Capítulo 22
Alarma no suenes. Alarma no suenes. Alarma no suenes. Alarma no suenes.
Ring-ring-ring-ring-ring-ring
Campana no suenes. Campana no suenes. Campana no suenes.
Din-don din-don din-don din-don din-don
No las estoy oyendo. No las estoy oyendo. No las estoy oyen-
—¿Princesa? —Maritza no te conozco y tú no me conoces a mí, desaparece de mi habitación.
La puerta se abre y ella aparece como cada mañana.
—¿Princesa? —Gruño.
—¿No le parece tonto taparse la cabeza? puedo verla. —Espeta y me deshago de las cobijas para mirarla con mis agotados ojos.
—¿Maritza, te importaría fingir que estoy indispuesta? —Hablo plenamente en serio pero ella hace un gesto de desaprobación y termina por retirarme las cobijas que me faltan.
Gruño otra vez cual león ofendido y me pongo de pie a duras penas.
—Vamos Princesa, un poco de alegría. Hoy debería estar muy feliz. —Bufo en respuesta.
—Hablo totalmente en serio.
¿No podemos fingir que me he muerto? mañana ya revivo, lo prometo. —Junto mis manos a modo de súplica y sólo logro que ruede los ojos.
—¿Qué tiene en contra de este día? ¡yo estoy feliz! —Exclama y su voz se clava en mi tímpano cual cuchillo afilado.
—Este es el peor día del año.
—Me cruzo de brazos, ella chasquea la lengua e imita mi gesto.
—Todos los años la misma cantaleta. Venga, mujer. —Me anima y me giro sobre mí misma para que puedan desnudarme mejor.
—El día de mi cumpleaños es el día que más odio, lo sabes.
—Cuando la verdad por fin sale a luz, veo por encima del hombro como su rostro se ilumina con una sonrisa.
—¿También odia saber que volverá a ver a ese soldado en traje? —Eh... maldita sea esta mujer.
—Odio que conozcas todas mis debilidades.
—Odio conocer todas sus debilidades.
Como es de esperar, la casa se ve más elegante que nunca cuando cae la noche. Un glamuroso vestido verde agua decora mi cuerpo y mi pelo liso con un par de trenzas que nacen en los laterales de mi cabeza y se unen en la parte trasera. El look decorado con la más que incómoda corona de Princesa.
La casa está llena de decoraciones allá por donde mires. Pero no decoraciones como cualquier cumpleaños como globos o serpentina.
Si no todo lleno de detalles florales, tonos dorados y oro.
—¿Está lista? —Trago saliva. Con el estómago encogido por los nervios, asiento levemente.
Entonces, doy un par de últimos pasos y como dicta el protocolo, me quedo parada al inicio del pasillo que me lleva a la sala de actos.
Hago una reverencia y comienzo a caminar por éste. El sonido de los instrumentos de los músicos colándose por mis oídos y el ruido de fondo de las personas que comentan.
Todos los años nunca he sabido muy bien como actuar, si debía sonreír o no y tampoco hacia donde debía mirar.
Así que mis ojos le buscan a través de la sala.
Cuando quiero encontrarle, él ya me ha encontrado a mí.
Y es en Ethan en quien detengo mi mirada mientras camino y creo que incluso se me escapa alguna sonrisa tonta.
Al llegar a la puerta de la sala, el Rey, la Reina, Elalba y el Duque Morrison hacen una reverencia sincronizada y se abren en dos para permitirme el acceso.
Los aplausos no tardan en llegar.
Cuando por fin ha terminado el lamentable espectáculo, respiro profundo.
Siempre creí que el protocolo era realmente ridículo. Especialmente esta estúpida tradición de caminar por un ridículo pasillo con música de fondo.
Esto es un cumpleaños, no una boda.
Nuestros ojos vuelven a encontrarse entre la multitud y decidida, comienzo a caminar en su dirección.
Pero una voz en mi espalda me detiene.
—Princesa. —Me paro en seco al escuchar hablar al Duque Morrison, el futuro Príncipe, mi futuro esposo.
Y para mi desgracia, tiene una cargante sonrisa y su mano estirada en mi dirección.
—¿Me concede este baile?
—Pronuncia.
Muerdo el interior de mi mejilla y lo cavilo mentalmente. En realidad no es la respuesta en lo que pienso, pienso en la excusa que voy a poner. Opto por la más estúpida, por la que nunca falla.
—Lo lamento, Duque. Yo no sé bailar. —Casi quiero reírme de mi misma. Desde pequeña me enseñaron a bailar, muy pequeña.
Casi sabía bailar antes que hablar. Y por supuesto él lo sabe pero no puede hacer nada para impedir que pase por su lado y me marche sin dejarle continuar la conversación.
Puede que él tenga mi mano pero Ethan tiene mi corazón.
Y mientras pueda, no pienso tener el más mínimo contacto con ese hombre.
Para mi desgracia, toda la noche me veo presionada por mi familia, por mi padre, mi madre e incluso Elalba me insta a saludar y quedarme cerca de la multitud que ha acudido a la fiesta de mi cumpleaños.
Los regalos se van acumulando en una mesa y llega un momento de la noche donde me toca abrirlos.
Un diamante puro, dos aburridas coronas, unos incómodos zapatos hechos de esmeralda, un inútil cetro de oro blanco, y por último, el espantoso regalo del Duque. Un anillo hecho con una piedra de no sé que, raramente vista en nuestro país.
La realidad es que ni siquiera presto atención.
Pongo el anillo en mi dedo y casi sonrío por la suerte, la joya se desliza de mi piel.
—Es una joya bellísima... una pena que me esté grande. —Sin demasiado cuidado, pongo el anillo en su caja y todos me dedican una mirada de sorpresa.
Sólo entonces soy consciente de que Ethan ha desaparecido y para mi suerte, sé perfectamente donde encontrarlo.
Me excuso, diciendo que debo ir a arreglar mi maquillaje y desaparezco de la sala.
Supongo que es ese momento donde no me importa nada.
¿Qué me importa si mañana voy a tener que aguantar una horripilante charla sobre mi desplante?
¿o si mi padre acaba por enfadarse tanto que me destierra?
creo que eso sería el mejor regalo que podría darme.
Recorro los pasos hasta mi habitación para deshacerme de los tacones y adentrarme en los túneles. Tardo menos que nunca en llegar.
Sonrío cuando le encuentro allí.
—No he tenido ocasión para desearte un feliz cumpleaños.
—Lleva un traje negro, elegante e impoluto.
—¿Sabes que es la primera vez que alguien me dice eso?
—Frunce el ceño.
—No sé si te has fijado pero en palacio no existe la costumbre de desear un feliz cumpleaños. Supongo que se debe suponer que por ser quien soy, mi cumpleaños no será feliz sino perfecto. —Explico. Suelta una risa silenciosa y suspira.
—Oye, sé que esta noche hasta te han regalado una isla... —Apreto los labios recordando el incómodo momento en el que un señor al que no conocía de nada, Príncipe de no sé qué, me ha regalado una isla.
—No sé para que quiero una isla. —Pienso en voz alta.
—Bueno, podríamos irnos a vivir a ella. —Alzo las comisuras de mis labios y asiento.
—Ese sería un buen regalo.
—Agacha cabeza unos instantes y su sonrisa se borra.
—Lo que quería decir es que sé que esta noche incluso te han regalado una isla y esto es una tontería pero... —Del bolsillo de su chaqueta, saca un colgante.
Está hecho con una cuerda de color plateado y tiene una pequeña placa de un verde muy suave, en forma de trébol.
Tiene unas iniciales: E A B.
—¿B? —Pregunto, no sabiendo lo que significa esa última letra.
—Beckett. —Una sonrisa con todos los dientes se me escapa.
—Ethan Ace Beckett... —Repaso en voz alta.
Toma mi mano y deja que el colgante caiga hasta ella.
—No, no, no. —Espetando, cierro la mano para volver a entregárselo, no puedo aceptarlo.
—Cuando me llamaron al ejército, mi madre se empeñó en hacerlo para mí.
Me niego aún más y él aumenta el sonido de su voz para que le escuche por encima de mis quejas.
—Me dijo que, sin importar a donde fuera, me traería felicidad. Tú lo necesitas más que yo. —Las lágrimas me llenan los ojos y me dificultan la vista.
—¿A ti te ha funcionado?
—Sollozo.
Entonces, deja de estar apoyado en la barandilla para ponerse más recto. Y mucho más serio, probablemente más de lo que le he visto nunca.
Me mira fijamente antes de decirlo.
—Sí, ha funcionado.
Otro sollozo escapa desde mi boca.
—Te traerá felicidad. —Promete.
—No necesito el colgante, Ethan.
Tú eres mi felicidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top