21. Ralph
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Mariam tiene una maleta en su mano, en la otra ondea unas llaves que tintinean con el movimiento.
—Oficialmente es tu apartamento por tiempo indefinido. Disfrútalo.
Recibo las llaves con una sonrisa. Entre ayer y hoy Mariam ha sacado todas sus pertenencias personales y ha hecho una profunda limpieza a cada rincón, de modo que cuando lo recibo parece directamente salido de una revista inmobiliaria.
Se siente vacío. Siempre pensé que Mariam era más bien minimalista y que tenía poca personalización en su apartamento pero la verdad es que ahora que ha sacado sus libros, sus plantas más queridas, los cuadros colgados que una sobrina suya ha pintado a lo largo de su vida y le ha regalado, su alfombra de la sala, los ceniceros de cada mesita disponible y sus cortinas, el lugar se ve notablemente desnudo. Si logro concentrarme lo suficiente, hasta puedo convencerme de que jamás he estado acá hasta el día de hoy.
—Gracias. Lo cuidaré muy bien.
Mariam está en el umbral de la puerta. Me ha dado las llaves, sí, y aunque es un acto simbólico, ahora no traspasa hacia adentro, como si se hiciera a la idea de que ella ya no vive acá. También se debe a que es algo así como una despedida. Mañana parte de nuevo, esta vez hacia la isla tropical desde la que aspira trabajar poco y disfrutar mucho una buena temporada y con la que tanto ha fantaseado; pasará su última noche en casa de una amiga y, al igual que cada vez, es extraña la dinámica que hay entre nosotros antes de un adiós.
No somos pareja, así que no hay despedidas largas o emocionales. Pero tampoco somos meros conocidos, así que al menos un abrazo debe haber.
—Sé que sí. Espero que encuentres la estabilidad que buscas, Ralph Reyes.
Mariam descubrió mi apellido justo hace unos días cuando firmamos documentos para la renta de su departamento. Es algo divertido porque también yo recién sé el suyo: López.
Es increíble cuánto puedes conocer a alguien... Y al mismo tiempo no conocerlo en absoluto.
—¿Volverás pronto?
—Mi definición de pronto es "dentro de una semana, dos años o jamás". —Suelta una risa, yo río también porque es una respuesta que sin duda esperaba—. No planeo el futuro, así que no me esperes, amor mío.
Su tono bromista puede conmigo y me doy cuenta de que realmente la aprecio. La quiero, no de forma romántica, no con más pasión que como la quise la última noche que compartimos cama, sino simplemente... La quiero. Le he tomado mucho cariño y aunque sé que tener sexo casual con alguien no es exactamente lo que se hace en una amistad normal, la considero una buena amiga.
—Me rompes el corazón.
—He roto muchos y ninguno ha muerto por ahora, así que sobrevivirás. —No dudo que sea cierto. Mariam se acerca y me abraza—. Te veré... cuando la vida lo disponga.
—Dentro de una semana, dos años o jamás.
—Amén.
Con su sonrisa extendida en sus labios, da media vuelta y se pierde por las escaleras del edificio.
Cierro la puerta de lo que ahora es mi apartamento, me siento incómodamente fuera de lugar, como si estuviera ocupando un espacio que no me pertenece o cuando menos, al que no pertenezco.
Tardo un poco en reconocer que no es incomodidad sino angustia porque es la primera vez en mi vida que empezaré a echar raíces... o que lo voy a intentar, dándome el crédito correspondiente.
Es intimidante, es incierto. Me produce un nudo en el estómago pero a la vez es algo placentero, lo que me confirma que mi subconsciente quizás estaba esperando por esto hace mucho.
Respiró hondo antes de mirar la cocina, cuyos gabinetes están relucientes de limpios y vacíos casi por completo —Mariam no se llevó mucho, pero tampoco era ávida cocinera, así que el mobiliario es más bien poco—. Un impulso energizante de empezar a llenar esos pequeños espacios se apodera de mí y termino sonriendo ante la expectativa. Puedo con esto, definitivamente puedo echar raíces.
***
Cuando veo a Montserrat salir de su edificio, levanto mi mano para llamar su atención. Me ve, sonríe de lado, un poco incómoda mientras extingue el espacio que nos separa y llega hasta mí.
—Ahora resulta que eres puntual como campanario de iglesia —dice a modo de saludo.
—No me gusta hacer esperar a mis amigas.
—Nos dejaste esperando en el restaurante aquella vez.
—Fueron como quince minutos nada más —rezongo—. Y eso fue antes de que fuéramos amigos oficiales.
Usar el énfasis en la palabra amigos se ha convertido en una especie de chiste privado entre los dos. Finjo que necesito recordarle a cada segundo que es mi amiga y ella finge que se sorprende de que yo sea capaz de tener una.
Montserrat tiene un rollito de canela a medio comer entre sus dedos y sin pensarlo dos veces le da otro mordisco. Con la boca medio llena, habla:
—Bueno, estoy sacrificando mi día de descanso, así que espero que sea productivo.
Asiento y la guío hacia el auto de Noah, que amablemente me ha prestado para mis diligencias de hoy.
Decidí tomar completamente en serio el ofrecimiento de Montserrat de ayudarme con la decoración, así que le he pedido que me acompañe a comprar algunas cosas para el apartamento, entre ellas y la más importante, una cama, porque no quiero dormir más en el sofá de tres plazas de la sala de mi nuevo hogar.
No se mostró en absoluto reacia a acompañarme, al contrario, pareció sorprendentemente emocionada; pensé entonces que es de esas personas que tienen como pasión comprar cosas para decorar la casa. Mi hermano tiene ese don también, pero cuando me imaginé recorriendo pasillos de hogar en el almacén, me apeteció que fuera Montse la que me acompañara.
Un rato en auto y llegamos a la primera parada, un almacén distribuidor de camas y colchones. Es tan grande como un pequeño centro comercial; he pensado que lo que sea que busque respecto a cama, acá lo conseguiré.
Montserrat arruga el entrecejo cuando se baja del auto.
—¿Camas? ¿En qué estás durmiendo actualmente?
—En un sofá. Cómodo, sí, pero algo estrecho.
Caminamos hacia la entrada, de reojo veo a otra pareja que también entra, parecen una edad similar a la nuestra, pero van tomados de la mano y el amor parece destilar de sus pasos. Me resulta divertido el paralelismo y sonrío.
—Creí que el apartamento te lo daban amoblado.
—Casi de todo, pero de cama no.
—Un apartamento de soltero no puede ser un apartamento de soltero sin una cama.
Cruzamos las puertas automáticas y asiento, luego, con un tono casi caricaturesco, añado:
—Por supuesto, las mujeres no encontrarán muy atractivo que las invite a pasar la noche en mi sofá.
—Planeas invitar a muchas, al parecer —dice con amargura.
Pensando un poco en Montse, se puede deducir fácilmente que tiene líos personales con los hombres mujeriegos. Tal vez incluso así se podría explicar su aversión a mi mera presencia desde que nos conocimos, antes de entrar en esta tregua que tenemos actualmente. He teorizado mucho al respecto, pero no he encontrado el modo de sacar el tema, discutirlo y que no terminemos enojados o incómodos uno con el otro.
Me encuentro con el deseo de defenderme, no porque me sienta ofendido particularmente sino porque no quiero que Montse tenga esa opinión de mí.
—No es así, ¿sabes? —Ella me mira, su ceja enarcada—. No es como que salga todos los fines de semana a la caza de una nueva mujer.
—Cada dos semanas, pues —contrataca, una pequeña sonrisa burlona en sus labios.
Sonrío en respuesta sin añadir nada más. No creo que sea defendible mi posición, ni siquiera sé si tengo que defenderla. No tengo un calendario para salir a buscar amigas, ni ando por la vida buscando una cama que me reciba, solo... A veces pasa, a veces lo busco, a veces no y no me lo cuestiono más de la cuenta.
—¿Qué hay de ti? ¿Has salido a la caza de algún buen partido desde aquella cita?
Su gesto se frunce aunque no con molestia, más bien con desdén.
—Uy, ni me lo recuerdes. —Recorremos los pasillos de camas, primero los de las infantiles así que las pasamos de largo—. A veces pienso "debería salir y conocer gente", pero luego pienso "¿Y si es un completo desastre y termino con algún otro conocido de mi ex?", además, pensar en que me gusta...
Se calla de repente, incluso sus pies detienen un segundo de más entre un paso y otro. Sonrío burlón.
—¿Te gusta...?
—Nada, solo divago.
—Te gusta alguien —digo. No es pregunta y no necesito más respuesta que el rubor en sus mejillas—. ¡Sí tienes a alguien!
—No tengo a nadie. ¿Qué tanto espacio hay en tu habitación? Para saber qué cama cabe.
Su agilidad para cambiar el tema me hace reír, pero decidí no insistir por ahora. No quiero ganarme su recelo... no aún, pues todavía la necesito para muchas compras.
—Cabe una grande de dos plazas.
Montse busca con la mirada las de ese tipo y camina hacia ellas al verlas. Hay tantas... De bases de distintos colores, distintos materiales, distintas alturas...
—¿Te gustan blandas?
—Bueno...
—¿Cuál es la favorita de tus conquistas? —añade, su tono afilado.
No sé si está recelosa o si solo bromea, pero prefiero verlo por el lado positivo, así que le sigo la idea.
—No suelo preguntarlo... ni preocuparme demasiado. Si fueras mi conquista, ¿cuál te gustaría?
Lo he dicho como un chiste, una burla, porque anticipo la forma en que rodará los ojos en mi dirección ante el comentario. Sin embargo, por un segundo sí me imagino que Montse y yo estamos en un bar, que le pido ir a mi apartamento y que eventualmente llegamos a la cama... De repente no me da risa, me pone... a pensar.
Pero sacudo la cabeza, desestimando la idea, disfrutando del predecible gesto de hastío que Montse me dedica.
—Yo no soy la que dormirá allí, así que es irrelevante.
Una idea malvada se cruza en mi pensamiento; sonrío de lado.
—Imagina que sí serás y que llegas así...
Sin que pueda anticiparlo, me inclino y tomó a Montse en mis brazos, uno bajo sus rodillas, el otro bajo su torso, como si la llevara románticamente a una luna de miel. Montse ahoga un grito por la sorpresa, yo suelto una carcajada antes de dejarla caer en una de las camas que tengo cerca.
—¡Ralph!
—¿Qué sentiste? ¿Te dieron ganas de quedarte o...?
Perpleja, aún tirada sin cuidado sobre el colchón y sonrojada, responde ofuscada:
—¡No se supone que debamos usar estas camas de mostrario, es...! —Calla de repente y se sienta más derecha. Balancea su trasero sobre el colchón, que apenas se mueve y arruga la frente—. Ay, esto parece una piedra. Descartada si tu intención es descansar la espalda.
Le ofrezco mi mano para ayudarla a levantar, ella la acepta, creo que más por practicidad que por gusto y lo primero que hace es mirar en todas direcciones, esperando que nadie la haya visto. Por fortuna vinimos temprano en la mañana, así que hay pocos clientes a esta hora.
—Descartada entonces.
Montserrat arregla las arrugas que quedaron en los edredones y las almohadas por su impacto, luego me fulmina con la mirada.
—Qué inmaduro ha sido eso.
Su voz suena menos molesta de lo que su mirada indica. Yo solo puedo reírme.
—Vamos, diviértete un poco.
Su labio se eleva, no en una sonrisa sino en algo similar a un gruñido de fastidio. Decide ignorarme y pasar a la siguiente cama, cuidando de mantener una distancia prudencial conmigo, solo probando la comodidad con la presión de sus manos sobre los colchones.
Tras varios tanteos, endereza su espalda, me mira desde el otro lado de una gran cama de cedro con un colchón tan grueso como una cama sencilla. ¿La gente puede meter esos mega colchones por sus puertas?
—Hagamos algo, tú eliges la cama pensando en tus conquistas y yo elijo la ropa de cama pensando en el buen gusto.
Su voz está un tanto amarga, aunque me confunde que su gesto es sonriente y amable.
Antes de que le pueda responder, se aleja hacia el fondo del pasillo donde los estantes están llenos de juegos de cama de diversos estampados y acolchados.
Quizás mi pequeña broma la molestó más de lo que previ.
***
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