6. Montse
Al principio me sentía algo culpable de no contarle a Verónica que iba a ir a una fiesta contigo. Sin embargo, de repente me alegra, porque no hay manera digna de explicarle que estoy con su cuñado en una fiesta adulta, enfrentándome a una mesa con globos y con la intención —no del todo voluntaria— de participar en juegos de jardín de niños.
También siento que tomé una mala decisión al venir en tacones, pero esto fue todo impredecible. Bueno, para mí, no sé si tú lo sabías, pero prefiero no preguntarlo porque si me dices que sí, te estamparé en la cara dos cupcakes y me iré pitando.
No sé en qué momento tú y yo quedamos en la parte de adelante de la pequeña multitud expectante frente a la mesa, pero algo me dice que eso significa que participaremos en las primeras rondas.
El animador explica la dinámica con demasiadas florituras y una actitud mucho más positiva y enérgica de la que yo siento ahora, pero igual presto atención: los globos son pequeños y tienen confeti adentro, junto a los globos hay una ruleta de colores con partes del cuerpo dibujadas. En parejas debemos girar la ruleta y dependiendo la parte del cuerpo que señale —costado, pecho, espalda, cabeza, ¿ombligo o entrepierna? o piernas—, ponemos uno de los globos en medio de nosotros; el objetivo es romperlos sin tocarlos con las manos y esparcir el confeti.
Son cuatro rondas, dos parejas compiten y la primera que explote los cuatro globos de forma correcta, se gana el premio de turno.
Siento que te acercas a mi oído porque tengo el hombro descubierto y percibo el roce de la tela de tu chaqueta. La piel se me eriza por la sensación... la de la tela, no de ti, ingeniero.
—¿Qué tan competitiva eres?
Sin quitar la mirada del animador, respondo:
—Depende del premio. —Giro la cara para mirarte y noto lo cerca que estás. No respetas el límite de espacio personal, o sencillamente estás demasiado acostumbrado a acercarte así a las mujeres—. Y de que me dejes conservarlo.
—¿Por qué lo conservarías tú? Ambos vamos a participar.
—Porque me obligaste a venir.
—Viniste voluntariamente.
—Como un favor, así que yo merezco el premio.
—Podemos echarlo a la suerte una vez lo tengamos en las manos.
No quiero, pero sonrío porque has dicho "cuando lo tengamos", no "si lo ganamos". Al menos tienes confianza de que podemos ganar en esta tontería y eso me satisface más de lo esperado. Sonríes en reflejo y en un movimiento involuntario, te mueves un milímetro, lo suficiente para que nuestras narices se rocen un segundo; nuestras sonrisas se borran antes de separarnos abruptamente al ser plenamente conscientes de la cercanía.
—Deberías aprender sobre espacio personal —te recrimino en voz baja, y, como respuesta, siento su mano en mi cintura, atrayéndome a ti.
—Sé mucho sobre espacio personal.
—Menos cómo respetarlo.
Te ríes entre dientes, noto tu aliento en el hombro.
—No te molestes Mía-lgodoncito.
Eres un presumido, ingeniero. Me pregunto si alguna vez alguien te lo ha dicho, o si solo recibes sonrisas y acceso a todo de parte de cualquier persona.
Me sueltas la cintura, un escalofrío me recorre por la ausencia de tu calidez. Las corrientes de aire del salón son inesperadas.
—¿Voluntarios para la primera ronda? —dice el animador con una sonrisa que llega hasta su nuca.
Agacho la mirada en reflejo, pero antes de que pueda detenerte, ya tienes la mano levantada.
Ay, estúpido ingeniero, no pierdes oportunidad de ser fastidioso.
A los pocos segundos, Connan, tu amigo y su esposa, levantan también las manos. Nos acercamos al animador; procuro no quitar mi sonrisa, fingir que esta es la mejor manera de pasar mi sábado por la noche y que estoy embargada por la emoción.
Tengo toda la intención de no poner gran entusiasmo al juego porque siento que a mis treinta años es estúpido hacer esto, pero entonces de otra mesa levantan un mantel que cubría el premio sorpresa para esta ronda y es...
—¡Un horno microondas!
¡Que me caería de perlas! Porque dañé el de Verónica haciendo una receta de Internet. Romper globos ya no parece una actividad inmadura, sino un proyecto importantísimo de inversión.
Vamos a ganar, ingeniero. Connan y Carol no tienen oportunidad.
Me quito los tacones sin pensarlo dos veces y los dejo junto a una mesa; te miro y veo un brillo en tus ojos que me hace sonrojar. Es el brillo de quien tiene razones completamente válidas para burlarse de otra persona.
—No digas nada.
Ladeas la mirada, como si te desentendieras del asunto. Bien, mejor así.
—¡Muy bien, vamos en serio! —exclama el animador cuando Carol también se quita sus zapatos.
Pelear por un microondas debe ser la versión señora de pelear por los dulces de una piñata.
Nos dan las indicaciones y cuando el animador hace sonar un silbato, ellos y nosotros corremos hasta las ruletas. Te dejo girar la nuestra y la flecha se detiene en la imagen de la silueta de una espalda.
Bien, esa es fácil. Algo haces bien, ingeniero.
Agarramos el primer globo de la mesa y me das la espalda, hago lo propio ubicando el globo entre ambos y siento tu primer empujón.
No me dejaste prepararme, ingeniero, casi me voy de cara al piso.
Escucho risillas, pero me alivia ver por el rabillo del ojo que Connan y Carol no están mejor que nosotros. Quizás la facilidad de romper globos está sobrevalorada.
—Oye, tienes el doble de fuerza, no seas brusco —mascullo en tu dirección.
—¿Viniste a quejarte o a ganar, panecito?
Frunzo el ceño y cuando me ubico de nuevo, empujo con mi espalda con todas mis fuerzas. Te tomo desprevenido, aunque mi peso no es suficiente para hacerte trastabillar, así que solo agarras el ritmo. En dos segundos estamos empujando con la misma intensidad y, por mi parte, maldigo que el bendito globo no se explote.
—¡Tu cierre! —exclamas, bromas a un lado; ya actúas con la seriedad requerida para la situación—. ¿Tu vestido tiene cierre?
—Sí, arriba.
—Con la cremallera lo podemos pinchar. Quédate quieta, lo voy a subir.
Obedezco, aunque sí planto bien los pies para no dejarme ir con tu peso. Siento tus sacudidas mientras deslizas el globo como mejor puedes; quisiera ver tu lucha, debe ser gracioso, es una lástima que esté de espaldas a ti... aunque a decir verdad, espero que nadie lo esté grabando.
A lo mejor no tengo tantas ganas de verlo después de todo.
Pronto siento el globo arriba y retiro mi cabello para dejar espacio; en dos segundos el globo explota y tu espalda choca con la mía. Casi caemos, pero de algún modo logras sostenerme por la cintura a tiempo.
Te miro a los ojos y hay orgullo en ellos. Solo es una ronda, ingeniero, no te emociones aún.
Escuchamos el estallido del globo de la otra pareja y corremos hacia la ruleta. Esta vez la giro yo. La flecha apunta a la parte frontal de un torso. Maravilloso.
Tomamos el globo y lo ponemos entre ambos; eres ligeramente más alto que yo, así que mi pecho es casi tu clavícula. Te veo bajar la mirada a mi escote oprimido contra el látex y mi mano viaja por instinto a tu cabeza; una palmada por pervertido.
—¡Auch!
—¡No seas mirón!
—¡Estaba mirando los glob... el globo!
—Depravado.
Tu ceño no se relaja, pero sí noto que quieres reír. Blanqueo los ojos, pero empiezo a empujar hacia adelante, manteniendo las manos en el aire para no romper las reglas. Mi mirada está fija en el globo, pero siento tu punzante atención en mí, así que elevo el mentón, y en efecto, estás observándome con una sonrisa ladeada.
—¿Qué?
No dejas de oprimir con tu pecho, pero algo en tu gesto me dice que te vale un cuerno ganar o no. Solo quieres disfrutar mi vergüenza, cualquiera que esa sea.
—Solo pensaba que con esa cara de concentración, de verdad pareces Fiona.
—Fiona es hermosa, Ingeniero, incluso en su etapa ogra, si lo usas para ofenderme...
—Y valiente, fuerte e independiente. ¿Cuenta como halago entonces?
—¿Has estado halagándome toda la noche, pues?
El globo revienta de repente y aterrizo sobre tu pecho. Me aferras por los brazos, no me sueltas de inmediato, al contrario, quedas demasiado cerca y dices:
—Sí, gracias por notarlo, Fiona.
Sé que lo dices por molestarme la existencia, pero me dejas momentáneamente sin palabras y te odio por eso.
—¿Sabían, querido público, que en algunas culturas, los globos son afrodisíacos? —dice el animador.
Todos sueltan una calurosa carcajada, pues es evidente que es un chiste. Intento reírme hasta que noto que el chiste no son los globos, sino nosotros, nuestra posición, nuestra cercanía y el hecho de que de lejos quizás parecen susurros entre enamorados.
Me suelto de inmediato y me encamino a la ruleta por tercera vez.
En esta ronda nos sale la silueta de un rostro, de modo que ponemos el globo verde entre nuestros labios. Ese sale fácil porque le hincas los dientes y se rompe sin que apenas yo deba hacer un esfuerzo.
Connan y Carol ya van para la cuarta ronda y cuando los miro por unos segundos, siento una punzada de envidia. Ellos no se pullan uno al otro como nosotros, ingeniero, ellos se ríen cada vez que uno da un traspié o cada vez que la explosión del globo los deja en una posición comprometedora. No risas de burla, sino risas de amor. No me da envidia porque desee estar en esa situación contigo, sino porque hasta hace poco creí tener esa situación con otra persona y todo me explotó en la cara. Por más que desee, eso nunca abandona mis pensamientos.
Regreso a la realidad cuando noto que tienes el último globo entre las manos; miro la ruleta, señala el costado de una persona, así que nos ubicamos de lado, haciendo presión con la cadera. Connan y Carol tienen su último globo entre sus espaldas y los veo batallando un poco.
—Estamos a nada del microondas —dices, haciendo más presión—. Haz más fuerza.
Me río, pese a todo.
—No tengo más.
—Tendré que cambiarte por alguien más joven y fuerte —bromeas.
—¿Qué?
No te das cuenta de lo que tus palabras han hecho.
Mi sonrisa se borra. El animador dice algo con entusiasmo, hay risas de tus compañeros y compañeras de trabajo y sus acompañantes, hay bulla, palabras de apoyo a Connan y Carol o a nosotros, incluso creo escuchar a tu jefa dándonos ánimos, pero de repente me he ausentado de todo el barullo. Siento una opresión en el pecho, tus palabras me hacen eco en la cabeza tan fuerte, que por un segundo creo que las estás repitiendo en voz alta como un disco rayado.
Tendré que cambiarte por alguien más joven y fuerte.
Tendré que cambiarte por alguien más joven.
Tendré que cambiarte.
Tendré que cambiarte.
Como mi prometido lo hizo.
Un globo estalla, posteriormente, estallan también los vítores de la gente. Tardo un poco en notar que nosotros somos los ganadores. Tomas mi mano, la zarandeas a modo de celebración, pero esta vez no siento reparos en soltarme de tu agarre y mirarte con desprecio.
Te tomo desprevenido porque la actuación de toda la noche parece haberse acabado. Me observas con seriedad, pero no alcanzas a preguntarme nada, pues el animador llega con la gran caja del horno microondas y la planta en tus manos con excesivo entusiasmo, casi tumbándote con el peso.
—¡Felicidades a nuestros primeros ganadores!
Me olvido de cualquier tipo de cortesía, e ignoro al animador por completo. Tomo mis zapatos del suelo, camino con dirección a la salida, pasando por alto las miradas que me siguen y que no entienden la reacción a haber ganado.
Claro que no tiene nada que ver con haber ganado, pero eso no lo saben los demás. No lo sabes tú y no tendrías por qué saberlo. Estoy enfadada y no sé qué porcentaje sea realmente tu culpa; mi lógica me indica que nada de lo que has dicho esta noche ha sido con el propósito directo de herirme, pero mi corazón se ha resentido por tus palabras de hace cinco minutos como si hubieran sido adrede. Eres un hombre y es tan fácil para ti decir aquello, incluso en broma.
Cuando llego a la salida del edificio, me detengo un minuto para colocarme los zapatos; mi bolso lo he tomado de camino, afianzo bien la correa para poder salir a la calle. Escucho tus pasos antes que tu voz.
—¡Espera! Puedes conservar el horno, no te enojes.
Llegas a mi altura con dificultad por la caja en tus manos, pero aún así veo tu rostro consternado.
—Quédatelo.
—¿Por qué te vas?
—Me quiero ir.
—¿Estás enojada? —Me quedo callada y empiezo a caminar—. ¿Qué hice? ¡Montserrat!
—¡Solo quiero irme!
Sigues mi ritmo pese a que es difícil con tu carga. Me pregunto por qué mejor no te quedaste; creo que huir de la fiesta te hace ver mal a ti que eres el empleado, no a mí, así que es una mala decisión haberme seguido. No piensas bien, ingeniero.
—¿Es porque te he dicho Fiona? Era una broma. Todo ha sido molestando, no ha sido en serio.
—No fue por eso —mascullo, me freno en la calle porque no hay más a dónde ir si no consigo transporte ya mismo—. Solo quiero irme.
—¿Fue porque te miré el escote? ¡Fue sin querer!
Blanqueo los ojos, pero no volteo a mirarte.
—Vuelve a la fiesta, Ralph.
—¿Fue porque dije que te cambiaría por una más joven? —Giro a mirarte abruptamente, tanto, que te sorprendo y das medio paso atrás. Diste en el clavo, ingeniero, aunque quizás no por los motivos que crees—. ¡No estaba insinuando que seas vieja!
—No entiendes nada.
Y no te lo voy a explicar; no ahora, al menos. Desnudar mi vida con un prácticamente extraño no es algo que me apetezca, muchas gracias.
—¿En serio te vas a molestar por esto? —No respondo, escucho que sueltas una carcajada incrédula—. No puedes ser tan inmadura, Montserrat, ¿cuántos tienes, quince años?
Te escucho molesto, sé que ambos tenemos la cabeza caliente y de eso no sale nada bueno. No quiero alargar la discusión, pero mi orgullo me obliga a buscar más conflicto donde puede que ni lo haya.
—Primero soy muy vieja y luego muy inmadura. Decídete, pues.
—¡Eres incomprensible!
—No necesito que alguien como tú me comprenda.
—¿Qué es "alguien como yo", exactamente?
También buscas el conflicto, porque ya estás enojadísimo. Lo sé por tu tono brusco y salvaje. Por tu indignación desmesurada.
—Un hombre que habla fácilmente de reemplazar a una mujer con otra.
—¡Era una broma! —estallas. Veo un taxi a lo lejos y levanto mi mano para que me recoja—. Pero ¿sabes qué? Lo reitero: te cambiaría por una menos inestable, estás loca, no te aguantaría más de una noche ni aunque me pagaran.
—Pues felicidades, no tendrás que hacerlo ni hoy ni nunca.
Das media vuelta, con el mismo esfuerzo con el que saliste, regresas hacia el salón, airado y pisando fuerte.
Aprieto los dientes con frustración y entro al taxi para regresar a mi casa. Fue un error pensar que esto podía salir bien.
Amamos a Montse, odiamos al ex ♥
Gracias por leer, próxima actualización 14/9
Los amo♥
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