Capitulo 1: No tiene nombre.
Diego miro el cielo despejado y lo sintió tan inapropiado. Algo tiene el fin del verano que nos recuerda a la alegría y no se corresponde con aquellos momentos en que sentimos dolor. Unos pájaros negros, de cola larga volaban con gráciles movimientos entre los árboles llenando el aire con su trinar, mientras el sol de abril acariciaba los rostros húmedos de todos los que formaban parte de aquel cortejo fúnebre.
El grupo, formado por unos pocos amigos cercanos del difunto, se movía con lentitud por el camino de piedra de aquel cementerio parque. La madre, una mujer pelirroja de escasa estatura y cabello corto, lloraba desconsolada mientras sujetaba con fuerza el brazo de Diego, el muchacho alto y rubio que caminaba a su lado. Fue el quien hasta el último momento fue el mejor amigo de su hijo y ahora se aferraba a él, como intentado aferrarse a la vida de su niño un poco más. La mirada impertérrita del joven escondía más de lo que se podía presumir, pues en su interior algo se fracturaba con cada segundo que pasaba mientras se acercaban a la tumba. Durante el velorio se había negado a ver el cajón, contrario a Elvira, quien no se apartó un segundo de ataúd de su hijo, llorando y pidiendo a gritos a alguna entidad etérea y omnipotente que se lo devolviera, creyendo tal vez como suelen creer los dolientes que podía cambiar su pena por el regreso de aquel que había perdido.
''Dolientes''
Esa palabra hizo eco en la mente de Diego.
Inconscientemente el joven esbozo una extraña mueca, contrariado, pues un pensamiento se había colado en su cabeza. La palabra ''doliente'' le llamaba la atención, ya que no se le ocurría otra forma para referirse a la mujer que desgañitaba en llanto junto al féretro donde reposaba su amigo. Esta intrusiva idea lo acosaba a la par que un sentimiento de culpa por distraerse de su luto lo invadía y se esforzaba en vano por sacarla de su mente, pero cuanto más lo intentaba, más se arraigaba la duda. Si la señora hubiese perdido al marido, la hubiéramos llamado viuda; de haber muerto sus padres le diríamos huérfana. Que nombre correspondía entonces a la destrozada mujer, ya que no había apelativo apropiado para aquellos a quienes la fortuna castigaba robándoles un hijo.
Con un suspiro volvió a la realidad, mientras avanzaban por el césped tan verde, vivo y discordante con la honda tristeza que solía sentirse en aquel lugar. No lograba apartar de su mente ese cuestionamiento idiota ni la imagen de aquel cajón.
¡El bendito cajón! bufó para sus adentros.
Que insistentes habían sido todos con requerir su presencia junto a esa caja de madera. No una, sino varias personas se habían acercado a preguntarle porque no se arrimaba a despedirse de su amigo, con caras juzgadoras que pretendían chantajearlo con culpa; ignorantes de que había sido el quien lo había encontrado.
El recuerdo aún estaba fresco y veía todo como si lo estuviera viviendo en ese momento.
Tras dos días sin que Joel respondiera sus mensajes, llamadas o siquiera el timbre de su casa y tras la insistencia de Elvira quien lo había llamado preocupada al no tener noticias de su hijo, tras unos minutos disimulando y controlando que ningún vecino curioso lo estuviera observando, Diego salto la medianera que separaba el patio del departamento interno de su amigo del descampado colindante y entro. Habiendo perdido la agilidad de su juventud, se incorporó con dificultad, frotando sus adoloridas rodillas pero el olor nauseabundo casi lo volvió a derribar mientras que un incesante siseo proveniente de las moscas que revoloteaban por la casa formaba para sus oídos la más espantosa de las cacofonías.
La tétrica imagen de aquel nefasto péndulo lo acompañaría por toda su vida.
Sin hacer un gesto, llamo a la policía, a Elvira, descolgó el cuerpo, sujetando con suavidad a su amigo, incluso en ese momento tratando de protegerlo y se sentó a esperar, sujetando esa fría mano por ultima vez y reprochándole, inútilmente, la decisión tomada. Sin querer ni poder detenerlo, las lágrimas se agolparon en sus ojos y fue ese el único momento en que se permitió llorar, pues algo dentro de él creía que si no lloraba su amigo seguiría allí, sonriéndole e insistiéndole en otro de sus planes locos para viajar o salir de tragos a los locales bailables de la ciudad.
Ahora mientras caminaba sujetando a la pobre mujer que marchaba a su lado, se sintió culpable de no haber aceptado más a menudo estos planes, pues entre sus estudios y su trabajo, el tiempo de ocio que tenía era limitado. Como leyendo su pensamiento, Elvira lo miro y con gran calma le dijo:
- En los últimos meses cada momento feliz que Joel tuvo fue con vos, Dieguito. El sabía que estabas ocupado, pero siempre me decía lo orgulloso que estaba de su amigo el profesor.
Algo se retorció en su interior al escuchar esas palabras mientras que una extraña mezcla de culpa y cariño lo invadía
- Todavía no me recibo, Elvira. Respondió el joven con parquedad.
La mujer sujeto con cariño su muñeca y le sonrió.
- Dos materias nada más, Diego. Dos materias.
Entonces el no pudo evitar sonreír, pues esas palabras eran las mismas que le respondía siempre Joel. En ese instante y pese a sus esfuerzos por impedirlo, unas lágrimas volvieron a caer de sus ojos y bajo la mirada sin detenerse. Tras caminar unos pocos minutos más, llegaron al lugar destinado a ser la morada final de aquel amigo, de aquel hijo.
Un encargado del cementerio dirigió hacia los presentes unas palabras, que seguramente ya tenía memorizadas tras repetirlas diariamente en distintas ceremonias y que todos fingieron apreciar aunque nadie realmente le prestaba atención. El ruido de las aves y las hojas movidas por la suave brisa fue la marcha fúnebre con la cual se despedía a aquel muchacho triste, que había tomado su propia vida y ahora desaparecía lentamente en la tierra.
***
Mientras la mañana concluía y el olor del almuerzo siendo preparado en distintos hogares, una madre acometía la ardua labor de comprimir una existencia en valijas y paquetes, torturada por la indiferencia de un mundo que continuaba girando, inconsciente de su parcial responsabilidad en una tragedia de la que nadie aceptaba culpas. Entre cajas y bolsas, Elvira empaquetaba la vida de su hijo con la mirada de aquella persona que sabe que nunca volverá a ser feliz. Tanto el dormitorio como la cocina de aquel calabozo de dos ambientes ya estaban vacíos y los enseres guardados se acumulaban en el pequeño recibidor.
Mientras hurgaba entre el cambalache de cosas que su hijo había acumulado, había encontrado una foto de Joel y Diego en el secundario y lo había dejado a mano para poder contemplarlo ocasionalmente y que no se mezclara con el resto de los bártulos y paquetes que atiborraban el pequeño departamento. En la imagen se veía a su hijo sonriente, siendo sostenido en brazos por su mejor amigo y otro joven, cuyo nombre la señora no recordaba, pero que nunca le había agradado mucho.
- Hacía mucho tiempo ya que estaba triste, mama- Dijo una voz tras ella.
Si la mujer se hubiera girado su mente le habría hecho ver una versión infantil de su muchacho sentada en el borde del sillón, pero no lo hizo. Sin inmutarse, pues era consciente que estaba imaginando todo eso, respondió con voz apagada:
- ¡Una buena madre lo habría notado, una buena madre lo habría impedido!- Grito mientras lanzaba hacia el fantasmal niño una mirada de profunda desesperación.
- ¿y que hubieras hecho, me hubieras atado de brazos y piernas para que no me mate o me hubieras hecho encerrar en un loquero?- Le interpelo con calma esa versión niña de Joel.
- No lo sé.- Admitió. – Solamente sé que si hubiera hecho algo seguirías acá, conmigo.
Las lágrimas caían por sus ojos y el corazón ralentizaba sus latidos, como queriendo renunciar a su trabajo y ayudar a la pobre mujer a terminar su miseria. No existía nada en el mundo que no hubiera dado por abrazar a su hijo en ese momento, pensó Elvira. Amago a acercarse al niño que la miraba la inocencia que solo existe en los ojos de una madre, pero aquel fantasma se desvaneció al tiempo que unos golpes en la puerta la sacaban de su ensimismamiento.
Muy lentamente se acercó a abrir, pues sus huesos ya mayores le dolían en demasía, quizás más por la tristeza que cargaba aquel cuerpo que por los años. Su mano recorrió con pereza la puerta, pensando en cuantas veces su niño habría posado sus dedos en aquella madera blanca y el mundo le pareció tan sucio pues el tacto de su Joel ya no existía para purificarlo todo. Cuando finalmente abrió, un ojeroso Diego atravesó el umbral. Llevaba una campera tipo militar que la señora reconoció como perteneciente a su hijo.
Ella deposito en el joven aquel abrazo que era para su muchacho y el, quizás entendiendo, se dejó abrazar.
- Perdóname, Dieguito.- dijo ella con vergüenza.
- Elvira...- contesto Diego con voz queda- Comí en su casa todo el secundario, dormí allí cuando mis padres fallecieron. Usted y Joel son toda la familia que me queda... que me quedaba- Se corrigió- No tiene que pedirme perdón, yo siento el mismo dolor.
Tras continuar en ese abrazo de madre prestada e hijo adoptivo por un rato, se separaron y continuaron con el trabajo que tenían por delante. Con la ayuda de Diego todo fue mucho más rápido y comenzaba recién a caer la tarde cuando terminaron. Elvira puso la pava en el fuego, alegre de haber sido previsora y cargar el equipo de mate, mientras su compañero de faena llamaba al camión de la mudanza.
- En cualquier momento deberían llegar- anuncio mientras guardaba su teléfono.
- Excelente- Respondió la mujer acercándole un mate al chico.
Diego miraba la foto posada sobre unas cajas con nostalgia.
- Hace tanto de esta época- Murmuro con voz queda- Mi amigo siempre reía.
- No te culpes- Respondió Elvira.- Quizás si yo hubiera notado que mi hijo estaba deprimido, el no se hubiera quitado la vida.
Diego se dio vuelta con rapidez y la miro con seriedad. Se le formo un nudo en la garganta mientras buscaba las palabras que tanto le costaban formular. El, en su rol de mejor amigo, sabía cosas que la mujer ignoraba y pese a que creía que revelarlas podía llegar a ser contraproducente, lo hizo de igual manera.
- Elvira, Joel estaba deprimido- Afirmo mirándola a los ojos. – Pero no fue esa la razón de su suicidio.
Con torpeza acerco una silla a donde estaba la señora. Acerco una para el y tomo asiento, luego, tras un largo suspiro comenzó a hablar:
- Sentate y dame un mate, te voy a contar toda la historia....-
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