Capítulo 9

Me adentro en mi habitación cuando el reloj ha marcado la madrugada.
—Por favor, retírense. Muchas gracias, tengan una buena noche. —Les pido a mis doncellas. Ellas hacen una reverencia colectiva y les sonrío antes de cerrar la puerta.
Me quedo sola en mi habitación.

Mi habitación, como cada instancia en esta casa, es un lugar sumamente elegante pero sencillo.
Empezando por la puerta, de madera pura de roble y el pomo que está hecho de oro de alta calidad.
También tiene un complejo sistema de seguridad para en caso de ataque al palacio.

Hay una cama en el medio, las sábanas y mantas son de un color crema muy agradable. Las paredes están pintadas de una tonalidad rosa clara, casi tanto que podría confundirse con blanco.
Tiene una mesa junto a la cama, también de madera de roble y un armario del mismo material.

Ese armario no es más que la entrada a una sala pequeña llena de ropa.
Al abrir la puerta, hay un pequeño pasillo que te encamina hasta una estancia llena de ropa, complementos y zapatos. También de joyas.

Hay una cómoda con cajones donde guardo objetos de poco valor, ropa interior y alguna que otra joya.
Por último, hay una chimenea de piedra como elemento decorativo, nunca antes ha sido encendida.

Cuando pasan un par de minutos, por fin puedo asegurar que nadie va a molestarme aquí y sonrío, poniéndome de pie en mi cama y corriendo hasta la chimenea.
Es una habitación bastante grande y la distancia es más que considerable.

La chimenea tiene un cristal transparente que puede retirarse fácilmente por los extremos.
Lo retiro y tras este, se encuentra un papel pintado que simula unos troncos.
Desde fuera, parece totalmente real.
Pero mis padres temían que mi estupidez me llevara a incendiar mi propia habitación y cambiaron los troncos real por un papel pintado.

Como ya he mencionado, un elemento decorativo más.

Quito la lámina de papel pintado y sonrío antes de dirigirme a mi cómoda y registrar en el cajón de la ropa interior. Tiene un doble fondo que retiro y del que saco una linterna.
Me adentro en el túnel y enciendo ésta.

Cuando vuelvo a cruzar la chimenea, ya de vuelta a mi habitación, coloco todo como estaba y me deshago del vestido antes de meterme en la cama con una enorme y reluciente sonrisa.
Pongo la inútil alarma del reloj -pues mis doncellas me despiertan cada día- y esta vez, si me quedo dormida con rapidez.
Pues mi mente sólo viaja por un recuerdo; Ethan.

Mi alarma suena cuando las doncellas comienzan a preparar mi vestuario.
Y sin mediar palabra, me levanto de un salto y tomo el vestido entre mis manos. Me lo enfundo por mi misma y me doy la vuelta sobre Maritza.
Ella, para nada extrañada de mi repentina energía, me sube la cremallera y me coloca el cabello.

Ni siquiera me molesto en ponerme tacones.
—¡Buenos días a todas, pueden retirarse, tengan un hermoso día! —Suelto las palabras tan rápido que se atropellan en mi garganta y salgo de un portazo de mi habitación.
Corro pasillo tras pasillo y cuando llego a mi objetivo, me cercioro de que mi hermana aún se está vistiendo. Sonrío.

Cuando por fin logro llegar a la sala del té, aunque algo exhausta, tomo una bocanada de aire que me sienta de maravilla y me pongo frente a Ethan. Él me mira frunciendo el ceño. Revisa mi cara y alza una ceja.
—¿Ha venido corriendo o vuelve a estar enferma?
—¿Quiere ver algo divertido?
—Entro directamente en materia e ignoro su pregunta.

Su ceja se mantiene alzada y veo como en sus rojizos labios se crea una sonrisa pequeña y pícara.
—¿Por qué "divertido", viniendo de usted, me suena a "peligroso"? —Chasqueo la lengua y ruedo los ojos.
—¡No sea desconfiado, soldado! prometo no meternos en líos... creo. —Suelta una carcajada y niega.

Entonces, mi vista se desvía hasta el reloj de pared y veo como el tiempo juega en mi contra, como un reloj de arena que agota su último minuto.

—No hay tiempo para esto.
—Espeto y en ese instante, tomo una decisión drástica.

Supongo que en ese momento no soy totalmente consciente de lo que hago, del porqué lo hago o de las enormes consecuencias que me traerá en un futuro.
Porque en ese momento realmente no pienso, tan sólo actúo.
Y todos sabemos lo que actuar sin pensar suele traer.
Los actos tienen consecuencias.

Vuelvo a desviar mi vista hasta él y mi mano va directa a la suya. Le agarro como una madre agarra a su hijo al cruzar la calle. Y corro, arrastrándole conmigo.
Le oigo quejarse de fondo pero mi cerebro está demasiado concentrado para reaccionar ante sus peticiones de detenerme.

Llego hasta mi objetivo y me detengo en seco. Tan en seco que su pecho choca contra mi espalda y nuestras respiraciones se sincronizan. Paso saliva. Mis ojos buscan los suyos en esa misma posición.
Ambos agitados. Ambos mirándonos. Ambos sin palabras.
Tan sólo unos valiosos instantes en los que no queda nada más.

Es de esos momentos que sabes que vas a extrañar antes de que terminen.
Que recordarás con nostalgia y desearás regresar a ellos.

Me obligo a mi misma a mirar hacia adelante y veo a mi hermana saliendo de su habitación. Me llevo la mano a la boca para no soltar una carcajada.
—Agáchese y mire. —Ordeno.
Hace caso a mi petición y asomamos la cabeza al mismo tiempo. Yo más abajo, él más arriba.

Entonces, con sus aires altaneros, Elalba comienza a caminar por el pasillo.
Y al cuarto paso, el tacón derecho le pisa el vestido y el espectáculo comienza.
La costura de su vestido termina de descoserse y se abre por el costado.
—¡Oh jesús! —Exclama, tratando de cubrirse. Y al hacer un movimiento brusco para taparse el costado, se le abre el otro.

Entonces las risas escapan por mi garganta y también por la de Ethan.
Mi hermana trata de taparse por ambos lados y se agacha para tomar el vestido entre sus manos. Cuando lo hace, la parte trasera de la prenda se rompe y suelta un enorme grito.

—¡Desnuda! ¡estoy desnuda! ¡por todos los dioses! ¡por Dios! ¡que alguien malditamente me ayude! —Sus exclamaciones al cielo y el infierno siguen y el estómago comienza a dolerme por las risas. Ethan tiene los ojos cerrados y se agacha sobre sus rodillas. Veo como respira hondo y casi se atraganta.
—¿Quién hay ahí? —Oigo la voz de Maritza y supongo que las doncellas ya han llegado en su ayuda.

Me calmo de golpe y me llevo una mano a la boca, pidiéndole silencio al soldado. Me deshago de mis tacones y una de mis manos levanta mi vestido mientras la otra vuelve a tomar la mano de Ethan y salimos corriendo de ahí.

Llegamos a la sala donde usualmente cenamos y comemos. Nuevamente, explotamos en risas.
—Princesa, ¿cómo sabía qué... -
Se interrumpe a sí mismo por no poder acabar la frase.
—¡Yo le descosí la costura!
—Confieso y me mira abriendo los ojos bruscamente antes de romper en carcajadas otra vez mientras niega.

Cuando nos calmamos, limpio las lágrimas que han escapado por mis ojos y respiro hondo.
—Princesa, no puede... —No completa su frase.
—Deja de llamarme Princesa, Ethan. —Le pido. No hay seriedad en mi voz, tan sólo una petición amistosa.
—¿Y cómo la llamo? —Suelta algo burlón. Chasqueo la lengua y ruedo los ojos.

—Jaqueline. Ese es mi nombre, Ethan Ace, me llamo Jaqueline.
—Parte en una sonrisa honesta y asiente. Le devuelvo el gesto y nos quedamos en un silencioso pero agradable silencio.
Uno de esos donde las palabras no son necesarias. Donde sobran.

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