13. Estar en casa
El hombre feliz es aquel que siendo rey o campesino,
encuentra paz en su hogar.
Goethe.
El calor del hogar de los Aigner los recibió. Con rostro de asombro, desconcertados por lo que estaban viviendo, recorrieron el lugar.
A la derecha seguía estando el arco que daba la bienvenida a la estancia donde Rafael, el abuelo del último Primogénito, solía contarle a sus nietos y a Ibrahim la historia de Ackley y Evengeline. Allí continuaba la mecedora de pino, así como el sofá en donde Aidan lloró por Amina, la antigua Primogénita de Ignis Fatuus.
Al lado de dicha sala se encontraba la habitación que Asier tomó para él, frente a la de Imanol, así como el baño. Ambos cuartos daban al patio cubierto de grama, lugar donde estaba ubicado el kiosko que Mauricio prometió defender con su propia vida si alguien osaba entrar, además de la piscina y la nívea verja de madera que servía de límite entre la playa y la propiedad.
En la planta superior se encontraban la biblioteca, el salón de música, el cuarto de Dafne que Ximena escogió, el de Rafael que fue cedido a Adrián, el de los padres de Aidan, Andrés y Elizabeth, que Linette y Camila resolvieron compartir, gozando de una espléndida vista al mar; y, finalmente, el cuarto de Mauricio y la habitación "prohibida" de Aidan.
El joven Aigner dejó que cada uno tomara su tiempo en acomodarse, pendiente siempre de ayudar a Camila a bajar las escaleras, aunque ella aseguraba que ya se encontraba mucho mejor.
Al día siguiente, después de desayunar, y sintiendo que todo dentro de casa estaba en aparente orden, aunque carente de tranquilidad, salió del hogar.
Poniendo un pie en la arena, Mauricio sintió que la vida volvía a él. Se quitó la franela arrojándola a un lado, para realizar algunos estiramientos antes de echarse al mar. Con la mirada puesta en la bamboleada boya, sonrió. No había nada como estar en casa.
—Eso es una reliquia —comentó Adrián, imitando los ejercicios de Mauricio.
—Es la vieja boya —respondió Mauricio—, podría decirse que pertenece a mi familia tanto como la casa.
—Esto es tan irreal como un sueño. —Imanol se unió al grupo—. Jamás imaginé pisar la misma arena que ellos pisaron y mucho menos que tendría el honor de nadar hasta esa boya.
—Es increíble como para ustedes es tan interesante cosas que para mí parecen no tener valor alguno —confesó Mauricio—. Y no lo digo de mala manera, solo es que yo vivo entre los recuerdos de la historia, y me asombra que alguien pueda sentir una sana curiosidad y satisfacción por estar aquí.
—No todos somos tan privilegiados, Mauricio —reconoció Adrián—. Pero todos dejamos de admirarnos y sorprendernos por lo que hemos hecho cotidiano.
—¿Nos vamos a quedar aquí filosofando o vamos a entrar? —preguntó Imanol.
Los tres se vieron las caras, sonriendo y echándose a correr para sumegirse en las cristalinas aguas del Caribe venezolano.
Por primera vez en su vida, Mauricio no se sintió tan solo.
Ximena estiró la amplia toalla en la arena, entretanto Linette aseguraba la silla en donde Camila se sentaría.
—Son muy buenas —les agradeció Camila.
—Desde ahora estaremos siempre unidas. Debemos ayudarnos entre nosotras —le aseguró Linette, desabrochándose el botón del short de mezclilla.
Habían acordado tomar el sol, y quizás, más tarde, sumergirse en las tentadoras aguas.
—Cuando desperté, mi única preocupación era recibir la aprobación de mi papá, ahora el Solem nos regala unas pequeñas vacaciones... — comentó Ximena—. Hubiera amado estar en Acapulco, pero esto está bien.
—Tienes razón, aunque para mí, el solo hecho de pensar que estas mismas aguas bañan las costas de mi amada República, me hacen sentir cerca de casa —le aseguró Linette.
—Yo estoy tan lejos de mi Argentina, pero cuando dominés los portales —le dijo Camila a Ximena—, las llevaré a mi tienda de dulces. Les prometo que volarán con mis alfajoles.
Las chicas rieron, entretanto veían a los chicos luchar por llegar a la boya.
Para Imanol, estar sumergido en el mar le hizo olvidar sus preocupaciones emocionales. Con cada brazada era más consciente de que había perdido a Erika y que ahora había tanto tierra como tiempo entre ellos. La vida le estaba comenzando a cambiar.
Tocó la boya para seguir a Mauricio y a Adrián. No le importaba llegar de último, siempre lo había sido,aunque no estaba dispuesto a menospreciarse más.
Ahora era parte de un todo, y si el Solem lo había escogido, era porque algo importante esperaba de él. A fin de cuentas, la más gloriosa Primogénita de la Fraternitatem Solem había sido una frágil niña invidente, y que terminó restaurando todo el poderío de la Hermandad.
Con sigilo, Caleb se unió con Ainhara en uno de los pasillos terracota de Mane. Caminaron juntos un trayecto. Ambos eran soldados de élite, por lo que no era una sorpresa para nadie verlos juntos.
—¿Cómo está Gia? —quiso saber Ainhara, aprovechando la situación de Caleb, quien era uno de las tres personas de mayor confianza de la Primogénita de su Clan.
—Además de su habitual histeria, creo que está llevando muy bien lo de la aparición de los Primogénitos —confesó Caleb—. De hecho, está preparándose para recibirlos.
—¿Tan amable será? —preguntó Ainhara con desconfianza.
—Giovanna no es mujer de bajar la cabeza ante nadie. Si piensa ayudarlos, es porque ella terminará beneficiándose. Aunque creo que no se los podrá tan fácil.
—¿Crees que la espere?
—Lo más seguro, Ainha. —Caleb la miró. Ambos se acercaban al final del pasillo—. Prioriza dar con la profecía, y cuídate de Virginia.
Ainhara asintió, separándose de su compañero de armas.
La noche estaba cayendo. Habían descansado poco, pero Mauricio debía hacer una última paraada antes de cerrar el día.
Las chicas habían decidido quedarse con Camila, quien se encontraba muchísimo mejor, pero que consideró no acompañarlos al paseo nocturno para terminar de descansar y recuperarse plenamente.
Por lo tanto, Imanol, Adrián y Mauricio se marcharon.
—Wey, ¿adónde vamos? —preguntó Imanol.
—Ya lo verás —contestó Mauricio, internándose en las oscuras calles de Costa Azul, las cuales se iban iluminando a su paso.
El frío viento costero complicaba su traslado, a causa de la fuerza del mismo. Sin embargo, nada podía detenerlos y menos cuando Mauricio los hizo convertirse en neutrinos, mientras sincronizaba el sensor de su brazalete con los postes del tendido eléctrico, así mantenía iluminado el camino.
Al principio, pensaron que Mauricio los llevaría a un bonito paraje, a la Zona Xtrema, la cual, según Imanol, aún existía. Sin embargo, el Primogénito de Ardere jamás salió de las urbanizaciones aledañas, y contrario a lo que imaginaban, cada segundo se alejaban más de la playa.
Se detuvieron frente a una casa cercada por una alta pared de lajas, la cual estaba cubierta por una extensa enredadera.
Mauricio contempló la casa en completo silencio
—¿Acaso no es la casa de...? —preguntó Adrián algo desconcertado.
—Sí, ssta era la casa de Amina Santamaría —anunció Mauricio.
—¿Podemos entrar? —quiso saber Imanol.
—No —respondió Mauricio, sin dejar de ver la fallada del antiguo hogar de Amina—. Esta casa es como el diario de Ackley. La única diferencia es que solo puede abrirla un Santamaría, y yo no poseo su sangre —aclaró.
—Es una lástima no poder contemplar lo que hay en su interior. —Se quejó Adrián—. Pero creo que la vedadera tragedia de la historia es que no quedó vestigio alguno de la unión de Amina y Aidan.
Mauricio bajó la mirada, para luego dar un último vistazo a la tapia. Sin pensarlo, echó a andar, con adrián detrás de sí. Solo Imanol se quedó unos segundos contemplando la casa.
Sin quitar la vista de la fachada que sobresalía a través del alto muro, sintió un enorme deseo de acercarse más. Apretó los labios, reprimiendo su anhelo de tocar aquella pared.
Negando con su cabeza, buscó con sus ojos la posición del pedal, retomando el camino, pues ya se encontraba muy rezagado.
Sin perder tiempo, echó a andar.
Y, mientras el Primogénito de Astrum retomaba su marcha, las luces de la casa se encendían.
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