36. Montse

—Tengo que decirte algo —murmuras cuando nos bajamos del taxi.

—¿Sobre qué?

—Pues... puede que Noah ya sepa... sobre nosotros.

Vamos caminando por la calle que nos separa del restaurante donde quedamos de vernos con Vero y Noah. Según el vago plan que armamos, será una cena tranquila de despedida, pues mañana te vas y de paso aprovecharemos para contarles a ellos de nuestra relación.

He omitido que Vero lo sabe y he estado horas pensando en tu posible reacción... pero tú omitiste lo mismo, así que creo que estamos a mano.

—Puede que Vero también lo sepa.

—Le dije a Noah que guardara el secreto...

—Yo se lo dije —confieso. Te callas, me miras enarcando las cejas—. Upps. En mi defensa, necesitaba su consejo.

—Esa es mi defensa para haberlo dicho. —Blanqueas los ojos—. Llevo pensando desde anoche que te enojarías cuando te lo dijera.

Nos miramos unos segundos y terminamos rompiendo en carcajadas.

—Nos falla la comunicación.

—Quizás debamos empezar a implementar un sistema de comunicación asertiva —dices—, para evitar suposiciones y peleas.

—Uh, "sistema de comunicación asertiva" —me burlo—, qué elegancia.

Agachas la mirada, tus mejillas sonrojadas.

—Lo leí en un libro sobre cómo tener éxito en tus relaciones afectivas.

Si supieras la manera en que eso me enternece y me enamora más de ti, no lo dirías en susurros como si fuera algo incorrecto. Jalo tu mano para detener tu caminar, cuando me ubico frente a ti, te beso en los labios con entusiasmo.

—¿De verdad tienes un libro?

—Sí, lo compré solo en digital, pero los e-books cuentan.

—Eres lo más dulce de este mundo, Ingeniero.

Te beso de nuevo, te siento sonreír y solo me separo de ti porque estamos a un edificio del restaurante y nos deben estar esperando.

Cuando Vero y Noah nos ven, me siento algo cohibida. Llevo tu mano enlazada con la mía, pero bajo su escrutinio me siento mal, como si fuera de lo más indecente tomar tu mano en público. Me arremete el deseo de soltarte o taparnos con uno de los manteles, pero por fortuna llegamos a la mesa antes de tener tiempo de pensarlo demasiado.

Tomamos asiento en las dos sillas frente a ellos, noto el denso silencio que nos rodea, que pasa de ser incómodo a resultar absurdo y gracioso. Noah y Vero nos miran con picardía y la verdad no sé qué esperan para hacer algún comentario, ni qué esperar cuando se decidan.

—Bueno, suéltenlo ya —exclamas, tan impaciente como yo.

La pareja frente a nosotros habla casi al tiempo:

—Tienes una novia formal —dice Noah.

—Se ven tan lindos juntos —añade Vero.

—Me estás presentando a una novia formal —agrega Noah.

—No te estoy presentando a nadie —refunfuñas—, tú conocías a Montse incluso antes que yo.

—¿Desde hace cuánto? —pregunta Vero.

Cuando le conté todo, solo lo resumí a "he estado saliendo con Ralph", pero nunca especifiqué cuánto tiempo has estado conmigo. A favor de Vero, diré que no ha hecho preguntas cuando estamos solas, al parecer se las guardó todas para ahora que estamos los dos para alimentar su curiosidad.

Me observas antes de responder, una sonrisa esbozada en tus labios.

—Un par de meses.

Tu respuesta es vaga, pero sé que si te pregunto en privado, me dirás con exactitud la cantidad de semanas que podemos sumar de estar juntos.

—¿Cómo sucedió? —pregunta Vero de nuevo.

Te miro yo esta vez, dubitativa. Quiero con toda mi alma a Vero y sé que tú amas a tu hermano, pero de todas formas no creo que sea muy apropiado contar aquí y ahora que la noche que me vi obligada a dormir en tu apartamento terminamos teniendo sexo porque sí. No es precisamente una anécdota romántica o imagen que quiero proyectar en ellos. Ya le conté a Vero que estuvimos juntos por primera vez en tu sofá, pero no quiero entrar en detalles de que así fue que empezó lo nuestro.

¿Dónde queda el romance, Ingeniero?

La mesera llega con cuatro menús y esa distracción nos da unos segundos de tregua. Ojeamos cada platillo, al final ordenamos algo ligero: ensalada de pollo y espárragos para mí, ensalada marina para ti. Vero y Noah piden carne con verduras. Cuando toman nuestro pedido y la mesera se retira, Vero sigue mirándome esperando una respuesta.

—Pues... solo pasó.

—Por casualidad —añades, siguiéndome la corriente—. Le regalé un libro.

—Y mientras lo leía, le pedía spoilers.

—Y mientras los daba, tomábamos café.

—Y una cosa llevó a la otra...

—¿Qué libro? —interrumpe Noah.

Arrugo la frente, pero respondo:

—«La sombra del viento», ¿por?

Noah te mira con una ternura infinita, como si estuviera observando a un bebé dar sus primeros pasos. Me río entre dientes, porque te noto incómodo pero divertido ante su vistazo tan paternal y algo condescendiente.

—Es tu libro favorito. —Noah pone sus manos sobre su pecho dramáticamente—. De verdad te importa Montse.

—Más te vale —añade Vero, mirándote con intensidad—. Si la lastimas, te mato.

Te ríes, pero mi amiga está seria sin quitarte los ojos de encima.

—No podrías —dices, riendo de buena gana.

—Sé de plantas venenosas y de abonos excelentes para sembrar flores sobre un cuerpo enterrado. Nadie te encontraría, y mírame, soy hermosa y dulce, ¿quién sospecharía de mí?

Se hace un profundo silencio en la mesa. Incluso Noah mira a su novia con algo de temor. Incluso yo la miro así. Jamás había escuchado palabras amenazadoras de su parte y creo que suenan perturbadoras porque lo que dice... muy posiblemente es cierto. Nadie tiene mejor conexión con la naturaleza y sin duda tiene conocimientos de todo tipo de abonos. Además sí es bella y de aspecto dulce, nadie sospecharía nada de ella.

—Yo ayudaría con la pala —digo para romper la tensión. Vero me sonríe. Miro a Noah—. Y la amenaza se extiende a ti también.

—Secundo eso —dice Vero.

—¿Con qué psicópata vine a enredarme? —murmuras antes de mirar a tu hermano—. Es tu culpa.

—¿Mía?

—Yo digo que es de ambos —intervengo—. Los hermanos Reyes tienen gustos raros.

Noah me mira, luego mira a Vero. Haces lo mismo entre ella y yo y al final todos terminamos riendo. Noah pasa un brazo por el hombro de mi amiga; siento tu mano tocando mi rodilla bajo la mesa.

Cuando decidimos darnos una oportunidad, este momento me asustaba. La idea de complicar las cosas entre Vero y su novio por lo nuestro que, en ese entonces, era nuevo y voluble, me aterraba. El riesgo me repelía por completo.

Y sin embargo...

En este momento estoy feliz, segura de ti, de nosotros, de lo que siento en mi pecho cada vez que te veo reír o hablar durante la cena. Ahora tengo la certeza de que hago lo correcto estando a tu lado, que cualquier cosa que ocurra a partir de ahora sobrepasa con creces el riesgo que tomamos.

Tras cenar, pedimos unos cócteles para alargar la noche un poquito más. Bebemos a sorbos pequeños y carcajadas grandes mientras afuera la noche cae, en doce horas estarás tomando un avión y aunque sé que en su momento me pondré ansiosa, ahora solo quiero gozar la noche, gozar de ti, de nuestra compañía, concentrarme solo en este hermoso presente en que estamos juntos y estamos bien.

***

Me aferro a tu mano como si fuera un salvavidas en medio del océano. Es una metáfora adecuada: por momentos me da la impresión de que me estoy ahogando. Incluso me pregunto si fui estúpida al convencerte de ir al viaje aún cuando estabas dispuesto a rechazarlo...

No, no puedo pensar eso, no hubiera sido justo contigo. Sacudo la cabeza.

Pese a que el aeropuerto tiene unos techos tan altos que debo elevar por completo el mentón para verlos, una oleada de claustrofobia me golpea cuando llegamos a las puertas que llevan a la sala de abordaje, es decir, donde nos tenemos que separar.

Te detienes sin soltarme; agradezco mentalmente haber salido con tiempo de sobra, así no debemos apresurar tu partida.

Dios mío, solo son dos meses, que corazón tan dramático me late en el pecho.

Suelto una risa ante el pensamiento y eso llama tu atención. Te ubicas frente a mí, sueltas tu pequeña maleta negra a tu costado.

—¿De qué te ríes?

—Solo estoy pensando que no te estás muriendo, así que no debería sentir que te vas para siempre.

Sonríes de lado, procedes a abrazarme fuerte y por primera vez me pregunto si esta corta separación es al menos una décima parte de difícil para ti de lo que es para mí.

Sin soltarme hablas en tono bajo cerca de mi oreja:

—Esto, las separaciones, son el motivo por el que no me gusta echar raíces. —Escucho una risilla en tu tono, pero sé que hablas muy en serio—. No me gusta pedir que me esperen, pero... —Te alejas lo suficiente para mirarme; tus ojos están invadidos por venitas rojas, lo que me recuerda que los míos también están ardiendo por dentro—, quiero que me esperes y que confíes en mí. Será poco tiempo, pero sé que volveré amándote como te amo ahora.

Me congelo, digiriendo lentamente tus palabras. Siento cómo la sonrisa se va dibujando en mis labios, mi corazón acelerándose a cada segundo más y más.

—Dijiste que me amas.

Te sonrojas, ingeniero. A lo mejor se te salió sin darte cuenta, pero no importa, porque eso da más confiabilidad a la honestidad de tus sentimientos.

—Sí que lo dije.

—Yo te amo también. —Muestras sorpresa al oírme. Debes ser idiota, ingeniero, si no lo sabías ya. Con una risa, me inclino para besarte, tus labios tan receptivos como siempre—. No consigas por allá a nadie mejor que yo.

Sueltas una carcajada.

—No vayas a más citas organizadas por tu amiga.

Río también.

—Te lo prometo.

La fila de personas para cruzar por los detectores de metales se va haciendo larga.

—Debería ir entrando.

—Sí...

Pero no nos movemos. Nos miramos fijamente a los ojos y sé que ambos vemos lo mismo: lágrimas contenidas. Al mismo tiempo, nos reímos de nuestra exageración. Dios, ni que te fueras a la guerra sin retorno.

—Son ocho semanas y tenemos celulares —dices, como si pudieras leer mi mente—. No es que me vaya veinte años a una isla remota.

Me sueltas y te agachas para tomar tu maleta. Sacudes la cabeza como si recién ahora notaras lo absurdo de nuestro drama. Hicimos bien en decidir venir los dos solos; si tu hermano estuviera acá, nos tomaría por burla toda la vida.

—Ten buen viaje, me avisas cuando llegues.

—Te voy a extrañar.

—Yo a ti.

Me das un último beso y te encaminas a la fila que avanza sin demora. Me quedo en mi lugar, cruzo los brazos sobre mi abdomen, sin quitarte la mirada de encima. Un cosquilleo se aloja en todo mi pecho, uno que ya he aprendido a identificar como temor a perderte, una desconfianza fantasma inducida por ese trauma que no me abandona. Pero lo aguanto, intentando sonreír, porque quiero y sé que puedo confiar en ti, ingeniero. Mi mente me lo dice y sé que solo es cuestión de tiempo para que mi corazón también lo sienta en cada latido.

Además, me has dicho que me amas y aunque ya lo sentía por la forma en que tratas, me hablas y me miras, fue un acierto haberlo reafirmado en voz alta. Me genera más amor y seguridad que ninguna otra cosa.

Giras una última vez antes de cruzar, ondeas tu mano en mi dirección, puliendo esa sonrisa que tanto me encanta. Te devuelvo el gesto y veo cómo te pierdes en la sala de abordaje. Cuando doy media vuelta para regresar, noto que había estado sosteniendo el aliento y cuando lo libero, lloro solo un poco, solo una lágrima que no pudo contenerse más.

Por instinto saco mi teléfono y llamo a Vero.

—Ya se fue —digo nada más ella contestar.

¿Cómo estás?

Suspiro.

—Quiero llorar, pero no lo haré acá en el aeropuerto. —Me río—. No, estoy bien. Puedo superarlo, solo son dos meses.

Lo he dicho tantas veces que esas palabras ya suenan trilladas... pero debo decirlas porque me reconfortan.

Si quieres podemos embriagarnos esta noche.

—No creo que sea necesario, pero gracias. Ay, Vero, soy una dramática, no es el fin del mundo. Solo me ahogo en un vaso de agua.

No importa si es un vaso o es un océano, te estás ahogando y no pasa nada por admitirlo. No te preocupes, te distraeré estos dos meses para que no pienses en su ausencia.

No soy una niña pequeña para que me distraigas con dulces —murmuro.

Te distraeré con licor, películas y chismes diarios.

—Acepto.

¿Cómo la gente lidia con la vida sin mejores amigas como Vero? Es un misterio que espero nunca tener que resolver.

Tomo un taxi a casa, sintiendo desde ya la nostalgia de extrañarte, pero convenciéndome de que eres lo mejor que tengo en este momento de mi vida y que no te perderé porque sé que para ti, yo también soy lo mejor que tienes en este momento de tu vida.

***

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