31. Ralph

¡Hola, amores!

Bienvenidas al final de esta novela. Tiene en total 36 capítulos + epílogo, así que acá les subo todo lo que falta para que gocen con Ralph y Montse de estos primeros días de diciembre. (O cuando lleguen jasjas) ♥

Los quiero mucho, gracias por el apoyo ♥

En un intermedio entre dormido y despierto, escucho el sonido de un celular, pero no lo reconozco como mío, de modo que no abro los ojos. Sí siento que la cama se mueve, debe ser Montse buscando su teléfono.

Se levanta y abre la puerta de la habitación casi de inmediato, Chocolate entra, se sube de un salto a la cama, olisqueándome —seguro con odio por quitarle su lugar en la cama anoche—, obligándome a despertar del todo. Le acaricio la cabeza y ella me ladra, eso me despabila por completo.

Ya no veo a Montse, pero la escucho caminar por el apartamento. Segundos después, llega al marco de la puerta usando apenas su ropa interior. Sonrío, pero ella no está para formalidades o coqueteos ahora.

—¡Tienes que irte!

—¿Tu esposo está a punto de llegar de su viaje de negocios? —bromeo.

Ella se ríe sin poder evitarlo, pero de todas maneras busca en el suelo cada prenda de mi ropa y me las tira encima. Chocolate parece ser parte del desorden, ladra y mueve la cola de acá para allá; a lo mejor en su cabeza canina todo es parte de un gran juego.

—Vero no tarda en llegar, no quiero que te encuentre acá.

Enarco una ceja.

—¿Te sigue avergonzando estar conmigo?

—No quiero explicarle nada ahora, necesito ordenar primero mis ideas.

Blanqueo los ojos, pero no me quejo ni me molesto más; a decir verdad también creo que necesito un poco de orden mental antes de que mi hermano sepa que hice exactamente lo que me dijo que no hiciera... como siempre en la vida.

Me pongo mi ropa mientras ella busca una sudadera de su armario y un suéter.

—Oye... —Llamo. Tarda unos segundos, pero finalmente detiene su hiperactividad y me mira—. Buenos días.

Relaja los hombros, sonríe a medias, conciliadora.

—Lo siento, buenos días. ¿Cómo amaneciste?

Me acerco a ella, ya vestido pero descalzo. Su cabello está mal amarrado en una coleta, sus labios pálidos, su aspecto en general debe ser un reflejo del mío, uno que grita que está recién levantada, sin embargo, el brillo de sus ojos también revela la buena noche que tuvo.

—Nunca había amanecido mejor.

La beso una vez, dos segundos y me deleito con su sonrisa, que me confirma que lo que sea que sintiera y dijera anoche, sigue estando vigente esta mañana.

Siento las patas delanteras de Chocolate chocando con mi trasero; Montse mira a su perrita con amor profundo y se separa de mí.

—A esta hora la saco a pasear —explica—. ¿Vamos?

—¿Puedo al menos usar el baño?

—Solo si te tardas menos de un minuto.

Dejo a Montse en la habitación y uso el baño con rapidez, me enjuago la cara un poco e intento peinarme. Es inevitable irme con la misma ropa con la que llegué, pero al menos quiero procurar verme decente.

Salimos del apartamento, Chocolate llevada por la correa, Montse casi trotando escaleras abajo. Su paso es acelerado cuando salimos y mira a ambos lados como si estuviera de verdad esperando a un esposo que la encontrará con su amante; me causa gracia, pero decido reírme en silencio; solo cuando estamos dos calles alejados y el edificio ya no se ve, ella reduce la velocidad, luego suspira, como si se hubiera salvado de un gran peligro.

—Así que... —Empiezo, dubitativo. Es curioso cómo todas las certezas que recolecté sobre nosotros entre las cuatro paredes de su habitación, se sienten un poco más débiles a la luz del día—. ¿Fingimos que nada pasó o...?

Montse se detiene cuando llegamos a un parque y suelta la correa de la cadena de Chocolate. Debe ser rutina, pues la perrita empieza a brincar cerca de nosotros, libre pero sin alejarse mientras olisquea todo buscando un lugar para hacer sus necesidades.

La hermosa rubia que me enloquece se acerca a mí, sube sus manos a mi cuello; en reflejo la abrazo por la cintura. Suspira cerca de mí y niega con la cabeza.

—No entre nosotros. Escucha, es verdad que tengo que organizar mis ideas, ¿de acuerdo? Pero lo que pasó anoche... Bueno, al menos para mí, fue importante y especial, no simplemente un desliz o algo así.

—Para mí también fue importante y especial. —Le aseguro.

Toma aire, como si eso la aliviara. Me pregunto si no era eso obvio para ella luego de todo lo que dije e hice.

—Siento que debemos hablar sobre muchas cosas antes de...

Calla, sin encontrar las palabras. Sus mejillas se sonrojan, así que me ayudo un poco:

—De ir más allá.

—En mi mente eso suena incorrecto. Ya nos acostamos, así que...

Ríe, divertida ante la idea. Yo no río, porque yo lo entiendo, porque sé que, siendo objetivos, el sexo es un paso de mucho menos peso que abrir el corazón a otra persona.

—No es incorrecto. —Me mira a los ojos y sé que entiende tan bien como yo el tipo de intimidad de la que ambos estamos hablando; precisamente de la que tenemos que hablar—. Lo comprendo.

—Hoy debo trabajar, pero quizás en la noche...

—Pasaré por ti y hablamos.

Asiente.

—De acuerdo.

Me quedo prendado de sus ojos por tanto rato que al final sacudo la cabeza, sintiéndome tonto por el acelere de mi corazón.

—También debo trabajar, debería irme...

—Sí, está bien... —Montse se acerca, deja un beso en mis labios, uno un tanto más incómodo de lo normal, considerando todo. Ríe entre dientes, nerviosa y me reprendo por encantarme tanto con ese gesto—. Sí, de acuerdo, te veo en la noche.

¿Cómo es posible que me sienta como un adolescente torpe a mis casi treinta años? Qué ridículo es todo... pero más ridículo aún, lo bien que se siente.

Me alejo de Montse a regañadientes, en pocos minutos tomo un taxi. En media hora estoy en mi apartamento y lo primero que hago es escribir un mensaje a Montserrat:

Ralph: Ya te extraño...

Lo leo antes de enviarlo y lo borro. Lo escribo de nuevo, pero me parece estúpido así que lo borro otra vez. Guardo el teléfono sin enviar ningún mensaje. En la soledad de mi apartamento, me río de mí mismo, me río de la idea de estar enamorándome.

Me río de placer al pensar que estar dispuesto a amar a Montse, puede ser el mejor riesgo que he tomado en la vida.

***

Cuando llegamos a la cafetería, tomamos la misma mesa de siempre y pienso en lo bonito que es que ya sea nuestra mesa por la cantidad de veces que nos hemos acomodado acá a beber café y a charlar de todo y de nada.

Esta vez, sin embargo, es diferente. Me acomodo más cerca de Montse, ella se acerca otro tanto, su presencia sintiéndose más cálida que las veces anteriores. Es como si antes de hoy hubiera tenido muros a su alrededor que al fin he logrado traspasar, la siento más cercana, pero mejor que eso, cómoda con esa cercanía, como si finalmente me hubiera ganado su confianza.

El mesero nos trae los cafés y nos sonríe con reconocimiento. Ya debemos figurar como clientes frecuentes. Tomo la mano de Montse sobre la mesa, ella devuelve el apretón.

—Okay, no te rías —empieza—, pero hice una lista.

Sonrío.

—¿De?

—Cosas que quiero hablar contigo antes de... de seguir con esto. —Mueve su dedo señalándonos a los dos. Río entre dientes—. ¡Te dije que no te rieras!

—No me río de ti.

—Sí, claro.

Voltea la cara, blanqueando los ojos. Acerco mi rostro, buscando su mejilla para rozar su piel con mis labios.

—En serio, no me río de ti. A ver esa lista. —Sus ojos se entrecierran en mi dirección—. La tomaré con toda seriedad, te lo juro.

Me empuja un poco para separarme, pero por su sonrisa sé que no lo hace con enojo. Busca en su bolso un papel arrugado y pequeño que desdobla hasta que puede leerlo. No me deja mirar, solo lee en su mente hasta que levanta su mentón.

—De acuerdo, pues... —Toma aire, endereza la espalda, muerde su labio—. Quiero que estemos en la misma página, sea cual sea esa, entonces lo primero a tener en cuenta es... —Lee de nuevo su papelito, arruga la frente como si lo que viera no fuera lo que quiere decir, así que mejor lo dobla y toma unos segundos para acomodar sus ideas—. Sé que eres un hombre de relaciones pasajeras y ya, pero...

—Mon...

—No, déjame terminar. Sé que eras... eres mujeriego y no juzgo. Lo que necesito saber y te pido con todo el corazón que me seas sincero es si eso es lo que quieres conmigo. Que estaría bien, si lo que deseas es una... amiga con derechos —Tantea la palabra con extrañeza—, podemos llegar a un acuerdo y que así sea. O si quieres intentar una relación de verdad, también quiero saberlo. No te estoy hablando de una relación para toda la vida, ni mucho menos, pero sí hay distinción entre amiga con derechos y novia o algo así. Creo que podemos intentar cualquiera de las dos, pero quiero que estemos del mismo lado, no crearme ilusiones de algo que no existe.

Entiendo sus palabras, porque sobre el mismo tema me ha girado la mente las últimas semanas. Cuando recién empecé a notar que me gustaba, llegué a creer que lo que sentía era en realidad un deseo físico y lascivo por Montse, que es básicamente lo que siento con cualquiera de las amigas con derechos que he tenido; sin embargo, cuando estuvimos juntos aquella primera noche en mi apartamento y me desperté pensando que deseaba mucho más de ella, concluí que no era algo meramente sexual.

—Seré honesto —respondo—; no he tenido antes una relación que dure e involucre, ya sabes, sentimientos.... Pero quiero intentarlo contigo si estás dispuesta. Pero si no estás dispuesta y lo que quieres es un amigo con derechos, también acepto.

—Soy más del tipo de relaciones que de ligues pasajeros —admite, con una sonrisita en los labios.

—Entonces que así sea.

—Solo para estar claros... una relación exclusiva.

Esta vez sí río.

—No he tenido relaciones serias, Montse, pero no soy imbécil, sé cómo funcionan. Tiempo de calidad, monogamia, fidelidad y todo eso. Conozco la teoría y puedo con la práctica.

—No sobraba asegurarme.

—¿Siguiente punto de la lista?

Mira de reojo su papelito, doblado y desdoblado cien veces, después asiente para sí misma.

—No quiero que Vero y Noah lo sepan aún, no hasta que estemos seguros de que es una buena decisión.

—¿Decirles o estar juntos?

—Ambas. Sé que todos somos adultos y que ellos en sí no tienen nada que ver con lo que sea que pase con nosotros, pero me siento más cómoda si lo mantenemos en secreto por un poco más.

Algo hace clic en mi cabeza y comprendo el motivo de esa petición: Montse aún no está segura de mí, de que pueda ser una buena pareja, un buen novio. No la culpo, yo también desconfiaría de mí, la verdad. Y no me molesta, al contrario, me obliga a retarme a mí mismo a probarle que conmigo no se equivoca. Voy a demostrárselo.

—Se los diremos cuando tú quieras. Además... —Busco sus ojos y le sonrío de lado—. Una relación secreta es más emocionante.

Niega con la cabeza, blanqueando los ojos.

—Espera hasta medianoche, Ingeniero.

Me he dado cuenta de cuánto amo que me diga «ingeniero». Suena tan lindo dicho de sus labios.

—¿Siguiente punto?

—No sé si era necesario ponerlo, pero igual lo puse —anuncia—. Esperaba que siguiéramos reuniéndonos para hablar del siguiente libro de la saga como si nada hubiera cambiado.

—Dije que los quería leer todos contigo.

—Lo sé, pero quería asegurarme. Hice la lista durante todo el día y cuando ponía cosas al azar, eso surgió.

Ahí está de nuevo su duda.

Aprieto sus dedos entre los míos.

—De acuerdo, entonces te lo digo ahora: sigue en pie lo de leer contigo. Es más, voy a conseguir una copia y lo voy a ir leyendo contigo, para no solo hablar de lo que recuerdo, sino tenerlo todo fresco en la mente. —Asiente complacida—. ¿Algo más en la lista?

—Solo un punto más.

Desvía la mirada de inmediato, sonrojándose. Mi mente se divide entre la preocupación de qué la turba así y la risa porque lo encuentro muy tierno.

—¿Qué es?

—Temo que te enojes —confiesa.

—¿Vas a pedirme que asesine a alguien? —Niega con la cabeza, sus cejas fruncidas reflejando su angustia—. Porque si es eso, podemos discutirlo y llegar a un acuerdo.

Me da un golpecito en el antebrazo.

—No seas tonto.

—Vamos, dímelo, no me enojaré.

—No sé si alguna vez una mujer te lo haya pedido, así que ten la mente abierta, ¿vale?

Con esas palabras, mi mente empieza a barajar opciones. Me enderezo, dejando de verla tierna e interesándome con más seriedad en sus palabras.

—¿Es algún tipo de... —Me acerco a ella, bajando mucho la voz— fetiche raro o fantasía que quieres hacer conmigo?

Montse abre mucho los ojos ante mi seriedad.

—¡Claro que no! Ay, Dios... —Pone sus manos en su rostro, la escucho reír tras ellas. La verdad me relaja un poco que diga que no—. No, no es eso.

—Porque también podríamos hablarlo y llegar a un acuerdo —respondo, contagiado de su risa.

—No es sobre fetiches o fantasías.

—Bueno, pero la posibilidad está sobre la mesa, para un futuro quizás.

Suelta una carcajada, pero asiente.

—Lo tendré en cuenta.

Termina sus palabras con una sonrisa de lado, me pregunto si su mente también ya empezó a barajar escenarios con nuevas posibilidades.

—Dímelo de una vez y ya está.

—Sí, está bien. —Montse sacude su cabeza y me mira a los ojos con determinación—. Nos hemos cuidado las veces que hemos estado juntos y planeo que eso continúe así. Pero de todas maneras, quisiera que te hicieras exámenes de sangre para asegurarme de que estés limpio. Los haré yo también, por supuesto. Nunca está de más.

Enarco una ceja al escucharla y confirmo su sospecha: nunca ninguna mujer me lo había pedido. Aunque por seguridad yo me hago esos exámenes cada año. El último fue hace unos seis meses, así que no veo problema en adelantarlos por esta vez y complacerla. Es bastante razonable.

Montse me observa, calibrando mi reacción, pero solo asiento.

—De acuerdo, tomaré turno para sacarlos.

—Gracias. Por mi parte eso es todo, si tienes algo que añadir...

—No hice una lista, pero puedo pedir algo.

—¿Sobre fetiches y fantasías? —bromea.

—No, pero de eso haré una lista más adelante. —Su sonrisa se borra por unos segundos, pero finalmente asiente—. Tenemos que salir.

—¿A dónde?

—A citas, Montse —aclaro—. Que sean más que café y club de lectura. Invéntale excusas a Vero para salir en las noches o en tu día de descanso. Salgamos. Vamos a cenar, o a bailar, a conocer algún pueblito cerca, no sé, lo que sea.

Sus ojos se iluminan. Es tan bonita cuando su mirada brilla así.

—Te tomas en serio lo de "relación".

—Hago algo bien o mejor no lo hago —respondo.

Montse ríe, luego toma su café y da un sorbo. Pasa su mano libre por su cabello, metiendo un mechón rubio tras su oreja. Por reflejo estiro mis dedos, los paso por su mejilla, su mentón hasta detenerme en su cuello. Muerde su labio de nuevo, luego se inclina para besarme.

—Entonces hagámoslo bien —susurra sobre mis labios.

Acaricio su labio con el mío y me convenzo de que todo, absolutamente todo, va a salir bien. 

***

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