14. Montse
Bajando las escaleras con Chocolate a mi lado, me cruzo con Frank y con su hermano Nicolas, quienes también van de salida.
Nico, el menor, me da un abrazo que sostiene mientras bajamos el último tramo y una vez estamos afuera, me suelta. Chocolate se ha pegado a los pies de Frank mientras tanto; lo ama desde que lo conoció.
Miro a mis vecinos; van en ropa deportiva, cada uno lleva una mochila a su espalda.
—¿Van a hacer deporte?
—Frank tiene una cita —cuenta Nicolas.
Miro a Frank, sintiendo una ligera incomodidad en algún lugar dentro de mí que no logro identificar.
—No es una cita si llevas a tu hermano y a su novio.
—Es una cita doble —aclara Nico—. Aunque, para ser justos, ir a hacer senderismo no es muy romántico que digamos.
—¿Así que es o no una cita? —pregunto, intentando sonar burlona.
Frank me mira con algo de reserva, como si fuera su madre la que está preguntando algo sumamente íntimo. Mi relación con Frank jamás dio un paso más allá de lo platónico, pero de algún modo se siente raro saber que está con alguien y que ese alguien no soy yo. No sé si llamarlo celos o simple egoísmo, pero logra subirme el color a las mejillas mientras espero su respuesta.
—Es una vieja amiga, nos reencontramos hace poco y... decidimos ir a hacer senderismo.
—La línea entre solo hacer senderismo y que sea una cita es el gusto que sientes por la persona, y Amelia te gusta.
Sonrío, divertida de la manera en que Nicolas puede sacar de sus casillas a Frank. Son agua y aceite, uno que siempre da chispa al otro y el otro que siempre se exaspera porque logran encenderlo.
—Fue mala idea dejar que vinieras.
—Pero ya estoy acá —dice Nico con simpleza—, y entre más me niegues algo, más afirmaré que es cierto. Soy un hombre de sinceridad.
—De acuerdo, sí es una cita —exclama, rendido.
—Muchas gracias. —A Nico le suena el celular en el bolsillo y se aleja unos pasos para responder—. Es George, debe estar por llegar.
La ligera privacidad que nos deja al apartarse, nos obliga a mirarnos a los ojos. No sé qué piensa Frank, pero si a él le resulta incómodo decir frente a mí que tiene una cita, quizás también tiene alguna fibra del cuerpo resentida por la posición en la que nos deja. Es como si estuviéramos terminando nuestra relación platónica por las buenas.
—La verdad te veía de citas con cenas, velas y chocolates, no senderismo.
Frank suelta una risa.
—No era planeado que fuera una cita. Es más, dudo que lo sea, pese a lo que Nicolas diga. Amelia simplemente me invitó a hacer senderismo y dije que sí, Nicolas estaba con nosotros y se auto invitó, luego invitó a George. No estoy seguro de que así funcionen las citas, al menos no las mías.
—¿Cómo son las tuyas?
—Cena, velas y chocolate —concede con una sonrisa ladeada.
Por un segundo mi mente divaga y se imagina en una cita con Frank... sí, velas y romanticismo le quedan más. Me pregunto cómo será Amelia, si sabrá apreciar su dulzura, su autenticidad, su cariño y su respeto por todo en la vida.
—Senderismo no suena tan mal —digo, en un tono tranquilizador—. Si a ambos les gusta... pues te deseo suerte.
Frank me mira y asiente. Le sonrío con todo el cariño que le tengo, un suspiro se me escapa.
—Gracias, Mon.
—Me cuentas cómo sale todo. —Aferro con más cuidado la correa de Chocolate y me despido con un ademán de Frank y de Nico, que está unos pasos más allá, sonriéndole al teléfono. Cuando ya vamos una calle alejadas, hablo en voz baja, como siempre hago cuando converso con mi amiga de cuatro patas—. Frank merece enamorarse, ¿verdad, Choco? Espero que le salga todo bien.
La perra ladra, no sé si por mis palabras o porque ve algún gato por ahí, pero con eso damos la charla por terminada.
En mi día de descanso tengo casi siempre la misma rutina, con ligeras variaciones. Siempre lavo mi ropa de la semana, hago la compra del supermercado —porque a Vero le aburre la tarea y a mí me encanta—, salgo a trotar en la mañana por una hora —pues en días laborales solo puedo hacerlo los quince minutos que me toma pasear a Chocolate en la mañana y a veces en la noche—, me lavo el cabello y me mimo con algún postre. Las variaciones suelen ser noches de televisión con Verónica, o salir a alguna de las ferias ambulantes del centro, y, ahora gracias a ti, leer un par de horas.
Me encuentro enganchada y sufriendo terriblemente porque uno de mis personajes amados ha recibido una paliza que puede o no matarlo, cuando mi teléfono suena. Es Sol; sonrío antes de responder.
—Hola, Sol, ¿cómo estás?
—¡Sintiéndome cupido! ¡Te tengo una cita, nena!
Oh, claro, la cita a ciegas... no lo olvidó después de todo. En mi sofá, con Chocolate a mis pies, sonrío con algo de tensión. Es algo que... ¿me emociona? ¿me pone nerviosa? Ambas. Un escalofrío me recorre la espalda, no sé si fue una ráfaga de viento de la ventana o la idea de conocer a alguien más después de estar tantos años con un solo hombre y luego dejarlo.
—No pierdes el tiempo.
—Perdí como cinco días, me tardé porque contigo soy exigente, no te cuadraría con cualquier tonto.
Suelto una risa, que hace réplica en su voz.
—De acuerdo. Cuéntame.
—Se llama Hank, treinta y tres años, es contador, una profesión aburrida, lo admito, pero él no lo es. Tiene una energía buenísima, no es calvo y conozco a su padre, tiene como setenta y sigue sin ser calvo, por si necesitas referencia para posibles hijos. Lo conocí en el gimnasio, así que hay que decir que es de buen ver físicamente.
—¿Me conseguiste una cita o un matrimonio?
—Me gusta ser precavida.
—¿Qué le dijiste de mí?
—Que tenías treinta, rubia, alta, hermosa, trabajadora y de corazón enorme. Solo la verdad. Él ya hizo una reserva en el restaurante «Gratiné» para este viernes a las ocho, ¿te queda bien?
—Tendré que pedir que me dejen salir un ratito antes del trabajo para llegar, pero creo que es posible.
—¡Perfecto! Te mandaré su foto y los datos del restaurante, su número telefónico no porque ya ustedes en la cita deciden si quieren llamarse después. Y para que quede constancia, si resulta bien y tienen hijos en el futuro, me corresponde ser madrina del primero.
Dice lo último en una risa, pero su tono a la vez deja claro que lo dice en serio. Mi escepticismo me lleva a suponer de inmediato que nada saldrá maravillosamente, quizás bien, sí, incluso alguna relación puede resultar, pero dudo mucho que al primer intento la vida me dé al que será mi pareja eternamente. Nadie tiene tanta suerte.
—Creo que ese puesto ya lo tiene Verónica, lo siento.
—Dos madrinas tendrá entonces el bebé.
—¿Se puede?
—Se tiene que poder o lo hago posible.
—¿Hay algo imposible para ti?
Siento su sonrisa en su voz cuando me responde que no conoce el significado de esa palabra.
La llamada termina y me he desconectado por completo del libro, ahora solo tengo presente el nudo en el pecho que siento ante la perspectiva de salir con un hombre. Una cita, una cita, una cita, suena y suena el eco en mi mente. Me siento muy vieja para citas, pero a la vez como una adolescente que irá a la primera, supongo que todo es parte de la crisis de los treinta años, supongo que es normal.
Supongo... supongo... supongo que ya me estoy arrepintiendo.
Ay, no puede ser. Tengo una cita.
***
Cuando te veo al cruzar la esquina, un chispazo pincha mi cerebro recordándome que habíamos quedado de vernos para discutir un rato el libro. El pensamiento llega con el ramalazo de culpa por haberlo olvidado completamente; yo ya iba camino a casa, ni se me había ocurrido que podrías aparecer.
—Lo olvidé por completo —digo cuando te saludo—. Ay, no, discúlpame, no me acordaba que ibas a venir.
—Eso duele —respondes, en un tono de fingida indignación. Al menos espero que sea fingida—. Lo acordamos anoche, no es como si hubiera sido hace un mes.
—He estado distraída. Y no he leído mucho, me temo.
Me observas en silencio por unos segundos, no sé si dudando si creerme o no, o simplemente decidiendo qué hacer ahora. Junto a nosotros, justo donde nos hemos encontrado y a media cuadra de la librería, hay un estudio de tatuajes y las luces neón del letrero te crean sombras coloridas en el rostro. Te ves mejor de noche que de día, Ingeniero.
—Bueno, ya vine hasta acá. ¿Quieres ir por un café o te acompaño a casa? No digas que ninguna porque no me gusta salir y regresar a dormir sin haber hecho nada.
—Pensaba ir a un supermercado que queda a mitad de camino de acá a mi edificio, si quieres caminamos hacia allí. Iba a tomar el metro, pero estando acompañada...
—De acuerdo, vamos. —El malestar ha desaparecido por completo de tu rostro y con buena disposición caminas a mi lado—. ¿Y qué te tiene tan distraída? ¿Mucho trabajo?
Muerdo mi labio y aunque mi primera opción no es contarte, las palabras salen solas de mi boca:
—Tengo una cita mañana.
—No sabía que salías con alguien.
—Es primera cita. Y es cita a ciegas.
Escucho que ríes, aunque no suena a burla, sino a sorpresa.
—Tú y yo nos conocimos en un lugar de citas a ciegas —dices, como si yo no lo supiera—. Aunque mi cita fuera con mi ahora cuñada.
—Te hace pensar, ¿no crees?
—¿En que eres adicta a las citas a ciegas?
Sonrío sin poder evitarlo.
—No. En las casualidades. Tuviste una cita a ciegas con Verónica y ella te contó de un hombre del que estaba enamorada y tú la aconsejaste sin saber que el hombre en cuestión era tu propio hermano. Qué enrevesado todo.
A veces lo hablamos con Vero y encontramos fascinantes movimientos del destino, es como si de un modo u otro los hermanos Reyes y nosotras dos estuviéramos predestinados a conocernos sí o sí. Yo ya iba con frecuencia a la pastelería de Noah antes de conocerlo personalmente; mi ex fue a la florería de Vero para comprar flores para mí; tú, Ingeniero, apareciste en un evento de citas a ciegas justo el día en que nosotras asistimos por diversión y, por azares de suerte, te emparejaron con Vero.
—Yo las llamo "conexiones" —respondes, más serio esta vez—. O destino, no sé. Es increíble pensar en todo lo que tuviste que hacer para conocer a alguien y que lo hiciste sin saberlo. Para conocerte a ti tuve que llegar a esta ciudad y tuve que llegar por la fiesta de compromiso de mi ex cuñada, y unos días antes de ir a ver a Noah, tuve que llegar a esa cafetería de citas a ciegas, donde llegué por accidente y luego verte porque eras su amiga. Todo es un gran mecanismo.
—Y para yo poder haber sido amiga de Verónica, mi ex prometido tuvo que ir a su florería a comprar un ramo para mí, luego él tuvo que salir de la ciudad y yo tuve que entrar en crisis para llamar a la florista que no conocía de nada y desahogarme con ella, y entonces Vero me ofreció su apartamento y acá estamos —respondo—. Tienes razón, es increíble.
—Espera, ¿no eres amiga de Vero como... desde siempre?
—No. Creo que incluso la conozco un poco menos de lo que ella conoce a Noah. Ella me abrió las puertas de su casa y de su corazón cuando el mío estaba aplastado y sin ánimos de nada. —Sonrío al hablar de Vero porque nunca dejaré de verla como mi heroína—. De no ser por ella, nunca habría dejado a Henry.
Me hace cosquillas en la garganta esa afirmación porque cada vez que recuerdo a Henry, también llegan a mí los momentos en que me manipuló, en que fui víctima sin notarlo y me siento incómoda. Tantas veces me hizo creer que sin él yo no sería nada... y quizás tenía razón. Sola no era gran cosa, así que necesite la voz y mano amiga de Vero para que me convenciera a cualquier costo de que mi valor no venía de mi relación con él.
Creo que escuchas incomodidad y tristeza en mi voz, porque al responder, tu tono y el tema han cambiado:
—Pasado pisado. ¿Cómo te sientes con la cita de mañana?
Decido tomar el salvavidas que me has lanzado, no entrar más al pozo de rabia y dolor que Henry me dejó en el pecho. Rabia y dolor por la situación, no por él, me enorgullece poder pensar con sinceridad que lo he dejado en el pasado, pero a quien no supero es a mi yo de esa época, tan vulnerable y ciega a la situación.
No hay nada más difícil que el proceso de perdonarme a mí misma.
—Nerviosa. Hace muchos años no tengo una primera cita.
—¿Y la que tuviste cuando yo tuve la mía con Vero?
—Esa vez ambas fuimos por diversión, no esperábamos nada romántico. En cambio esta... no sé ni qué esperar, pero sé que es en serio y no por diversión. —Suelto una risa al acordarme de algo—. De hecho, aquella vez con Vero, nos inscribí a las dos porque ella estaba muy bajoneada porque tu hermano la había frienzoneado.
Te escucho reír.
—Mi hermano sí que fue imbécil, menos mal Verónica le tuvo paciencia. —Giramos en una esquina, escuchamos los cláxones de varios autos que esperan frente a la luz verde de un semáforo a que el de la primera fila se mueva—. No mucho ha cambiado de las citas en los últimos años. Cena, charla, decidir si pagan a la mitad o si algunos de los dos invita, esperar lo mejor y luego ir a casa.
—Sé que suena estúpido, así que ni lo menciones, pero me siento vieja para esto. No es lo mismo ir a una cita a ciegas a los veintidós años que a los treinta.
—Si te da consuelo, te ves como de veintiséis, veintisiete máximo.
La verdad sí me consuela, pero no te lo dejaré saber, Ingeniero.
Llegamos al supermercado y cruzamos las dos puertas automáticas. Tomo una de las canastas pequeñas porque la compra será poca y específica; me sigues sin cuestionar nada mientras entramos al pasillo de los lácteos.
—Uno pensaría que en la adultez las inseguridades serían más leves, ¿sabes? —Tomo un par de quesos del estante y sin mirarte continúo—: Pero siguen ahí. Me enteré de que tendré la cita ayer, nos arregló una amiga en común, por cierto, y desde entonces no dejo de pensar, ¿y si no le gusto? ¿y si no soy suficiente o no soy lo que espera? ¿Ustedes, los hombres, lidian con eso?
Te miro de reojo; has puesto tu atención en las cremas agrias pero sé que escuchaste cada palabra.
—No puedo hablar por todo el género masculino, pero yo a veces me siento inseguro.
—¿En tus citas?
—En general. —Has tomado una de las cremas agrias y la pones en mi canasta—. Especialmente en la parte de "no ser suficiente"... para mi hermano, para mis padres... para mí mismo.
Dímelo a mí, que mi madre sigue pensando que cometí mi peor equivocación al elegirme a mí por encima de un hombre.
—¿No sientes a veces que no puedes ver la línea? La de "suficiente". Es decir, ¿en dónde pasa a ser suficiente?
—No lo sé. A veces veo la línea, pero no es la mía. Lo de "suficiente" lo veo cuando miro a Noah, ¿sabes? Como que llegar a tener lo que él tiene es la meta. Y no hablo de cosas materiales en sí, sino de tranquilidad, paz, plenitud, felicidad.
—¿No eres feliz?
—No soy infeliz —haces énfasis.
—No es lo mismo.
Frenamos frente a los paquetes de granos, miro entre una y otra marca de lentejas, mi otro elemento en la lista de compra. Suspiro.
—Lo sé. —Tu tono se ha apagado y me siento algo culpable por haber iniciado el tema, sin embargo, antes de poder cambiarlo, tú lo haces, animando la voz—. Aunque a decir verdad, esta semana sí fui infeliz porque me encontré muchas canas y entré en crisis.
Suelto una carcajada antes de mirar tu cabello en reflejo. Es espeso, marrón, visto de lejos no se ve ni una sola cana y me pregunto qué tan cerca debería estar para notar alguna.
—No se ven.
—Yo las veo en el espejo.
Un impulso me lleva a tocar los mechones marrones que se arremolinan en tu cabeza, te toma desprevenido y te mueves un poco, pero no lo suficiente como para que yo me retracte. Buscas mis ojos, enserias el gesto, debes estar confundido por mi acción... quizás igual de confundido que yo. Aclaro la garganta justo cuando deslizo los dedos hasta soltar sutilmente tus cabellos.
—Ahí está bien, no te preocupes.
Aclaras también la garganta.
—Gracias.
El resto de la compra se hace en silencio, apenas con intercambios de frases normales de adultos en un supermercado: "¡Mira, los huevos están en oferta!", "yo compré esa marca el mes pasado y salió mala", "estoy acumulando puntos con mis compras", "qué carísimo está todo", "ya el dinero no alcanza para nada".
Decidimos sin hablarlo ir hacia mi edificio a pie también. Son muchas calles, pero la noche está fresca y decidiste ayudarme a cargar la compra, así que no voy incómoda en absoluto. Nuestra charla de camino es tan superficial ("mi perrita duerme conmigo", "mi jefa me pregunta cómo me salió el horno microondas que gané", "soy alérgico a la penicilina") que no puedo evitar pensar que por unos minutos en ese supermercado fuimos tan vulnerables el uno con el otro, que a ambos nos incomodó a igual medida.
Al llegar al portal de mi edificio, me pasas la bolsa de la compra y metes las manos en el bolsillo.
—Gracias por acompañarme.
—Venía a dar algunos spoilers a cambio de un café y acabé cargando una bolsa a cambio de caminar mil calles. Lo pensaré bien antes de volverte a ofrecer nada.
—Oye, tú quisiste...
—Solo te molesto —interrumpes, sonriendo de lado—. No me quejo. Una vez que superé tu etapa apática, descubrí que eres buena conversadora, así que está bien.
—Suena a halago pero a la vez a que me reprochas algo.
—Soy rencoroso.
—Buenas noches, Ralph.
Toco tu antebrazo a modo de despedida porque en mi cabeza un beso en la mejilla suena a demasiado y un simple adiós sin contacto parece muy poco.
Doy la vuelta para entrar, logro subir tres escalones cuando escucho tu voz de nuevo.
—Montse. —Giro. Tus manos siguen en los bolsillos, lo que te da un aire casi inocente, dulce—. Suerte en tu cita de mañana.
—Gracias.
—Le vas a gustar mucho —añades.
Un calor sube a mis mejillas pero aprecio mucho la calidez que tus palabras traen a mi pecho.
—Eso espero.
—Sería un imbécil si no ve lo maravillosa que eres.
Antes de acabar la última palabra, desvías la mirada y sin dejarme lugar a réplica, das media vuelta y te vas.
***
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top