17. El ataque de la Hermandad
En la vida pasan cosas malas, es cierto
pero la clave está en ver las cosas tal cual son
y no peor de lo que realmente son.
Jordan Belfort.
Asier sintió con fuerza el golpe de calor de La Guaira.
—¡Vamos, no tenemos tiempo que perder! —ordenó Erika, pasando por su lado con su maleta.
Nicole sonrió, acercándose a Asier. Le tomó uno de los brazos, en donde enredó el de ella. Asier la miró confundido, pero no se la quitó de encima.
—Es una verdadera tirana —declaró la mujer.
—Ya lo creo —confesó Asier, sonriendo.
Presentía que la convivencia con la Prima de Astrum sería un infierno, por lo que tenía que conducirse con cuidado.
Sin perder tiempo, y con Nicole a su lado, siguió a Erika a tráves del Aereopuerto. Debían hacer el trasbordo lo antes posible, si querían llegar antes de la madrugada a Costa Azul.
Escondidos entre las cajas de madera, los Primogénitos observaron la escena: Miranda se había sentado en las piernas de Imanol y, acto seguido, había sacado una daga de obsidiana que destelló con la luz artificial del lugar.
Más atrás que el resto del grupo, Camila armó con sigilo su arco, dejando salir la flecha sin titubear.
Tanto Mauricio como Linette sintieron la flecha pasar entre ellos.
El Primogénito de Ardere se volteó consterrnado a observar a su compañera, pero apenas alcanzó a murmurar un: «Pero, ¿qué haces?». Cuando Linette saltó por encima de las cajas con su espada.
En ese instante, Camila, quién miraba al frente con una mirada inclemente, apenas se dignó a echarle un vistazo a Mauricio, mostrándole una sonrisa de satisfacción, pero en eso gritó, llevándose la mano al hombre derecho, para descubrir con terror que tenía una daga de obsidiana en la que resaltaba el sello de Sidus, su Clan, en el mango.
Aquella joven la había herido.
Gracias a sus sentidos desarrollados y a su agilidad como guerra, Miranda pudo esquivar el ataque de la Primogénita de Sidus, echando su cuerpo y el de Imanol a un lado para evitar que alguno de los dos fuera herido.
Sin perder tiempo se reincorporó. Le echó un último vistazo a Imanol, quien anonadado, intentaba comprender qué era lo que estaba ocurriendo.
Lo peor que les podría pasar era que más Mercernarios aparecieran, o incluso, non desiderabilias.
Una vez de pie, Miranda miró al frente agudizando su vista para mirar a través de la oscuridad de las cajas. Levantó su mano, haciendo una ligera seña, justo cuando el filo de una espada brilló el la oscuridad.
Imanol pudo darse cuenta, entre jadeos, que una sombra corrió por las vigas del galpón, por lo que intuyó que Miranda no estaba sola. Sin embargo, fue mayor su asombro al ver a Linette saltando de entre las cajas.
Sin titubear, Miranda lanzó su daga, pero su blanco no era Linette, quien se encontraba en pleno vuelo, sino Camila.
Imanol escuchó tan claro el grito de la chica que se estremeció, pero no le dio tiempo de averiguar qué era lo que pasaba, porque el choque de la espada de Linette contra la de Miranda llamó su atención.
Haciendo gala de su destreza, Miranda desenfundó su espada, evitando ser herida por el certero ataque de la Primogenita de Lumen. Pudo reconocerla al ver su Sello refulgir en su brazo, lo que le hizo sonreír. Una hermosa mano con un sol en su dorso se reveló ante ella.
Miranda retrocedió, haciendo que Linette ganara confianza. En medio del combate, pudo detallar las facciones de la Primogénita, su piel clara, con algunas pecas, de labios prominentes, ojos café aguerrido y cabello rizado, la joven demostraba gran talento para el combate.
Esquivando los ataques, la líder de Kaiwono decidió que era suficente, por lo que en uno de los choques, hizo un movimiento envolente con su espada, lo que permitió que Linette se acercara a ella, lo suficiente como para desenvainarla y girarla mientas colocaba su espada en su garganta.
Linette no pudo anticipar el ataque, quizás por su exceso de confianza. Tampoco comprendía cómo había terminado en aquella situación. En ese instante, solo importaba el hierro que amenazaba con hundirse en su piel, y el ligero ardor de una herida que podía ser mortal.
Mauricio y Ximena corrieron a auxiliar a Camila.
—Cami, ¿estás bien? —preguntó Mauricio, preocupado.
Pero la joven, apenas lo observó.
—¿Era ella la que nos iba a ayudar? —reclamó Ximena.
El Primogénito de Ardere decidió no decir nada. La situación estaba pasando tan rápido que no pudo prevenir lo que iba a pasar.
Mientras Mauricio y Ximena se ocupaban de Camila, Adrián seguía con detenimiento el combate entre Linette y Miranda, así como la situación de Imanol.
Al ver como aquella mujer sometía a Linette, decidió salir a su rescate. Por lo que, sin decir nada, salió de su escondite.
Con un movimiento de sus manos, intentó quitarle de las manos la espada. Gruñó sabiéndose ganador.
El rostro de Miranda se desfiguró. Aquel gesto, para Adrián, fue desconcertante. Era como si ella pudiese ver la energía de su poder viajar a través del aire, pero estaba eqquivocado.
Con mayor firmeza, Miranda sujetó a Linette, esbozando una sonrisa, que Adrián no pudo comprender, lo miró fijamente.
La energía telequinética no fue capaz de llegar a Miranda. Como si esta tuviese un escudo protector, logró repeler el ataque, el cual salió disparado hacia Adrián.
Sin esperarlo, Adrián sintió la energía golpearlo, elevándolo del suelo y haciéndolo volar unos metros más atrás. Chocó contra un container de madera. El golpe lo hizo gritar del dolor.
—¡Basta! —Su grito hizo que Mauricio se olvidara, por un momento de Camila, dejándola en manos de Ximena. —¡Basta, Marena! —pidió, atreviéndose a salir de su escondite.
Miranda esbozó, nuevamente, una sonrisa de suficiencia.
—Me preguntó si te atreverás a decir mi nombre completo.
—No hemos venido a pelear —aclaró Mauricio, extendiendo sus manos en demostración de que no iba a atacarla. Aún así se atrevió a echarle una rápida mirada a Imanol que seguía en el piso. El Primogénito de Astrum sintió un ligero alivio en sus muñecas, dándose cuenta de que la cuerda que las mantenía sujetadas se había desvanecido
—Lástima que lo aclaraste unos minutos tarde.
—Marena...
—Ni te atrevas a dar un paso más —. Miranda lo amenazó, reteniendo con más fuerza a una furiosa Linette.
—No te preocupes por mi, Mauricio —aseguró Linette—. ¡Ataca!
Su desgarrador grito hizo que Ximena se pusiera de pie, extendiendo su manos para usar su poder.
Los sentidos de Miranda se activaron, preocupándose al ver a la sexta Primogénita salir de entre las cajas. No vio venir su ataque, pero si sintió una brisa serena a su izquierda, por lo que se atrevió a echar un breve vistazo, dándose cuenta que la Primogénita de Aurum había abierto un portal hacia el malecón.
Miranda sonrió. Con un rápido movimiento se separó de Linette, golpeandola fuertemente con su empeine. La Primogénita de Sidus cayó con un fuerte dolor, el cual no le permitió reaccionar como habría querido.
Sin pensarlo, Miranda se echó a correr, traspasando el portal.
Invadido por la adrenalina del momento, Imanol se puso de pie de un salto, corriendo detrás de Mauricio, quien estaba alcanzando el portal que, por error, abrió Ximena.
Ambos hombres atravesaron el umbral, siendo golpeados por la brisa marina. El lugar era lugubre, escasamente iluminados, por lo que no sabían en que dirección ir.
—No la podemos dejar escapar —dijo Mauricio, dando un paso hacia adelante. En ese instante, una moto, seguida de otra, pasaron a gran velocidad por su lado. Estuvieron a punto de atropellarlo, pero Imanol lo impidió, quitándolo del camino de los motorizados. —¡Mierda! —gritó el Primogénito indignado, mientras se zafaba del agarre de Imanol. No solo Miranda se había ido, sino que nunca estuvo sola. —¡No, no, no! —soltó frustrado.
—Mau —susurró Imanol.
Mauricio se volteó a ver a su compañero, justo cuando Linette atravesaba el portal para ayudarlos.
El Sello de Imanol volvía a cubrirse con una costra parecida a la lava, que iba consumiendo su natural resplandor dorado.
Debilitado, el Primogénito de Astrum se desvaneció, manteniendo aún su consciencia. Con un rápido movimiento, Linette lo sostuvo, gesto que hizo entender a Mauricio que su plan había fallado.
Ayudó a Linette a levantar a Imanol, volviendo al galpón, donde se encontraban Camila y Adrián heridos.
—¡Lo siento, Mauricio! De veritas, ¡no era lo que quería hacer! —se disculpó Ximena, a punto de llorar.
—No has sido tú la que has fallado. —La consoló—. Solo nos quisiste ayudar... Ahora debemos volver a casa, y solo tú puedes llevarnos.
Ximena asintió, limpiando las lágrimas de su rostro. Abrió un nuevo portal que los conducía a la sala de la casa de los Aigner.
Los Primogénitos trasladaron a Imanol y a Camila al interior de la vivienda, encargándose de último de Adrián.
Ubicados en sus respectivas habitaciones, Mauricio no perdió tiempo en llamar a los doctores de Ardere.
La urgencia en ese intante, eran los heridos, por lo que Ximena y Linette no tocaron el tema, gesto que Mauricio agradeció, porque más allá de no haber podido concretar el encuentro con Miranda, tal como lo había pensado, la actuación de su equipo había sido tan patética que no solo estuvo a punto de hacerle perder la vida a Camila, Linette y Adrián, sino que, en el fondo, temía que Imanol no sobreviviera a la herida mortal que le habían causado los Mercenarios, y no solo su vida peligraba, sino todo su Clan.
Miranda se quitó el casco, dejándolo sobre la moto, sin darle la cara a Ainhara, la cuál salió corriendo detrás de ella.
—¡Miry! ¿Qué ha pasado? —suplicó, tomándola de brazo y dándole la media vuelta. —¡Madre mía! —exclamó al ver la marca morada que empezaba a apoderarse de la mejilla de su amiga. —¡Hay que atender eso con urgencia!
—No tengo tiempo para eso, Ainha. Necesito volver por el Primogénito.
—¡Estás herida, mujer! Además, se atrevieron a atacarte, ¿cómo piensas volver a por él? Es asunto de los Primogénitos.
—Hace un par de horas no pensabas igual —le reclamó.
—No sabía que ellos estaban involucrados. Solo quería que derrotaramos a los Mercenarios —confesó Ainhara, buscando un pedazo de carne roja en la nevera, el cual puso en la mejilla de Miranda—. ¡Te atacaron, Miry! Son de los nuestros y ¡te atacaron! ¿Por qué los ayudarías?
—Porque toda la Fraternitatem Solem peligra por él.
Ainhara suspiró.
—Solo espero que no sea un error, Miranda Marena...
Miranda sonrió con ternura.
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