Capítulo 8

Las horas pasan como muertas, tan lentas que pregunto repetidas veces si el reloj de mi habitación se ha chafado.
—¿Seguro que no? —Una de las criadas me da una pequeña sonrisa y niega.
—Como las siete últimas veces que me lo han preguntado... no. —Suelta un bufido pesado y dejo caer las manos con brusquedad sobre mi regazo.

—¿Ya ha diseñado el vestido para la importante fiesta que se acerca? —Sin querer, trago saliva y alzo las comisuras de mis labios de la manera más inocente que puedo.
—Pedí que lo diseñaran por mí. —Le explico. La muchacha abre los ojos con exageración y niega rápido.
—¡Es una tradición, Princesa! Y usted tiene la oportunidad personal de hacerlo en lugar de su madre, la Reina.

Sin estar convencida, me pongo de pie para explicarle que no me apetece pasar horas con las diseñadoras para acabar llevando un ridículo vestido con unos tacones dolorosos.
—Entonces use eso a su favor.
—Me sugiere. Sin comprender, frunzo el ceño.
—¿No está cansada de esos aburridos vestidos que le ponen siempre? —Ambas mujeres enfocamos al horroroso vestido que llevo sobre mi anatomía hoy.

Es de un amarillo apagado, sin nada de brillo, tiene pliegues, demasiados tal vez y me llega casi al cuello. Su forma es prácticamente nula.
De nuevo paso saliva y finalmente me decido por ayudar con el diseño del vestido.
Busco por los pasillos a Maritza y la arrastro conmigo hasta la sala donde ya trabajan las diseñadoras.

—Me gustaría que tenga un corte de corazón. —Pido, explicándolo con las manos en mi pecho. Las diseñadoras, algo extrañadas, anotan mi petición.
—...que este dividido en dos partes; la de arriba, con pedrería y la de abajo, a partir de la cintura, que sea suelta pero voluminosa. Azul oscuro, ¡y muy largo para no tener que usar tacones incómodos! —Esa última exclamación provoca que algunas de las mujeres allí suelten una pequeña risa.

—Asegúrense de que las costuras no estén sueltas. —Les ordena Maritza. Extrañada, la observo.
—¿Qué pasa si no están bien sujetas? —La morena evita reír ante mi triste ignorancia.
—Que el vestido se rompería en mitad de la gala, ¿y no queremos eso, verdad?

Pero mi mente ya no está allí. Sonrío pícara al tener la que probablemente sea la mejor idea que he tenido en toda mi existencia.
Salgo corriendo del lugar.

Miro de un lugar a otro antes de tomar entre mis manos el pomo de la puerta y adentrarme en la habitación de mi hermana. Me tapo la boca para evitar reír y camino a puntillas hasta llegar al armario, una vez allí, saco uno de los vestidos y aflojo las costuras de este. De nuevo, lo dejo donde estaba, totalmente liso y preparado para su uso.

Despacio, abro la puerta y asomo la cabeza, de nuevo asegurándome de no ser capturada. Cuando me cercioro de estar totalmente sola, salgo de esta y me dispongo a ir a la sala del té.
Pero cuando camino por uno de los pasillos, mis ojos se encuentran con Ethan caminando por este.
Maritza, que va en dirección contraria, finge mirar a otro lado y se choca a propósito con él.

Me escondo tras la pared de esquina y frunzo el ceño.

—Disculpe señorita. —Se disculpa el castaño, apoyando su mano en el brazo de la doncella. Esta se para frente a él sin dejarlo ir.
Se cruza de brazos y mira hacia arriba para conectar sus orbes con las del soldado.
—¿Sabe que acercarse a la Princesa podría costarle la corona? —Me digo a mi misma que no puedo reaccionar ante eso ni retarla por tratar de protegerme.

—Yo... —Ethan no sabe que decir. Y se me retuerce el estómago por ponerlo en tal situación.
—No, usted nada. No le soporto, esa es la realidad y que mi Princesa pueda perder su corona por usted no es algo que me ponga precisamente feliz.
Pero creo y confío en ella.
—Sonrío a pesar de la lamentable escena.

—Lo lamento... —Dice mi soldado, y sus palabras suenan realmente honestas.
—Pero gracias. —Al final acaba por decir la morena. Ethan y yo, sincronizados, fruncimos el ceño.
—...la conozco desde hace muchos años y jamás la había visto tan feliz. Usted la hace feliz, feliz de verdad, no como esas sonrisas falsas que brinda con sus padres y demás. —Las lágrimas amenazan con salir y las limpio antes de que comiencen su paso por mis mejillas.

Y cavilo cuán verdadera es aquella afirmación.

—¿Lo dice de verdad?
—Repentinamente, Ethan parece interesado de verdad por la conversación.
—Por supuesto que lo hago pero más le vale cuidar de ella. —Le espeta, decidida y amenazante.
—No dejaré que la descubran, se lo prometo. —Maritza asiente, mirándole de arriba a abajo. Y yo evito una carcajada.

—¿Sabe? donó la mitad del dinero de su vestido para nosotras. Gracias a ella, he podido pagar los tratamientos médicos de mi hermana pequeña.
Pero no sólo se trata de eso, la Princesa es genuina.
La Reina y el Rey nos ven cada día, cuando se encuentran, varias veces al día pero nunca llegan a saludarnos, vagamente nos hablan. Ni a preguntarnos por nuestras vidas o nuestros sueños.

«Pero ella... ella es Real, soldado. Su corazón es lo más puro que ha salido de esta familia desde que existen.
Y creame, sé con exactitud cuanto vale la corona que se niega a llevar y puedo decirle que su corazón es aún más valioso. »

Me tapo la boca para evitar el sollozo que escapa de mis labios.
No somos conscientes de cuan feliz podemos hacer a una persona con sólo darle los buenos días o sonreírle al cruzarnos.
Los ojos comienzan a picarme y me los rasco con cuidado y rapidez, sin querer perderme ni un segundo de la escena.

Ethan sonríe con sinceridad. Y su gesto es de orgullo.
¿Orgullo? Sí. Está orgulloso de mí. Un cosquilleo invade mi estómago.

—...y si se atreve a dañar a mi Princesa, más le vale correr. Puedo ser muy menuda pero sé como utilizar un arma.

Llego hasta la sala del té y me adentro en ella. Me siento algo decepcionada al haberme tenido que esconder de Maritza y no haber podido agradecerla sin que me descubriera.

—Ethan. —Le saludo así. Él me brinda una enorme y profunda sonrisa.
—Princesa. —Me devuelve el gesto.
No sé porqué pero tengo la sensación de que me mira de una manera diferente.
Casi como si fuera otra persona. Como si la charla de Maritza le hubiera echo caminar de opinión sobre mi.

Sonrío.

—La próxima vez, mejor no se esconda detrás de una pared. Es muy típico. —El aire se atasca en mis pulmones y toso por inercia, atragantándome.
—¿Me has visto? —Suelta una carcajada.
—¿Pero cómo? —Apreta los labios con una sonrisa burlona.
—Soy un soldado, me han entrenado para que nadie pueda esconderse de mí. —Me guiña un ojo.

El simple detalle hace que mi corazón se acelera y carraspeo, tratando de poner los pies en la tierra.
—Lo siento. Estaba... bueno, no importa lo que estaba haciendo, el caso es que no quería interrumpir. —Me excuso pero parece que no le sirve pues larga otra carcajada.

—Además de princesa, es usted una cotilla, tiene el título oficial. Es una cotilla Real. —No evita reír ante su propio chiste y pongo los ojos en blanco con diversión.
—Ese es seguramente, el peor chiste que he oído en toda mi vida. —Le ataco y abre la boca con ofensa.
—¿Acaso usted oye chistes? Su padre no tiene pinta de bufón Real. —Esta vez si, suelto una carcajada.

—¿Disculpe? Mi padre tiene una pinta ideal para ser bufón. Una nariz ridícula y una gran barriga. —Largamos unas risas casi silenciosas, tratando de que nadie nos oiga y siendo más precavidos que la última vez.
—A ti en cambio, te falta barriga. —Le señalo esa zona de su cuerpo y él la soba con orgullo y me sonríe de la misma manera.

Pero nuestros minutos de diversión son interrumpidos por Maritza y suspiro antes de darle un enorme abrazo a ésta -aunque sin decirle el porqué- y retirarme de allí.

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