16. Montse

Todo empezó bien.

Llegué primero, porque me gusta tener la ventaja desde el comienzo, me asignaron la mesa que estaba con el nombre de Hank en la reserva, esperé menos de diez minutos y finalmente apareció.

Primer vistazo positivo. Alto, de cabello oscuro y una sonrisa fácil de las que invitan a ser amigable. Una extraña sensación de familiaridad, pero lo atribuí solamente a mis nervios.

Se presentó, tomó mi mano y creo que le gustó lo que vio en mí porque su actitud fue muy amable, natural, sin tensión alguna. Dulce, como debe ser una primera cita. Un buen presagio, pensé. Ordenamos la comida, me contó de su trabajo, yo le dije un poco del mío; comentó de pasada que mi rostro le era vagamente familiar y yo, tonta, supuse "oh, debe ser algo como conexión del destino" porque era justo lo que yo había pensado cuando lo vi.

Y luego, a mitad de la cena...

—¿Tu apellido es Robles?

Me desconcerté, pero asentí.

—Sí, ¿por?

—¡La ex prometida de Henry Doylle! —exclamó con entusiasmo, como si estuviera diciéndome que me gané la lotería—. ¡Claro! Por eso te me hacías familiar, nos vimos en la fiesta decembrina de la empresa. Trabajamos en la misma compañía inmobiliaria, ¿te acuerdas?

Sentí de repente que la piel se me ponía ceniza. No lo recordaba, por supuesto, pero eso era lo de menos; conocía a Henry, trabajaba con él y solo podía pensar qué versión dio mi ex a sus allegados cuando de repente nos separamos. Seguro que él no se puso como el malo del cuento.

—No tengo buena memoria para caras, lo siento.

Yo no entendía el entusiasmo de Hank, me hablaba como si tuviéramos en común a un mejor amigo y no como si fuera su compañero de trabajo y mi ex prometido, el que me partió el corazón hacía menos de un año y medio. ¿Qué le pasaba?

—Siempre pensamos que Henry no te merecía —continuó, al tiempo que seguía comiendo; yo había perdido mi apetito—. Tan hermosa y delicada y él siempre tan perro. Cuando conocimos a... no me acuerdo el nombre, a esa mujer, nos preguntamos qué le había visto.

Sentí náuseas.

Esa mujer. Esa mujer. ¿Su otra novia? ¿La madre de su hija?

Me costaba digerir las palabras, pero sí entendí algo importante...

—¿Nos?

Sacudió su mano, restándole importancia.

—Los chicos del trabajo, ya sabes, chisme de empresa. Uno pensaría que un hombre como Henry engaña a su pareja por alguien mejor, pero él...

—¿Sabían que me engañaba? —Sonó a pregunta, pero yo no necesitaba confirmación.

Hank se quedó callado unos segundos, como si se diera cuenta de la posición en la que eso lo dejaba. Aunque quería salir corriendo de ahí, junté toda mi fuerza para sostenerle la mirada hasta que respondió:

—Pues algo se rumoreaba... y una vez la vimos... pero ya sabes cómo es, uno no se mete en problemas de casas ajenas.

¿Sé cómo es? Claro que no sé cómo es. Yo sería incapaz de verle la cara a alguien con toda la tranquilidad si sé que su pareja la ha engañado. ¿No es empatía humana básica?

—¿Por cuánto tiempo lo supieron? —pregunté, casi sin aliento.

—Poco tiempo, un año a lo mucho.

Sentí como si como un puño golpeara mi estómago.

—¿Poco? —exhalé.

—Pero bueno, al final salió bien, porque si no, no estaríamos acá. —En serio lo estaba haciendo sonar como si fuera una gran suerte—. Y aún estás a tiempo, así que es perfecto.

—¿A tiempo de qué?

—De rehacer tu vida. Estar en los treinta es complicado, más si estás soltera y sin una profesión, pero creo que todo llega a tu vida en su momento justo.

Tuvo la osadía, la OSADÍA de tomar mi mano y palmearla como si fuera un gran consuelo, como si en su mente mi respuesta obvia fuera a ser "que alivio, creo que ahora te amo".

De ahí en adelante todo fue en picada, pero me he quedado callada todo este rato. Lo escucho hablar y decir más cosas que él supone que son halagos —que me veo muy bien a comparación de otras treintonas, que no tiene nada de malo trabajar en una librería aunque no sea un trabajo profesional, que fui afortunada por haber descubierto a Henry antes de la boda—, cada vez sintiendo más y más ganas de huir. No lo hago, sin embargo, porque aún soy lo suficientemente cortés como para no dejar plantado a alguien de forma tan abrupta.

Eso y que si llego a hacer una escena, es probable que don chismes Hank lo cuente a sus chicos de la empresa y pronto todos supondrán que la ex de Henry está loca o algo peor. Sé que no debería importarme lo que la gente piense de mí, pero ya tengo suficiente con el juicio de mi familia como para tener que pensar también en el de un montón de personas que ya me vieron una vez la cara de estúpida al encubrir las infidelidades de Henry.

Hank está diciendo algo sobre cómo las mujeres como yo envejecemos como el vino, cuando se me hace insoportable y me estremezco en mi lugar. Él me mira, sorprendido.

—Disculpa, debo ir al baño.

No espero respuesta, no lo miro a los ojos, sino que me levanto y camino lo más tranquilamente que puedo hacia los baños. Los bordes de mi visión están borrosos, me cuesta horrores enfocar el camino. El aire con aroma de desinfectante en el pequeño cuarto de baño, no ayuda con mi descompensación. Mi primer reflejo es llamar a Vero y pedirle que me ayude, no sé cómo, no sé qué podría hacer desde casa, pero siento que incluso escucharla diciéndome "vete de ahí sin miedo", haría que mis niveles de valentía aumentaran lo suficiente como para dejar plantado a Hank.

Entro en uno de los dos cubículos, bajo la tapa para sentarme encima y tomar aire un par de veces, al menos las suficientes para sacar mi teléfono y pensar con claridad.

Es entonces, antes de poder contactar a Vero, que aparece tu número en la pantalla con una llamada entrante.

No quiero contestar, no quiero que me escuches siendo un caos, no quiero que nadie lo haga, en realidad, pero mi dedo se mueve solo y responde en la pantalla:

—Hola, Ralph...

¿Estás bien? —preguntas, suenas preocupado y me cuestiono por un segundo si tienes un radar psíquico—. ¿Necesitas algo?

Y de nuevo pienso una cosa: mentir, pero hago otra: decir la verdad.

—No me siento bien.

Estoy en el mismo restaurante que tú —confiesas—. Una casualidad, vine a cenar con una amiga y te vi corriendo al baño. ¿Estás enferma? ¿Necesitas una ambulancia o algo...?

Solo me quiero ir.

¿Estás herida o enferma? —Haces un énfasis áspero como lija; estás preocupado de verdad, Ingeniero, lo que me hace suponer que mi aspecto es más terrible de lo que había pensado.

—No, no, ninguna de las dos. Solo... solo me quiero ir.

Bien, vámonos.

No pienso, no razono, solo tomo la vía fácil.

—Mi chaqueta está en la mesa y si regreso a la mesa...

Sal ya mismo con calma y espérame en la calle, en la esquina donde hay una farola. En cinco minutos llego, llevaré tu chaqueta.

Mis ojos se inundan de lágrimas, no sé si por el alivio que representa poder irme, o si por la mera sensación de no sentirme sola. Con el corazón aún acelerado, salgo del baño y busco con la mirada la salida que menos me exponga; en medio de eso, te veo y aunque no me has visto, no puedo describir la alegría que tu imagen me genera. Escucharte es una cosa, pero verte y saber que de verdad me vas a ayudar, es otra.

Evito mirar la mesa donde Hank está sentado, solo alcanzo a notar que te estás acercando a ese lugar. Justo antes de que yo cruce la puerta acristalada que da a la calle, escucho un estruendo, cristal rompiéndose, maldiciones en voz alta y una disculpa de una voz que no reconozco.

No miro atrás, no puedo, así que localizo la esquina con la farola y me dirijo a ella, a esperarte. 

***

Cuéntenme qué les parecieron ♥ Los amo ♥

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