetum me ha escogido para acompañar al Oráculo de Ardere a Costa Azul, procurar su integración, vigilar su comportamiento y supervisar que los Primogénitos estén cumpliendo con la misión que les fue dada.

—No creo que sea conveniente que vayas sola. Hablaré con la Sra. Denisse para que reconsidere enviarme contigo, o en su defecto, a algún miembro del Equipo Élite de mi confianza para que cuide de ti, en caso de que el Oráculo llegue a salirse de control.

—Estaré bien, amor. Sabes que puedo defenderme muy bien.

—Eso no lo pongo en duda, pero ya viste que entre varios no pudimos con él. Son personas que están dotadas de un talento sobrenatural.

Erika puso su mano en la mejilla de su prometido, acariciándolo con ternura.

—Amor, estaré bien... confía en mí.

Sebastián no pudo más y la abrazó con temor y amor, todo el amor que había en su corazón. Sabía que se volvería loco si algo le pasaba. 

Y mientras le demostraba su más ingenuo y tierno sentimiento, Erika solo pensaba en estar nuevamente en los brazos de Imanol.


—¡Mañana! —exclamó Linette—. ¡Es una locura! 

—No podemos esperar más —afirmó Adrián, dándole la razón a Mauricio e Imanol—. Lo que ahora debemos acordar es qué haremos en caso de que no aparezca el integrante de Mane.

—¿Cómo que qué haremos? ¡Rescatar a Imanol! —dijo Camila sin dudar—. No lo dejaremos en manos de esos seres.

—Estaremos escondidos en el lugar donde lo lleven —aclaró Mauricio—. Mi Don de Neutrinidad nos ayudará a traspasar cualquier obstáculo y mantenernos ocultos, así que todo dependerá de cuánto puedas soportar.

—Les avisaré telepáticamente —propuso Imanol, quien haría uso del Donum Maiorum de Ignis Fatuus.

—Me parece genial. —Aceptó Mauricio.

Ximena tomó la mano de Imanol, dándole un ligero apretón.

—Estaré bien, Xime. —Le aseguró el chico, acercándola a él y dándole un beso en la cabeza, para luego ver a todos sus pares—. ¿Por qué no hacemos unos tacos esta noche?

Linette, como niña pequeña, fue a abrazarlo. Entretanto, Camila miraba con preocupación a Mauricio y a Adrián.  

Imanol acomodó por última vez su camisa de cuadros azul con blanco, para que sobresaliera un poco de su pantalón. Se llevó la mano al cabello, para limpiar su piercing.

«Solo espero no te arranquen». Sonrió, cuando tocaron en su puerta. —Sí.

Mauricio abrió, accediendo a la habitación. Iba con el atuendo negro de combate de la Fraternitatem Solem.

—¿Estás listo?

Imanol asintió.

—Es hora de que nos vayamos. Te dejaré cerca de los containers, con el rastreador en la mano. La idea es que crean que eres un policia o un investigador. Después... —Hizo un breve silencio—. Sabes que la situación no será tan fácil, ¿verdad?

—Estoy preparaado para todo, Mauricio. Confía en mí.

El Primogénito de Ardere sonrió, saliendo con Imanol de la habitación.

Afuera, las chicas lo abrazaron, todas ataviadas de negro. Sonrió al ver a Ximena, por primera vez, vestida con el traje de combate oficial de la Hermandad. También notó que Camila llevaba una aljaba en su espalda, lo que le dio a enterder que estaría armada. Extrañamente, ese gesto le dio más seguridad.

Ainhara caminaba de un lado a otro, comportamiento que comenzaba a estresar a su líder.

—¿Pasa algo, Ainha? —Quiso saber, antes de lanzarle el libro que estaba leyendo.

—¿De verdad no harás nada? 

—¿Con respecto a qué?

—A los Mercenarios del puerto, Miry.

La chica suspiró.

—No puedo andar por allí, haciendo explotar lugares, Ainhara. 

—Solo puedes exterrminarlos.

—¿Y nos comemos los cuerpos? —preguntó, cerrando el libro, ante la mirada inquisidora de la chica—. Lo sé, me pasé de la raya. —Suspiró—. Debo ser cuidadosa, Ainhara. No tengo  la fuerza para enfrentar a los Primogénitos, ni a Giovanna.

—Esconderte no te ayudará.

—Ser tan temeraria tampoco... —Bajó el rostro—. Está bien, por ti, iré.

—Te acompaño.

—No —respondió, de forma tanjante—. Estos Mercenarios no son como los del Cerro Café... Si algo sale mal, si algo no resulta, si te llegan a atrapar y descubren que tienes un Sello, te matarán. Lo sabes, ¿verdad?

Ainahra asintió.

Lo último que Imanol supo al entrar entre los improvisados caminos hechos con containers oxidados por la salitre y el tiempo fue la hora: cinco y media de la tarde.

La perfecta circunferencia naranja que reinaba en el cielo comenzaba a fenecer. En poco más de unos treinta minutos le daría paso a su compañera, la luna, dejando que la tiniebla se apoderada de todo el lugar.

Ver al sol en su ocaso le produjo una extraña sensación, la cual estuvo acompañada por un súbito escalofrío.

Por primera vez se cuestionó si no había sido muy temerario aceptar el plan de Mauricio.

Sin embargo, de alguna manera, saber que en breve todos estarían con él, le daba confianza para continuar.

—Solo espero que vengas —se dijo.

Respirando profundo, terminó por perderse entre los abandonados containers.

La líder de Kaiwono tomó las espadas que reposaba sobre la repisa de la biblioteca, ante la tenta mirada de Ainhara. La joven estaba más seria de lo normal, apretó con fuerza los cinturones con las navajas en  sus tobillos y en su caderas, mientras se echaba ambas vainas a la espalda.

—No quiero que vayas sola —insistió Ainhara.

La mujer sacó ambas espadas, las giró, comprobando el brillo destellante del filo, y con un limpio movimiento, las volvió a guardar.

Esbozó una media sonrisa y salió de la habitación.

Ainhara solo esperaba que no fuese una locura haberle propuesto atacar a ese grupo de Mercenarios, a una de las células más peligrosas, liderada por un non desiderabilias.

Con dificultad, Imanol intentó abrir sus ojos. La cabeza le daba vueltas. El mareo y en la nuca, estaban complicándolo todo.

No tenía ni la más remota idea de dónde estaba y qué había ocurrido. Debía aceptar que se había distraido, cuando recibió el golpe que lo noqueo. Solo recordaba que caminaba distraido entre los containers, cuando fue atacado por la espalda. Tampoco puso mucho de su parte por estar alerta, debido a que su instinto natural le obligaría a defenderse, y sería muy complejo terrminar de ejecutar el plan.

En cuestión de segundos se dio cuenta de que se encontraba en un lugar con poca iluminación. Estaba sentado en una silla, con las manos atadas en la espalda y los pies amarrados a la altura de los tobillos con una soga bien prensada a las patas. Además de una mordaza que, a duras penas, lo dejaba tragar.

Miró con cautela, intentando hacerse una idea de qué tipo de lugar era aquella instalación.

El techo del galpón se encontraba algo elevado y por todo el espacio habían varias cajas de madera, dispersas, de diferentes dimensiones, dispuestas en sitios estratégicos.

No era un sitio muy amplio, lo que le dio un poco de alivio, pues significaba que, en aquel lugar, no cabría más de una docena de personas, justo el número de sus atacantes.

—Así que el niño explorador despertó —exclamó el hombre que lo había atacado con el garrote, levantándole la barbilla con desprecio, mientras Imanol lo miraba con odio y aborrecimiento—. Estaba tan aburrido antes de encontrarte, ¡escoria de la Hermandad! —masculló, abriéndole la camisa de un tajo.

Los botones salieron volando por la habitación. Imanol sintió un suave calor en su Sello, el cual se destellaba con cierta timidez. Era su Donum Maiorum que se había activado para sanarlo. 

Supo que el sujeto había visto los destellos dorados atravesar su tela, por lo que comprendió la referencia que hizo sobre la Hermandad. Lo habían descubierto. Pero lo que no se esperó fue el nuevo golpe que le asestó, un puñetazo tan fuerte que casi lo hace caer al suelo con todo y silla.

Imanol optó por permanecer en la posición en que lo había dejado la inercia del golpe, así retrasaría por algunos segundos cualquier ataque en contra de su persona.

Pasado unos segundos, que juzgó prudente, subió su rostro para recibir un salivazo de sus captores. Cerró los ojos en un gesto de impotencia. Tenía que resistir hasta que la persona misteriosa viniera a por él.

—¡Vaya, vaya! Pero, ¿qué tenemos aquí? —preguntó un hombre, con una extraña marca en la frente—. Un hij querido del Solem. —Se burló. 

El hombre le tomó de la mandíbula, y con la mirada desorbitándose, Imanol se dio cuenta de que aquella marca no era más que el Sello del Harusdragum, un Sello corrompido de Ignis Fatuus.

—Debes tener un Donum  para ofrecer a mi Señor —dijo lleno de ironía—. Pero antes... 

Levantando la mano, bastó que el líder se alejara un poco para que un golpe fuera a dar en su estómago, tomándolo desprevenido. Ese atentado le hizo perder el aire.

De inmediato, Imanol reaccionó. Se habpia dado cuenta de que su situación era más compleja de lo que había intuido, por lo que era momento de defenderse. Usó su posición para repeler algunos golpes, pero la estrategia que le dio ventaja por un minuto, viéndose deshecha en cuanto fue superado en número y resducida su movilidad. Terminó asediado, recibiendo golpes provenientes de todas direcciones.

Cerró sus ojos, esperando confiado de que Mauricio no lo abandonaría.

Linette caminaba de un lado a otro, esperando la aparición de Mauricio, por lo que su corazón dio un vuelco en su pecho cuando escuchó el clip de la puerta. Con ella, Camila corrió a la entrada, recibiendo al Primogénito de Ardere.

—¿E Imanol? —preguntó Linette.

—Está con los Mercenarios.

—Es hora de que vayamos con él —ordenó Adrián. 

—¡Vamos! ¡Estoy más que dispuesta a patearle el trasero a más de uno! —se animó Linette.

—Aquí no se trata de patear traseros, sino de matar —corrigió Mauricio.

—¿Matar? —Ximena se atrevió a preguntar, entretanto Camila le dedicaba una rápida mirada.

—Sí, Ximena... Esto es el mundo real —aclaró Mauricio.

Sus palabras causaron preocupación entre todas, debido a que solo Adrián y Mauricio habían tenido la lamentable desdicha de acabar con algunas vidas.

El ligero cosquilleo entre los huesos del pómulo y la ceja le indicó a Imanol que su carne, además de estar rota, comenzaba a inflamarse debido al golpe. Lo único que agradecía es que aún podía sentir el escozor del piercing en su ceja. Sonrió, ante la tonta idea de que solo eso le preocupara.

Por otro lado, los minutos se le estaban haciendo eternos. Ese instante de incertidumbre le hizo pensar en lo que había hecho años atrás. ¿Acaso aquel no era un castigo impuesto por el Solem por haberse comportado como un cobarde?

No había terminado de recuperar su respiración cuando, nuevamente, fue atacado.

El miedo de ser abandonado a su suerte, la poca esperanza de que el hombre de Mane viniera a por él, que quisiera ayudarlo, y la rabia de encontrarse maniatado sin posibilidad de defenderse comenzaban a hacer mella en su ser. ¿Cómo saldría de allí?

Cuando le asestaron el último golpe, tosió con dificultad. No era mucho lo que podía hacer con aquel trapo en su boca, el cual, humedecido por la saliva y la sangre, a duras penas lo dejaba tragar.

—Verás, niño de Astrum —dijo el líder de los Mercenarios, mientras dos hombres lo sujetaron, echando sus hombros hacia atrás y dándole firmeza en la silla. Imanol observó que aquel hombre llevaba una yerra, cuya punta ardía en un rojo intenso, visualizándose a un dragón que quería tragarse al Sol—, antes de entregarte a mis superiores, envenenaré tu Sello —confesó.

La mirada de Imanol se desorbitó. El hombre hizo una seña y uno de sus secuaces, echó unas gotas de un líquido rojo sobre la punta de la yerra.

—Sangre de mi dios, el Harusgragum. —Hizo una reverencia—. Antes de morir, la sangre de mi Señor envenenará y quemará tu Sello, y tus Munera serán del dominio de nuestra gente. No te lo niego, será doloroso. —Sonrió—. Espero no te importe. 

Fue imposible para Imanol detener el terror de muerte que empezaba a colarse hasta sus tuétanos. Aquel sujeto fornido se le acercó, y sin compación, puso el hierro caliente en su clavícula, sobre su Sello.

Gritó, mientras las lágrimas brotaban por el dolor de sus ojos, al igual que sus humores. Su cara se desencajó, mientras su mandíbula se abría a más no poder. Gritó de dolor, de rabia, de impotencia. Se sintió el más miserable de todos los Primogénitos de la Fraternitatem Solem, el más débil y repulsivo de todo.

De niño había deseado tanto ser un Primogénito, ahora se arrepentía de ello. Nunca debió ser escogido, no era digno de servir al Solem. Solo se quería morir. Razón tuvo Erika en descartarlo como pareja, de no seguirlo queriendo. Ahora no valía nada. Lo había perdido todo. 

Ya no importaba que lo vinieran a rescatar. Solo quería morir. Cerró sus ojos, mientras su rostro caía derrotado sobre su pecho. 

—No, no no. No se debe jugar con los Primogénitos. —Una voz retumbó en la estancia.

—¡¿Qué?! —dijo el hombre sorprendido ante la desconocida presencia.

Imanol sintió una ligera, ante la melodiosa pronunciación que llegó como un encantador susurro a sus oídos. Haciendo un esfuerzo sobrehumano para reponerse del dolor, abrió los ojos, quería descubrir a la dueña de esa voz. 

Con algo de dificultad, subió un poco su rostro para tener una mejor visión de la persona que recién había llegado.

Entre las cajas de madera apostadas en la entrada, en lo más alto de los cinco peldaños, justo en el descanso, una joven cubierta con un largo albornoz negro, yacía de pie ante ellos.

Sus brazos reposaban en la cintura, sus piernas estaban ligeramente entreabiertas, exhibiendo, bajo la capa, un traje de combate negro.

La capucha caía sobre su rostro, dejando solo los labios y el mentón expuestos, además de que, al estar a contraluz y el dolor que sentía le dificultaron verla con claridad. Solo un par de detalles más fueron percibidos por Imanol: las manos de la joven estaban cubiertas por unos guantes de cuero negro que llegaban hasta la mitad de su antebrazo y su cabello castaño salía a través de la capucha, cayéndole sobre sus pechos.

—¡Juguemos! —expresó la chica, sonriendo para lanzarse a la acción.

El corazón de Imanol dio un vuelco en su pecho. ¿Acaso era ella la persona a la que esperaba? ¿Era ella la miembro de Mane de quien Mauricio había hablado o una enemiga?


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