10. La Voz de los Primogénitos
Tú que sentiste el temor de sentirte eclipsado por su poder
y en plena flor de su vida la anulaste.
Poema alemán.
Los cinco Primogénitos fueron llevados a un amplio salón, el cual se asemejaba a un tribunal. En la pared frente a la puerta principal había un gran vitral dorado, en donde se podían ver los seis Sellos de la Fraterminatem Solem.
—Siempre me pregunto cuándo se dignarán en incluir a Mane. —Se quejó Adrián, mientras observababa como seis personas, ataviadas con togas de diferentes colores, se sentaban frente a ellos en unas enormes sillas de madera y terciopelo rojo, posicionadas en el amplio estrado.
—Mi nombre es Denisse Alvarado, presidenta de la Coetum Americana y miembro de Astrum . —Se presentó una mujer de estatura baja, cabello corto, castaño y risado, que llevaba unas gafas grandes, las cuales sobresalían en su rostro redondo. —Pueden tomar asiento —dijo, señalando unas sillas sencillas de pino que estaban ubicadas frente al estrado.
—¿Acaso piensan juzgarnos? —murmuró Mauricio, observando con desconfianza los asientos que le mostraba la mujer.
—Me sentaré cuando sepa algo de mis padres —exigió Linette—. No sé dónde estoy, ni cómo están ellos, y lo menos que deseo es sentarme en una silla a conversar con ustedes.
—Yo también deseo saber sobre mi padre —insistió Ximena.
—Primero necesitamos conversar con ustedes e informarles el porqué están aquí. Después, pueden hacer todas las preguntas que deseen.
—Creo que todos debemos suponer qué hacemos aquí —intervino Mauricio—, así que nos podemos saltar esa parte.
—Nunca se te ha dado obedecer, Mauricio Arandia —respondió Antonio—. Esto no es un juego de niños.
Mauricio soltó una risa irónica, mientras Adrián miraba fijamente a la Coetum.
—¿Saben qué? —interrrumpió Imanol—. Ya me cansé. Vamos a localizar a sus padres, y en un ratito volvemos —dijo, dando la media vuelta.
—¡Detente! —ordenó Denisse, poniéndose de pie. Imanol se volteó a verla—. No he autorizado a que te retires.
—No te estaba pidiendo permiso —respondió Imanol, echándole una mirada a las jóvenes, que no vacilaron en acompañarlo.
Mauricio sonrió, asintiendo. Al parecer, ser un Primogénito no sería tan malo.
En cuanto la puerta del salón se abrió, Eduarrdo saltó a recibir a Imanol, quien venía con Linette y Ximena tras él
—¿Todo bien? —preguntó.
Imanol asintió, para no caer en detalles.
—Necesitamos un par de telefónos. Ellas necesitan marcar a su casa.
Eduardo juntó ambos pies, llevándose la mano derecha a la sien.
—¡Lo que usted ordene! —dijo en tono serio, para luego sonrreír—. Ahora eres el Primogénito de nuestro Clan. Vengan conmigo —pidió, internándose por los pasillos de la Coetum.
Mostrando una plena seguridad, Adrián se sentó frente a los Ancianos de la Fraternitatem Solem. Mauricio lo miró con perspicacia, imitándolo.
—Creo que nosotros dos bastamos para responder todas las dudas que puedan tener —confesó Adrián.
—Las cosas no funcionan así, Primogénito, hay una jerarquía que se debe respetar —le informó Denisse.
—Recuerdo que la última vez que la Coetum se atrevió a juzgar a una Primogénita y a sus Custos casi comenten un asesinato —señaló Adrián, haciendo sonrojar a Denisse de la rabia.
—¡Primogénito! —reclamó la mujer.
—Cinco años en una academia y toda una vida dentro de estas paredes y al parecer desconoce nuestra historia. —Se burló Mauricio.
—De todos los presentes, eres el menos indicado para hablar —interrvino Antonio—. Puedo entender que la mayoría de los Primogénitos fueron elegidos hoy, pero así como ya teníamos nuestras sospechas sobre Ignis Fatuus, no dudo que el tú hayas sido el siguiente.
—Era inevitable —contestó Mauricio con un tono irónico—. No es mi culpa que el Solem tenga preferencia por mi familia.
Adrián se volteó a verlo con asombro.
—¿Eres un Aigner? —preguntó por lo bajo, esquivando la mirada.
—Sí, pero desciendo de Dafne, no de Aidan —aclaró, hablando tan bajo como pudo.
—Por lo visto, ya se han hecho buenos amigos. —Les llamó la atención Antonio.
—Tanto como amigos, no —aseguró Mauricio—. Pero no dudo que pronto lo seremos —confesó viéndose con Adrián—. Estamos destinados a serlo.
Ximena entró en una de las cabinas telefónicas —una habitación de dos metros de ancho por tres de largo, paredes blancas e iluminadas por una tenue luz azul—, deteniéndose frente a un cuadro de un metro cuadrado enmarcado por cuatro filamentos; dentro de este se encontraban sus padres, cuerpo presente: Mercedes, su madre, sostenía el brazo de un maltratado pero animado Guillermo.
—¡Papá! ¡Mamá!
—¡Mija! Estábamos tan preocupados por ti. En medio de la pelea solo pensaba en ti. ¡Me llegué a sentir tan inútil, mijita! Si algo te hubiese pasado...
—Pero ambos estamos bien, 'apá. ¡Ambos salimos victoriosos! El Solem nos protegió y me ha regalado el Sello de Primogenitura —comentó Ximena, entretanto Guillermo se echaba a llorar.
—Sí, mija, sí.
—Écheme su bendición —lo animó.
—¡Dios me la bendiga, mija!
Nada dijeron de Quetzacóatl, ni de cómo Guillermo fue rescatado de las fauces del Harusdragum, ni cuándo se volverían a ver.
Tanto Meche como Guillermo comprendían que su única hija, ahora, le pertenecía exclusivamente a la Hermandad.
—¡Mami! ¡Papi! —gritó Linette emocionada, deseando entrar al recuadro donde los hologramas de cuerpo completo se proyectaban.
—¡Mi hermosa niña! —exclamó visiblemente emocionada su madre—. Lumen está festejando la enorme bendición que el Solem te ha dado.
—Sí, mami. Ahora estoy en México con el resto de los Primogénitos. ¡Es una locura! Y dentro de un par de horas partiremos a Costa Azul. ¡Estoy muy emocionada! Sin embargo, no habría podido irme sin antes despedirme de ustedes. ¡No saben cuántas ganas tengo de abrazarlos!
—¡Y nosotros a ti, pequeña! —agregó su padre—. Te aseguro que ahora tendrás el mejor entrenamiento del mundo. Tus hermanos no caben de la emoción. ¡Todo Nagua está festejando por ti!
—No sabe cuánto me gustaría estar con ustedes, celebrando con un buen merengue a la orilla de la playa.
—¡Ya volverás, hija! El Sello de Primogenitura jamás desaparecerá en ti —le recordó su papá, despidiéndose.
Linette respiró profundo. Ser una Primogénita no era garantía de regresar a casa con vida. A veces las cosas no resultaban cómo se planeaban.
—Ahora todo ha cambiado para ti, Imanol —confesó Eduardo—. Nadie más de nuesyro Clan osará burlarse de ti.
—La verdad es que me tiene sin cuidado lo que piensen de mí. Nunca aspiré a esto, así que lo que menos deseo son muestras de pleitesías y amabilidad fingida.
—Sé que no vives de eso, pero muchas relaciones las perdiste por ese motivo.
—Simplemente, no debían ser y no fueron. —Imanol miró fijamente a Eduardo—. Soy lo que soy, y no lo puedo cambiar.
Se hizo un silencio entre ellos. Eduardo comprendía perfectamente cómo se sentía su amigo de infancia.
—¡Imanol! —La voz de una mujer atrajo la atención de ambos hombres.
Erika corrió por el pasillo, arrojándose al cuello de Imanol.
—Imanol... estaba tan preocupada por ti —le murmuró al oído—. Ahoras eres el Primogénito. —Sonrió con alegría—. Mi Primogénito.
Imanol se asombró con su presencia, tanto como Eduardo. Palideció, sin saber qué hacer.
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