23. Ralph

5/6

Noah revisa el horno —mucho más pequeño de los que acostumbra a usar en su pastelería— y asiente para sí mismo, complacido con lo que ve.

—En unos minutos el pollo estará listo.

Devuelvo la mirada del tazón de ensalada y añado más trozos de pepino en cuadritos. Al parecer es una buena idea hacer una cena de bienvenida cuando uno se muda solo por primera vez, así que con ayuda de Noah cocinamos la cena y su novia y Montse están invitadas.

No es nada formal, ni tan grande como para ser una fiesta, pero sí me emociona la idea de decir «hoy cenamos en mi apartamento». Como mi lista de seres realmente queridos es cortísima, solo seremos los cuatro y me parece perfecto.

Aunque... a decir verdad tengo un cosquilleo de nervios en el estómago desde que Montse dijo que sí vendría. Ha pasado más de una semana desde que me acompañó a comprar cosas para el apartamento, una semana desde que algo pasó entre nosotros. Y mis nervios son precisamente porque no sé qué pasó, ni siquiera sé si puede contarse como algo, después de todo solo fue un pequeño accidente en la sala en el que ella terminó cayendo sobre mí y entonces le dije que olía delicioso.

No fue nada y sin embargo...

Sin embargo.

La forma en la que me miró o al menos la forma en que creo recordar que me miró. Le he dado tantas vueltas en la cabeza que siento que estoy sacando completamente de contexto algo que en realidad no pasó. Quizás darle importancia es estúpido de mi parte y para ella ocurrió sin pena ni gloria, a lo mejor ni lo recuerda. Pero lo cierto es que desde ese día no la he visto y eso solo ha incrementado mis dudas, ¿habrá algo incómodo entre nosotros hoy? Hemos hablado con frecuencia por mensajes, mayormente de ella contándome los avances de su lectura de «La sombra del viento» y no parece que haya nada raro.

¿Entonces por qué me acelera el corazón pensar que hoy la veré en persona?

Aquella tarde, luego de que llegó el domicilio, comimos entre charlas intrascendentes y todo estaba bien; terminamos de sacar los utensilios nuevos, me ayudó a poner los empaques plásticos y de cartón en una gran bolsa para sacar al contenedor de reciclaje, estuvimos un rato armando un pequeño librero que acomodé en mi habitación y cuando cayó la noche, la acompañé hasta su edificio. Nos despedimos con una sonrisa y eso fue todo.

Luego, cuando llegué a mi apartamento, me acosté en mi sofá —la cama llegaría del almacén al día siguiente—, miré las cortinas que Montse puso y empecé a pensar en ella. En la forma en que se me disparó el corazón al ser consciente de que la tenía encima de mí, en mi mano viajando a su rodilla sin que yo le diera permiso, en ella tragando saliva al mirarme a los ojos. Me tenté de llamarla o escribirle esa misma noche pero desistí cada vez al no saber qué podría decirle.

Las frases "¿Tú sentiste algo o fui solo yo?", "no dejo de pensar en ti", "tu aroma se quedó en mi cabeza" o similares, aunque sinceras, sonaban completamente fuera de lugar en mi mente. Así que simplemente lo dejé ir... hasta ahora.

Cuando el timbre suena, mi corazón se detiene un segundo; respiro hondo y veo a mi hermano que se va a abrir. Escucho las voces femeninas, termino de picar con el pepino antes de lavarme las manos y salir.

Vero me sonríe, se suelta del agarre de Noah para acercarse a mí y abrazarme. En sus manos lleva un ramo de flores moradas que me tiende como regalo.

—Para atraer las buenas vibras —explica.

—Gracias, Vero.

—Huele delicioso —responde ella.

—Hicimos tu receta —informa Noah.

—Iré a supervisarla.

—Eres una invitada, no deberías ir... —murmuro.

—Somos familia y confío más en mi pollo que en el de ustedes.

Con una sonrisa se va a la cocina, Noah tras ella. Miro a Montserrat, que se quedó rezagada los dos minutos que tardó Vero en entrar. Me sonríe y no siento que haya nada raro entre nosotros. Lleva en sus manos una canasta oscura, camina hacia mí para entregármela.

—Es un kit para vivir solo y no morir en el intento —murmura—. De parte de ambas.

Aún tengo las flores en mis manos, las suyas están ocupadas con el regalo. De repente lo agradezco, porque no sabría qué hacer con mis manos si las tuviera libres.

—Que amables, muchas gracias.

Montse coloca la canasta sobre la mesa del comedor, empieza a sacar cosas, nombrándolas:

—Sal, para que nunca te falte la comida. Un botiquín, porque es indispensable. Una botella de vino... bueno, esto es un augurio, se supone que si lo bebes con tus amigos en tu nuevo hogar, esos amigos siempre estarán para ti.

—Nunca lo había escuchado.

—Es de mi familia. Lo primero que cualquiera de mis familiares hace al mudarse, es repartir una copa con los más cercanos a la familia, según ellos, así siempre estarán presentes y habrá prosperidad. —Sacude la cabeza—. No importa, puedes beberlo cuando quieras. Solo son supersticiones.

—Mejor no me arriesgo con la suerte. Lo beberé con ustedes.

—Hablando de suerte... —Saca del fondo de la canasta un par de dados—. Son dados cargados, pero no es para que vayas a casinos y hagas trampas.

Me río.

—¿Entonces para qué?

—Son simbólicos: para que el azar y la fortuna siempre estén de tu lado. —Saca otra cajita de la canasta; está llena de fresas—. Fresitas para que nunca te falte el amor. —Sus manos se topan con otra bolsita—. Lentejas para la abundancia. Y, finalmente, un paquete de dulces, para que tus días nunca sean amargos.

Montse ha esparcido todas las cosas sobre la mesa y al terminar, sonríe con orgullo. Me tomo un segundo para mirarla, realmente mirarla bien. Hoy trae su cabello recogido en una coleta alta, pero algunos de sus mechones rubios le caen a los lados de la frente. Se ha puesto un vestido azul noche que resalta el color de sus ojos marrones y una chaqueta negra haciendo contraste. ¿Montse siempre ha sido así de bonita o es que hoy se ha arreglado más de lo usual?

Nuestros ojos se encuentran y se quedan un rato ahí, fijos, solo existiendo unos con los otros. Estamos a un metro de distancia, pero alcanzo a ver cómo sus mejillas se tornan más rosadas, entonces un silencio tenso nos envuelve. Aclaro la garganta.

—Gracias... por todo esto.

—Es lo que hacen las amigas.

Rio entre dientes y niego con la cabeza.

—De haberlo sabido, habría intentado hacer más a lo largo de mi vida.

—Aún tienes mucha vida, por ahora deberás conformarte conmigo.

—Es más que suficiente.

***

Vero ha dicho algo, mira a Montse esperando su respuesta, pero ella está concentrada en su ensalada y no responde. Vero la llama, ella no reacciona. Finalmente le toca el antebrazo y Montse se sobresalta.

—Dios, ¿en qué piensas tanto? —le pregunta su amiga con buen humor.

Montse se ríe.

—Perdón, en nada importante. ¿Me decías algo?

—Le estábamos contando a Ralph lo que harás mañana.

El semblante de Montse cambia y se anima bastante antes de mirarme. Tomo eso como invitación para hablar:

—Te vas a tatuar. ¿Es el primero?

Montserrat asiente entusiasmada.

—Siempre quise tener un tatuaje, pero nunca supe qué tatuarme, luego no lo hice porque Henry me decía que se vería mal y pues... bueno, en fin, el caso es que nunca lo hice y ahora me estoy animando.

—¿Qué te tatuarás? —pregunto.

Es Vero quien responde:

—No quiere decirnos.

La sonrisa juguetona de Montserrat adorna sus labios.

—Es una sorpresa.

—Se va a tatuar "Noah y Vero por siempre" —digo yo. Todos se ríen—. Por eso es una sorpresa.

—Shh, acabas de arruinarlo.

Me siento feliz con lo cálido del momento. La verdad hace un año no me habría imaginado cenando y riendo con mi hermano y con dos mujeres que entonces no conocía en un apartamento fijo donde viviría solo. Era una imagen demasiado fantasiosa, tanto que ni me hubiera atrevido a pensarla, sin embargo, ahora que estamos acá, se siente correcto, se siente perfecto. Encaja. Y me encanta.

—¿Puedo ir contigo? —Las palabras brotan de mis labios antes de que las piense, los tres presentes me miran. Finjo que todo fue planeado y continúo con indiferencia—: Si quieres compañía. Me gustan los tatuajes.

—¿Tienes alguno?

Noah resopla.

—Le tema a las agujas.

—Pero si no les temiera, estaría tatuado de pies a cabeza —apunto.

Montse se ríe.

—Tantos miedos que existen y elegiste temerle a las agujas.

—No lo elegí, ya venía de fábrica. —Atrapo la mirada de Montserrat entre risillas divertidas. Noto que Vero nos observa y desvío la atención a mi plato—. Pero no me da miedo ver cómo pinchan a otros, así que, ¿quieres compañía?

—De acuerdo. Iré al estudio que queda cerca de mi trabajo, así que podrías pasar cuando se acabe mi turno y vamos.

—A las ocho entonces.

—¿Cómo sabes a qué hora sale de trabajar? —cuestiona Vero—. ¿Cómo sabes dónde trabaja?

Miro a Montserrat con extrañeza, entonces la razón del desconcierto de Vero me golpea de lleno en la cara: Montse no le cuenta a ella de las veces que nos hemos visto. Recuerdo que cuando fuimos a la fiesta de mi empresa, hizo énfasis en que no le contara a su amiga que estaría conmigo; eso era antes, cuando aún me odiaba un poquito, no creí que aún se guardara todo...

Montserrat agacha la mirada, incapaz de sostenérmela. Me causa gracia y sin duda le preguntaré por qué los secretismos. Pero no ahora.

—Fui a comprar un libro una vez y justo fue donde ella trabaja. Una gran coincidencia.

Vero entrecierra sus ojos hacia mí.

—¿Qué libro compraste?

«La sombra del viento».

Ahora Noah me mira con sospecha.

—Tienes ese libro hace muchos años.

Supongo que decirle que mi copia se la he regalado a Montse sacaría más preguntas que respuestas, así que miento con facilidad:

—No lo encuentro hace mucho, sabes cómo soy de desordenado.

—Así que no encontraste tu libro, fuiste a una librería al azar para reponerlo y justo es en la que Montse trabaja —recapitula Vero.

Me alegra tener las pruebas que necesito para que dejen de mirarme así, de modo que me levanto, voy en una carrera a mi habitación, tomo el libro de mi mesita de noche y vuelvo al comedor. Lo dejo frente a Vero.

—Sí, mira, este fue el que compré.

Noah parece sorprendido de ver el libro.

—Supongo que es cierto, entonces.

—¿Por qué mentiría?

Solo entonces Montserrat también toma parte de la conversación:

—Sí, ¿por qué lo haría?

Vero mira a mi hermano, parece que se dicen algo con ese gesto que se dedican, luego nos observan a Montse y a mí, ella tranquila comiendo su ensalada, yo con mis cejas enarcadas, esperando su respuesta. Ni aunque nos hubiéramos puesto de acuerdo para mentir nos habría salido tan bien.

—Supongo que no habría razón —admite Vero tras esa pausa—. Como sea, ¿entonces la acompañarás? No vayas a dejar que se tatúe "Noah y Vero por siempre", por fa.

—¿Y por qué no? —se indigna Noah—. Para mí suena bonito.

—Yo vivo en el presente, amor mío, hoy estamos juntos pero mañana no sabemos y "siempre" es demasiado tiempo.

El tono de Vero es relajado, juguetón; del mismo modo Noah blanquea los ojos antes de tomar y acariciar su mano por unos segundos.

—Podrías tatuarte "Noah y Vero por hoy y mañana no sabemos" —bromeo.

—Se lo sugeriré a la tatuadora.

Todos soltamos una risa y así transcurre toda la velada. Vero, cada tanto, nos mira a Montse y a mí, más específicamente, cada vez que el cruce de palabras se da entre nosotros dos. He tenido ganas veinte veces de preguntarle qué mira, qué piensa, qué sospecha, pero no lo hago porque me atemoriza que la respuesta esté demasiado afín con las mismas dudas que me han surcado la mente por tantos días. 

***

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top