18. Montse

—Te doy mis papitas si me dices lo que estás pensando.

Escuchar tu voz y sobresaltarme un poco es lo que me demuestra que en realidad sí he estado abstraída en mi mente por varios segundos. Te sonrío.

—Pagas por adelantado.

Con tu tenedor pinchas dos papas y como si fuéramos conocidos de toda la vida, llevas el cubierto a mi boca. Del mismo modo la abro y recibo la comida. Encuentro curioso lo natural que se siente. Aún así, las dos papas se asientan con pesadez en mi estómago; creo que sigo algo revuelta por todo lo que ha pasado esta noche.

—Ahora tu parte.

—Estaba pensando en mi cita con Hank. Creo que no estoy lista para salir con personas aún.

—¿Aún quieres a tu ex?

Mi pensamiento reflejo es ponerme a la defensiva, principalmente porque esa es una pregunta que mi madre me ha hecho muchas veces, siempre esperando que la respuesta sea sí. Sin embargo, en tu voz no se oye juicio o expectativa, solo curiosidad.

—No. No quiero volver a verlo en mi vida. —Sonríes—. Es solo que parece como una señal del destino que mi primera cita en casi un año sea con un compañero de trabajo de él y que me haya hecho sentir mal al decirme que estoy muy vieja para empezar de nuevo.

—¿Te dijo eso?

—Lo insinuó... —De una manera que parecía que él creía que eran halagos, añado interiormente—. Pero no sé, a lo mejor tiene razón.

—No estás vieja. Necia, terca y malmirada, a veces, pero vieja no. —Sonríes de lado, yo blanqueo los ojos—. Y no fue una señal del destino, solo fue mala suerte.

Suspiro, no queriendo darle más vueltas al asunto por ahora. Ya tendré tiempo a solas para autocompadecerme, pero por hoy estoy harta.

—¿Qué hay de ti? ¿Era una cita la que te interrumpí?

—No, Mariam es solo una amiga... bueno, es algo más que una amiga, la verdad, pero no somos pareja formal. Es como una... amiga con derechos.

—He escuchado a Noah decir que tienes muchas de esas.

—Es que soy incapaz de tener amigas, amigas —dices, condescendiente, burlándote—. Tú lo dijiste.

—Y cada día me pruebas que tengo razón —sigo la corriente. Tomo otro bocado de mi hamburguesa y me inclino hacia ti—. Y dime, ¿cuál es tu trauma?

—¿Trauma?

—Sí, ya sabes, cuando un hombre no suele tener novias formales es porque tiene algún trauma, ¿no? Algún amor adolescente que salió mal, o alguna novia que se embarazó del mejor amigo, o te enamoraste de alguien con pareja y te rompió el corazón...

Sonrío burlona mientras enumero los casos, tu rostro se enseria.

—Eres sumamente insensible. ¿Noah te contó sobre Carine y de Derek y quieres burlarte? Es muy bajo de tu parte.

Mi gesto se trasforma con la vergüenza; no lo decía en serio. Dios mío, ¿sí hubo una Carine que se embarazó de un amigo Derek? Tu rostro es la imagen de la indignación y la rabia y yo quisiera poder meterme bajo la tierra.

—No, Noah no me ha contado, no, yo... yo no quería...

En medio segundo sueltas una carcajada y siento mis mejillas ardiendo.

—Solo bromeo, no existen Carine y Derek. —Te doy un manotazo, pero eso solo incrementa tu risa—. ¡Debiste ver tu cara!

—No es gracioso.

—Si vieras tu cara, sí te reirías. —No puedo evitar sonreír, pero aprieto los labios lo mejor que puedo—. Eso es un estereotipo, nada más. No tengo traumas con nadie, no tuve un romance adolescente desastroso, ni amigos o novias infieles entre ellos. No tengo padres con un matrimonio terrible que me dejaron cicatriz por una infancia desastrosa. No me he enamorado antes, así que en realidad nunca me han roto el corazón.

—¿Nunca te has enamorado?

—¿Por qué te sorprende?

—No sé, siempre he pensado que el amor... es inevitable o algo así.

Te encoges de hombros, restándole importancia.

—Estoy acostumbrado a volar —dices tras unos segundos—. De lugares y de personas. Supongo que nunca me quedo lo suficiente como para dejar florecer algún apego fuerte, mucho menos amor.

—Bueno, eso desde cierto punto de vista es una gran ventaja.

—Y estoy renunciando a eso.

—¿Qué?

—Ah, no te he contado, he decidido establecerme acá en esta ciudad.

Abro mucho los ojos, sorprendida.

—¿Para siempre?

—Al menos seis meses, después de eso ya veré qué pasa.

—¿Te cansaste de volar?

—No exactamente. Pero he pasado suficiente tiempo en el aire, me vendrá bien aterrizar una temporada. ¿Quién sabe? Puede ser lo mejor que me vaya a pasar.

—¿Vivirás con Noah?

—No. Estoy arreglando para rentar un departamento.

—Si eres malo en decoración y quieres una opinión femenina, me dices.

—Te tomaré la palabra.

Me sorprendo riendo con facilidad mientras hablamos. El tiempo pasa rápido porque gozo cada segundo y lo siento demasiado corto. Me cuentas que en tu adolescencia solías usar los cinturones de Noah solo para hacerlo enojar y yo termino contándote de la muerte de mi padre y lo mucho que lo extraño pese a la cantidad de diferencias que teníamos. Me dices que lo entiendes, porque la pérdida de tu abuela te sigue pesando, pero crees que ella sigue acompañándolos desde donde sea que lleguen las almas al morir.

La comida se enfría poco a poco, porque aunque comemos uno que otro bocado —sobre todo tú—, la conversación resulta más atractiva. Sinceramente, no pensé que pudiéramos llegar a hablar por tanto tiempo sin que cayeran silencios incómodos o llegara la sensación de esperar el fin de la velada. Al contrario, mientras más tiempo estoy contigo, menos ganas tengo de irme y eso me gusta, me genera una calidez en el pecho que hacía mucho no sentía y echaba en falta.

Pedimos una cerveza, porque se siente correcto para amenizar más la noche. Me coloco mi chaqueta, un par de botellas más tarde nos anuncian que en quince minutos cerrarán, así que apresuramos el último trago de la cerveza y nos despedimos de los meseros.

Descubro que tengo la mente un poco alborotada y mareada y eso me gusta. La falta de preocupación me gusta. Ahora entiendo por qué la gente con vidas difíciles se vuelven alcohólicas; no lo haría ni lo recomiendo, pero lo entiendo.

Miro tu perfil y lo encuentro atractivo. Puede ser el hecho de que te conozco un poco más, o el hecho de que esté oscuro, o simplemente que sé que gracias a ti mi noche no terminó siendo un desastre y dormiré tranquila al llegar a casa.

—Se hace tarde —dices, mirando tu reloj.

—No quiero saber qué hora es —confieso—. No quiero que acabe la noche aún.

—Entonces sí disfrutas de mi compañía.

Tu tono es autosuficiente, sobrado. Me río.

—No es tan desagradable después de un rato.

Un trueno retumba en el cielo y nos obliga a ambos a mirar hacia arriba. Me lamento porque presiento que la lluvia vendrá pronto, por ende debo ir buscando ya un taxi para regresar a casa.

El cielo no me da tiempo ni de lamentarme, porque a los pocos segundos del trueno ensordecedor, un manto de lluvia se suelta y nos deja empapados antes de que nos demos cuenta. Tomo tu mano y echo a correr, buscando entre la cortina de agua un techo en el qué guarecernos, pero es tarde, todos los comercios están cerrados, así que tenemos que desplazarnos más de una calle hasta encontrar una estación de bus con el espacio suficiente para cubrirnos un poco.

Llegamos con el corazón a mil, el aliento entrecortado y, para mi sorpresa, te escucho reír. Te miro; estás empapado, los mechones de tu cabello están aplastados contra tu frente, la camiseta que traes se pega a tu piel bajo la chaqueta abierta. Pero lo que me llama la atención es tu sonrisa. Tan blanca y tan auténtica, nunca te había visto sonreír así y me dan ganas de sonreír también.

—Creo que fue un mal día para ponerse un vestido —dices entre risas, mirando mis piernas empapadas—. Al menos no venías en tacones.

Ojeo a mi alrededor; somos los únicos acá, se ven muy pocos autos transitando y estoy casi segura de que acá no para un bus que me sirva, mucho menos a esta hora. El silencio solo es acompañado por el susurro de la lluvia y tu risa, tu respiración.

—¿Qué hacemos ahora?

Te sientas en la silla mojada de la estación y palmeas el lugar a tu lado.

—Esperar que baje la lluvia y luego buscar un taxi.

A regañadientes me siento a tu lado, resoplando. Hace frío, mucho más ahora y la lluvia no parece querer irse pronto. ¿Te tomas todo con tanta tranqulidad?

Al poco rato empiezo a temblar y como mi ropa quedó totalmente empapada no hay manera de entrar en calor con facilidad. Siento mis piernas entumecidas, mis orejas y nariz congeladas, entonces te veo acercarte más, tanto como el asiento largo te permite.

—Estás temblando.

—Mal día para usar vestido —repito tus palabras—. Y que llueva.

Tomas mi mano, la que está más cerca de ti, la rodeas con las dos tuyas, la acercas a tus labios y soplas tu aliento cálido en medio. La temperatura tan contrastada con el frío del resto de mi cuerpo, me provoca un escalofrío. Tus manos también están frías, pero de repente siento que por dentro el cuerpo me hierve.

—¿Mejor?

Parpadeo en tu dirección, aturdida.

—Sí, sí, gracias.

Antes de soltarme, soplas de nuevo,esta vez tus labios tocan suavemente el dorso de mi mano. Siento la cara ardiendo, pero no me atrevo a tocar mi mejilla para comprobar si me he sonrojado.

La lluvia no da tregua, decides pasar tu brazo por mi hombro, y frotar tu mano con fuerza en un intento de mantener el calor en mi cuerpo. Mi mente racional sabe que estás siendo educado y amable, intentando que no muera de frío mientras podemos irnos, pero mi lado irracional, o quizás solamente el mareado, es plenamente consciente de tu cercanía y está completamente confuso por la sensación cosquilleante que me produce tenerte a un suspiro de distancia.

Me acurruco a tu lado, mi cabeza encajada en el espacio entre tu hombro y tu cuello. Tiemblo y mis dedos me duelen un poco. Siento que te mueves, luego percibo tus ojos en mi rostro. Te pones de pie de inmediato, arrastrándome contigo y me abrazas más fuerte. Te quitas la chaqueta, también empapada, para ponerla sobre mí, pero niego con la cabeza...

—No, no es...

Útil. Necesario. Requerido.

—Tienes los labios azules.

El tono preocupado de tu voz saca de mi mente la idea de que tu cercanía significa algo más; no te pusiste de pie porque quisieras menos espacio entre nosotros, sino porque así puedes darme más calor. Quizás me veo peor de lo que me siento, cosa que se está volviendo costumbre cuando te tengo cerca.

Aunque por otro lado... estás mirando mis labios, Ingeniero.

¿O no?

Sonrío ante la idea.

—Estoy bien.

—No, no estás. Necesitamos un taxi pronto. No te vayas a desmayar.

—No me voy a desmayar —respondo riendo, mas cuando te alejas un poco, sí siento que me desvanezco un poco—. Wow.

De repente lamento no haber ingerido nada además de copas de alcohol, cerveza y un par de papas fritas frías.

—Estás helada. ¿Puedes sentarte ahí mientras voy a buscar un taxi...?

—No, no te vayas.

Mi mente es un lugar pegajoso justo ahora, mis neuronas nadan en jarabe de miel y no sé si es el frío, las cervezas o tú... o quizás sí me voy a desmayar. Solo sé que quiero quedarme justo donde estoy, solo un ratito más...

Me complaces, al menos un poco, aunque en tu rostro se ve la angustia. Me abrazas de nuevo, frotas mis brazos, aprietas tu chaqueta contra mi cuerpo; poco alivio hay porque ambos estamos muy mojados de lluvia. Escucho un zumbido intenso de repente y mi visión se distorsiona un poco.

—Ya está bajando la lluvia —dices, aunque suena más para ti mismo y la verdad, te escucho como un eco lejano.

Estoy flotando. Eso o simplemente no siento mis piernas.

¿De día eres igual de atractivo, Ingeniero?

A cada respiración que haces, un vaho se forma frente a tu cara. Pienso en la calidez de tu aliento en mis manos y quisiera pedirte que lo hicieras de nuevo. Que me dieras calor, que me roces la piel con tus...

Veo tus labios y me pregunto si me traerían calor si los acaricias contra los míos. Un deseo repentino de averiguarlo me embarga y mi cerebro no halla razones para negarme el experimento. Así que me inclino, sin ser muy consciente de que quiero besarte.

Un poco más cerca, un poco más...

Y me desvanezco. 

***

Amo los caps que se desarrollan así jasjajs pasan cosas pero no pasan pero SÍ PASAN. Ojalá les guste tanto como a mí, besitos ♥

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