9. Ralph
Cuando termino de cerrar la tapa del compartimento, percibo una gota de sudor bajar por mi frente. Qué calor hace acá... aunque no me quejo demasiado, es un trabajo de algunas horas y me pagan demasiado bien si dejo satisfecho al cliente.
Y claro que así queda.
Ayer se me encargó el mantenimiento —y supervisión del mismo— de una de las fuentes de energía de la empresa de lácteos más grande de este lado del país; me dejaron a cargo a dos compañeros más y en estos dos días estuvimos trabajando duramente para dejar todo a la perfección.
Cuando acabamos, mis compañeros se retiran para cambiarse e irse, pero yo me quedo un rato más porque debo llenar unos formularios y entregar el trabajo al gerente —lo que significa señalarle todo lo que hicimos mientras él finge que entiende—.
La señora Mainar me encargó este trabajo porque siempre queda satisfecha con la eficacia que muestro no solo en la labor en sí, sino en el liderazgo de un pequeño equipo como el que me acompañó hoy.
Poco menos de una hora después, cruzó las rejas de salida de la empresa y me permito sonreír. Amo mi trabajo porque soy bueno en esto, me siento satisfecho de saber y ser experto en algo.
He pedido un servicio de taxi, que tarda un poco en llegar porque la empresa queda en medio de la nada a las afueras de la ciudad, pero espero con paciencia porque aún hay luz de día y el entorno casi desolado de este lugar es incluso tranquilizador.
Le escribo rápidamente a Noah informando que ya terminé y voy de regreso a la ciudad —es algo que me pide que haga y lo complazco porque ayuda a su tranquilidad— y luego entra una llamada.
Es un número desconocido, así que contesto con formalidad, en caso de que sea algo laboral.
—Buenas tardes, habla con Ralph Reyes.
—Tienes que decirme qué pasa con Daniel —me responden del otro lado.
Quedó descolocado porque no reconozco ni la voz ni entiendo la pregunta.
—Creo que tienes el número equi...
—Dijiste que eras Ralph.
—¿Quién eres? ¿Quién es Daniel?
Escucho un resoplido y ese sonido sí que lo conozco. Se me dibuja una sonrisa cuando lo pillo.
—Soy Montserrat. Y hablo de Daniel Sempere.
—¡Empezaste «La sombra del viento»!
—No me agradas —responde a cambio. En su voz no se oye alegría y si cierro los ojos dos segundos, puedo ver la imagen de su ceño fruncido nítido en la mente—. No me agradas en absoluto.
—¿Por qué no me sorprende? —Suspiro—. Pero vale, dime esta vez por qué.
—No dormí nada anoche. Bueno, como dos horas, así que supongo que eso es algo. Inicié el estúpido Viento con sombra y ahora necesito saber qué pasa.
Pese a su agresividad, leo entre líneas algo importante:
—Te gustó el libro.
—Pero soy lenta leyendo. Casi cinco horas y apenas como doscientas páginas.
—Eso es poco más de un tercio.
—Solo dime, por favor. ¿Daniel encuentra a Julián? ¿Fermín es bueno o lo va a apuñalar por la espalda? ¿Y quién es ese tipo espeluznante que lo observa?
Me invade esa sensación satisfactoria en el pecho de cuando alguien disfruta un libro que me gusta y más en este caso porque lo lee por recomendación mía directamente. Es un placer y orgullo que solo los lectores podemos sentir.
Placer porque es mitad maldad, claro, pues ni de chiste le diré las respuestas.
—No doy spoilers.
—No cuenta como spoiler si yo lo pido.
—Sigue contando como tal. Mira, lo más bonito de un libro es descubrirlo por ti misma sin saber qué pasa. Créeme que todo se arruina si sabes el final.
—Creo que difiero. Me da ansiedad pensar en las posibilidades. Leería más tranquila si sé hacia dónde va.
—Si te lo digo, dejarás de leer.
Calla, lo que es raro en ella y estoy aprendiendo que sus silencios son una confirmación a lo que el interlocutor le dice. O sea que tengo razón.
—¿Y si te prometo que sigo leyendo aún sabiendo el final?
—¿Cómo podría creerte?
—Vamos, yo no miento.
—No te estoy mirando a los ojos, podrías engañarme. Sé leer miradas, pero voces no.
Me estoy divirtiendo de lo lindo molestándola porque sé que insistirá más y sé que diré que no cada vez. Sé que puede ir sencillamente a buscar resúmenes del libro en Google pero algo la hizo llamarme y bien puedo aprovechar eso.
—Entonces ven y te lo prometo cara a cara.
Dos verdades que sé de Montse: calla cuando se ve obligada a dar la razón... Y es malditamente impredecible.
Las opciones en mi cabeza eran que me colgara la llamada o que me mandara a la mierda por no ceder y luego me colgara la llamada.
Proponer un encuentro, aunque con fines interesados para ella, no estaba entre las opciones predecibles.
Creo que hasta para ella fue abrupto porque queda en un silencio mortal al otro lado de la línea. Hasta me preocupa que haya dejado de respirar.
—Si quieres verme, no necesitas buscar excusas como el libro —digo, con el tono de suficiencia que sé que le molesta.
Soy consciente en el fondo de mi corazón de que lo que menos quiere es verme de frente, mucho menos compartir tiempo o una mirada contigo. El haberme llamado debió haberle tomado mucho esfuerzo y estoy seguro de que solo lo hizo porque no se le ha ocurrido la idea de Google aún.
Resopla.
—No seas tan pesado, Ingeniero.
—No seas tan gruñona, Fiona.
—Que vergüenza usar insultos que rimen.
—Habíamos acordado que Fiona era un halago, Fiona.
Fiona Venenosa, añado, pero solo mentalmente porque eso por ningún lado metafórico suena halagador.
—¿Vas a decirme o no?
—Cuando admitas que me llamaste en realidad porque querías hablar conmigo.
—No me gusta mentir —responde, el veneno hirviendo en sus palabras
Me hace reír su insistencia, quizás inconsciente, de vivir a la defensiva conmigo.
—Vamos, si solo quisieras un spoiler, habrías buscado en Google, con lo fácil que...
—Oye, pero tienes razón. No te necesito, Ingeniero.
Me cuelga la llamada, dejándome una expresión de sorpresa en la cara, una O en mis labios que lentamente se transforma en una risa. ¡Me ha colgado! En serio no se le había ocurrido lo de buscar en Internet.
Fiona venenosa y distraídamente grosera.
Tras unos minutos finalmente llega mi taxi —carísimo por el servicio fuera de la ciudad, pero no me preocupa porque lo paga mi jefa— y me subo, sintiendo el alivio en mis pies por al fin sentarme tranquilo.
Cuando entramos oficialmente de nuevo a la ciudad, el conductor me pide más especificaciones de la dirección; aunque planeo dar la de Noah para ir a descansar, pienso en Fiona y me enoja ligeramente que me haya colgado la llamada. No puede burlarse así de mí, no sin que yo haga nada, al menos.
—Lléveme a la plaza Limoneros, por favor.
La plaza comercial dónde queda la librería Landy.
Me lo tendrás que prometer en la cara, Fiona, pienso, como sugeriste.
***
No sé exactamente cómo sentirme con el hecho de que cuando Montse me ve entrando en la librería, quita su sonrisa y su gesto se transforma en uno poco amistoso. Le doy crédito porque nota su expresión pronto y cambia la cara a una servicial, la que imagino que tiene con todos los clientes; la entiendo, porque asumo que la señora de mediana edad que me observa desde la caja —y por ende también la mira a ella— es su jefa.
Se acerca a mí, me murmura un "buenas tardes, bienvenido" y comprendo que este es su empleo y no su casita de socialización, así que no puedo venir así no más a visitarla. La primera vez fue espontáneo y técnicamente terminé comprando un libro; la segunda vez traje un libro y una disculpa, pero esta vez no vengo con nada preparado.
—Emmm... hola —digo.
—¿En qué te puedo colaborar?
—Necesito... un libro... —Pienso rápidamente una opción que no me cueste un riñón por el alto precio y veo un cartel enorme en el fondo que promociona...— un libro de mandalas para colorear, por favor.
Si le sorprende mi elección, no lo dice y me guía hacia ese estante, que está lo suficientemente lejos de la jefa como para que pueda hablarme en voz baja:
—¿Qué quieres? No puedes pasar a saludar así no más.
—Quiero mandalas, leí que son relajantes y anti-estrés —me defiendo—. No creerás que vine por ti, ¿no?
Me mira con los ojos entrecerrados, hastiada.
—De acuerdo. Aquí están... —Me señala con sus manos los tres pisos de la estantería con mandalas de todos los tamaños, formas y extensiones—. Que tengas buena tarde.
—¿A qué hora sales?
—A las ocho, como cada día. Procura no regresar acá.
—No ganarás premios por vendedora del mes —farfullo.
—Y tú no los ganarás por caer bien a las personas.
—A las Fionas —corrijo.
Fiona se aleja de mí, metiéndose de lleno en otra labor. Admito para mis adentros que fue imprudente aparecer así no más, pero ya que estoy, compro una de las mandalas infantiles para mi sobrino.
Cuando salgo de la librería, Montse no me dedica ni una mirada.
¡Hola, gente hermosa!
SÉ QUE ME ATRASÉ con el capítulo, pero si me siguen en redes, deben saber el motivo y sabrán disculparme. Si no saben, pues les cuento: justo el miércoles fui a recibir en mis manos mi primer libro publicado en físico por editorial, así que entenderán que estuve llorando todo el día y se me pasó la actualización. ♥
De todas formas, a modo de compensación y de celebración porque oficialmente soy una autora publicada, les subiré varios capítulos, los dos de esta semana y otro par. Los amo ♥
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