3. Ralph
Cuando mi hermano y Verónica regresan a la mesa, me encuentran sonriendo en medio de la conversación con Montserrat. Noah parece sorprendido y me pregunto si él también nota que entre Montse y yo hay cierto desagrado no expresado nunca en voz alta. Tendré que averiguarlo después.
—Amo esa canción —dice Vero, como si quisiera explicar el motivo de haberse levantado con mi hermano a bailar—. Amo este restaurante, fue una buena idea venir.
—La comida es rica —secundo—, y el ambiente está bueno.
Los tórtolos asienten a la vez que buscan sus bebidas; la de Noah sin alcohol porque conduce a la de vuelta.
Mi teléfono, que ha estado todo el tiempo sobre la mesa, suena y en su pantalla sale la imagen de Mariam, la mujer con quien pretendo salir mañana en la noche. No es «incapacidad de estar solo», me digo, mientras dudo de si ahora voy a escuchar esas palabras de Montserrat cada vez que consiga una cita. Frunzo el entrecejo; eso sería horrible.
El mensaje que recibo es breve, pero suficiente:
«Salí temprano del trabajo. ¿Quieres cenar? En mi casa, ahora».
Acabo de cenar y no me cabe un bocado más, pero esa oferta implícita no se puede rechazar. No me está solo invitando a cenar, sino a cenar en su casa. Mariam es... puede decirse que una vieja amiga. No, no puede decirse eso, en realidad no somos amigos. Nos conocimos por una aplicación hace un par de años y desde entonces nos avisamos de cuando estaremos en la misma ciudad para reunirnos un par de noches.Y no para adelantar cuaderno, obviamente. Ni siquiera sé su apellido, pero ella no conoce el mío, así que es un acuerdo que nos tiene satisfechos a ambos.
—Con toda la vergüenza del mundo... —inicio, pero Noah me interrumpe.
—Te irás. —Le sonrío—. A ver a una mujer.
Miro de reojo a Montserrat, que esconde una risita en su vaso. Sé que con sus ojos me juzga, pero me niego a darle gran importancia. Me sorprendo cuando ella habla:
—¿Te puedo acompañar hasta afuera? Creo que yo también me voy.
Verónica luce sinceramente apenada por eso.
—¿Quieres que nos vayamos ya?
—No, claro que no, ustedes quédense. Yo ya gasté mi energía social por hoy, solo quiero llegar y acostarme con Chocolate a ver tele.
—¿Segura?
—Sí, no te preocupes. Disfruten su noche, y gracias por invitarme.
Montserrat va recogiendo sus cosas —un par de envoltorios de dulce, su teléfono y una flor de cabello que se quitó hace un rato porque le incomodaba— y poniéndolas en su bolso mientras habla; cuando acaba, fija sus ojos en mí. Que curioso, no había notado que tienen una tonalidad gris clara que casi los hacen ver transparentes.
Enarca sus cejas, como esperando algo y recuerdo que yo también me voy. Nos ponemos de pie al tiempo y rodeamos las sillas.
—Te veo en casa —le digo a Noah. Él asiente—. Me lo llevas sano y salvo, Verónica.
—No prometo nada. —Alza su copa hacia mí, con una risita en los labios.
Montserrat se acerca a ella para darle un apretón en el antebrazo a modo de despedida y le sonríe a mi hermano. Enfilamos por las escaleras hasta llegar a la calle y noto que ella se estremece con una ráfaga de viento que pasa sobre nosotros. No hace frío en sí, pero el choque de temperaturas entre adentro y afuera es notorio.
—Se te acaba rápido la energía social —comento.
Montserrat ríe.
—No me voy por eso. Me voy porque no seré mal tercio con la parejita.
—O sea que le mentiste a tu mejor amiga —pullo.
—Claro que sí. Vero tiene un corazón enorme, si le decía la verdad, iba a elegir irse conmigo a casa y sé que quiere estar acá. Por sus horarios de trabajo, Noah y Vero casi nunca salen, todos sus encuentros son o en su apartamento o en el nuestro y todo es tan monótono; las citas clásicas con cena y romanticismo son escasas. Se merecen una noche de esas, no seré yo quien la dañe.
—Vero no es la única que tiene un corazón enorme —digo.
Montse se mira de reojo y con media sonrisa agradece las palabras.
—La verdad es que si te hubieras quedado, yo lo habría hecho también solo para poder regresar en el auto de Noah más tarde. No me gusta tomar taxi.
—Lamento arruinar tu velada.
La veo soltar una risa, aunque no me dirige una mirada. Ya hemos llegado a la calle principal donde los autos transitan, así que nos detenemos, cada uno con la misión de hallar transporte por separado.
—No me quejo. En realidad estar en cama con Chocolate sí me parece buen plan también.
—Chocolate me cae bien. —Es su mascota, una hermosa perrita hiperactiva que me saluda con entusiasmo las raras veces en que nos vemos. Montse asiente.
Por destino divino, no pasan taxis desocupados en los segundos que proceden a nuestra llegada, así que pasan cinco, diez, quince minutos, y seguimos de pie junto a la acera.
—Así que... —dice ella luego de un rato—. ¿Quién es la afortunada? ¿Para dónde vas?
—Se llama Mariam, no vive tan lejos de acá. —Es desagradable que las conversaciones entre nosotros no hayan encontrado aún un punto de comodidad en el cual germinar; parece que todas mueren antes de nacer bien y no estoy acostumbrado a eso, por lo que solo me queda seguir con formalidades triviales y preguntar lo mismo que me preguntan—. ¿Y qué hay de ti? Aparte de Chocolate, ¿hay algún afortunado en tu vida?
—Renuncié a los hombres el año pasado —responde con un tinte de desdén.
—Ah, perdona. ¿Hay alguna afortunada en tu vida?
Me mira divertida y su sonrisa se ensancha cuando ve mi seriedad.
—No me refería a eso. —Montserrat se abraza a sí misma por otra ráfaga de viento que pasa—. No siento atracción por la mujeres... por desgracia.
Lo último le sale con un suspiro resignado y yo me río. Una mujer solo habla así cuando sus relaciones pasadas con hombres han sido desastrosas, y teniendo en cuenta que hace un rato Montse mencionó que tuvo un noviazgo de siete años, que por lógica terminó, puedo deducir que su experiencia reciente fue muy, pero que muy desastrosa. Tanto que no es apta para tema de conversación, mucho menos conmigo, así que desvío el tema.
—No puedo empatizar. A mí sí me gustan.
—Sorprendente —ironiza.
—Y demasiado, diría yo —replico en el mismo tono distendido—. Pero no pienses mal de mí, ¿eh? No ando por ahí engañando mujeres.
—Un mujeriego con responsabilidad afectiva. —Me mira de arriba a abajo, como si yo fuera todo lo que le desagrada, pero le causara contradicción que no le desagrade—. Qué novedad.
—¿Por qué siento constantemente que estás a la defensiva conmigo?
Montserrat agacha la mirada y veo un rubor subir a sus mejillas. Supongo que no lo hace adrede, pero yo tampoco le he hecho algo como para que su tonito conmigo sea siempre desdeñoso.
Me quedo mirándola, obstinado en obtener una respuesta.
Sin embargo, el destino aboga de nuevo por ella, y en vez de escuchar su respuesta, veo que levanta la mano para llamar al taxi que viene. El auto se detiene y Montse me mira, victoriosa, como si supiera que se libró de decir algo que no quiere.
—Te veo después, Ralph.
—¿Me querrás ver después, Montserrat?
No responde, solo me mete al auto y la veo partir, quedándome con la duda, y, tontamente, con una sonrisa en los labios.
***
Con una mano en el teléfono que sostengo junto a mi oreja y la otra bien metida en mi bolsillo, ojeo el escaparate que exhibe relojes de lujo. Relojes que ni ebrio compraría porque es demasiado dinero solo para saber la hora.
—Honestamente, no sé si pueda ir —digo a la llamada, caminando muy lentamente por el frontal de la joyería; mi atención está en la conversación, pero mis ojos en las vitrinas—. No tengo muchas ganas de...
—No puedes faltar —me interrumpe. Es Connan, uno de mis compañeros de la empresa, aunque a decir verdad no es que seamos amigos. Nos vemos en las reuniones y ocasionalmente intercambiamos llamadas cuando necesitamos algo del otro; tenemos el mismo puesto en la empresa, así que a veces al no poder cubrir un trabajo, el otro es un salvavidas—. La señora Mainar nos espera a todos.
La señora Mainar es la dueña de la empresa. La mayoría de sus empleados la vemos solo una o dos veces al año y cada vez ha brillado por su amabilidad, pero también por su exigencia. Es una mujer que te dedica las más sinceras y amplias sonrisas, que entiende cuando necesitas un permiso y escucha siempre las excusas esperando que sean verdaderas, no cuestiona y no juzga; sin embargo, asimismo, si le fallas una vez, pierdes su simpatía de inmediato. No tolera mediocridad, falsedad o que la menosprecien.
Y es verdad, nos invitó a cada uno personalmente a la reunión de inauguración de la sede de su empresa en esta ciudad. En su momento dije que sí de inmediato y como se podía llevar acompañante, le dije a la señora Mainar que iría con Mía, que entonces estaba conmigo.
No quedé en malos términos con Mía, pero tampoco me veo capaz de llamarla a pedirle que vaya conmigo este fin de semana. Y mucho menos me veo capaz de decirle a mi jefa que no fui porque me terminaron por medio de un mensaje de texto.
—Ella entenderá si no voy.
—Claro que entenderá, pero si más adelante necesitas algún favorcito fuera de lo laboral, tú deberás entender que no puede hacerlo... aunque sí pueda.
La señora Mainar nos manipula, sí, pero solo nos pide fidelidad laboral, compromiso y asistir a su fiestecita este fin de semana. No es mucho, a cambio de los beneficios generales de tener su simpatía y un buen lugar de trabajo en su empresa.
Sigo caminando, paso de la joyería y la siguiente tienda es una de ropa y accesorios de bebé. Repaso los escaparates tras el cristal con la misma ausencia que los relojes, sin detener ni mis pasos ni mi conversación.
—¿Tú con quién irás?
—Con mi esposa, obviamente. El que lleva amante es Rodriguez, aunque no sé si cuenta como amante si la esposa lo sabe y actúa normal.
—No me interesan los chismes de oficina, Connan.
No veo una salida fácil a faltar a esa fiesta que no sea accidentarme y tener de excusa una hospitalización realista que mostrarle a la señora Mainar. Bueno, aunque simplemente ir solo y decir que Mía enfermó o algo, resulta menos engorroso.
Sigo caminando y el siguiente local es una librería que en su escaparate principal tiene las novedades de romance, misterio y thriller, y un cartel enorme en la parte posterior que ofrece 20% de descuento a los clientes inscritos a la newsletter de la librería.
—Con o sin chismes, debes venir. Que triste que haya que rogarte, ¿sabes? Es comida, licor y diversión gratis. Y escuché que ibas a ir con tu novia, o sea que es una cita romántica que te sale gratis. No sé qué tanto piensas.
Que ya no tengo novia, respondo dentro de mí.
Mi mente empieza a resignarse a decirle a la señora Mainar que la que era mi pareja al momento de la invitación ya no está conmigo y sufrir la mirada que me dará de «pobrecito, ahora estás solito y triste». Así es la señora Mainar, nos ve a todos como sus hijos adoptivos y sin duda empezará a pensar con quién puede emparejarme, pues para ella un hombre de casi treinta años que esté soltero, es un problema.
Ah, qué carajo, podría mentirle y ya, no es como que sea mi madre, qué más da si...
Detrás del escaparate de las novedades de la librería, veo una cabellera rubia conocida pasando de lado a lado; trae una camiseta con el logo de la librería y una sonrisa bien puesta para la clienta que está atendiendo. La solución me golpea de repente y sonrío.
—Iré, no te preocupes. Te llamo luego, Connan... o nos vemos el fin de semana.
No espero respuesta y cuelgo. Cruzo las puertas de la librería, escuchando la suave campanilla que deja mi paso; la señora tras el mostrador de la caja me mira y me sonríe a modo de bienvenida y asiento.
Camino a través de los cortos pasillos llenos de libros, anotando mentalmente que debo ojear a ver si compro uno y llego hasta la rubia, que ya no tiene a nadie ocupando su tiempo. Me siente venir y voltea con un gesto servicial, dispuesta a atenderme, pero que se transforma en una cara de reconocimiento y luego de confusión.
—Hola. ¿Qué haces...?
—Hola, Montse. Necesito pedirte un favor.
***
¡Oficialmente empezamos!
Muchísimas gracias por estar acá, me gustaría mucho saber qué te parecieron estos primeros 3 capítulos ♥►
Próxima actualización: sábado 3/septiembre
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