25. Ralph

Diosmio, qué pena con ustedes tanta demora para la actualización. Parece que sin importar lo que prometa, casi no cumplo ajsaajs *llora*

En fin, lo lamento, pero acá tienen otro pequeño maratón para calmar mi culpa. Los amo, no me dejen porque lloro ♥

1/6

Más de dos horas han pasado desde que me acosté en mi cama, pero mis ojos se niegan rotundamente a cerrarse. Mi mente es demasiado consciente de que a una puerta de distancia está Montserrat —que se negó a dormir en otro lado que no fuera el sofá, por más que insistí en que yo podía tomar la sala para dejarle comodidad en la cama— y que lo que más quisiera es estar ahí a su lado, hablando o... bueno, simplemente existiendo a su lado.

Me giro dentro de los edredones y escucho cómo una cuchara metálica cae al suelo con un estrépito en el suelo de cerámica. Me levanto y descalzo salgo de la habitación. En la cocina está Montserrat, con cara de espanto además de un gesto de disculpa que no le cabe en el cuerpo.

—Lo siento muchísimo, no te quería despertar. —Sus mejillas están encendidas, no puedo evitar reírme—. Perdón, se me resbaló la cuchara, yo...

—¿Estás asaltando mi nevera?

En su mano lleva el tarro de helado que mi hermano me regaló cuando compró varios en una promoción. El sonrojo de Montse se intensifica.

—Tenía pensado pagarte cualquier cosa que me comiera, lo juro... —Muerde su labio, apenada—. Es que no puedo dormir.

—No tienes que pagarme nada. Y no estaba dormido, también tengo un poco de insomnio.

La única luz que la ilumina es la proveniente de la nevera; sin duda estaba a oscuras en su misión de no despertarme, creo que eso pudo influir en que la cuchara se cayera. Montse se relaja en su lugar, noto que había estado parada en las puntas de sus pies descalzos como un gato asustado. Cuando se tranquiliza, regresa a su estatura normal.

—Entonces... ¿quieres helado? —dice con duda. 

Asiento y la veo sacar otro plato del gabinete de donde agarró uno para ella. Tiene puesta una camiseta y unos pantalones cortos míos, pues dormir en jean es incómodo y no había muchas opciones en mi armario para facilitarle la estancia. Ha recogido su cabello en una trenza y sin sus aretes, su cadena y su maquillaje, tiene un aire más... atrayente, como si verla tan natural la hiciera más accesible, más cercana. Se ve hermosa de ambas maneras, pero de algún modo, viéndola así, siento que no me mirará mal con tanta facilidad... aunque creo que esa etapa de rencores ya la superamos.

Con los dos platos de helado, regresamos al sofá. Las cobijas que le presté están desordenadas y cuando me siento en ese lugar, alcanzo a percibir el calor que su cuerpo ha dejado. Acá, la única luz es la de una pequeña lamparita de la mesa de café, apenas es suficiente para iluminar medio metro alrededor, pero por algún motivo, ninguno de los dos hace esfuerzo por encender algún bombillo más.

—¿Qué hora es? —pregunto.

—Pasa de la una.

La miro de reojo, la piel enrojecida de su antebrazo.

—¿Te duele el tatuaje? ¿Por eso no puedes dormir?

Arruga la frente, como si ni siquiera se le hubiera ocurrido que eso pudiera ser una razón.

—No, no es eso. No sé por qué, solo sé que cierro los ojos y sigo igual de despierta. Debe ser porque estoy en casa ajena, tal vez.

—O porque estás en un sofá, si hubieras tomado la cama...

—No te voy a sacar de la cama, suficiente haces dejándome quedar acá.

Por un momento mi mente divaga sobre la idea de que duerma en la cama... pero conmigo. ¿Para qué el sofá si la cama es de dos lugares y...? Sacudo la cabeza; no puedo ofrecerle eso.

Miro a Montserrat y digo de pronto:

—Te queda bien mi camiseta.

—Si me convences de eso, quizás ni te la devuelva.

Una sonrisa tímida anida en tus labios, por un segundo me cuesta creer que esta Montserrat es la misma que me mandó a volar en la fiesta de mi empresa. No sé si realmente Montserrat ha cambiado o soy yo el que la percibe diferente.

—Nunca me respondiste —suelto de pronto. Ella me mira—. Lo de Vero. ¿No le cuentas que nos vemos a veces?

Estira sus labios, pensativa, antes de tomar una cucharada de helado. Finalmente niega con la cabeza.

—Creo que no. Ha sido más que todo inconsciente, pero no, no se lo he contado.

—¿Sigues pensando que soy mala persona?

Ríe entre dientes; come más helado.

—Nunca he pensado que seas mala persona.

—Es una buena teoría de por qué no le dices.

—No es eso... —Suspira—. No quiero que ella... piense cosas.

—¿Qué podría pensar?

Los susurros en esta oscuridad son suficientes para hacernos oír, el mundo entero está durmiendo y subir la voz solo quebrantaría ese equilibrio, esa paz. No quiero eso. No queremos eso.

Tarda mucho en responder, en su rostro puedo ver que algo la llena de dudas. Finalmente, habla:

—Podría llegar a pensar que tú y yo somos material de pareja y su mente volaría lejos con las posibilidades. Si se le mete en la cabeza, será difícil sacárselo después.

Termina con una risita, como si fuera algo absurdo.

—¿Y sería tan terrible? —murmuro—. Que su mente volara con las posibilidades, quiero decir.

Mi latido se alborota cuando soy consciente de que el tema al que hemos entrado resulta demasiado personal, demasiado íntimo, demasiado... atemorizante. Ella, por otro lado, parece tranquila cuando niega con la cabeza.

—Vero es una amiga demasiado protectora. Me diría que no me convienes.

—¿Por qué diría eso?

Levanta el mentón, sus ojos conectan con los míos. Sonríe.

—Vero te quiere, por eso lo diría. Ella te considera un gran hombre, pero según hemos visto y según Noah y sus anécdotas, tú pues... bueno, no eres muy de relaciones serias y ella me advertiría al respecto. Se preocuparía.

Recuerdo cuando Noah por primera y única vez me dijo que me alejara de Montserrat en ese sentido. En ese entonces me pareció completamente innecesaria la advertencia, sin embargo ahora me pregunto si mi hermano lo dijo porque me conocía lo suficiente como para saber que tarde o temprano iba a encontrar a Montserrat atractiva.

Dejo mi plato ya vacío sobre la mesita de café, luego me reclino contra el sofá. El cuerpo de Montse está demasiado cerca, y, aunque hace frío, siento en mi piel descubierta el calor que emana.

—¿Y eso es lo que buscas? ¿Una relación seria?

Sus ojos me abrasan y la sensación de que su corazón está tan acelerado como el mío, solo sirve para intranquilizarme más la cabeza. Quiero besarla, quiero tocarla, mi piel quema por tocar la suya, pero el eco incómodo de las palabras de mi hermano me impide dejarme llevar.

Aunque en realidad... nunca prometí alejarme de ella; prometí no hacer nada que volviera incómoda la vida de Noah. Son dos cosas muy diferentes.

—No estoy buscando nada —dice. Su voz suena más lejana aún, más ronca—. Pero en todo caso, soy una adulta y si quisiera, actuaría a pesar de lo que Vero pudiera decir.

Está cerca. Demasiado cerca para dejarme pensar. Su pierna desnuda hace contacto con mi piel, provocando una ligera descarga de energía que me recorre entero. Mi impulso de estirar la mano y tocar su rodilla me nubla la mente, pero lo bloqueo cerrando los dedos en un puño.

Intento aclarar mis ideas. Montserrat es la mejor amiga de mi cuñada, si algo pasara entre nosotros y al final resultara mal, podría perjudicar la relación de mi hermano. No puedo hacerle algo así.

Por otro lado, soy un adulto, así que...

Trago saliva y me pongo de pie.

—Mejor me voy a dormir.

El movimiento sobresalta a Montserrat y la veo ponerse de pie bruscamente también cuando me ve dar dos pasos para alejarme.

—Espera. —Me detengo, doy media vuelta, la observo. El deseo me idiotece los sentidos, pero me obligo a pensar en Noah y en lo que no puedo arriesgar...—. ¿Ya tienes sueño? —La voz de Montserrat llega en un susurro sedoso que me provoca un escalofrío.

Un imán en el pecho me hace desandar uno de los pasos para acercarme a ella. Las razones para irme se desdibujan hasta desaparecer. Niego con la cabeza, mi garganta seca.

—No.

Montserrat aún tiene el plato del helado en la mano, pero se inclina para dejarlo junto al mío sin despegar su mirada de mis ojos. Lentamente, con gracia, se endereza por completo. Luce... diferente. Sus ojos parecen arder, sus manos temblar. Esa expresión no me la había dedicado ni una sola vez antes y tardo un poco en comprender que es un reflejo fiel de la mía: es deseo, lujuria... y duda.

Tras examinarme unos segundos, parece tomar una decisión en su mente; camina hacia mí con pasos cortos, tentativos, como si esperase que me echara para atrás y la rechazara. No lo hago. Espero, el cuerpo quieto y vibrante. Al llegar frente a mí, inclina un poco la cabeza para poder mirarme fijamente a los ojos. No dice nada, pero de pronto me parece que es completamente innecesario. Ella es la primera en mover su mano y apoyarla contra mi cintura, sus dedos se enroscan sobre la tela. Muerde su labio, su gesto haciendo una pregunta.

Asiento casi imperceptiblemente como respuesta y me inclino para besarla. El primer contacto me quema, me enciende, me deja ansiando más, ansiando todo. Montserrat también se toma dos segundos para absorber ese primer beso y cuando nos hemos adecuado al espacio del otro, se acaba el temor y la duda, sus labios ahora estrellándose con fuerza contra los míos.

Montserrat me guía de vuelta al sofá y cuando caigo en él, ella queda acomodada en mi regazo, sus piernas a mis costados. Mis manos viajan bajo su —mi— camiseta, acariciando la piel de su espalda, de su abdomen, luego bajan a su trasero, a sus piernas. Elevo el mentón cuando su boca aterriza en mi cuello y un jadeo se me escapa de entre los labios.

Me olvido de todos los peros, las preguntas y las advertencias. Solo existe ella, sus caricias y sus besos y mi cuerpo que reacciona como la pólvora a su toque abrasador. Subo mis manos a sus pechos, ella me regala un gemido tan cerca de mi oído, tan sensual y enloquecedor, que ejerzo más fuerza hasta casi lastimarla.

No se queja, sin embargo.

El aire escasea, el calor es sofocante, aún así, tomo dos segundos para hablar:

—Montse...

—¿Mmmm? —Su aliento en mi mentón me desconcentra.

Cada parte de mi cuerpo está en alerta por su cercanía.

—Esto... tú... ¿estás segura de que...?

Sus labios callan mis palabras. Si hubiera sabido que los besos de Montserrat eran tan perfectos, los habría buscado hace mucho tiempo. He besado incontables bocas, pero esa intensidad, ese calor de los labios de ella, están borrando todo el historial para dejar solo su huella.

—¿Lo estás tú? —Como puedo asiento—. Entonces no hables más.

Y no lo hago, solo me dejo llevar y me maravillo de la manera en que el cuerpo de Montse y el mío encajan, en cómo buscan y exploran las partes justas para subirnos al cielo y en cómo, durante cada segundo, mi corazón abre más y más camino para que Montserrat eche sus raíces ahí. Sé que de algún modo esto podrá asustarme mañana, pero por ahora... por ahora el placer puede con todo.

***

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top