Capítulo 15

Este día no tiene nada de especial salvo por ver a las trabajadoras de esta casa correr de un lado a otro, ultimando los preparativos para la gran fiesta.
Mis padres suelen celebrar fiestas reales donde invitan a personas "normales".
Lo hacen para que su popularidad suba y que nuestros vecinos les vean "cercanos".

Lo digo así porque ya he estado en un par de esas fiestas y a ciencia cierta puedo decir la inmensa farsa que es.
Esas personas sólo aprovechan venir a esa fiesta para poder comer bien por un día en sus vidas y odiar un poco más a los Reyes.
Y eso es culpa de estos mismos, si supieran como mantener a su pueblo, no pasarían estas cosas.

Pero actúan como Reyes "cercanos" por un día en sus vidas como si eso fuera a solucionar de un plumazo todos los problemas que crean cada día.
Como si por estar metidos en una sala con tres de sus vecinos pudiera arreglar que el resto se esté muriendo de hambre en las calles.

Tomo una bocanada de aire mientras camino por los pasillos.
—¡Princesa! su vestido ya está listo, puede venir a mirarlo y realizar algún cambio de última hora. —Me explica Maritza. Asiento y sonrío.
—Muchas gracias, iré en cuanto pueda, ahora voy a hacer una visita a mi hermana. —Justo al decir esas palabras, me giro sobre mis talones y golpeteo mis dedos sobre la puerta de esta.

Elalba abre la puerta y lo primero que observo es como rueda los ojos al saber que soy yo.
—¿Me permites? —Trato de sonar amablemente pero se aferra con fuera a la puerta y se interpone en mi camino.
—Buen día. —Maritza se retira haciendo una reverencia y la sigo con la mirada hasta que desaparece por el pasillo.

—No. —Responde finalmente mi hermana cuando se asegura de que ya nadie nos oye. Trago saliva y alzo la cabeza.
—No te estaba preguntando, Elalba. Te estaba dando una orden. —Espeto. Poco a poco, se retira de la puerta, casi refunfuñando, me deja acceder a su habitación.

Es un habitáculo bastante diferente al mío.

Tiene una cama en el medio, con cobijas de una tonalidad rosa y arreglos de oro.
Un retocador con un espejo y varias cajas de maquillaje de color blanco.
Tiene otra puerta que da directa a un baño privado y un armario también blanco.

Cuando he entrado, cierra la puerta y se posiciona frente a mí, brazos cruzados y mirada seria.

—¿Qué quieres? —Sisa, dándome una mirada furiosa. Abro la boca para decir algo, juro que lo intento.
Pero la forma en la que sus ojos me contemplan, me roba el aliento y me queda sin palabras.

¿Qué te he hecho yo, hermana?

—¿Por qué haces esto, Elalba?
—Finalmente suelto y ni siquiera estoy segura de donde saco mi voz. Temblorosa pero decidida.
—¿Hacer el qué? —Pasar el peso de su cuerpo a la pierna izquierda y su expresión es aburrida, como si no le interesa lo más mínimo.

—Les dijiste que me viste fuera, Elalba. —Intento recordar en este entonces si aquella noche oí algún ruido o ví algo. Algún mínimo detalle que me pusiera sobre alerta. Pero no lo hago, no lo recuerdo.
Y entonces me cuestiono si realmente me vió o sólo dijo hacerlo.

—Porque te ví fuera, Jaqueline. —Se enfrenta a mí, acercándose más.
—¿Y sabes qué? puede que papá y mamá se hayan tragado lo de las pesadillas pero yo no, yo no te creo. —Profundiza en su expresión.
Me sorprende la forma en la que se refiere a nuestros padres. Casi como si fuéramos una familia de verdad. Como si alguna vez hubieran ejercido de "papá y mamá" para nosotras.

Me pregunto porqué.

Nunca en mi vida he hecho nada para perjudicarla. Tal vez lo del vestido pero no creo que romper un ridículo vestido la haya llevado a odiarme, ¿o si?

—No me viste aquella noche.
—La acuso. Entonces, me muestra una sonrisa que se me clava en el pecho. Malvada, casi maligna.
—Pero saliste aquella noche. Me lo confirmaste cuando te acusé en voz alta. —Apreto los dientes.
—¿Por qué, Alba? —Suelta una risa sarcástica.

—¿Por qué? ¿en serio por qué? Eres la futura gobernante del país y te escapas por las noches a dios sabe donde y porqué.
Dímelo tú, Jaqueline. —El tono de la conversación sube y alza su dedo índice para acusarme.

—¡No somos presas, Elalba! no tiene nada de malo que crucemos la puerta de las malditas habitaciones por las noches.
Eres tú la que no está bien. —De nuevo, otra de sus risas huecas.
—No me has respondido, no te escudes detrás de eso, ¿a dónde fuiste esa noche?

Aunque con el pulso acelerado, me las ingenio para respirar profundo y calmada.
—Ya lo sabes, tuve una pesadilla y salí a tomar aire y caminar un poco por los pasillos. —Sueno tan convincente que casi me convenzo a mi misma.
En el aire, mueve su dedo de un lado a otro, negando.
—Respuesta incorrecta, Jaqueline.

No espero más, me giro y salgo de la habitación creando un estruendoso portazo.
Necesito ver a Ethan, necesito respirar profundo y calmarme. Ver a alguien a quien no quiera matar y con quien no tener ningún secreto.
A pesar de que, técnicamente, si que guardo un secreto de Ethan.
Pero esa... esa es otra historia.

La noche cae y me siento libre como un pájaro cuando el viento choca contra mi cara en el balcón de la biblioteca. Sonrío.
Unas manos se posan en mi cadera y su voz hace que no haya una sola parte del cuerpo que no me tiemble.
—¿Contemplando las vistas?
—Susurra en mi oído y un escalofrío me atraviesa el cuerpo.

Me giro sobre mi misma y le sonrío levemente, sin demasiado ánimo.

—Elalba... esa chica del demonio. ¿Es que no puede dejar de actuar como tu enemiga ni durante un minuto? —Espeta. Lanzo un suspiro largo y profundo.
—¿Sabes, Ethan? A pesar de todo, no estoy enfadada con ella. Puede que suene loco o incluso tonto pero... hay algo más. Siempre lo ha habido. —Frunce el ceño y aprieta los labios.

—Confías demasiado en personas que no se lo merecen.

—No confío en las personas, confío en mi hermana. Sí, me ha traicionado y parece que me odia. Sí, probablemente estoy loca por pensar que muy en el fondo, aún es la niña que me quería y defendía del mundo.
Pero sigo haciéndolo, aún confío en ella. —Confieso y la verdad es que no hay mentira en mis palabras.

—Podría clavarte un cuchillo en la espalda y seguirías confiando en ella, Jackie. Ojalá pudiera comprender que ves. —Susurra, apartando un mechón que se escapa de mi perfecto recogido.
—Tú lo dijiste, Ethan. Tengo algo que ellos no... compasión, creo en esa compasión, como creo en mi instinto. Y mi instinto me grita que mi hermana aún es buena.
—Me recreo en cada palabra, remarcando cada sílaba para que no queden dudas.

Porque no quiero dudar, no quiero empezar a pensar que la he perdido para siempre, que ya no hay nadie en mi familia en quien confiar.

El castaño abre la boca para responderme pero entonces, oímos un pequeño estallido.
Ethan tira de mi hasta quedarme sentada en el suelo, tras la pared del balcón y mi ritmo cardíaco comienza a subir.
—Ethan. —Susurro y el miedo tiñe mi voz.
Sin saber que hacer o decir, sólo dejo que hablé él.

—Tranquila, ¿vale? ha podido ser una bomba, iré a comprobarlo.
—Niego rápidamente y tiro de él.
—No, no, no. —Le suplico, demasiado atemorizada para decir algo más.
No, no puede ir.
Si ha sido una bomba, vendrán más.
¿Y si algo le pasa?

Ha sido una explosión pequeña aparentemente pero la biblioteca se encuentra aislada del resto del castillo y todo sonido suena leve aquí arriba.
—Tengo que ir. —Me dice antes de soltarse de mi agarre y dejarme allí. Sola, asustada, estupefacta.

La última vez que oí una explosión, estaba en la sala de actos y también pareció pequeña entonces. Pero antes de que pudiéramos reaccionar, ya era demasiado tarde.

Ya habíamos perdido. No era una batalla, ni tampoco una pelea.
Pero perdimos y supimos ese día que el resto de nuestras vidas estaríamos perdiendo.

Los minutos pasan tan angustiosos que me cuesta respirar. Vagamente me muevo, las mejillas se me calientan por la falta de aire y el pecho me quema. Es revivirlo todo otra vez. Pero estando consciente esta vez.

Entonces, veo como su figura aparece en la puerta. Me sonríe y siento que vuelvo a nacer.

—Ha sido el ejército. Están haciendo pruebas con nuevas armas y... -
No le dejo acabar.

Me pongo de pie de un salto y con un paso largo, me aferro a él.
Me hago un poco más pequeña para enroscarme en su pecho y sentir como su corazón late. Es todo lo que necesito.
Sollozo y un millón de recuerdos atraviesan mi mente.

—Jackie, Jackie, ¿estás bien?
—Sólo asiento.

Se da por vencido tras eso.
Aunque suspira, no me hace más preguntas.

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