20. Montse
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Escucho unos nudillos en la puerta de mi habitación y me sobresalto; me estaba quedando dormida. Chocolate también levanta su cabeza.
—¿Puedo? —Tu voz llega baja desde el otro lado.
—Sí, pasa.
Entras con un plato hondo en las manos que suelta un vapor que huele delicioso. Me cruje el estómago a la vez que recuerdo que desde esta mañana no como nada. Llegas hasta mí, me das el plato cuando me ves acomodada para recibirlo.
—¿Puedo sentarme?
—Claro que sí.
Me muevo un poco para que quede más espacio a los pies de la cama. Como en silencio por unos segundos en que te observo analizando mi habitación. Una parte de mi mente sigue encontrando muy extraño que estés acá conmigo, me hace preguntarme si lo haces por compromiso, pues somos casi familia gracias a Vero y a Noah, o si realmente lo harías por cualquier amiga que estuviera enferma.
Chocolate por lo menos ya te ve como parte de la familia, porque sigue dormitando sin importarle la extrañeza de que estés acá.
—Vero ya me escribió para saber cómo estás, le dije que no podrías tener un mejor enfermero.
—Me aseguraré de dar buena reseña de tu servicio. La sopa está deliciosa, muchas gracias.
—Noah sabe hacer pasteles, yo sé hacer sopas.
Tienes un brillo de autosuficiencia que hace semanas hubiera encontrado fastidioso... ahora me parece algo dulce. No sé en qué momento empezaron a cambiar mis impresiones sobre ti, Ingeniero, pero la verdad es que me tienen confundida. Verte, que algo ocurra dentro de mí, no sé si llamarlo cosquilleo, mariposas o electricidad, y luego sentir malestar porque me digo que es incorrecto...
Recuerdo vívidamente que anoche en aquella estación de bus tuve un deseo fuerte de besarte, pero aún me pregunto si fue la bajada de la tensión de mi cuerpo, o si fue un anhelo sincero.
Por desgracia, también recuerdo el resto de la noche y me avergüenza lo inestable que debí verme desde tus ojos. Me sonrojo de pensarlo y me nace una necesidad de disculparme.
—Oye, Ralph... —llamo. Volteas a mirarme, pero pierdo entonces el impulso—. Nada, olvídalo.
—Vamos, dime.
Con toda familiaridad estiras tu mano y la colocas donde está mi tobillo bajo el edredón. De nuevo ese escalofrío, de nuevo las preguntas...
—No es importante, es solo que... —Suspiro—. Pues anoche... anoche me estaba sintiendo terrible y... bueno, la verdad es que me da mucha vergüenza pensar que me viste así... ¿en crisis? Y no quisiera que pensaras que siempre soy así o algo por el estilo.
Me sonríes con calidez, tanta, que me permito sentir que todo está perfecto, que no me juzgarás. Estoy segura de que tu sonrisa no me transmitía eso hace una semana.
—Sé que no eres así siempre. —Aprietas mi tobillo con gentileza, quizás intentando transmitirme un poco de la confianza que parece que te sobra—. Creo que te das muy duro a ti misma, Montse. No tienes que estar bien el cien por ciento del tiempo. Nadie tiene qué.
—Lo sé, pero...
—Basta, Mon. Somos amigos, ¿verdad? No debes sentirte mal por tener malos días. Yo los tengo y algún día deberás soportarlos porque eso hacemos, ¿no? —Me ves sonreír y, con tono más bromisma, añades—: Al menos eso supongo, después de todo no sabía tener amigas hasta que llegaste, ¿debo apoyarte, verdad?
Suelto una risa que me hace toser un poco. Me digo que es porque estoy enferma, no porque ya llegué a la edad de toser al reír.
—Sí, eso se supone que hacen los... amigos.
¿Y esa amargura que de repente siento en el pecho?
—¿Ves? Aprendo rápido.
—Quizás soy mala referente —digo tras un silencio cómodo—. En realidad no he tenido amigos por montones. Mientras estuve con mi ex, creo que ninguno. No le gustaba que yo socializara mucho.
Hay cautela en tu voz cuando preguntas:
—¿Era muy celoso?
—No creo que fueran celos, porque de ser así solo se pondría mal por los amigos hombres. No. Tampoco le gustaba que tuviera amigas. Era algo más de... control y poder sobre mí.
Que horrible se siente decirlo en voz alta. Creo que es la primera vez que lo digo tan directamente; con las demás personas todo se limita a "me engañó", "me fue infiel", y las personas que saben el daño emocional que me hizo aparte de la infidelidad —Vero, Frank y Nico— lo conocemos como "me manipuló", "me aisló", pero todo muy mentalmente, no lo decimos en voz alta. Pero decir que tenía control sobre mí... se siente como ácido en mi garganta.
—Y yo nunca me di cuenta —continúo, al ver que no me respondes, pero que tengo toda tu atención—. Nunca pensé que me estuviera controlando, en mi cabeza él solo quería lo mejor para mí, él jamás me lastimaría, jamás abusaría de mí de esa manera...
—¿Te golpeó alguna vez?
—No, jamás. No, no era ese tipo de abuso. Era solamente abuso...
—Emocional —dices finalmente. Asiento—. Es un abuso tan malo como el físico, no hay que minimizarlo.
—Es que a veces se siente tan absurdo, ¿sabes? Usar una palabra tan fuerte como "abuso" cuando jamás me puso un dedo encima de forma violenta.
¿De dónde viene todo eso? Hablar de Henry se volvió un tema tabú para mí desde que pude superarlo, desde que pude decirme con certeza que ya no lo amaba. Aunque bueno, quizás "superarlo" no incluye solamente la parte romántica.
Vero no volvió a sacar el tema y luego simplemente... pasó al olvido. Me escuchas, Ralph, y no sé por qué siento que puedo contarte, quizás es una forma de mi mente de justificarse por la crisis de ayer, quizás si sabes lo que pasó no me vas a ver débil... ya dijiste que no me veías así, pero no me lo acabo de creer.
—Tal vez por eso muy pocas veces la víctima se da cuenta, porque tiene arraigado el pensamiento de que si no hay golpes físicos, está todo bien.
Víctima. La palabra hace eco en mi cabeza. Odio esa palabra. No quiero que esa palabra me represente.
—Que feo término —susurro, haciendo eco de mis pensamientos—. Víctima.
—Es más horrible el término agresor y eso es tu ex. Nunca, Montse, nunca va a ser culpa de la víctima y el que debería sentir vergüenza es él.
Agresor, otro término desagradable. La idea de que conviví siete años con uno... me revuelve el estómago. Alejo el plato de sopa de mí, tengo náuseas.
—No quiero más.
—No has comido casi nada.
—Se me quitó el hambre.
Me miras unos instantes y tus ideas conectan pronto.
—No hablemos más de eso, ¿sí? Tómate la sopa, por favor. Ya no sacaremos más ese tema por ahora. —Mueves la vista, la posas en mi mesita de noche, donde está el libro que me regalaste. Sonríes y lo tomas—. Este tema es mejor. ¿Te parece si leemos un rato mientras comes?
—No puedo comer y leer al tiempo.
Sonrío, porque aunque jamás lo admitiré, me encanta sentirme cuidada.
—Yo leeré en voz alta si te comes la sopa, ¿trato?
Tus ojos fijos en los míos esperando una respuesta. Me cohibo y desvío la mirada porque la tuya me produce de nuevo reacciones extrañas en el cuerpo. Carraspeo.
—Trato hecho.
Abres el libro donde dejé el marcapáginas cuando terminé de leer la última vez y repasas en silencio unos segundos, como si necesitaras aclimatarte y recordar la historia para poder leer con propiedad.
—Bea y Daniel acaban de tener su noche romántica en el caserón abandonado —dices, al reconocer la escena.
Asiento, sonriente, porque esa escena me llenó tanto de dicha que me dormí feliz. Qué bonito cuando los protagonistas que tanto amo, pueden amarse uno al otro.
—Me encantó la escena.
Tus labios se curvan a media sonrisa; asientes.
—A mí también.
Luego aclaras la garganta y empiezas a leer:
—"Había anochecido cuando dejamos el caserón envueltos en sombras azules. La tormenta se había quedado en un soplo de llovizna fría. Quise devolverle la llave, pero Bea me indicó con la mirada que la guardase yo..."
Termino de comer de acuerdo al trato, pero aún cuando acabo, te pido que sigas leyendo, así que lo haces. Poco a poco me pierdo en la cadencia de tu voz y cierro los ojos para que solo las palabras que dices me llenen por dentro. Siento que te mueves, te acomodas mejor, más cerca de mí y tu aroma me alcanza de lleno en el rostro: menta, tal vez coco y la amargura de la colonia masculina.
Y entonces mi mente me lo grita con tanta claridad y certeza que abro los ojos de golpe ante la revelación:
Me gustas, Ingeniero.
***
Uuuh ya se supo 7u7 Amamos ♥
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