14. Desde el malecón
El hombre es libre en el momento que desea serlo.
Voltaire.
Tal como habían acordado, luego de la recuperación plena de Camila, Mauricio se propuso darle un recorrido turístico por aquellos lugares donde su bisabuelo y el resto de los Primogénitos habían vivido.
Quería aprovechar al máximo el poco tiempo de ocio que tenían, pues en cuanto asier llegaraa a casa, debían comenzar a entrenar al máximo, para poder estar en forma y dominar cada uno el Domun —talento que hasta esos momentos era desconocido para la mayoría — antes de que poner un pie en territorio Mane.
Sin perder más tiempo, hizo aparecer seis bicicletas, invitándolos a subirse en ellas.
Tomando la avenida Universidad, Mauricio guió al grupo a través de las calles de Costa Azul. Una bandada de loros salvajes vistieron el cielo con sus verdes colores y sus estruendosos chillidos, mientras se dirigían a sus nidos escondidos en los altos morichales.
Pronto las casas fueron despoblando el paisaje. El aroma a sulfuro de dimetilo, conjugado con el bramar de las olas, les dio la bienvenida a la costa, invitándolos a visitarla, pero Mauricio escogió otra ruta, una que los llegaría al casco colonial de Costa Azul.
Las coloridas casas de calicanto hablaban de un pasado glorioso, escrito con lucha y sangre, que se negaba a morir.
El Primogénito de Ardere viró, pasando por una calle de piedras, donde redujeron la velocidad.
De nuevo, tuvieron frente a ellos, la playa, acompañado por un extenso y límpido boulevard que tomaron para disfrutar de la vista: un cielo azul despejado, con pinceladas de nubes, y un mar en tres tonalidades que hacía gala de su belleza.
Las palmeras le anunciaron que habían llegado al Malecón.
Mauricio los llevó por los pasillos de concreto, introduciéndolos cada vez más en el bosque costero.
Se detuvo en una de las mesas redondas de granito que habían sobrevivido al tiempo, invitando a sus compañeros a sentarse alrededor de ella.
—Así que este es el famoso Malecón —exclamó Ximena, sintiendo los fuertes rayos del sol traspasar las palmeras para incidir sobre su piel, sin embargo la fría brisa marina disminuía su poder sobre ella.
—Sí, y dentro de un rato los llevaré al lugar desde donde Aidan saltó. Las rejas siguen allí —comentó Mauricio —. Solo espero que a nadie le de por lanzarse.
—No estamos tan locos... aún —comunicó Imanol.
—Yo apoyo la idea de lanzarnos —comentó Linette, ganándose la mirada de todos —. Somo Primogénitos no moriremos, y tendremos la experiencia.
—En ese caso, creo que sería bueno someterlo a votación —concluyó Adrián.
Todos terminaron acordando que lanzarse desde el malecón, no sería tan mala idea. Imanol sonrió, porque al parecer, si había algo de demencia en ellos.
—Mau, hay algo que me llamó la atención —confesó Camila—, ayer vos dijiste que Ignacio vivió en aquella casa hasta que desapareció. ¿Sabés qué le ocurrió?
—No a ciencia cierta. Existen muchas hipótesis sobre el final de Ignacio. Unos dicen que se fue a Corea con Eun In, otros que murió a manos de los non desiderabilias, o que se lo terminó tragando el tremedal como a Doña Bárbara. En fin, terminó convirtiéndose en una leyenda.
—¿Y si vive con los Mane? Chance se encuentre gobernándolos —se animó a suponer Ximena, mientras Mauricio sonreía.
—Al parecer alguien admira demasiado al Custos de Ignis Fatuus —comentó Linette.
—¡Ni te imaginas! —respondió Ximena.
—Lamentablemente, Ignacio no está con Mane. De estarlo, los Mercenarios jamás habrían visto la luz del día —aseguró Mauricio—. Su desaparición, y el posterior envejecimiento del resto de los Primogénitos, solo ayudó a fortalecer a los non desiderabilias.
—Es una lástima que ni siquiera sus hijos pudieron mantener la paz para el Populo de la Fraternitatem —dijo Linette con pesar—. El Solem actúa de formas extrañas.
—Sí, ahora tendremos que ir a rogarle a Mane por su apoyo —puntualizó Adrián.
—No creo que se nieguen a echarnos una mano —afirmó Imanol.
—De ellos cualquier cosa se puede esperar. —Mauricio lo miró con preocupación—. Considero que lo mejor para nosotros es ir mentalizados a que no nos dejarán entrar. Es muy probable que Mane no sea tan fraterno con ninguno de nosotros. No somos sus amigos, ni sus hermanos.
—¿A qué se debe tanto resentimiento? —preguntó Ximena.
—Un extraño virus "patriótico". —Mauricio movió sus dedos remarcando las comillas—. Temen volver a mezclarse y perder su autonomía.
—Entonces, no será tan sencillo acercarnos —aseguró Camila—, ni pensar en un encuentro amable.
—Es por eso que hice énfasis en que nos patearán el trasero por muy entrenados que estemos. —Mauricio miró a Adrián—. Sí, porque al final tu Donum no te servirá de nada, ni el entrenamiento que los demás tienen.
Ainhara bajó a traves de una escalera en forma de espiral hasta las profundidades de Mane. No todos los miembros del Clan tenían acceso a las cámaras subterráneas, donde se guardaban documentos ancestrales de la Hermandad, especialmente sobre el origen y travesía de su Clan.
No era la primera vez que bajaba a buscar algo, pero esta vez tenía demasiada premura. Necesitaba encontrar algún indicio que la llevara hasta la verdad.
Tomó algunos manuscritos amarillentos. Limpió el polvo, se sentó en el piso y se puso a leer.
Llevaba dos columnas de metro y medio de altura de páginas que había revisado.
No iba a darse por vencida, aunque terminara con una terrible alergia.
Sabía que su líeder confiaba en ella, y no la defraudaría.
Frente a ellos se abrió paso la amplia plaza de concreto, sin palmeras, ni techo, expuesta a los inmaculados rayos solares, a la fría brisa que llegaba como bendición para sus ardientes pieles que yacían expuestas, y más allá de la balaustrada, el extenso y embravecido mar, chocando eternamente contra la roída roca que, golpe a golpe, iba modificando su estructura. Solo las rejas corroídas por la salitre empañaban la maravillosa vista.
Mauricio, con un gesto inconsciente, se llevó ambas manos a la cintura, aspirando la fragancia del mar. Aquel era su mundo, lo era todo para él.
—¿Están listos? —les preguntó.
—¿Estás seguro que no nos verán? —quiso saber Camila.
—Desde hace mucho dejaron de vernos —aseguró Mauricio, echándose a correr. Tomó impulso y se arrojó, sintiendo el acero oxidado atravesar su piel.
Su grito de júbilo y libertad fue tentación para el resto. Asier y Linette no lo pensaron mucho, experimentando el poder de la Neutrinidad sobre ellos.
Adrián se animó, partiendo solo, entretanto Camila le hacía un guiño a Ximena para despedirse de la chica, la cual seguía estática al lado de Imanol. La Primogénita de Sidus saltó detrás del Primogénito de Ignis Fatuus.
—¿En serio nos está pasando esto, Imanol?
—Créelo, Xime, porque es tan real como el hecho de que podemos respirar —confesó el joven, echándose a correr.
Ximena sonrió, animándose a saltar. Era la primera vez que sentía el Don de Neutrinidad en ella. Su cuerpo se convirtió en uno con el Sol. Extendió sus brazos, recibiendo la brisa como propia. Podía volar, quedarse suspendida en el aire, mas su cuerpo se solidificó de repente, entonces disfrutó su perfecta caída libre, experimentando una vez más cómo los neutrinos facilitaban su entrada al agua, protegiéndola de las rocas amenazantes.
En cuanto estuvo fuera de peligro, salió a la superficie, recuperando toda su esencia. Sacudió su cabello en un gesto liberador, para descubrir a sus cinco compañeros, alejados entre sí, agitando sus manos para darle la bienvenida.
—¿Todo bien, Ximena? —gritó Mauricio.
—Todo bien —respondió la joven Aurum, nadando hacia ellos.
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