12. Costa Azul

Lo importante para un joven

es establecer su carácter, una reputación 

y un crédito.

John Rockefeller.


Imanol se terminó de bañar. Se colocó un pantalón negro y una camiseta cuello panadero del mismo color, pensando en su nuevo destino.

Con la toalla en los hombros, se secó una vez más el cabello. No necesitaba peinarlo, de hecho, era algo que casi nunca hacía, pero si se tomó su tiempo para sanetizar su piercing.

Por un momento, la imagen de Erika se cruzó por su mente, haciéndolo soltar una risa de decepción. En realidad, ¿qué era lo que esperaba de una persona que,  al parecer, no se conformaba con uno solo? ¿Qué era lo que ella quería, para venir a remover sentimientos que se habían vuelto heridas? Y más profundamente, ¿en algún momento él la había amado? Porque de ser así, ¡qué mal debía de estar su autopercepción para conformarse con ser el misero mendigo aludador que andaba rogando por un poco de cariño?

 —Aunque se te haga añicos el corazón —se dijo, mirándose fijamente en el espejo—, ¡no más, wey! Esta será la última vez... —Se señaló con el índice—. La última vez.

Adrián entró en la habitación donde reposaba Camila. La Primogénita de Sidus sonrió al verle.

 —¿Cómo sigues?  —preguntó Adrián.

 —La fractura de la costilla pasó a ser una contunsión en un par de horas.  —Sonrió—. Pensé que un Munera como el de Astrum era más rápido sanando.

 —Generalmente, lo es. Sin embargo, ustedes apenas tienen unos seis horas siendo Primogénitos —aseguró Adrián—. Sería todo un prodigio que dominaran sus dones y Munera de inmediato.

 —¿Eso qué significa?  —quiso saber Camila.

 —¿La verdad? Creo que fue un golpe de suerte. Cuando los Sellos de Primogenitura se activan por primera vez, el Munera aparece. Dura un periodo de doce horas o menos. Luego, es cuestión de mucho entrenamiento, prácica y meditación, para poder controlarlo.

 —Entonces, eso significa que nos toca un largo camino de aprendizaje.

 —¡Correcto, señorita!

 —¿Y de cuánto tiempo estamos hablando?

 —Si son muy buenos, un mes. Eso sí, entrenando catorce horas diarias.

Camila sonrió. Hacía cuatro años que había salido de la academia, por lo que se sentía fuera de forma.

 —¿Y cómo les fue con el Primado?  —Se interesó Camila.

 —Debemos ir a Venezuela a buscar a Mane.

 —Je, es un Clan fantasma  —comentó Camila—. En mi familia solían mencionarlo cuando era pequeña, solo para que obedeciera.

 —¿Les tenía miedo?

 —¿Y quién no? Ellos están un paso más allá de lo que puede dominar la Hermandad.

 —Ahora parece que no son tan intocables como nos habíamos imaginado.


Asier abrió los ojos. Dejó su mirada fija en la pared que tenía a su derecha. No tenía ganas de nada, ni de luchar. Aún así quiso levantarse de la cama, pero pronto se dio cuenta de que no podría hacerlo. 

Había sido atado con unas correas gruesas de una fea tela de algodón y poliester, bien tejida, de un color marrón. Se zarandeó, intentando zafarse de ellas, pero solo logro mover la camilla.

  —Si sigues luchando, solo te caerás  —le dijo un hombre de cabello dorado que se encontraba sentado en una especie de banco alto sin respaldo, totalmente erguido, demostrando autoridad —. Y esta gente está tan loca que quizás crean que necesites ser sedado una vez más... y así te tendrán por mucho tiempo, hasta que te controles o enloquezcas.

 —¿Y a ti que te importa?  —Soltó Asier.

 —¿La verdad? Nada  —confesó Mauricio —. No te conozco, y me da igual lo que decidas hacer con tu vida.  —Se sincero —. Es más, debería de dejar de perder el tiempo e irme a mi casa  —respondió, justo en el momento que Asier pudo observar el Sello de Ardere en el dorso de la mano de Mauricio.

Asier se mofó.

 —Eres como todos los de ese Clan —respondió con rabia.

 —Solo te faltó decir patriarcado blanco y estamos a mano.  —Se burló Mauricio, para luego respirar profundo, cruzando sus brazos sobre su pecho, pero dejando la espiral dorada de Ardere expuesta en su mano—. Sé que eres el Oráculo de Ardere, y que, al igual que yo, repudias esta mierda... así que si lo piensas un poquito, tú tienes la libertad de parar en un psiquiatrico, si así lo quieres; en cambio yo, estoy jodido, porque o me matan, o mato, no tengo otra opción.

 —Es el argumento más paupérrimo y sin sentido que he escuchado en mi vida  —se burló Asier, con lágrimas en los ojos, fruto de la impotencia que sentía al no poder levantarse de la camilla.

 —Asier, sé que no nos conocemos. No sé nada de t vida, salvo la forma tan trágica en la que llegaste aquí. Tampoco sé cómo te trató el Ardere español, y me importa una mierda. Lo único que sé es que la conexión que hay entre un Oráculo y un Primogénito de nuestro Clan, trasciende cualquier poder... poder que tú necesitas para vengar a tu hermanito, y que yo necesito para liberarme de mis compromisos con la Fraternitatem Solem.

Asier sonrió con amargura.

 —La vida de mi hermano te queda grande  —contestó con amargura.

 —No voy a decirte que entiendo tu pérdida, porque no he pasado por ello. Pero si puedo comprender el motivo por el que no estás siendo racional.

 —¿Crees que me importa?

 —No estamos hablando de un Clan, Asier Garzón. Hablamos de la Fraternitatem. En Madrid podrías fugarte de un psiquiatrico, pero aquí nunca lo harás, y si lo haces, te matarán. Más con tu historial.

Asier lo miró fijamente. Sabía que tenía razón.

 —¿Qué es lo que quieres, Primogénito?

 —Que nos ayudes a encontrar a Mane y a derrotar a los non desiderabilias  —confesó Mauricio —y en el proceso, vengamos la muerte de tu hermano.

Sin pensarlo mucho, Asier asintió. Mauricio, complacido, se puso de pie, caminó hacia la puerta, deteniéndose para volver a mirar al Oráculo.

 —Solo una cosa.  —Señaló el  Primogénito—. Si nos traicionas, te mato.


Sin Asier, y con Camila en una silla de ruedas, abordaron el avión que los llevaría hasta el aereopuerto internacional de Maiquetía, y luego a la isla de Margarita.

Estaban agotados por el vuelo, y los constantes cambios de horarios que Linette, Camila y Mauricio tuvieron que enfrentar en las últimas veinticuatro horas.

Pronto llegó el transporte que los llevaría a Costa Azul. Si bien era cierto que, con el Munera de Aurum, habrían podido reducir la distancia, ahorrándose mucho tiempo, no quisieron forzar a Ximena a abrir nuevamente un portal, en especial, sabiendo de su nula experiencia militar.

La vans se desplazaba por las calurosas calles de Costa Azul. Mucho había cambiado la ciudad desde que los últimos Primogénitos vivieron en ella.

Absortos, a través de las ventanas, los Primogénitos se turnaban para contemplar una tierra que, para la Fraternitatem Solem, fue importante. 

La camioneta, que Mauricio bautizó como "transporte escolar", se estacionó frente a una casa de dos plantas, con paredes en blanco y arena.

El Primogénito de Ardere abrió la puerta, siendo el primero en salir.

—¡Bienvenidos a la casa Aigner! —anunció a los demás—. Pueden quedarse con cualquier cuarto, excepto el mío y el que dice "Aidan Aigner". Yo los dejaría pasar, pero mi Coetum es intensa con las reliquias, así que no dudo que si alguno de nosotros llega a poner un pie allí, caigan en un parpadeo y los sometan a la Umbra. —Pasando su mano por el brazalete buscó un archivo, el plano de la casa, el cual proyectó en 3D—. Básicamente, esto es todo. ¡Ah! Esto de acá... —Hizo una pausa para señalar un lugar fuera de la casa—. Es el kiosko en donde Aidan guardaba sus tablas de surf. —Los miró—. Puedo mostrárselas, pero no pueden poner un pie allí sin mi autorización. Nunca he montado una de sus tablas, y ustedes tampoco lo harán. 

Sin decir más, entró, dejando a los otros contemplar la casa por unos segundos.

Imanol y Ximena se vieron, sonriendo, no podían creer que estaban en Costa Azul y que vivirían en la casa de Aidan Aigner.


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